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Nadezhda Krúpskaya

Mi vida con Lenin

Espai Marx-El Viejo Topo,

Vilassar de Dalt,

2024,

316 págs.

Vladímir Ilich: otro, aunque el mismo

Josep Torrell Jordana

Este libro salió en castellano en 1976. Lo tomé y lo metí en mi estantería. Y allí se quedó criando malvas. Lo sé. Cometí un grave error. Aunque en 1982, leí a Anna Lárina en italiano (luego en Lo que no puedo olvidar, Galaxia Gutenberg). A su compañero (Nikolái Bujarin) lo ejecutaron y en 1938 fue enviada al Gulag, con 24 años. Cuando llegó el 1 de mayo, cuatro presas (entre ellas Anna) decidieron cantar La Internacional…, aunque cantando y llorando, pues no les era posible saber a quién y a dónde estaban alzando su canto revolucionario. Aún con el corazón encogido y los ojos llorosos, decidí leer a las revolucionarias y a las mujeres de revolucionaros: Kollontai, la experiencia de Contra toda esperanza, de Nadezhda Mandelstam (antes en Alianza; ahora en El Acantilado), y la hija Marx, Eleanor Marx, en ¡Siempre adelante!

Nadezha Krúpskaya se casó con Vladímir Ilich en mayo de 1889. Fue esposa de Lenin durante 45 años. Mi vida con Lenin cubre el periodo de 1889 a 1917. Falta el periodo de 1917 a 1924. Parece que lo escribió, pero las autoridades soviéticas del momento desestimaron su publicación. Como lo hicieron con el Testamento de Lenin (1923), que proponía a Trotski como secretario del partido. El texto desautorizaba a Stalin, y también a Zinoviev y Kámenev. No se publicó y éste fue el primer síntoma del stalinismo.

Krúpskaya habla de Lenin, pero de un Lenin que no es exactamente el que tenemos en la cabeza. Es otro, aunque es el mismo.

Pongamos un ejemplo: Lenin vivió en el destierro y en la clandestinidad. Lo que no impidió que tuviera visitantes, en su mayor parte obreros. Lenin sabía cómo eran los obreros por los libros que leía. A cada obrero que venía a visitarlo le preguntaba amistosamente dónde vivía, si le explotaban, si tenía consejos, cómo le iba con los compañeros; intentaba que quienes tenían una conversación con él no tuvieran la sensación de estar envueltos en las cosas del partido. Este tipo de conversaciones las mantuvo siempre.

«A Ilich le gustaban los teatros de los suburbios, y observar al público de obreros». Cuando el sitio no era conocido, ellos dos paseaban por todo el barrio, mirando las construcciones, el ir y venir de los obreros, etcétera. En Londres compraba los billetes baratos para hacer itinerarios más amplios.

Por lo demás, Lenin era un ciclista empedernido (con algún accidente). Le molestaban particularmente las calles de París, con unos baches insoportables. Y ver a un señor ir a jugar con un perro (incluso con uno amarrado) puede resultar sorprendente, pero Lenin era un fiel amigo de los canes. Por lo demás, al salir de casa, llevaba siempre en los bolsillos unas pastillas de chocolate.

Ser ciclista y aficionado a los perros son los rasgos de Lenin más notables resaltados en el texto de Krúpskaya, aunque no los únicos. Además, podía a pedir a cualquiera de sus amigos libros con reproducciones de lienzos, con los que pasaba noches enteras (durante el día la situación lo impedía). A ambos les complacía ir al teatro y asistir (en privado) a conciertos de música. Los libros de Turguénev, Tolstói, Chernyshevski (el autor del primer Qué hacer) o Dostoyevski demostraban haber sido releídos varias veces.

A Lenin le agotaban los congresos y las conferencias. Llegaba a casa y se estiraba en la cama para dormir. La solución era escalar montañas. En una ocasión se encontraron a un pintor (que pintaba bastante bien). Al cabo de un rato se separaron y se presentaron: Ilich y… ¡Bujarin, claro está!

Otros aspectos son más esperables: la cobardía de los compañeros (en los años de juventud) o los agents provocateurs (la brigada político-social). Krúpskaya descubre a uno… pero, a posteriori, resulta que ha habido otros dos. Dos que estuvieron junto Lenin durante años.

En 1917, los bolcheviques de Petrogrado querían que Lenin se dirigiera a la multitud allí concentrada. Pero Lenin no llevaba nada escrito (y además estaba cansado). Así que hizo un discurso de una sola frase: «Viva la Revolución Social Mundial» y, repitiendo la misma frase, la multitud se dio por satisfecha.

Finalmente, sorprende bastante que Krúpskaya diga que el socialismo de Lenin, a principios del siglo, era: «la electrificación, la jornada de siete horas, la fabricación de cocinas, y la emancipación de la mujer».

Mi vida con Lenin habla de él con bastante amor, estima y respeto.

19 /

5 /

2024

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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