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Josep Torrell Jordana

La espontaneidad de la percepción

Reseña del libro de Juan-Ramón Capella Disfrutar el arte. Comentario y silencio, Trotta, Madrid, 2024, 238 págs.

Conocí a Juan-Ramón en un acto del PSUC, en una sala de los paseos de Montjuïc en 1978. En la mesa redonda estaba Antoni Domènech (de la revista Materiales), que fue increpado durante su intervención. Los dos asistentes hicimos un gesto de enfado ante los insultos implícitos. Al ver la sintonía entre los dos, Juan-Ramón dijo que aquello iba a acabar mal; yo le dije que estaba de acuerdo. Al empezar las intervenciones, algunos de los militantes viejos del partido, del PSUC, intervinieron sin respeto hacia Domènech, hasta el punto de que éste les dijo «Yo no he venido aquí para que me insulten. Me voy, y con su pan se lo coman, maleducados». Y se fue. A partir de ese momento, Juan-Ramón y yo empezamos a conversar y al salir del acto nos despedimos cordialmente, pero sin dar nuestros nombres.

En la primavera de 1980, fui a recoger el grupo de ejemplares de mientras tanto para los suscriptores de Igualada. Al principio, toda la redacción y algunos amigos enviaban manualmente la revista a las personas suscritas. Y en esta reunión de faena en el Centre de Treball i Documentació (CTD) me presentaron a Juan-Ramon Capella (al que, como he comentado, había conocido sin saber su nombre hacía años). Años más tarde, en el n.º 33 de 1988, José Antonio Estévez y yo nos integramos en la redacción. A partir de este momento —menos los libros de Derecho, que eran duros para mí— he leído todo que lo ha ido publicando Capella. Por ello, me he quedado sorprendido al tener en mis manos su último libro, que no era político-social sino sencillamente de arte.

Comentario y silencio es absolutamente serio. Silencio es contar, por ejemplo, los ajetreados movimientos de 1917-1930 en la Unión Soviética. Esto es un punto clave del ensayo: nunca cita las obras que no ha podido ver. Las reproducciones en diapositivas no son para él. Al contrario: somos los universitarios especialistas en arte los que sí elaboramos comentarios sobre obras de arte pictóricas, aunque no hayamos visto su color original, ni el tamaño real del lienzo pictórico del que hablamos. Hay quien es sabedor de los movimientos artísticos soviéticos, pero sólo a través de libros y páginas web. Pero Disfrutar el arte no. El comentario es el goce de lo que tienen las obras a juicio de un lego.

El libro está íntimamente estructurado a partir de dos ejes. El primero es la Expulsión del paraíso de Masaccio, que representa a Adán y Eva tapándose el rostro (Adán) y los pechos y el sexo (Eva). Los dos personajes están en la pintura que representó las leyes de la perspectiva: los cuerpos se representan en el centro de un entorno en que todo se ve: el ángel, el monte sobre sus pies en la tierra. Este es uno de los gozos que ofrece el libro: el desnudo humano a través de los siglos.

El segundo eje está más cerca de su cualidad de profesor de derecho: es Giotto con La huida a Egipto. Ni el paisaje ni la perspectiva son los de Masaccio; y tampoco cada personaje. Sin embargo, es una pintura realista. «No me resisto a hablar de Giotto», declara Capella. ¿Qué le obliga a hablar de Giotto? Algo que no se aprecia en un primer momento: la virgen, el niño y José no van solos en el cuadro. Los acompañan personas que no figuran en los evangelios, pero que son reales en el cuadro, por ser gente que huye por el mismo peligro. Es la primera encarnación del peligro de muerte para poder sobrevivir.

Las obras tienen algunos truquillos. Por ejemplo, con Piero Della Francesca, La leyenda de la invención de la Cruz que hizo Constantino. Juan-Ramón describe la leyenda, pasando por alto la alusión a El sueño de Constantino, una de sus obras más valoradas. Para saberlo, hay que verla. Por lo demás, la leyenda de la luz es un embuste, sin más.

Michelangelo, Leonardo, Donatello, Benvenuto Cellini, Ammannnati, Baccio Bandinelli son –con obvias variantes– desnudos masculinos que siguieron a Masaccio. Brueghel el Viejo, tras La boda campesina, hizo sin embargo la mordaz La parábola de los ciegos, según los evangelios, fue explicada por Jesucristo a sus discípulos. Un artista difícil de encajar es El Bosco, aunque los guardianes del Prado siempre relatan que los visitantes son los niños y las niñas, que no quieren irse.

Durero y Tiziano tienen apartados propios, hasta llegar a los Martirios de san Sebastián (que es una delicia), aunque la iconografía cristiana tiene al supuesto Sebastián en el altar supremo. Desde el Renacimiento hay múltiples ejemplos y el libro examina algunos de ellos —Guido Reni, por ejemplo— claramente homosexuales (sea el comisionado o el artista). Juan-Ramón escarba entre Botticelli, Perugino, Mantegna, Berruguete, Ficherelli, Rubens o El Greco. El tema demuestra intachablemente cuál era el imperio sexual de la Contrarreforma.

Y de la Contrarreforma se baja a Caravaggio (que tiene tres apartados sobre su figura) y luego a Lorenzo Bernini. Un aspecto central de Disfrutar el arte es juzgar el sadomasoquismo en el ánimo de los creyentes. Sadomasoquismo o el fuego del demonio, pero en la plaza pública. Incluso el propio Caravaggio se vio obligado a hacer un lienzo de esas características.

Después de lo cual llegan Rubens, Vermeer… y Velázquez, Murillo y Zurbarán, la arquitectura de los «espacios mágicos españoles» (interesantes), hasta vadear el siglo XVIII y llegar a Goya, rodeando sus edades y estilos, desde los tapices, los frescos, los grabados, las pinturas, hasta hablar de la Quinta del Sordo, donde se guarda la admirable cabeza del perro hundido en la tierra, bajo un cielo descolorido, sobre lo que versa el comentario. Un conjunto de colores marrones que anuncia (como el último Caravaggio) el arte de Turner, a quien no se cita.

El siglo XIX entraña tres cuadros políticos: La balsa de la Medusa de Géricault, La Libertad guiando al pueblo de Delacroix y La carga de Ramón Casas, que son admirables por su factura. Además, con los mismos aspectos que Los fusilamientos del 2 de mayo y Duelo o garrotazos de Goya.

Las obras y los estilos de arte son una especie de explosión. Aparecen Cézanne, Van Gogh, el escultor Rodin y Picasso. Pero Juan-Ramón cita también a Monet, Pisarro, Sisley, Renoir, Gaugin, Rousseau el aduanero, Nonell, Rusiñol, Utrillo, Braque, Juan Gris, Matisse, el primer Kandinsky, Munch, Malevich, Duchamp, Modigliani, Chagall, Mondrian, Klee, Miró, Luis Buñuel (sic), Guinovart, Antonio López o Barceló. Aquí hay que observar la particular visión del arte catalán (desde Picasso a Casas, de Juan Gris a Miró, etcétera). Este río revuelto —citando a Juan-Ramón— permite preciar innumerables muestras del arte pictórico.

Ahora, sin embargo, ayer y hoy, toca disfrutar el arte de la escultura actual: Manolo Hugué, Pablo Gargallo, Julio González, Alberto Sánchez, Jacques Lipchitz, Giacometti, Henry Moore, Eduardo Chillida (fantástico El peine del viento) y Jorge Oteiza.

Todos y cada uno de los citados tienen una edición en color. Michelangelo, Cellini, Caravaggio, Velázquez, Goya, Van Gogh, Cézanne, Rodin, Picasso y Gargallo tienen más de una.

¿Es una buena historia del arte? Depende. Más bien es el libro de una persona que disfruta el arte y se lo comunica a sus lectores. Pongo un ejemplo: Courbet, pintor de la Commune y autor de Los picapedreros (pero también de El origen del mundo: el sexo de una joven, sin brazos, sin piernas y sin rostro). La contradicción es clara: Los picapedreros es un claro exponente de los lienzos que Juan-Ramón detalla desde Giotto, pero El origen del mundo no. No se parece al desnudo a través de los siglos. Más bien se percibe como un plano pornógrafo, y ello incita a no juntarlo con el Masaccio de la Expulsión del paraíso.

Tiene servidumbres, aunque son especificadas al inicio del libro: disfrutar en arte, aunque «también ayudar a evitar el mal gusto».

En este sentido, su querencia por los ejemplos claros —que no asume las estructuras de los eruditos del arte— es la respuesta en : es un delicioso servicio (para los conocedores, pero también para los desconocedores) al arte de Giotto, o a la escultura de El peine del viento.

[Fuente: Espai Marx]

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