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Asier Arias

El nuevo pacifismo militar

Algo más de cuatro años han transcurrido desde la publicación del valioso volumen colectivo El Modelo de Propaganda y el control de los medios (Comunicación Social, 2019). En él, una docena de especialistas se aplica a la tarea de poner el actual entramado mediático a la luz del modelo de Herman y Chomsky, y viceversa. Es una pena que no estén escribiéndose hoy esos capítulos: tras el 24 de febrero de 2022 y el 7 de octubre de 2023[1] podrían añadir a la montaña de documentación original una buena muestra adicional de la capacidad de nuestros intelectuales para obviar o retorcer la historia contemporánea, y también para hacer las más grotescas de las violencias a los principios lógicos y morales más elementales.

Si hay mañana generaciones, y si al menos una porción de alguna de ellas logra conquistar un mínimo de racionalidad colectiva, mirarán estupefactas los artefactos propagandísticos diseminados durante este par de años. Apenas una semana después de la invasión del 24 de febrero, apunté entre líneas, en una nota breve, al significado de dos locuciones que el conglomerado mediático ponía entonces a funcionar: «apoyar a Ucrania» y «soberanía nacional» (Arias, 2022).

En relación a la primera, señalaba que, en su interpretación ahora convencional −envío de armamento, en lugar de despliegue diplomático−, conduciría al enquistamiento de un conflicto que Ucrania sólo podría ganar por las armas en caso de que la guerra por delegación derivara confrontación directa entre las dos mayores potencias nucleares (verosímilmente, el episodio final de la historia humana). Hoy, esa locución ha terminado por adoptar un significado que rebasa con mucho los límites del peor humor negro: endilgarle al amable contribuyente ucraniano préstamos por decenas de millardos para que compre al jefe atlántico unas armas que sólo servirán para lo que sirven.[2] A esta interpretación del significado del verbo «apoyar» siguen contraponiendo nuestros intelectuales atlánticos el hombre de paja de un pacifismo ingenuo y bobalicón, incapaz de poner los pies en la tierra. Volveré más adelante sobre los motivos por los cuales ese hombre de paja está de hecho patas arriba.

En cuanto a la segunda de las señaladas locuciones, nuestros intelectuales se desgañitaban entonces explicándonos que Rusia no tenía derecho a exigir que Ucrania no se uniera a la OTAN, que eso constituía una violación de la «soberanía nacional» ucraniana. Sobra imaginar la reacción de estos adalides de la «soberanía nacional» ante la idea de que la soberanía nacional de México dependa de su capacidad para integrarse en una hipotética alianza militar dirigida desde Moscú, hostil a EE. UU. y dotada de una potencia conjunta de fuego que hiciera palidecer a la de Washington. Junto con el resto de las discusiones en torno a cuestiones sustantivas −vinculadas con los motivos subyacentes y las posibilidades de poner fin al conflicto−, esta acepción de la locución «soberanía nacional» parece haberse puesto a descansar en el desván de la historia.

Lo sustantivo ahora es el rearme: nuestras élites lo prescriben, nuestros intelectuales corean. La UE lleva un mes pisando a fondo el acelerador de la militarización, y nuestros intelectuales vienen dando cuerpo en este contexto a un nuevo pacifismo militar.

Durante las semanas previas al Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, celebrado a comienzos de abril, se sucedieron las declaraciones de altos cargos atlánticos advirtiendo de la inminencia de la guerra y la necesidad de «prepararnos para defendernos». Compendiando el tono de esas declaraciones, el primer ministro de Polonia, Donald Tusk, sugería a finales de marzo que debemos acostumbrarnos al hecho de que nos adentramos en una era prebélica. Nuestros intelectuales prolongaban después la melodía. «Vivimos un momento hobbesiano» y «percibimos cada vez con mayor claridad que estamos en guerra» (Martínez-Bascuñán, 2024). Seamos «realistas», o doblegamos a los rusos o terminarán tomando Lisboa (Vallespín, 2024).

Frente al realismo de nuestros pacifistas militares, la candidez del pacifista bobalicón le permite digerir sin sobresaltos la propaganda del Kremlin cuando insiste en que «Rusia no tiene motivo alguno, ni tampoco ningún interés −geopolítico, económico, político o militar−, para enfrentarse a los países de la OTAN» (Lecca, 2023). «En 2022, el gasto en defensa de EE.UU. ascendió a 811 millardos de dólares, mientras Rusia gastó 72 millardos. El gasto en defensa de EE. UU. representa el 39 por ciento del total global, mientras que Rusia representa el 3,5 por ciento. Teniendo en cuenta esta diferencia, ¿estamos planeando luchar contra la OTAN?» (PPS, 2024).

El realismo del pacifista militar no se limita a la difusión de campañas de terror como pretexto para el rearme, sino que se extiende asimismo a la reflexión histórica para asegurarnos que esta guerra nada tiene que ver con la OTAN: se trata de una lucha por la democracia.[3]

Pocos días después de que Tusk compendiara semanas de exhortos a la pronta preparación para el inminente ataque del oso, el secretario general de la OTAN proponía en el referido Consejo «blindar» un fondo a cinco años de 100.000 millones de euros. Lo que ese verbo significa en castellano es «salvaguardar el rearme de cualquier ocurrencia que pudiera tener cualquier parlamento». En la misma liga jugarían los 1.500 millones del Programa Europeo de la Industria de Defensa presentado a comienzos de marzo por la Comisión Europea.

Al día siguiente de la clausura del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, nuestros intelectuales comenzaban a explicarnos las bendiciones del rearme prescrito por los jefes: «la mejor manera de garantizar la paz (…) es invertir en defensa de forma suficiente para disuadir a tiranos con comprobado historial de agresores». En este marco, nuestros intelectuales nos llamaban también a fomentar una ciudadanía crítica, capaz de «cultivar la duda»; en concreto, la duda ante esa minoría inaudible que cuestiona la prescripción de los jefes. «Cultivar la duda de que, a lo mejor, [nuestros líderes] de verdad piensan que hay riesgo y conviene afrontarlo de esa manera» (Rizzi, 2024). «Cultivar la duda», pues, como la actitud de quien no pone en duda lo que dicen los que mandan: la concepción tradicional de la ciudadanía en las democracias liberales capitalistas. «Espectadores, no participantes» (Chomsky, 1989: 14; 1991: 18).

En el núcleo de este nuevo pacifismo militar encontramos la idea de que los verdaderos pacifistas son los partidarios del rearme, los que no ponen en duda el dictamen de los jefes. No es de extrañar, habida cuenta de que, «cuanto más nos inclinamos por consideraciones morales, tanto más belicistas nos vemos obligados a ser» (Vallespín, 2024). Así las cosas, es obvio que necesitamos rearmarnos tal y como dicen los jefes, abrazando todos a una el keynesianismo militar −«una política de defensa común»−, pues «compartimos valores supranacionales −los derechos humanos, el Estado de derecho y la democracia− que solo pueden salvaguardarse desde esa misma escala» (Martínez-Bascuñán, 2024).[4] Refinadas abstracciones con las que edulcorar la falta de cualquier atisbo de deliberación democrática en el camino hacia el rearme. Poner en palabras bonitas las órdenes de los jefes es una de las funciones más importantes de entre las asignadas a nuestros intelectuales −quienes mejor han entendido este rol son de hecho los que lo han ejercido al más alto nivel, y han sido totalmente explícitos al respecto: tal y como explicaba Henry Kissinger, un intelectual, un «experto», es alguien capaz de «elaborar y definir» el consenso de las élites de tal modo que sea de utilidad a quienes ejercen el poder (Chomsky, 2019: 76).

Nuestros pacifistas militares siguen afirmando hoy que «la subyugación de Ucrania es lo que hubiera pasado en cuestión de semanas si se hubiesen seguido los llamamientos pacifistas de ciertos sectores de la izquierda a dialogar y a no suministrar armas» (Rizzi, 2024; cf. Hernández Holgado, 2024). Por su parte, el registro histórico indica que «hubo posibilidades diplomáticas en febrero de 2022, justo antes de la invasión, en la línea de los Acuerdos de Minsk» (Chomsky, 2023). El bloqueo atlántico de la diplomacia antecedió a la invasión, tal y como ha admitido el Departamento de Estado al hablar de su nula disposición a tratar las preocupaciones de seguridad de los rusos (cf. Jordan, 2022). El bloqueo prosiguió, por cierto, durante esas semanas posteriores a la invasión en las que, según nuestros pacifistas militares, lo único que cabía hacer era «apoyar a Ucrania». Rusos y ucranianos habían alcanzado un acuerdo provisional por el que Rusia se retiraría y Ucrania abandonaría la pretensión de adherirse a la OTAN. Sus proveedores atlánticos de «ayuda» le hicieron saber al presidente ucraniano que las negociaciones habían concluido: «Occidente no las respaldará» (Hill y Stent, 2022; Scheidler, 2023). Sea como fuere, con independencia de lo que quiera que indique el registro histórico, nuestros pacifistas militares saben que, también entonces, la única opción era la de «apoyar a Ucrania».

El registro histórico no es el único motivo por el que aquel hombre de paja está patas arriba. Si de lo que se trata es de no traicionar al realismo en la búsqueda de medios para poner fin al conflicto, parece claro en qué hombros recae la carga de la prueba. ¿De qué ha servido el «asesoramiento militar» de Ucrania al que llevamos aplicándonos no dos, sino diez años? ¿De qué cabe esperar que sirva sin la intervención directa de la OTAN? En este punto, nuestros pacifistas militares recurren a la presunta falta de «voluntad negociadora» de rusos y ucranianos para denigrar el buenismo inoperante de quienes se empecinan en la vía diplomática. La idea resulta curiosa, porque a ella subyace el supuesto de que los agentes terceros, en sus iniciativas individuales o en los foros internacionales, sólo pueden encogerse de hombros en caso de que las partes de un conflicto no parezcan mostrar «voluntad negociadora» −encogerse de hombros y/o vender armas.

La Guerra Fría tuvo sus episodios reales de fricción, pero consistió esencialmente en un dispositivo retórico legitimador de políticas económicas domésticas e intervenciones militares en el extranjero. Cada potencia pudo agitar el miedo al temible enemigo para vender programas impopulares a una población reacia. En el caso del jefe atlántico, esas intervenciones adoptaron la forma de acciones militares destinadas a disciplinar a las áreas de servicio −materias primas, trabajo barato− que se atrevieron a iniciar sendas de desarrollo independiente. En cuanto a las políticas económicas, resulta imposible exagerar la magnitud del componente estatal de la economía que representaron los complejos industrial-militares de ambas superpotencias, que configuraron «mercados garantizados por el Estado para la producción de basura de alta tecnología. Se trata de programas políticos difíciles de vender a la población, especialmente si se describen de un modo preciso: el procedimiento habitual consiste en proyectar sobre la población la sombra de la amenaza externa» (Chomsky, 1982).[5] Tal y como explicaba Stuart Symington, industrial del sector aeronáutico y secretario de la Fuerza Aérea de la administración Truman, la palabra a usar no es «subsidio», sino «seguridad» (Chomsky, 1996: 157). En el caso de la «economía de guerra» en la que se está embarcando la UE, describir con precisión el programa incluye aludir a exenciones fiscales millonarias a un sector sostenido con dinero público, endeudamiento en mercados financieros, opacidad, planes para «hacer chirriar la economía» de los Estados renuentes de la Unión, para confiscar activos extranjeros y otras tantas acrobacias en el filo de los textos constitutivos comunitarios y la legalidad internacional en general.

Una cosa hay que reconocerles a nuestros intelectuales, y es que hace falta talento tanto para no ver como para ocultar las motivaciones económicas de la campaña de terror como palanca legitimadora del keynesianismo militar. Nuestros eurócratas desindustrializaron primero el continente poniendo al sector financiero al volante: una política lógica en un prolongado contexto de bajo crecimiento (hablamos, claro, de lógica capitalista: corto plazo, completa indiferencia ante la amplia gama de daños colaterales). Hay una importante discusión abierta en la teoría marxista de la crisis en torno a los factores causales implicados. Sea como fuere, dejando a un lado las discusiones teóricas y ciñéndonos a los datos históricos, a los períodos caracterizados −como el actual− por una acusada caída de la inversión les suceden otros de descalabro. El keynesianismo militar es la solución más lógica −el problema es que hablamos una vez más de lógica capitalista, y tenemos las piernas muy débiles ya para echarnos a los hombros los inevitables daños colaterales: absurdo termodinámico, fanatismo jingoísta.

Según nuestros pacifistas militares, la historia enseña que no hay ningún peligro en alimentar el miedo a la amenaza externa como medio para disciplinar a nuestras áreas de servicio y regar amablemente al sector privado (Rizzi, 2024). No obstante, quizá les sorprendiera saber que, en la literatura, ese peligro es de hecho un lugar común debatido bajo diferentes etiquetas («el dilema de la seguridad», «la espiral del miedo»). El ejemplo habitual es el de la Primera Guerra Mundial: de Michael Howard a Niall Ferguson, el papel de la carrera de armamentos en el estallido de las hostilidades ha sido uno de los principales tópicos en la historiografía sobre este episodio de los últimos sesenta años.[6] Poco antes de que se consolidara este tópico de la historiografía reciente, el sociólogo estadounidense Charles Wright Mills lo proyectaba hacia el futuro en The Causes of World War Three.

Conduzca o deje de conducir a la Tercera Guerra Mundial, donde indudablemente no conduce el rearme es a escenarios en los que eludir un colapso catastrófico de las sociedades industriales pudiera resultar hacedero. En el Siglo de la Gran Prueba (Riechmann, 2013) −en la Década, o incluso el Lustro de la Gran Prueba, cabría decir− sencillamente no disponemos de tiempo para la insensatez militar. Nuestra situación ecosocial es desesperada, terminal, y si adjetivos como éstos suenan brutales o se antojan meros accesos alarmistas, ello ofrece sólo un índice más del cretinismo de nuestra cultura de masas.

Citaba Manuel Sacristán en 1979, en una conferencia dictada en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona, una entrevista con el economista pionero de la crítica del crecimiento, Ezra J. Mishan: «en realidad, es la carrera armamentista entre las naciones la que aporta buena parte de la fundamentación lógica para el crecimiento económico. Si no fuera por la carrera armamentista y las discusiones sobre la inter-transferencia de los crecimientos industrial y tecnológico, sería mucho más fácil instaurar una política de contención deliberada del crecimiento para llegar a una situación de estabilidad» (Sacristán Luzón, 1979: 66-67; v. Lin et al., 2023). Va para medio siglo, y seguimos en la inopia −dejemos caer para terminar, volviendo a la literatura sobre la pendiente hacia la Gran Guerra, el título del volumen que Christopher Clark dedicó al particular: Sonámbulos.

Referencias

Arias, A. (2022) «Propaganda, censura y militarismo», Público, 4 de abril.

Chomsky, N. (1970) «Government in the future», New York YM/YMCA, 16 de febrero.

Chomsky, N. (1982) «The United States and Latin America», UC Berkeley, 20 de mayo.

Chomsky, N. (1989) Necessary Illusions: Thought Control in Democratic Societies. London: Pluto Press.

Chomsky, N. (1991) Media Control: The Spectacular Achievements of Propaganda. New York: Seven Stories, 2002.

Chomsky, N. (1996) Powers and Prospects: Reflections on Human Nature and the Social Order. Chicago: Haymarket, 2015.

Chomsky, N. (2019) The Responsibility of Intellectuals: Reflections by Noam Chomsky and Others after 50 Years. London: UCL Press.

Chomsky, N. (2023) «Current US policies toward China are outrageous», Global Times, 6 de junio.

Hernández Holgado, F. (2024) «Belicistas acomplejados», Ctxt, 14 de abril.

Hill, F. y Stent, A. (2022) “The world Putin wants: How distortions about the past feed delusions about the future”, Foreign Affairs, 101(5), pp. 108-122

Jordan, A. (2022) «Did the US really take Russia’s NATO concerns ‘very seriously’?», Responsible Statecraft, 28 de abril.

Lecca, T. (2023) «Putin has ‘no interest’ in attacking NATO, calls Biden’s warning ‘nonsense’», Politico, 17 de diciembre.

Lin, H-C., et al. (2023) El clima bajo fuego cruzado. Cómo el objetivo del 2% de gasto militar de la OTAN contribuye al colapso climático. Ámsterdam: Transnational Institute.

Martínez-Bascuñán, M. (2024) «¿Un nuevo Leviatán europeo?», El País, 7 de abril.

Poch, R. (2024) «La transformación de Rusia», Ctxt, 27 de febrero.

PPS (2024) «Visit to Russian Federation defense ministry’s 344th centre for combat employment and retraining of army aviation pilots», Presidential Press Service, 27 de marzo.

Riechmann, J. (2013) El Siglo de la Gran Prueba. Tenerife: Baile del Sol.

Rizzi, A. (2024) «De belicismo y pacifismo», El País, 6 de abril.

Sacristán Luzón, M. (1979) “¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologista?”, en M. Sacristán, Ecología y ciencia social. Reflexiones ecologistas sobre la crisis de la sociedad industrial, Mérida: Irrecuperables, 2021, pp. 61-69.

Scheidler , F. (2023) «Ambas partes deseaban fervientemente un alto el fuego», Ctxt, 23 de febrero.

Vallespín, F. (2024) «La paradoja ucrania», El País, 7 de abril.

Notas

  1. No anotaré nada aquí sobre el genocidio sionista. Ante algo así, sólo merece la pena abrir la boca si va a plantearse algo realmente relevante. No obstante, por su relación con los extremos de los que me ocuparé, arrojaré la pregunta acerca de la posibilidad de interpretar dentro de los márgenes de la cordura el paralelismo que trazara el presidente ucraniano en vísperas de la reunión del Consejo OTAN-Ucrania del pasado 19 de abril. Constatado que el envío de armas a Ucrania desde Occidente descendía desde el 7 de octubre al ritmo que ascendía el flujo hacia la entidad sionista −principalmente desde EE. UU., pero también desde la UE, con Alemania nuevamente en el lado de la historia en el que se ubicó con el acuerdo para la implementación de la solución final alcanzado en la Conferencia de Wannsee−, Zelenski exige a Occidente evitar «dobles raseros»: Ucrania necesita el mismo nivel de «protección» que Israel, «igualdad real en la defensa frente al terror».
  2. Tras la aprobación de las últimas de esas decenas en un paquete conjunto que incluía asimismo «ayuda» para Israel, el líder de la Mayoría del Senado, Chuck Schumer, celebraba «el mensaje que con este gesto enviamos a todo el mundo: América siempre defenderá a la democracia en sus momentos difíciles». Ese mensaje podría también transcribirse así: «violaremos si es necesario las propias leyes estadounidenses para hacer lo que nos dé la gana, incluyendo la participación directa en genocidios».
  3. Vean el vídeo que enlazaba Rafael Poch al comienzo de un artículo de finales del pasado febrero (Poch, 2024).
  4. En la misma línea, la Conferencia de Presidentes de Parlamentos de la UE patrocinaba el pasado 23 de abril la creación de una fuerza militar conjunta y abogaba por «garantizar la inversión» militar apelando a «la seguridad de los ciudadanos, sus intereses y sus valores democráticos»: valores democráticos defendidos con artillería e intereses de la ciudadanía alineados con los de la junta directiva de Rheinmetall (mayor corporación armamentística del mayor fabricante de armas de Europa: Alemania). Anotemos al margen que, entre otros insultos al sentido común, la Conferencia reconocía el derecho de Israel a «defenderse», aunque nadie haya conseguido explicar cómo encaja ese derecho en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas (como la Corte Internacional de Justicia le ha explicado a Israel, el artículo 51 reconoce el derecho a la legítima defensa en caso de ataque armado por parte de otro Estado). Rigen aquí, antes bien, los Convenios de Ginebra, que obligan a la potencia ocupante a proteger a la población civil. Existen asimismo numerosas resoluciones de la Asamblea General −2621(XXV), 2627(XXV), 2649(XXV), 2787(XXVI), 3070(XXVIII), 3236(XXIX)− en las que asentar el reconocimiento de un derecho muy diferente del de Israel a defenderse: el del pueblo palestino a la resistencia «por todos los medios a su alcance, incluida la lucha armada» (A/RES/37/43).
  5. «La Segunda Guerra Mundial nos enseñó una importante lección económica: la producción inducida por el Estado en una economía controlada centralmente [puede resultar extremadamente beneficiosa para la clase propietaria]. El problema es que en una economía capitalista hay un número limitado de formas en que la intervención estatal puede tener lugar: en particular, no debe competir con los imperios privados, de forma que no puede destinarse a la producción de nada de ninguna utilidad. Desgraciadamente, sólo hay una categoría de bienes superfluos que pueden producirse sin fin: rápida obsolescencia, ningún límite a la cantidad ‘necesaria’» (Chomsky, 1970).
  6. Desde luego, este lugar común no es un mero entretenimiento para historiadores. Al hacer públicos sus últimos datos sobre gasto militar mundial el pasado 22 de abril, el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) advertía en nota de prensa: «los Estados están dando prioridad a la fuerza militar, pero corren el riesgo de entrar en una espiral de acción-reacción en un panorama geopolítico y de seguridad cada vez más volátil».

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2024

La «otredad» política se fundamenta en algo enteramente distinto [a conseguir «bazas de representación política» más o menos amplias y más o menos honradamente gestionadas]: en la construcción de ámbitos públicos voluntarios de interrelación social, abiertos y, sobre todo, capaces de autodeterminarse. […] Su germen es el asociacionismo voluntario: la entrega voluntaria de actividad y tiempo personal puestos en común con otros para realizar objetivos compartidos.

Juan-Ramón Capella
«Otra manera de hacer política», Los ciudadanos siervos (1993)

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