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Juan-Ramón Capella

Disfrutar el arte

Comentario y silencio

Trotta,

Madrid,

2024,

237 págs.

Antonio Giménez Merino

Sin poderlo saber, Juan-Ramón Capella dejó póstumamente a sus lectores una pieza de gran valor, un regalo: este bello, educativo y espléndidamente editado ensayo sobre arte. Hay que agradecer al equipo editorial de Trotta, primero de todo, el delicado trabajo de composición de las ilustraciones que sirven de pie a la lectura, siguiendo con celo las indicaciones del autor. Una cualidad que se aprecia nada más hojear el libro.

«No todo vale» es la afirmación que sirve de guía a la lectura del libro y con la que éste concluye. Frente a la intensa comercialización del arte padecida en los últimos decenios, se reivindica aquí la formación autónoma del gusto, de una manera de mirar atenta a los hechos sociales, a las circunstancias que hacen posible el diálogo con lo representado, pero que parta también del propio mundo interior, del silencio.

Por esas razones, quien esté familiarizado con la obra de Capella encontrará en este libro sus principales constantes: la consideración de los bienes culturales como productos universales, el consiguiente rechazo a la mercantilización del mundo, la importancia de la economía moral de la multitud, su fuerte impronta pedagógica y la atención, al mismo tiempo, por el propio universo del lector. Todas esas cosas se expresan, por ejemplo, en sus propuestas para una política cultural museística que parta de una consideración del arte como patrimonio de todos, o en su predilección por los artistas que retratan a perseguidos, pobres, trabajadores, inocentes, desposeídos.

Lo bello, ya se sabe, es un predicado subjetivo. En consecuencia, el lector podrá o no coincidir con las apreciaciones estéticas y morales del autor (sirva de ejemplo su distanciamiento del abstractismo), con su selección (personal, pues no pretende hacer una historia del arte y ni siquiera «guiar», sino «compartir, estimular») de artistas y obras que le han conmovido o interesado. Sin embargo, no es eso lo que preocupa a Capella, sino suscitar curiosidad y despojar en lo posible a quien lee de los sedimentos de ideas preconcebidas sobre el arte que impiden penetrar en él de una manera natural, con los ojos, digamos, de un niño. Se hace así presente, en todo momento, la importancia de comprender la mirada del artista y de su época, pero también la del espectador al cual va dirigida su obra.

De las muchas apreciaciones útiles contenidas en este ensayo, destacaremos dos.

En primer lugar, la afirmación de que «En el mundo del arte no existe el progreso, solo el cambio», con la que Capella se distancia del tiempo histórico que ha conducido a la cosificación del arte, sabiendo reconocer la cualidad del artista en su trabajo de experimentación y distanciamiento, en la medida de lo posible, de los condicionantes crematísticos de la vida y de sus modas. Se reivindica de esta manera la posibilidad, aun en las condiciones del presente, de resistir a esa aspiradora todopoderosa que llamamos «progreso» y a la percepción lineal del tiempo asociada a ella (ahí reaparecen sus reflexiones sobre Benjamin), contribuyendo así a un mundo por lo menos más amable.

No menos interesante, en segundo lugar, resulta la memoria de Capella al recordar, con gran precisión, obras de arte contempladas mucho tiempo atrás y sin ayuda de reproducciones. Ello sólo es posible por su costumbre meditada —y he aquí una de las muchas enseñanzas del libro— de no empacharse en sus visitas a los museos, sino haber aprendido a seleccionar lo que se va a ver y reparar en ello, que es lo contrario del frenesí visual al que hoy en día nos tiene habituados el turismo cultural.

En la hora de su ausencia, no han faltado crónicas acerca de la significación de la obra de Juan Ramón Capella que tratan de encasillarle a través de fórmulas imposibles, pero reconducibles a un cierto orden (académico, político, moral). Lo que estas críticas sólo intuyen —con suerte—, pero no alcanzan a comprender, es la profundidad del sentido moral de su obra, el hecho de que sus elecciones hayan venido siempre condicionadas por un hondo sentido colectivo del ethos, lo que muchas veces implica también renuncia. Esta es la clave principal, creo, para comprender la muestra de obras y artistas, y su comentario, que el lector tiene ante sí en este magnífico libro. Un libro que permite comprendernos mejor a través del arte.

19 /

4 /

2024

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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