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Josep Torrell

Uno de los nuestros

Roberto Longhi, Caravaggio

Trad. de José Ramón Monreal

Elba, Barcelona, 2022, 152 págs.

 

El título de esta reseña es, en realidad, una cita textual del prólogo de Artur Ramon, quien dice: «Caravaggio es un invento moderno». No se trata de una boutade. Es absolutamente cierto. Cuando Michelangelo Merisi (alias Caravaggio, 1571-1610) murió a la orilla de Polo Ercole (cárcel de Nápoles) era un hambriento y un enfermo de malaria, mientras corría, camino a Roma, la barca con sus medios y las últimas pinturas que guardaba. Muerto Caravaggio, «se acabó la rabia». O, por lo menos, así era para la aristocracia, los artistas célebres, los obispos o todos los benefactores de la iglesia.

Algunos críticos de arte de los siglos XIX y XX empezaron a reivindicar la peculiaridad de Caravaggio. Aunque el desencadenamiento de su éxito se produjo en Milán en 1952, con la Mostra di Caravaggio e dei Caravaggeschi, precisamente confeccionada por Roberto Longhi (1891-1970). La muestra fue un éxito internacional. En parte, debido a que las obras de Caravaggio estaban dispersas por todo el mundo. Al año siguiente, Longhi escribió el Caravaggio (y en 1968 hizo una edición más fiel y aumentada). Fue, pues, el primer libro sobre Caravaggio, y aún hay quien tilda de aventuradas algunas de sus ideas («hay que preguntarse si», «también es lícito preguntarse si no es un cuadro de los últimos días napolitanos», etcétera) o quien pone al pintor en una situación bastante contrapuesta a la de Longhi. Éste casi no es consciente de que había convertido a Caravaggio en uno de los pintores más prestigiosos del siglo XX. Me atrevería a decir que este pequeño libro es fundamental para conocer las decisiones y las pinturas de Michelangelo Merisi.

En 1592, Caravaggio se trasladó a Roma, la ciudad de los estados pontificios. La ciudad estaba dominada por poderosas familias de cardenales, así como por el papa y sus séquitos. Más allá, estaba «la plebe», los harapientos y humildes trabajadores (sin oficio fijo) de la ciudad, que también era un cobijo de prostitutas y tahúres. Los pintores de Roma luchaban desesperadamente entre sí por conseguir los encargos que podían hacerlos famosos.

Caravaggio tuvo que someterse a los límites de la contrarreforma. Vivió en la miseria y padeció malaria, fue un hombre rudo, representó en sus pinturas a la gente que encontraba en la calle: homosexuales, prostitutas que eran sus amantes, o bien a viejos trabajadores sin ninguna relación con la cuestión del arte. Iba por los barrios bajos, con una espada por si las cosas se torcían.

El estilo barroco era el absolutamente exigido para cualquier artista que se preciara. Aunque Merisi utilizó sus propios métodos para pintar. Y la consecuencia fue la inmediata retirada de los lienzos. En 1596 pintó Cesta de frutos: una naturaleza muerta, aunque solo el cesto, sin nada alrededor. En 1597 hizo el Descanso en la huida a Egipto, que es un caso bíblico, pero él pintó dos sacros y en medio un ángel bellísimo que desencadena las versiones fragmentadas: una oscura para José, y en la otra la virgen y el niño, con el bello ángel dividiendo el cuadro. En 1600 empieza las obras más famosas (y también que le proporcionaron mayor envidia): El martirio de san Mateo, y La vocación de san Mateo. Fue el pintor más famoso de Roma… pero también el que suscitó mayor rencor entre quienes querían obtener reconocimiento. Tampoco tuvo buena relación con los prelados ni con la gente del papado (con excepciones).

Caravaggio trabajó de modo excepcional con la luz, el tenebrismo y el claroscuro; utilizaba un espejo para concretar la luz, socavando todo lo que hay alrededor; siempre trabajó sobre lienzos, pues era el modo de que, si se acababa prohibiendo un cuadro, en vez de destruirse pudiera ser ocultado (algo imposible con un fresco). Así, varias obras quedaron en los fondos de la iglesia y pudieron ser conservadas por otros patrones, y distribuidas por todo el mundo.

El cuadro La muerte de la virgen mostró el tema, pero el modelo sagrado fue cambiado por la pintura del cuerpo muerto de una prostituta llamada Ortaccio, que hasta entonces era una de las rameras del círculo privado de Caravaggio. Esto fue inmediatamente descubierto (Roma era pequeña), los que provocó el escándalo y que los carmelitas se apresuraran a esconder el cuadro a toda prisa. Con las cosas aún calientes, el 29 de mayo de 1606 Caravaggio mató a un sargento, después de un juego en el campo: parece que se trató de un accidente, pero las autoridades –que venían haciendo la vista con las actividades del pintor entre la plebe— decidieron perseguir esta vez al pintor.

Caravaggio huyó a lugares periféricos de Roma, pero finalmente marchó hacia Nápoles, capital del Reino de las Dos Sicilias (bajo poder de los españoles). Ahí, en 1607, el pintor perseguido realizó Siete obras de misericordia, representadas en siete personajes. La obra fue aclamada, así como las que la siguieron. Pero Caravaggio tuvo una nueva pelea, que dejó varios heridos graves españoles. Huyó de nuevo, a Malta, en 1608. Retrató al canciller y su cuadro fue muy reconocido por las autoridades isleñas. En 1609 volvió a Nápoles, aunque antes pintó La resurrección de Lázaro, un cuadro con el tema sagrado en el pie del margen y otro margen (sin tema pictórico) asemejando la nada, que repetirá en algunos de los siguientes cuadros. Este cuadro maltés parece un Goya y un Turner del siglo XIX.

A pesar de su influencia sobre otros autores, siempre quedan subyacentes los modos inventados por Caravaggio.

Víctima de un ataque con navajas por un par de desconocidos, hizo embalar sus pertenencias y embarcarlas rumbo a Roma. Cuando faltaban dos días para partir, las autoridades de Polo Ercole le detuvieron y le encerraron, en espera de su identificación. Tardaron justamente dos días. Al salir de presidio, Caravaggio fue rápidamente hacia el puerto, pero la barca había partido. Él —aún convaleciente del ataque— corrió hambriento y herido por la playa, tras la barca que se alejaba por el horizonte. Tenía 38 años aquel 29 de julio de 1610.

Esta fue vida del pintor. Artur Ramon muestra además su influencia en el cine, con ejemplos de citas de Pier Paolo Pasolini (alumno de Roberto Longhi en Bolonia y presente en la Mostra di Caravaggio e dei Caravaggeschi) o de Martin Scorsese. Aunque el responsable del claroscuro en el cine fue el director de fotografía Gianni De Venanzo, en la película Los indiferentes (1964) de Francesco Maselli, con un guión basado en la novela de Gli indifferenti de Alberto Moravia, sobre la caída social de una vieja familia aristocrática (y el ascenso de un vulgar burgués). De Venanzo utilizó los nuevos focos de luminosidad (que iluminaban poco) y marcó en el suelo las posiciones de los actores, con lo que consiguió una fotografía nunca vista. El origen era Caravaggio.

Casi todo ello está en Caravaggio, un libro muy pequeño y, como es de suponer, sin fotografías. Pero no es un gran problema, porque sus cuadros pueden verse, por ejemplo, aquí. Leer y ver a Caravaggio es una de las cosas que uno no se puede perder.

[Versión revisada del texto publicado en Espai Marx]

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2024

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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