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Aníbal Malvar

Casinos tumban gobiernos

Lo de que el futuro de España se juegue en un casino a mí me parece que tiene mucho glamour. Somos los Ocean’s Eleven de Europa, qué carajo. El latin-lover ha muerto. Larga vida al ludo-spanish. Porque un macrocasino, el Hard Rock de Tarragona, no solo ha obligado a adelantar las elecciones catalanas, sino que nos ha dejado a los españoles sin presupuestos para 2024. Supera eso, Donald Trump. Nuestro destino se juega en una mesa de blackjack, con sus tahúres y sus ases en la manga. Imaginando metáforas, somos una nación de naciones insuperable.

El presidente catalán, Pere Aragonès, ha tenido que abrir las urnas porque su partido, ERC, y el PSC, no han conseguido convencer a los Comuns para que acepten la construcción de un macrocasino de capital estadounidense en Vilaseca, y ahí sí que se han roto Catalunya y España.

Según los rumorosos, fueron los socialistas de Salvador Illa los que exigieron impulsar el Hard Rock para aprobar las cuentas. ERC tragaba el proyecto con más asco que vergüenza, pero para los socialistas era un Eldorado irrenunciable, una prioridad política defendida con más ansia que cualquier proyecto contra la corrupción, la violencia machista o el cambio climático. Y aquí podemos desarrollar una interesante subtrama.

Salvador Illa saltó a la popularidad como ministro de Sanidad al que pilló la pandemia. Con su aspecto de Mortadelo que no sabe hacer reír, tenía toda la pinta de señor poco carismático, hasta que el COVID le otorgó un protagonismo inesperado y, seguro, no querido. Su talante educativo, nada crispado, y su sabia gestión lo convirtieron en uno de los políticos más valorados de España. Era el rostro de la salud, de la vida, para todo un país. No se serigrafiaron camisetas con sus gafas de pasta porque estábamos enclaustrados y no había dónde lucirlas.

Ahora aquel rostro de la salud y la vida, inexplicablemente, tiene como prioridad política para su tierra construir un macrocasino con sus empleados precarios, su alto coste medioambiental, su horterez, sus prostitutas high-standing, sus tiendas de lujo donde no vas a poder comprar nunca y su incitación a arruinarte en una noche creyéndote Nicolas Cage.

Aquel Illa casi mítico del COVID está empecinado ahora en erigir una fábrica de ludópatas. Un exministro de Sanidad fabricando enfermos. No se entiende cómo no tiene reparos en mancillar su imagen convirtiéndose en adalid de este palacio hortera de la ludopatía. Está cometiendo lo que los académicos de la lengua calificamos como ayusada, que es el arte de gobernar renunciando a la decencia y a la razón.

Otra de las subtramas de esta historia de casinos y trileros que llama la atención es la de su inviabilidad. O sea, que ese casino, realmente, no se puede construir. ¿Por qué, entonces, cambiar en su nombre los destinos de una nación? Dependiendo de los resultados de las elecciones catalanas, la causa del Hard Rock puede llegar a desestabilizar los frágiles equilibrios parlamentarios sobre los que levita el funambulista Pedro Sánchez. Si no hay más remedio que convocar elecciones generales tras los inciertos resultados de Catalunya y Europa (lo de Euskadi se espera menos tempestuoso), a lo mejor en poco más de medio año vemos al fascismo sin complejos instalado en el Gobierno de España después de casi medio siglo. Qué gran regalo, para los futuros historiadores, poder escribir que Franco, Hitler y Mussolini volvieron a invadir España jugándosela en un casino.

La historia de este macrocasino que ha mudado el rumbo de España se remonta a 2012, cuando anuncian el proyecto el presidente de La Caixa, Isidro Fainé; un emprendedor acusado de estafar y arruinar a los pequeños accionistas de su empresa en 2007, de nombre Enrique Bañuelos, y que fue exonerado del presunto timo por Baltasar Garzón con la vieja excusa de que “el querellante debería haber examinado mejor los riesgos de su inversión” (o sea, dice el juez: hazte un máster en Harvard antes depositar los ahorros de tu jubilación), y Artur Mas, cuyas hazañas conoceréis todos y no veo necesario glosar ahora.

Aparte de lo hortera y enfermizo, Hard Rock nació con un problema insolventable: el complejo consumiría 12 millones anuales de litros de agua, más o menos la cuarta parte del agua que llega por el trasvase del Ebro a Tarragona, para que os hagáis una muy húmeda idea. Catalunya vive hoy con restricciones de agua. Y la agenda europea 2030 a lo mejor no ve lo del casino con buenos ojos, a no ser que en las próximas elecciones continentales la ultraderecha negacionista arrase y pasemos a combatir el cambio climático poniendo macetillas con geranios en las macrogranjas y en las centrales nucleares, y rezando rosarios.

No sé por qué, malicio que la campaña de Salvador Illa no se va a centrar en la reivindicación del macrocasino Hard Rock. Pero debería. Por alguna razón, es hoy el proyecto político estrella que tiene el PSC para la Catalunya futura, según nos dictan los acontecimientos. Ya ha provocado un adelanto electoral en los països y la muerte de unos presupuestos nacionales. El casino puede tumbar incluso la legislatura progresista. Un casino haciendo historia. Eso no se veía desde la época en que el mafioso Bugsy Siegel fundó Las Vegas. España es poesía.

[Fuente: ⎨Diario⎬Red]

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2024

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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