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Soledad Bengoechea

Orígenes de un «sindicato patronal» de combate

Los industriales de la construcción de Barcelona a principios del siglo XX

El Ensanche barcelonés: un espacio abierto a la inversión[1]

Hacia la segunda mitad del siglo XIX se conjugaron en el área barcelonesa diversos factores que crearon las condiciones perfectas para la formación de un mercado de la vivienda en expansión, y la creación de una industria de la construcción dedicada tanto a la edificación de casas como a las obras de urbanización de la ciudad. Treinta años después del derribo de las murallas, se habían construido más de sesenta mil edificios. A finales del siglo, la ciudad tenía alrededor de medio millón de habitantes y solo diez años después había 587.411 censados. La ciudad condal entraba en el último cuarto de siglo en plena euforia expansiva y la Exposición Universal de 1888 fue un elemento clave que impulsó esta expansión.

El desarrollo de la urbe barcelonesa no fue una tarea aislada, fruto de unos cuantos industriales, sino una obra colectiva. La burguesía catalana de aquellos años tenía una especial predilección por la inversión inmobiliaria. A pesar de que la euforia expansiva se había desacelerado, hacia el año 1900 se construyeron en Barcelona alrededor de cinco mil viviendas anuales, con una inversión de unos veinte millones de pesetas de la época.[2] Buena parte de este capital provenía de la repatriación de las fortunas de los indianos, después de las pérdidas de las colonias de ultramar. Otra parte procedía de la acumulación de la riqueza de origen agrícola, generada gracias a la producción y exportación de vino facilitada por la destrucción de la viña francesa a causa de la filoxera.

Este desarrollo, unido al auge del Modernismo en la arquitectura, transformaba la fisonomía ciudadana confiriéndole unas características determinadas. A la vez, ello creaba unas necesidades en su infraestructura urbanística. Era patente la urgencia de emprender un plan que tuviera en cuenta amplios proyectos de obras públicas, para proporcionar gas a las nuevas viviendas, canalizar el agua, urbanizar las nuevas calles, etc. En este proceso fue determinante la intervención de los poderes públicos, sobre todo del Ayuntamiento, ya que constituyó una demanda solvente que atrajo capital financiero hacia ese sector. Un buen ejemplo de ello es la estrecha relación establecida entre el Consistorio y el Banco Hispano Colonial. El comienzo de la construcción de obras públicas a un ritmo progresivo se tradujo en la creación de grandes empresas, como el Fomento de Obras y Construcciones, SA (FOCSA).

La expansión de Barcelona y las primeras grandes empresas constructoras

El primer antecedente de FOCSA se encuentra en Piera, Cortinas y Compañía, empresa que, bajo el régimen de colectiva, fue fundada el 18 de marzo de 1893 por Salvador Piera Jané, Narcís Cortinas Batllori y Josep Torres Ferran. Tres años después de su fundación se habían incorporado como socios los hermanos Antoni y Josep Piera Jané. El año 1900 quedaba definitivamente constituida FOCSA. Que el nuevo siglo prometía grandes beneficios a los industriales de la construcción lo ponen de manifiesto las memorias de la entidad: «La actividad de “FOCSA”, ya desde sus inicios, queda patente en sus primeros beneficios, que ascendieron a 125.349,70 pesetas, desde julio a diciembre de 1900».[3]

El auge de las obras públicas posibilitaba el auge de otras industrias, como las dedicadas a la fabricación de materiales para la construcción. El subsector de más demanda fue el de cemento artificial. La Compañía General de Asfaltos y Portland (ASLAND) fue la primera fábrica de España productora de cemento y se estableció en la Pobla de Lillet. En 1914, al ampliarse la empresa, la factoría de Montcada y Reixach pasó a ser la primera gran empresa productora de portland en Cataluña.

Los conflictivos obreros de la construcción

Al finalizar la Exposición del 1988, un gran número de inmigrantes que habían llegado a Barcelona atraídos por la demanda de trabajo que ofrecía la construcción de aquellas obras, quedaron sin ocupación. La situación perduró, y los cinco primeros años del nuevo siglo fueron espantosos para los oficios de la construcción: paletas, carpinteros, marmolistas y pintores padecieron una crisis sin precedente. A pesar de ello, el año 1905 entre Barcelona y su provincia se contabilizaron 15.229 trabajadores en el área de la construcción, y 7.114 más dedicados a la madera y al corcho.[4] Los continuos paros en el sector produjeron un fuerte malestar entre los trabajadores, que desembocó en un gran número de huelgas. Ello produjo un gran malestar entre los empresarios del sector. Una de las características de estos industriales es que solían ser empresarios modestos y, por tanto, muy vulnerables. Cuando se les presentaba una huelga les era difícil resistirla por mucho tiempo sino contaban con el apoyo de otros compañeros. Muchas veces tenían que apelar a medidas radicales, como cerrar la empresa, para poder rendir a los huelguistas. La práctica de recurrir al lockout se fue haciendo cada vez más frecuente entre la patronal del sector de la construcción.

El auge y la modernización de las empresas dedicadas a las obras públicas produjeron profundos cambios en la estructura laboral tradicional del sector de la construcción. Junto con los obreros que estaban a caballo entre la modernidad y la tradición, que realizaban su trabajo de una forma artesanal, muy individualizada, surgían ahora los obreros sin especialización, que eran, en general, una mano de obra inmigrante y barata (sin contratos laborales, con jornadas de trabajo largas y salarios bajos…). A principios de siglo había importantes núcleos de obreros sin cualificar en la construcción. La tendencia fue que los patronos contratasen a este tipo de trabajadores en detrimento de sus compañeros más profesionalizados. De la mano de sectores menos tradicionales, más ligados a formas típicas de trabajo capitalista, surgían nuevos modelos sindicales.[5]

La eventualidad y la irregularidad del trabajo que se desarrollaba en este sector, unido a su peligrosidad, eran factores que favorecían el aumento de la combatividad entre los obreros dedicados a la construcción.

Movilización de los contratistas y los maestros de obras

Cuando en 1892 Josep Sabadell Giol inició el camino de la estructuración de la patronal de la construcción, ocupaba el cargo de alcalde de Gracia por el partido conservador. Gracia entonces era un pueblecito que cinco años después quedó anexionado a Barcelona. Allí, Sabadell tenía su negocio de contratista de obras. Comenzó su tarea organizativa después de una serie de huelgas en los oficios de la construcción. Para ello utilizó unas estructuras que ya existían, que tenían sus raíces en la Edad Media. Aquel año formó una sociedad que era heredera del antiguo gremio: El Centro de Contratistas de Obras, que ya se definió como de «Barcelona». Entonces, Sabadell tenía treinta y cinco años de edad. Ocho años después, ejerciendo ahora de concejal del Ayuntamiento barcelonés, hizo un paso más en este proceso al unir esta asociación con la del Gremio de Maestros Albañiles, que también fue un antiguo gremio, unión que dio lugar a una organización unitaria que, curiosamente, tampoco era una novedad, sino que ya había tenido vida en el pasado: era el centro de Contratistas y Maestros Albañiles. Declaraba que abarcaba, o quería abarcar, «Barcelona y sus contornos». En 1907, esta organización tendría 135 asociados y editaría una revista, La Edificación Moderna.[6]

Desde la perspectiva que nos concede el paso del tiempo, la figura de Josep Sabadell, artífice de la fusión de las sociedades citadas, se nos aparece como constante y tenaz. Más adelante se verá cómo este hombre, que ya era miembro de una organización de raigambre —el Fomento del Trabajo Nacional—, fue capaz de llevar adelante un importante proyecto: la fusión de los gremios de la construcción y del metal catalanes en una nueva asociación patronal unitaria que tomó forma de federación. Una Federación que presentaría unas características diferentes de las que sustentaba el Fomento: era una verdadera sociedad de resistencia. Pero Sabadell también intentaría algo que aún parece más difícil: la fusión de aquello que él retóricamente denominaba «clases medias» españolas, en realidad la clase industrial y comercial, en una Confederación Patronal Española. Ello ocurrió el año 1914 en la ciudad de Madrid. Dotado de una gran capacidad de organización, Sabadell fue un verdadero líder patronal, liderazgo que solo se vio truncado en diciembre de 1914, cuando una epidemia de gripe que asolaba la ciudad condal acabó con su vida. Su viuda e hijos le sucedieron en el negocio de contratación de obras instalado en pleno corazón de la barriada de Gracia.

Algo que destaca de la personalidad profesional de Sabadell era su dualidad, es decir, que actuaba activamente tanto en el mundo de la política tradicional del juego de partidos como en el terreno más corporativista del asociacionismo empresarial. Es indudable que esta doble faceta permitía a este personaje tener acceso al control de unas parcelas de decisión más amplias. Ahora bien, se ha de destacar que ese dualismo no era privativo de Sabadell, sino que durante aquellos años se repitió con frecuencia. Entre la misma lista de socios que configuraban la nueva organización de patronos de la construcción, se constata que algunos de ellos estaban relacionados por vía de parentesco con regidores del Ayuntamiento de Barcelona. Esta estrecha relación de regidores y contratistas de obras se ha de entender en su contexto: momentos de auge para las industrias de la construcción, sobre todo de las que se dedicaban a las obras públicas. Es fácil pensar que tener acceso a contratos para la realización de estas obras ocasionaría en muchas ocasiones fricciones entre los mismos contratistas. Lo que sí es cierto es que abundaban los casos en que miembros de asociaciones patronales de la construcción tenían vinculaciones con regidores barceloneses, que en muchas ocasiones eran republicanos.

Es lógico pensar que uno de los objetivos que el Centro de Contratistas trataba de alcanzar era poder incidir en los órganos de decisión políticos locales. Pero todo indica que la aspiración más importante era lograr la recíproca protección entre los contratistas de obras y los maestros albañiles ante las reivindicaciones obreras, sobre todo ante las huelgas. Con el fin de controlar los conflictos desde el momento de su nacimiento el centro proyectó la creación de una sociedad de crédito, una especie de caja de resistencia, haciendo un paralelismo con las cajas de resistencia de las organizaciones obreras. Las cajas permitirían también hacer frente sin ceder a los conflictos, al tiempo que declarar lockouts, o amenazar con ellos.

Durante el mes de enero de 1902, los anarquistas consiguieron hacer de Barcelona el escenario de una huelga general de una semana de duración. Pasados aquellos sucesos ocurrió un hecho que resultaría fundamental para la historia de la ciudad de Barcelona: a la junta directiva del centro de Contratistas se incorporó un hombre: Félix Graupera Lleonart, contratista de obras de profesión. Más adelante se verá como Graupera, en calidad de líder de los patronos de la construcción, llegó a ser el presidente de la Federación Patronal de Barcelona —un verdadero “sindicato patronal”— durante los años en que esta organización patronal tuvo más protagonismo. Graupera había nacido en Barcelona el año 1873, y falleció asesinado por hombres de la FAI en Arenys de Mar durante el verano de 1936, poco después de iniciada la Guerra Civil.

Organización de otros empresarios de la construcción

Como se va poniendo de relieve, los profundos cambios que se sucedieron a principios del siglo XX alterando la fisonomía de Barcelona repercutían en el quehacer de los industriales de la construcción.

El sector de la madera, por ejemplo, era muy vulnerable. Había experimentado un gran auge en momentos de gran demanda, cuando se tenía que construir un gran número de puertas y ventanas para colocar en las nuevas viviendas. Fue entonces cuando los carpinteros introdujeron la mecanización. En muchos talleres se utilizaban sierras mecánicas, lo que provocaba el descontento de muchos obreros, por el paro que provocaba. Ello suscitaba muchos conflictos en el sector. Entonces, la patronal de la madera se asoció en unas estructuras ya subyacentes y formó el centro de Carpinteros Matriculados.[7]

Por su parte, 74 patronos pintores, después de una huelga de sus oficiales enrolados en La Fraternal, formaron el 14 de junio de 1900 la Unión y Montepío de Maestros Pintores. Uno de sus objetivos, el más destacado, era deshacer esa sociedad, La Fraternal. Un hombre que resultará indispensable para el futuro de la patronal de Barcelona fue el empresario pintor Josep Pallejà i Vendrell. Pallejà ocupará el cargo de secretario de la Federación Patronal de Barcelona/Cataluña desde los años 1913 a 1930. El proceso se daba paralelo al que se vivía en el ramo de los pintores obrero. Recordemos que Salvador Seguí, el Noi del Sucre, era de oficio pintor.

En aquellos años, el proceso de unión patronal se fue dando también en el caso de los azulejeros, marmolistas y yeseros, que comenzaren a organizarse. Siempre, como ya era tradición en estos industriales de la construcción, en sociedades que eran herederas de antiguos gremios.

En resumen, puede decirse que, a finales de la primera década del siglo XX, los industriales de la construcción estaban asociados en sociedades específicas, de oficio, todas ellas herederas de antiguos gremios. Ahora bien, se constata que la dispersión era la norma. Tal y como sucedía con el movimiento sindical obrero, aunque algunos líderes patronales intentaron una articulación general de los patronos del sector en el marco de la nueva ciudad, este sueño no era fácil conseguir. Costaría llegar a una estructuración unitaria real.

Articulación de los empresarios metalúrgicos

Desde finales del siglo XIX, los obreros metalúrgicos venían creando serios problemas a sus patronos. En este sector los conflictos eran muy duros, porque las relaciones laborales se habían ido deteriorando progresivamente. Entonces, las sociedades obreras que se habían ido creando durante el diecinueve experimentaron un fuerte crecimiento. Cuando se inició el siglo XX, estas sociedades de oficio eran ya muy numerosas; registradas en el Gobierno Civil se contabilizan hasta diecisiete, cuando había aproximadamente 9.858 obreros metalúrgicos en Barcelona; de hecho, estas sociedades ya se habían articulado en una Federación metalúrgica.[8] Entonces, la patronal del sector inició un proceso de cohesión.

El proceso de articulación de los empresarios del metal corrió paralelo al que se había dado en el sector de la construcción. También las sociedades patronales del metal eran herederas de antiguos gremios. Justo iniciado el nuevo siglo, unos patronos del metal resucitaron un antiguo gremio que tomaba el nombre de Sociedad de Industriales Mecánicos. Sus impulsores fueron un empresario de la empresa Hijos de Narciso Grau y Marcelino Casajuana. Poco después, también se unían los patronos de otro oficio del ramo del metal: los metalistas, y reorganizaban el Gremio de Industriales Metalarios. Aunque los mecánicos y los metalarios se articulaban por separado, el contacto entre ambas sociedades debía ser estrecho, ya que compartían el mismo domicilio social.

La Federación de las Industrias de la Construcción

A medida que de organización en sociedades patronales de oficio se consolidaba, siempre en relación directa con la acentuación de los conflictos, los patronos tendieron a cohesionar entre ellas estas asociaciones. De tal manera que, como veremos, durante la primera década del nuevo siglo el terreno estaba adobado para que floreciese una Federación Patronal, que aglutinaría desde entonces los patronos de la construcción y del metal.

Este fenómeno de articulación patronal corría paralelo al que se daba entre los obreros. En noviembre de 1910, se decidió la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Influidos por el sindicalismo francés, los sindicalistas adoptaron una posición radical, declarando que el sindicalismo tenía que ser un medio de lucha que posibilitase un cambio revolucionario, y que la dirección de la producción tenía que quedar en manos de los sindicatos. Respecto de la huelga general, se decidió que sería revolucionaria. Durante aquel mismo otoño de 1910, en la ciudad condal estallaron un gran número de conflictos, y a primeros de septiembre tuvo lugar una huelga general. Según uno de sus testimonios: «lentamente el paro fue extendiéndose, afectando incluso a Sabadell con una virulencia como no había conocido otra igual desde la huelga general de 1902».[9] Las reivindicaciones de los huelguistas giraban alrededor de la misma cuestión que motivó la huelga de 1901/1902: conseguir las nueve horas de jornada laboral en lugar de las diez que trabajaban regularmente.

Aquella huelga hizo posible estructurar una gran parte de la patronal catalana en una Federación Patronal. Todo indica que la formación de esta nueva organización corrió paralela al hecho de que, durante la celebración del Congreso que decidió la constitución de la CNT, los obreros considerasen la posibilidad de que los oficios similares se articulasen en federaciones. La evidencia de esta constatación indica que, sin duda, tanto los obreros como los patronos se copiaban sus estrategias de acción. Progresivamente, como se verá, esta táctica se irá produciendo de una manera ininterrumpida al largo de estos años, cuando unos y otros se unieron durante los mismos periodos de tiempo.

Estas asociaciones de oficio enrolaban una variada cantidad de empresas, incluso algunas de tipo artesanal. Ahora bien, el hecho de que estas asociaciones pasasen a articular y pertenecer a una Federación Patronal, de estructura vertical, no quiere decir que perdiesen su identidad como tales sociedades de oficio, de estructura horizontal.

La nueva Federación situaba su domicilio social en una zona de Barcelona que tomaba entonces una fisonomía cosmopolita: la Rambla de Canaletes, 6-1º (el mismo lugar donde después se situó la Federación Patronal de Barcelona, heredera de esta nueva organización).

Haciendo un repaso retrospectivo de los procesos que se han descrito hasta aquí, puede decirse que las sociedades patronales de resistencia que comenzaron a proliferar a finales del siglo XIX tenían su momento de auge cuando se producían conflictos. Después, entraban en un proceso que podríamos denominar de letargo. Solamente en el momento en que se producían enfrentamientos con sus obreros, los patronos acudían en masa a sus organizaciones de resistencia. Por ello, no es casual que la Federación de las Industrias de la Construcción se fundara coincidiendo con los importantes conflictos en Barcelona.

La primera junta directiva de la nueva Federación se organizó el 26 de octubre de 1910, en plena huelga de metalúrgicos y carreteros. Significativamente, el cargo de secretario recayó sobre Octavi Domènech Vendrell, el cual representaba la Sociedad de Mecánicos y Metalarios, a la vez que presidía las agrupaciones metalúrgicas del Fomento del Trabajo Nacional. Como presidente había un contratista de obras, concretamente el ya mencionado paladín patronal Josep Sabadell.

Uno de los objetivos por los cuales se creaba la Federación de las Industrias de la Construcción era tratar de evitar las huelgas —o, si estas se producían, poderlas contestar con un lockout—. Unas finalidades ya marcadas en los propios estatutos. Los objetivos más importantes de la Federación ponían claramente de manifiesto que se constituía como un sindicato patronal que se opondría a los obreros con las mismas armas utilizadas por ellos. De hecho, se revelaba con una verdadera herramienta de resistencia ante lo que percibía como dos amenazas: un movimiento obrero cada vez más estructurado que provocaba innumerables huelgas y una posición reformista del gobierno que a menudo desconcertaba a la patronal.

En definitiva, la constitución de esta Federación en 1910 ponía de relieve que la estrategia de la patronal de la construcción, ya esbozada en los objetivos del centro de Contratistas, pasaba por la unión de todos los industriales del ramo; e incluso de las del sector del metal y las industrias de la madera. De hecho, en aquella organización quedaban englobados tres de los sectores más punteros de aquellos años: construcción, metal y madera. El sector del textil se iba organizando de manera paralela. Las cabezas visibles eran Josep Sabadell, contratista de obras, que fue el personaje más significativo por su papel de aglutinador e impulsor del proceso, Josep Alberto Barret,[10] patrón importante del metal, concretamente gerente de la empresa Industrias Mecánicas Consolidadas —que estaba integrada dentro del Fomento del Trabajo Nacional— y director de la Escuela de Ingenieros Industriales. El sector de la madera enviaba a la Federación como representante a su líder, Félix Comas. Por último, puede nombrarse a Josep Pallejà, de oficio maestro pintor.

1915: Los patronos se articulan por ramos de industria

En diciembre de 1914, víctima de una epidemia de tifus, moría en Barcelona Josep Sabadell Giol. Con su desaparición, los cargos que aglutinaba su persona se diversificaron. La presidencia del Centro de Contratistas recayó sobre Joan Renom Giralt, y el liderazgo de la Federación Patronal de las industrias de la Construcción fue asumido por Camilo Mota Barruel. Dos meses después, ya se discutía la renovación de los estatutos de la Federación y se anunciaba la publicación de una revista, Boletín.

Mientras Europa estaba sumida en una espantosa guerra mundial (1914-1918), España permanecía neutral, pero su economía no fue ajena al conflicto. Con las exportaciones a los países beligerantes, muchas empresas se enriquecieron, necesitaron más mano de obra y muchos emigrantes llegaron a Barcelona. Por otra parte, la ciudad se llenó de espías alemanes y de dobles espías y devino cosmopolita, pero también peligrosa.

Mientras la guerra creaba situaciones complejas, en las industrias de la construcción comenzaron a producirse de nuevo conatos de conflictos. Desde 1915, los oficios de la edificación fueron unos de los más afectados por las huelgas; solo el textil los superó. De estas huelgas, pocas acabaron en derrotas. En mayo de 1915, el secretario de la Federación, el industrial pintor Josep Pallejà, determinó que la Federación de las Industrias de la Construcción, adelantándose a lo que después harían los anarcosindicalistas, se estructurarían por Agrupaciones de Ramos de Industria y que tratarían de abarcar todo el territorio catalán. Entonces mismo se constituyó la primera, llamada Agrupación A (Ramos de la Construcción), y se acordó que los patronos federados dispusieran de un carnet acreditativo.[11] En febrero de 1916 esta Federación se legalizaba y se atrevía a publicar un programa de contenido económico único para todos los industriales federados. Este proceso se llevaba a cabo paralelamente al que los obreros de la edificación, liderados por Seguí, comenzaban a llevar a cabo (estaban formando una Federación de los Ramos de la Construcción, en un intento de sindicar a todos los trabajadores del sector), una evolución que concluiría en 1918.

A finales de 1916, en el local social de la Federación de los Ramos de la Construcción se creaba una oficina de información que pondría al alcance de todos los patronos de la construcción toda clase de datos sobre precios y condiciones de todos los materiales del oficio. Se creaba, también, un Museo de la Construcción con la finalidad de ejercer como bolsa de contratación. Era un sueño: constituía la forma de tener controlado el mercado de trabajo y de excluir de el a los obreros más conflictivos.

Los líderes de los empresarios de la construcción justificaban los esfuerzos que hacían a favor del asociacionismo empresarial con el lema: «los patronos se quejan de que no tienen una voz que los defienda en el Parlamento, ni ley eficaz que los ampare». Y, entonces, la Federación se arrogó el derecho de redactar un modelo de contrato de trabajo, para implantarlo cuando lo creyese conveniente.

Mientras, los cenetistas, celebraron durante el mes de junio de 1918 el conocido como Congreso de Sants. Durante sus actos, se pusieron las bases de las futuras luchas obreras, como la huelga de La Canadiense. La decisión más importante que se tomó en dicho Congreso fue el cambio organizativo de los sindicatos, propuesto por Salvador Seguí. Hasta ese momento los sindicatos se organizaban por oficios. A partir de entonces, se articularían por sectores, por ramos de industria (al igual que lo hacían los patronos), de manera que el alcance de las huelgas y las protestas sería más amplio. Con la nueva estructuración, el número de afiliados a la CNT creció rápidamente, llegando a la cantidad de 400.000 afiliados. El panorama descrito manifiesta como patronos y obreros se copiaban sus fórmulas organizativas con el fin de tener más agilidad para la lucha.

Entre la organización patronal, una comisión secreta, acabada de formar, elaboró un modelo de contrato de trabajo. Sus miembros habían sido nombrados por un Directorio que durante el verano de 1918 se había constituido en el seno de la Federación de los Ramos de la Construcción, presidida por un antiguo líder patronal, Félix Graupera. Esta comisión secreta se constituyó paralelamente a que el abogado asesor de la Federación, Ferran Benet, comenzase a redactar un nuevo reglamento a partir del cual se colocaban las bases para formar —o refundar— una nueva Federación Patronal. Este nuevo reglamento confería a la Federación de las Industrias de la Construcción una gran autoridad. Probablemente, la decisión de otorgar a esta comisión la connotación de secreta era para eludir la acción del poder público, en el caso de que se presentase algún problema, y para evitar los atentados u otro tipo de represalias contra sus integrantes. Se ha de tener en cuenta que esta comisión sería la encargada tanto de dar la orden para declarar un lockout, uno de los motivos fundamentales por las que se creaba, como para sancionar a los patronos federados que no siguieran sus consignas.

Constituida la comisión secreta, sus decisiones fueron aplaudidas por los patronos federados. Algunas de estas conclusiones señalaban lo siguiente: «Confiemos y esperemos serenamente las órdenes que recibamos de la citada Comisión [secreta] y como un solo hombre cumplámoslas, que haciéndolo así haremos fuerte a la Federación y con ello y por ella serán respetados nuestros derechos». Según se decía, la comisión nacía como respuesta a la «interminable serie de conflictos» que tenían como protagonista la clase obrera, a «los atentados personales», que se consideraba que no eran «debidamente castigados» y a los «sabotajes, secuestros y allanamiento de morada».[12]

En diciembre de 1918 la redacción del nuevo reglamento estaba casi finalizada. Siguiendo las consignas de unidad lanzadas por la directiva de la Federación, cada vez eran más las sociedades que pasaban a integrarla. Fue el caso del potente Centro de Contratistas de Obras Públicas de Cataluña, dirigido por Joan Miró Trepat (al que algunas fuentes acusan de sufragar pistoleros). Este industrial pronto sería un hombre clave en la Federación. En aquel ambiente de euforia debido a la gran afiliación, la Federación presionó al Fomento del Trabajo Nacional para que hiciese gestiones cerca del gobierno referentes a la cuestión de los atentados personales. Es obvio que se querían definir las funciones a que estarían abocadas estas dos organizaciones: el Fomento haría de grupo de presión cerca del gobierno y la Federación plantaría cara abiertamente a la CNT. Esta división de poderes pronto se pondría de manifiesto: mientras desde el Fomento y la Cámara de Industria se solicitaba al gobierno es establecimiento de fórmulas corporativas —como la sindicación obligatoria y única por ramos de industria para patronos y obreros—, la Federación instaba a los patronos a que hiciesen «política de calle», al tiempo que les alertaba que se preparasen para un posible lockout.[13]

A principios de febrero de 1919 comenzaba en Barcelona una huelga que ha pasado a la historia como huelga de La Canadiense. Duró 44 días y tuvo una importancia crucial para el mundo laboral español: entonces se consiguieron las 8 horas de jornada laboral.

Fundación de la Federación Patronal de Barcelona

Paralelamente al desarrollo de la huelga de La Canadiense, en marzo y abril de 1919, aquella Federación de las Industrias de la Construcción articulada por ramos de industria que había ido funcionando durante años anteriores se legalizaba de nuevo, y tomaba el nombre de Federación Patronal de Cataluña —aunque de momento siempre apareció como Federación Patronal de Barcelona—. Tradicionalmente liderada por industriales de la construcción, reformaba una vez más sus estatutos y se asignaba un nuevo reglamento. En una ciudad paralizada, la unión patronal en una organización de resistencia se percibía como un elemento decisivo para acabar con los conflictos. Así, en calidad de secretario general interino de la Federación Patronal, Josep Pallejà, exponía lo siguiente:

Acta de constitución de la Federación Patronal de Barcelona. En la ciudad de Barcelona, en el día 12 de marzo de 1919 y en el domicilio social de la antigua Federación Patronal de los Ramos de la Construcción de Barcelona, Rambla de Canaletas, 6-1.º, reunidos los Sres. Delegados de las entidades inscritas en la misma, diose cuenta de haber sido aprobados por la autoridad Gubernativa los Estatutos reformando la antigua Federación y leídos que fueron declaróse constituida con arreglo a dichos Estatutos la Federación Patronal de Barcelona.[14]

En la primera reunión que la Federación celebró después de su reestructuración se eligió el primer Directorio. Pues bien, cabe señalar que todos los miembros que salieron elegidos pertenecían a las industrias de la construcción.

Los estatutos de la nueva Federación reflejaban los propósitos de los hombres que estaban detrás. Se pretendía que la organización tuviese unas competencias hasta ahora desconocidas en el mundo organizativo empresarial. Nuevamente salía a la palestra la cuestión de intervenir corporativamente cerca de los poderes oficiales, ya que se quería intervenir en todo lo referente a las medidas legislativas relacionadas con problemas laborales. En suma, fundamentalmente se pretendía crear un nuevo modelo de contrato de trabajo y quitar competencias al Instituto de Reformas Sociales (IRS).

Pero, además, la pretensión de la Federación era establecer un control absoluto sobre el funcionamiento de sus sociedades adheridas. Un ejemplo: estas tenían la obligación de comunicarle cualquier indicio de conflicto que surgiese en alguno de los oficios que la integraban. Además, el control se pretendía que fuese más allá del ámbito barcelonés, ya que se especificaba que las asociaciones podían ser de cualquier punto de Cataluña. Para hacerse socias de la nueva Federación, las sociedades tenían que pagar una cuota de entrada, uno de los medios con que se contaba para su financiación. Ahora bien, esta cuota variaba según el número de obreros que tuviese cada empresa afiliada. Esta premisa llevaba aparejada una jerarquización dentro de la organización; en otras palabras, la última decisión la tendrían los empresarios que tuviesen un número más alto de obreros, en detrimento de los pequeños patronos.

Este control también afectaba a los obreros: finalmente se hacía realidad el crear una bolsa de trabajo; su función más destacada sería romper las huelgas. Para ello, la Federación dispondría de un fichero, donde obligatoriamente figurarían todos los datos personales de los asalariados de los patronos federados. En caso de huelga, la bolsa facilitaría a los patronos afectados los obreros que se considerasen adecuados para reemplazar a los huelguistas. Se proyectaba, también, crear un seguro de enfermedad, casas baratas y una escuela de aprendices para los hijos de los obreros. En definitiva, desde la Federación se quería ahora hacer realidad la ilusión y esbozada en otras ocasiones: controlar de cerca no solamente la vida laboral, sino también el mundo social y personal de los trabajadores.

Otro punto giraba alrededor del tema del lockout. De entrada, se señalaba que todos los patronos de un idéntico ramo industria estaban obligados a secundar las consignas de un lockout cuando cualquier problema planteado en un sector durase más de dos días. Ahora bien, en el caso de que una huelga durase más de veinte, todos los patronos federados tenían la obligación de sostener el lockout siempre que así lo estipulase el Directorio de la Federación. Para ayudar a aguantar los posibles lockouts, se preveía la creación de un seguro mutuo de huelgas.

La virulencia que tomó la huelga de La Canadiense fue el motor que aceleró el proceso de reconstrucción de la Federación Patronal de Barcelona. En aquel contexto, el sueño de articular toda la patronal catalana en un Sindicato Patronal Único, siguiendo el modelo de la CNT, ya no se presentaba a los ojos de los patronos como una utopía, sino como una realidad.

El presidente de la Federación Patronal de Barcelona era un hombre del que ya se ha hablado con anterioridad: Félix Graupera Lleonart, el antiguo líder carismático de los patronos de la construcción. Ni más ni menos que desde 1902.

Para acabar: y he aquí que se decretó el lockout

La cohesión interna a la que la Federación Patronal de Barcelona había llegado durante la primavera de 1919 se consolidó durante el otoño. Fue entonces cuando se le afiliaron los sectores punteros de la economía catalana (sobre todo el metal y el textil, pero también la energía, el transporte y otros; el apoyo de la payesía no llegó hasta mediados de 1920), algo que invalida la teoría orientada a sostener que esta Federación Patronal solo era la organización de las clases medias empresariales. Así, la Patronal consiguió una fuerza incontestable y se vio capaz de comenzar un lockout empresarial —que tuvo una duración de 84 días—. Apoyado también por los partidos políticos situados a la derecha y por las sociedades donde alternaba la burguesía, se desencadenó en Barcelona y en otras ciudades catalanas industriales, aunque la intención de sus inductores era parar toda España.

La patronal catalana pensaba que el lockout podría conseguir una doble finalidad: substituir el gobierno liberal por otras fórmulas alternativas, y clausurar de forma definitiva la CNT. Para los patronos, el sueño era que, si la movilización se dirigía también a cuestionar el sistema democrático existente, la violencia que normalmente acompaña a un lockout permitiría a los patronos cumplir esos dos propósitos indicados. Sobre todo, el que hablaba de fórmulas alternativas, que podían traducirse en fórmulas corporativistas. Se ha hablado antes de ellas, del modelo de sindicación obligatoria y única que defendía la Patronal, es decir, del encuadramiento de patronos y obreros en un mismo sindicato, articulado por ramos de industria. Dicha articulación no se veía difícil, como aquí se ha visto, puesto que desde mediados de la segunda década del siglo los patronos —en la Federación de las Industrias de la Construcción— y los obreros —en la Confederación Nacional del Trabajo— ya se veían organizando por ramos de industria.

Como balance final, cabe decir que para los obreros el lockout significó una humillación, mucho sufrimiento y una derrota. ¿Y para los patronos? ¿Qué significó el lockout para la patronal? En las memorias del Fomento del Trabajo Nacional, correspondientes a finales del año 1920, las pérdidas ocasionadas por aquel cierre patronal se cifran en más de mil millones de pesetas (de la época). La pregunta que se impone es, ¿le valió la pena? Probablemente la respuesta fue negativa, y con ello se entiende por qué los patronos siguieron conspirando hasta conseguir hacer realidad el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923.

Para acabar, cabe señalar que, en aquel contexto, el del lockout, fue donde la Federación Patronal de Barcelona, heredera de aquellas sociedades de la construcción, de origen gremial, que se fundaron en Barcelona a principios del siglo XX, pudo demostrar hasta qué punto era un sindicato patronal de combate.

Notas

  1. Este artículo desarrolla una parte del libro de Soledad Bengoechea Organització patronal i conflictivitat social a Catalunya, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1994.
  2. TAFUNELL, X., La construcción residencial en el crecimiento económico de Barcelona (1845-1897), tesis doctoral, 3 vols., Barcelona, UAB, 1998, vol. I, pp. 325-328.
  3. 75 Aniversario 1900-1975. Fomento de Obras y Construcciones, S.A., Barcelona, 1975.
  4. GABRIEL, P. «La población obrera catalana, ¿una población industrial?», en Estudios de Historia Social, núms. 32-33, enero-junio de 1985, pp. 191-232.
  5. GABRIEL, P., «El marginament del republicanisme i l’obrerisme», en L’Avenç, núm. 85, Barcelona, 1985, pp. 37-38.
  6. El gremio pervive en la actualidad como Gremio de Construtores de Obras de Barcelona.
  7. EL CCM, cuyos orígenes se remontan al año 1400, pervive actualmente con el nombre de Carpinteros, ebanistas y similares de Barcelona.
  8. GABRIEL, P., «La población obrera catalana, ¿una población industrial?», op. cit., p. 234.
  9. El testimonio fue el conservador Josep Monegal, industrial del textil. AFAM, «Carta de José Monegal i Nogués a Antonio Maura», Barcelona, 15 de septiembre de 1910, legajo 69.
  10. El 8 de enero de 1918 fue asesinado a tiros.
  11. Actas de la Unión y Montepío de Maestros Pintores, mayo de 1915.
  12. La Construcción, Barcelona, 1918.
  13. Ibídem.
  14. Archivo del Gobierno Civil, Expediente de Asociaciones núm. 9722.

[Soledad Bengoechea es doctora en Historia Contemporánea. Es miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” y de Tot Història, asociación cultural].

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2024

Señores políticos:

impedir una guerra

sale más barato

que pagarla.

Gloria Fuertes
Poema «Economía»

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