¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Clare Daly
Los pecados de la Comisión
Cómo Europa se vio abocada a apoyar los crímenes de guerra de Israel en Gaza
Durante la mañana del sábado 8 de octubre, al conocerse los atentados cometidos en el sur de Israel, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, hizo una declaración en X: “Condeno rotundamente el atentado llevado a cabo por los terroristas de Hamás contra Israel. Se trata de terrorismo en su forma más despreciable. Israel tiene derecho a defenderse de unos ataques tan atroces”.
Ursula von der Leyen repitió este mensaje a lo largo del día, también en un acto en Burdeos, donde declaró que “L’UE se tient aux côtés d’Israël” (“La UE está con Israel”), y en otro tuit, en el que reiteraba que “Israel tiene derecho a la autodefensa” y afirmaba que “la UE […] apoya a Israel hoy y en las próximas semanas”.
Sus declaraciones fueron desacertadas por varios motivos. Para empezar, tergiversó la ley. Israel —como cualquier Estado soberano—, según la legislación internacional, tiene derecho a la autodefensa con arreglo al artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Sin embargo, tal y como confirmó el Tribunal Internacional de Justicia en 2004, ese derecho únicamente se aplica a los ataques armados de un Estado contra otro Estado[1]. Gaza no es un Estado soberano, sino un territorio ocupado por Israel. De ello se deduce que Israel no puede invocar el artículo 51 en respuesta a un ataque por parte de grupos armados en Gaza. El derecho de legítima defensa de Israel simplemente no se aplica a los sucesos del 7 de octubre.
Esto no significa que Israel no tenga derecho por ley a garantizar su seguridad interna o la seguridad de su población, por ejemplo, mediante una respuesta policial. Pero Israel siempre invoca el “derecho a la autodefensa” porque es una propaganda eficaz. Se considera inaceptable que un Estado responda a un problema de seguridad interna como hace siempre Israel, que es desplegando sus fuerzas armadas sobre una población civil de cuyo bienestar es responsable. Sin embargo, si Israel puede engañar a la opinión pública internacional para que considere que esta situación es una guerra convencional y no el mantenimiento del orden de una ocupación, entonces su embestida parecerá menos fuera de lugar y se rebajarán los estándares a los que se somete a Israel. Al repetir como un loro esta mentira de la propaganda israelí, Von der Leyen apuntaló el falso discurso de la “guerra” que permitió lo que se avecinaba.
Desde un punto de vista moral, las declaraciones de Von der Leyen eran claramente execrables. Cualquiera que conozca la historia de la ocupación israelí sabía lo que Israel iba a hacer la mañana del 7 de octubre. Cuando se encuentran con la violencia de un pueblo colonizado, las potencias coloniales suelen responder vengativa y desproporcionadamente. Llegan a la conclusión de que no es su propio terror y dominación colonial lo que ha provocado la violencia, sino que no ha habido suficiente de lo anterior. Ejercen la misma violencia sobre esa población pero multiplicada por diez. Se ensañan. Este patrón se repite a lo largo de la historia. Siempre que los ocupados contraatacan, los ocupantes, ebrios de poder y enfermos de ira, se cobran un terrible precio en sangre.
Israel no es ajeno a la tradición del sadismo colonial. Sus despiadados ataques militares contra Gaza nunca han cesado antes de que se haya alcanzado una proporción astronómica de víctimas palestinas e israelíes. En lo que se denomina el “conflicto entre Israel y Palestina”, entre 2005 y 2014, según cifras recogidas por la organización israelí de derechos humanos B’Tselem, murieron 23 palestinos por cada israelí. A pesar de las mentiras y más mentiras de los portavoces israelíes, estas campañas siempre han implicado ataques indiscriminados contra civiles, incuestionables para cualquier observador honesto, y que posteriormente y de forma independiente se ha confirmado que han supuesto una violación flagrante del derecho internacional.
Por tanto, Ursula von der Leyen no puede alegar de manera fehaciente que no sabía cómo iba a responder Israel. Cuando hizo sus declaraciones iniciales, podría haberse limitado a deplorar los ataques contra civiles, expresar su simpatía por las víctimas y hacer un llamamiento a la paz y la calma. En lugar de ello, anunció que la UE apoyaba a Israel “hoy y en las próximas semanas”, sin ninguna matización ni advertencia, sabiendo perfectamente lo que esas semanas traerían consigo. Ante la opinión pública respaldó, voluntaria e incondicionalmente, lo que sabía que sería una masacre de una magnitud sin precedentes en nombre de la Unión Europea (UE) y de sus 448 millones de ciudadanos.
Incluso ya al final de ese primer día, los acontecimientos habían demostrado la temeridad de su postura. Israel había tomado represalias con ataques aéreos sobre Gaza, que según el Ministerio de Sanidad de Gaza habían matado al menos a 230 palestinos y herido a 1.610. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, prometió esa noche una “venganza poderosa” y que Israel “convertiría en ruinas” todos los lugares en los que “se esconde Hamás”, lo que en la jerga tradicional del Gobierno israelí significa la totalidad de Gaza. “Salid de allí ahora mismo”, advirtió a una población civil que no podía obedecer porque lleva dieciséis años allí prisionera de Israel, la mayor parte de ese tiempo bajo su mandato.
Nada de esto dio tregua a Ursula von der Leyen. Un minuto después de la medianoche, tuiteó una fotografía del edificio Berlaymont situado en la rotonda Schuman de Bruselas, la sede de la Comisión Europea donde tiene una vivienda privada en la decimotercera planta. En su lateral se proyectaba una imagen gigante de la bandera israelí. “Israel tiene derecho a defenderse, hoy y en los días venideros”, escribió Von der Leyen. “La Unión Europea está con Israel”. A lo largo del día siguiente, mientras Israel declaraba formalmente la guerra y aumentaba el número de víctimas mortales, continuaron los mensajes en el mismo sentido, en los que se manifestaba su “firme apoyo a Israel” y se mostraban edificios de la Comisión cubiertos con banderas israelíes. El domingo 8 por la tarde, cuando el número de muertos por los incesantes ataques aéreos israelíes en Gaza se acercaba a 413, Von der Leyen volvió a tuitear la imagen de Berlaymont y declaró: “Estamos con Israel”.
Estas declaraciones de Von der Leyen no sólo carecían de fundamento jurídico y moral. También eran contrarias a los hechos. Para empezar, no se había consultado a los ciudadanos de la Unión Europea, que se representa a sí misma como un sistema democrático. Pronto dieron a conocer su opinión. En el plazo de una semana, había comenzado la sucesión más importante de movilizaciones a gran escala desde la guerra de Irak de 2003 en ciudades de toda Europa (a pesar de las prohibiciones preventivas a las muestras públicas de solidaridad con Palestina impuestas en muchos países). Contrariamente a las afirmaciones de Von der Leyen, era evidente que un gran número de europeos no “estaban con Israel” mientras bombardeaba un campo de prisioneros ocupado y asediado.
Por añadidura, las declaraciones de Von der Leyen se salieron de la política permanente de la UE respecto a Israel y Palestina. Ciertamente, la UE mantiene con Israel una de las colaboraciones más estrechas con un tercer país, basada supuestamente en “valores democráticos compartidos” y “el Estado de derecho”. El volumen total de comercio entre Israel y la UE ascendió a 46.800 millones de euros en 2022. En la década anterior a 2020, casi el 30% de las transferencias internacionales de armamento convencional a Israel procedían de estados miembros de la UE, por valor de 4.100 millones de euros. Israel goza de un acceso privilegiado a la financiación de la UE para investigación, con 1.280 millones de euros de fondos públicos destinados a solicitantes israelíes, muchos de los cuales son universidades y empresas con puestos clave en la industria armamentística israelí.
La base jurídica de esta entrañable relación es el Acuerdo de Asociación de 1995 entre la UE e Israel. Aunque el “respeto de los derechos humanos y los principios democráticos” se estipula como base “esencial” del acuerdo, las atrocidades israelíes nunca han provocado su suspensión. Cuando Israel derriba centros educativos construidos con fondos de la UE, o cuando los programas de espionaje israelíes se ven implicados en escándalos políticos europeos, las facciones conservadoras proisraelíes de la política de la UE ponen trabas a fin de proteger a Israel de una auténtica rendición de cuentas. Los alemanes partidarios de Israel y la extrema derecha húngara promueven la desinformación y hacen campaña sin descanso para bloquear la ayuda europea a Palestina dentro del presupuesto de la UE. La UE se opone oficialmente a la expansión de los asentamientos israelíes, pero los amigos de Israel en Europa se aseguran de que nunca haya consecuencias materiales.
Objetivamente, la mayoría de la política de la UE es, por tanto, proisraelí. Sin embargo, al menos sobre el papel, la UE siempre se ha escondido tras una fachada liberal internacionalista. Aunque rara vez ha defendido los derechos de los palestinos, la UE ha intentado evitar un apoyo explícito, unilateral e incondicional a Israel. Practica la ambigüedad alardeando de ser el mayor donante internacional a los Territorios Ocupados –incluso cuando gran parte de esta ayuda en la práctica se duplica como subvención a la ocupación israelí—; abogando por una solución de dos Estados –aunque haciendo poco para conseguirla–; y profesando su compromiso de defender el derecho internacional –para quedarse de brazos cruzados mientras Israel lo incumple—. Sin embargo, las intervenciones de Von der Leyen no dan lugar a equívocos. Incluso en el plano retórico, ninguno de los compromisos tradicionales de la UE era compatible con el apoyo incondicional a Israel mientras perpetraba crímenes internacionales contra la población y el territorio que ocupaba.
En resumen, las afirmaciones de Ursula von der Leyen de que la UE apoyaba a Israel mientras atacaba a la población civil eran jurídicamente erróneas porque invocaban el derecho de Israel a la autodefensa aunque no fuera aplicable; moralmente erróneas porque autorizaban a Israel a cometer crímenes de guerra; y objetivamente erróneas porque muchos europeos se oponían al ataque militar de Israel, mientras que la política de la UE era incompatible con dar luz verde a la devastación de Gaza. Pero no se trata únicamente de que las declaraciones de Von der Leyen traslucieran desconocimiento de la situación y fueran terribles y destructivas, sino que además no estaba legitimada para hacerlas. No le correspondía a ella decir esas cosas.
Jugar a ser presidenta
Que lo que dijo Ursula von der Leyen estuvo fuera de lugar no es obvio para mucha gente. Así es como se sale con la suya, por lo que merece la pena explicarlo. Von der Leyen es “presidenta”, lo cual parece muy importante. También se la ve haciendo cosas presidenciales, como dar conferencias de prensa y viajar a zonas de guerra para posar para las fotos. Así que cuando esta persona aparentemente tan importante y visible se pone delante de las cámaras y dice que “la UE está con Israel”, muchos se fían de su palabra. Seguramente, razonan, a esta persona no se le permitiría hacer eso y las cámaras no estarían grabando si ella no estuviera al mando. Aunque discrepemos radicalmente de sus declaraciones en nombre de la UE, debemos suponer que ejerce la función de una autoridad democrática legítima cuando las hace. ¿No es así?
Pues no. Von der Leyen no tiene ninguna autoridad para hablar en nombre de la UE sobre asuntos exteriores. La prensa internacional, aficionada a la taquigrafía y desinteresada por el funcionamiento interno de la UE, ha adquirido la costumbre de tratarla como a una homóloga del presidente de Estados Unidos: la titular del “puesto más alto de la UE”. Pero esto es falso. En la UE mandan los veintisiete estados miembros. Toman las decisiones colectivamente en un órgano llamado Consejo. A la Comisión, dirigida por Von der Leyen, se le delegan ciertas competencias en determinados ámbitos políticos. La política exterior no es una de ellas. Cada Estado miembro lleva a cabo su propia política exterior. Cuando lo desean, los estados miembros se reúnen en el Consejo y negocian por consenso una “posición común”, en la que cada Estado miembro tiene poder de veto. Así se hace la política exterior de la UE. La presidenta de la Comisión no pinta nada.
Después del 7 de octubre el Consejo veía las cosas de otro color. El funcionario de la UE responsable de expresar la política exterior común del Consejo —es decir, la posición oficial de la UE— es el alto representante para Asuntos Exteriores Josep Borrell, socialdemócrata español. Desde el principio, sus pronunciamientos fueron más comedidos que los de Von der Leyen. El 7 de octubre, conforme a una declaración acordada entre los estados miembros y publicada en el sitio web oficial del Consejo esa misma mañana, Borrell tuiteó que la UE deploraba la pérdida de vidas y recordaba “la importancia de trabajar por una paz duradera y sostenible”. Esta declaración era sin duda un esfuerzo por cuadrar el círculo entre la política tradicional de la UE, la línea dura que surgía de Washington, los estados miembros proisraelíes como Alemania y Chequia, y los estados miembros que defendían los derechos palestinos como Irlanda, España y Eslovenia. El Consejo se mostró “solidario con” Israel, en lugar de apoyar a Israel. En nombre de la UE, Borrell matizó el “derecho de Israel a defenderse” con la crítica advertencia “conforme al derecho internacional”.
Esto significaba que, a medida que los cadáveres se amontonaban en Gaza, en la UE no había una sino dos políticas exteriores sobre la crisis existente. Una legítima, que procedía del Consejo, intentaba lograr una cierta apariencia de equilibrio y reconocía las obligaciones vinculantes impuestas por el derecho internacional a todas las partes. Entretanto, una posición independiente, formulada sobre la marcha por alguien que se hacía pasar por la líder de la UE, apoyaba inequívocamente a Israel y no ponía ningún tipo de restricción a su conducta. Von der Leyen conocía la posición del Consejo, y si siguió proclamando el apoyo incondicional de la UE a Israel a pesar de todo, no fue por casualidad. De forma deliberada estaba señalando una línea diferente a la prensa, al público y al mundo, y desafiaba al Consejo a que la detuviera. Fue la incapacidad del Consejo para reafirmar su autoridad, su incapacidad para reprender siquiera verbalmente la usurpación de funciones por parte de Von der Leyen, lo que envalentonó a esta y a otras figuras de la política de la UE para seguir presionando y echar aún más leña al infierno de Gaza.
El lunes 9 de octubre, la “guerra” de Israel entró en una nueva fase. Mientras los portavoces seguían alimentando a los medios de comunicación occidentales con los mensajes habituales de que Israel hacía todo lo posible por evitar daños a civiles, estos se vieron desautorizados por un torrente de declaraciones genocidas por parte de políticos israelíes. “¡Nakba para el enemigo ya!”, tuiteó Ariel Kallner, diputado del Likud en el Parlamento israelí. “La guerra no es contra Hamás, sino contra el Estado de Gaza”, dijo May Golan, ministro del Gobierno. “Borrad Gaza”, exigió el vicepresidente del Parlamento, Nissim Vaturi. “¡Nada podrá satisfacernos más!”. Dijeran lo que dijeran los propagandistas, el castigo a todos los gazatíes por las acciones de unos pocos era evidentemente la posición predominante en Israel. Y pasó a ser la política militar manifiesta. El ministro israelí de Defensa, Yoav Gallant, anunció que había ordenado “un asedio total a la Franja de Gaza”, una estrategia explícita de castigo colectivo. “No habrá electricidad, ni alimentos, ni agua, ni combustible, todo está cerrado”, dijo. “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”.
A partir de ese momento, durante las semanas de masacre posteriores, una población de dos millones de personas, confinada y sometida a incesantes bombardeos desde el aire, se enfrentaría también a la inanición, la deshidratación y la privación de electricidad para instalaciones esenciales como los hospitales. Esta política fue condenada por las organizaciones internacionales como crimen de guerra. Ya era hora de que la UE rectificara, se distanciara de Israel y exigiera que se respetara el derecho internacional. En lugar de ello, entró en escena un aliado clave de Von der Leyen, el comisario húngaro Oliver Varhelyi, de extrema derecha y manifiestamente proisraelí, que aprovechó la oportunidad para hacer algo que llevaba años intentando: cancelar la ayuda de la UE a Palestina. “La escala de terror y brutalidad contra #Israel y su pueblo es un punto de inflexión […]. No se puede seguir como hasta ahora”, tuiteó mientras anunciaba una “revisión” de la ayuda al desarrollo que ofrece la UE a Palestina por valor de 691 millones de euros. “Se suspenden todos los pagos inmediatamente”, dijo, sugiriendo que incluso la ayuda humanitaria estaba bloqueada.
Esta decisión habría sido atroz en cualquier contexto. Pero tras la imposición por parte de Israel de un asedio ilegal ese mismo día, fue absolutamente diabólica. Gran parte de la ayuda de la UE se destina a la Autoridad Palestina, que gobierna en Cisjordania, no en Gaza. Al declarar la congelación de la ayuda incluso a esta administración palestina rival, que no tenía presencia en el campo de batalla ni estaba implicada en el ataque del 7 de octubre, Varhelyi comprometía a la UE con una verdadera política extremista de castigo colectivo. El anuncio fue inmediatamente condenado por la sociedad civil internacional y suscitó la preocupación de la Secretaría de las Naciones Unidas. En este punto, por fin, el Consejo encontró su voz. “No hay base legal para una decisión unilateral de este tipo por parte de un comisario individual”, informó a la prensa el Ministerio irlandés de Asuntos Exteriores. “No apoyamos la suspensión de la ayuda”. Otras capitales, así como el propio Borrell, hicieron declaraciones similares. En cuestión de horas, la Comisión se vio obligada a dar marcha atrás. Se procedería a una revisión, dijo la Comisión, pero no habría suspensión de pagos. Varhelyi había actuado solo, concluyó la prensa.
Al día siguiente, martes 10 de octubre, en una reunión de urgencia del Consejo, una “abrumadora mayoría de ministros” afirmó que “los fondos de la UE no deben suspenderse”. La declaración del Consejo también pedía “la protección de los civiles”, “que se permita el acceso de alimentos, agua y medicinas a Gaza” y volvía a matizar el “derecho a la autodefensa” de Israel con la necesidad del “pleno respeto del derecho internacional humanitario”. Una vez más, sin embargo, el Consejo no reprendió directamente a Von der Leyen ni su política exterior paralela. El Consejo había reprendido a Varhelyi, pero como comisario húngaro perteneciente al partido del malo de la película favorito de la Europa liberal, el primer ministro Viktor Orbán era un blanco fácil. Habitualmente consentido por Von der Leyen y eximido de la posibilidad de hacerle rendir cuentas, no era más que un síntoma. El origen de la podredumbre era la propia presidenta de la Comisión. Al señalarlo, el Consejo le entregó a Von der Leyen un chivo expiatorio y un cheque en blanco para todo lo que ocurrió inmediatamente después.
En ese momento, la cifra de palestinos muertos por los indiscriminados bombardeos israelíes se acercaba a los 900 y había más de un cuarto de millón de desplazados internos. Ese mismo día, el coordinador israelí de la ayuda humanitaria en Gaza dijo en un vídeo publicado en Internet: “A las bestias humanas se las trata como corresponde”. “No hay electricidad, no hay agua, sólo daños. Queríais el infierno, tendréis el infierno”. Sky News informó de que un portavoz de defensa israelí había prometido que “Gaza acabará convirtiéndose en una ciudad de tiendas de campaña. No habrá edificios”.
La opinión pública mundial tenía cada vez más claro que Israel estaba inmerso en un frenesí genocida. Una avalancha de mensajes, imágenes y vídeos en Internet de gazatíes de a pie estaba proporcionando a la opinión pública mundial una ventana sin precedentes a la realidad del asalto israelí. A pesar de los esfuerzos de la propaganda israelí por deshumanizar a las víctimas, y a pesar de la cobertura selectiva y sesgada de los medios de comunicación tradicionales, la concienciación en Europa y América aumentaba descomunalmente, y pronto desembocaría en manifestaciones multitudinarias a favor de un alto el fuego. Si la Unión Europea hubiera aprovechado este momento para aclarar su postura y hubiera puesto en vereda a la Comisión y eliminado la ambigüedad respecto a su posición oficial, su prestigio ante la opinión mundial podría haber sido salvable. La UE podría haberse distanciado retóricamente de la matanza de Israel sin hacer nada para oponerse a ella; este paso mínimo le habría evitado a la UE una inmensa pérdida de reputación. La UE incluso podría haber hecho lo correcto y haber empleado todos los instrumentos diplomáticos y legales a su disposición para presionar a Israel en favor de un alto el fuego. Nada de esto ocurrió y, ante esta ausencia, Von der Leyen siguió dirigiendo su política exterior a través de las relaciones públicas. Al final de la semana, a ella y a sus aliados se les había permitido plantar la bandera de la UE en el centro mismo del genocidio que estaba teniendo lugar en Gaza. Millones de ciudadanos contemplaron horrorizados cómo la vacuidad de los compromisos de la UE con los derechos humanos y el derecho internacional quedaba expuesta de forma definitiva e irreversible.
Un “momento solemne”
En la tarde del miércoles 11 de octubre se escenificó un “momento solemne de solidaridad con las víctimas de los atentados terroristas en Israel” en la escalinata del edificio del Parlamento Europeo en Bruselas. Este espectáculo mediático fue organizado por la colega de Von der Leyen en el Partido Popular Europeo de centroderecha, la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola. Flanqueada por Von der Leyen, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y el embajador israelí ante la UE, Haim Regev, Metsola se situó frente a una hilera de banderas de la UE e Israel y, ante una multitud de unos cientos de personas, pronunció un discurso en el que condenó a Hamás por terrorismo y expresó su solidaridad exclusivamente por las víctimas israelíes. Mientras declaraba que “no es momento de ‘y tú más’” —es decir, de mencionar o reconocer a las víctimas palestinas mientras siguen cayendo bombas—, Metsola se dirigió al representante oficial del Estado que estaba cometiendo crímenes de guerra en la Franja de Gaza y le agradeció su presencia. “Esto es Europa”, dijo. “¡Estamos con vosotros!”. A continuación se le pidió a la multitud que guardara un minuto de silencio por las víctimas israelíes, tras lo cual sonó una interpretación del himno nacional de Israel, seguida del Himno a la alegría de Beethoven, himno oficial de la UE. Al difundirse la noticia en la prensa, Von der Leyen y Metsola publicaron fotografías en las redes sociales. “Europa está con Israel y su pueblo”, tuiteó Metsola.
Este acto fue un insulto orquestado a los palestinos de todo el mundo. Mientras Israel demolía una manzana de edificios de viviendas tras otra en Gaza, hicieron parecer que la UE únicamente era consciente de la humanidad de los civiles israelíes; como si los ojos europeos no vieran a los palestinos salvo como “terroristas”. El acto también dio la impresión de que no sólo se trataba de la postura de la Comisión Europea, sino también del Parlamento Europeo. El problema era que el Parlamento Europeo todavía no había adoptado una posición porque no se había reunido. No habría sesión hasta la semana siguiente, en la que se decidiría formalmente una posición. Pero eso ya no importaba. Pocas personas siguen las sesiones plenarias del Parlamento Europeo o leen sus resoluciones. El procedimiento democrático se había cortocircuitado. Metsola y Von der Leyen habían creado una imagen que decía más que mil palabras. Era la imagen que perduraría.
Mi colega parlamentario Mick Wallace y yo nos habíamos puesto en contacto con Metsola con antelación para prevenirla contra una presentación unilateral e instarla a que se asegurara de que en el acto se llorara a todas las víctimas civiles inocentes, tanto palestinas como israelíes. Se hizo caso omiso de esta petición hasta después de la celebración del acto. Otros parlamentarios europeos se pusieron en contacto con nosotros en privado y expresaron su acuerdo con nuestra preocupación, pero guardaron silencio en público. El clima de la política de la UE era tal tras el 7 de octubre que a los eurodiputados les aterrorizaba expresar cualquier objeción. La presencia del presidente del Consejo, Charles Michel, en la sesión fotográfica de Metsola probablemente se explica de forma similar. El acto, organizado al margen de cualquier procedimiento habitual, equivalía a un chantaje moral; las invitaciones enviadas en realidad eran ultimátums. Muchos decidieron dejarse llevar antes que arriesgarse a tener que explicar su ausencia a posteriori. Así fue como las instituciones y los partidos de la UE se vieron empujados por una facción radical de políticos proisraelíes a una actuación propagandística que eclipsó la postura oficial de la UE y de la que posteriormente sería difícil retractarse.
“Hamás es el único responsable”
El “momento solemne” fue una puesta de escena magnífica, pero Von der Leyen y Metsola tenían planeado un final aún más espectacular para el viernes 13, a finales de esa semana. Esa mañana, el número de muertos en Gaza ascendía a 1.500, entre ellos unos 500 niños, y otras 6.600 personas habían resultado heridas. Se habían lanzado 6.000 bombas, que destruyeron 752 edificios con 2.835 viviendas. Más de 423.000 personas se habían visto obligadas a abandonar sus hogares. Pero Israel no había hecho más que empezar. El ejército israelí dio una orden a los 1,1 millones de palestinos que vivían en la mitad norte de Gaza. Les dieron 24 horas para trasladarse, en masa, a la mitad sur de la Franja. Se preveía una invasión terrestre. La orden de evacuación fue condenada inmediatamente por organizaciones humanitarias y de derechos humanos. La ONU instó a que se anulara la directiva, ya que no podía obedecerse “sin consecuencias humanitarias devastadoras”. Decenas de miles de gazatíes empezaron a desplazarse; decenas murieron por los ataques aéreos israelíes mientras huían.
Mientras el ejército israelí intensificaba su asalto, acompañado de una declaración tras otra de intenciones genocidas por parte de la clase política israelí, Israel debería haber sido el último lugar en el que cualquier dirigente de la UE quisiera ser visto. Sin embargo, esa misma tarde, las presidentas Metsola y Von der Leyen decidieron aterrizar en Tel Aviv y meterse de pleno en situación participando en una visita propagandística a los lugares de los atentados del 7 de octubre. Ataviadas con chalecos antibalas, se colocaron torpemente entre una multitud de hombres mientras miraban fuera de cámara y expresaban su horror por los acontecimientos que habían tenido lugar una semana antes, pero sin hacer comentario alguno sobre la catástrofe que estaba teniendo lugar incluso mientras hablaban. Esa noche, ambas hicieron una declaración conjunta con el presidente israelí, Isaac Herzog, el cual repasó la habitual lista de mentiras israelíes sobre “escudos humanos” y palestinos que volaban sus propias infraestructuras, antes de que Metsola le reafirmara: “Estamos con vosotros”. Por separado, en una declaración conjunta con Netanyahu, Von der Leyen describió los ataques del 7 de octubre como “actos de guerra” y manifestó no sólo el derecho incondicional de Israel, sino también su “deber” de “defenderse”, al tiempo que le eximía de cualquier responsabilidad por las consecuencias: “Hamás es el único responsable de lo que está ocurriendo”.
Esto distaba mucho de la condición del Consejo de proceder “conforme al derecho internacional humanitario”. Llegados a este punto, la mejor manera de describir el comportamiento de Von der Leyen era como diplomacia no autorizada. Las alarmas sonaron con retraso en Bruselas. Por fin, algunos altos funcionarios empezaron a declarar de forma anónima contra Von der Leyen. El Financial Times informó sobre la preocupación de que “pudiera parecer que Von der Leyen respalda acciones militares que causarán un gran número de víctimas civiles y que rápidamente serán calificadas de crímenes de guerra”. Un alto diplomático declaró al periódico que “podríamos estar a punto de asistir a una limpieza étnica en masa”. Otro expresó su temor de que la UE “pague un alto precio en el hemisferio sur a causa de este conflicto”.
Insuficiente y tarde. Seguía sin haber una amonestación institucional explícita. El Consejo estaba desorganizado: como los estados miembros proisraelíes no estaban dispuestos a reprender a Von der Leyen, no había perspectivas de una declaración conjunta acordada por unanimidad en la que se le llamara directamente la atención. El resultado fue que Von der Leyen se salió con la suya. No importaba cuál fuera la posición formal del Consejo. Era invisible. Se eliminó cualquier esperanza de que la UE actuara como freno a Israel. Para cuando las instituciones pudieron desarrollar una posición a través de los procedimientos adecuados, se había creado un clima político que hacía inapropiado dar marcha atrás en las posiciones a las que Von der Leyen ya se había comprometido. Llegados a este punto, la cobardía política hizo acto de presencia y la inercia institucional hizo el resto: la UE continuó por un camino sin retorno y, semana tras semana, fracasaba a la hora de pedir un alto el fuego permanente, en contra de los deseos de muchos ciudadanos europeos. A 30 de noviembre Israel había matado al menos a 15.000 personas en Gaza y muchos miles más habían quedado sepultados bajo los escombros. Von der Leyen se salió con la suya. Consiguió que la Unión Europea apoyara incondicionalmente a un gobierno de extrema derecha en Israel en el momento exacto en que se embarcaba en una campaña de terror genocida contra una población civil indefensa.
Una “líder” que nadie pidió
Esto no sólo va en contra de la legislación de la UE. También es una afrenta a cualquier noción de democracia de la UE. La razón por la que la Comisión no tiene el poder de hacer política exterior es que los gobiernos de los estados miembros son elegidos democráticamente. El presidente de la Comisión no. Se nombra para un mandato de cinco años por decisión colectiva de los estados miembros y se confirma en el Parlamento. Ningún ciudadano ha votado a la presidenta Von der Leyen. Que intente dictar la política exterior de la UE es como si el secretario de Comercio de EE. UU. intentara pasar por encima de la Casa Blanca en una cuestión de seguridad nacional.
De hecho, incluso el nombramiento de Von der Leyen olía mal. Durante algunos años, como un espaldarazo a la democracia, ha habido un acuerdo informal de que el Consejo debía elegir al jefe del partido más grande del Parlamento. Sin embargo, tras las elecciones europeas de 2019, el “principal candidato”, Manfred Weber, fue bloqueado por Viktor Orbán y el resto de los Cuatro de Visegrado. También lo fue la segunda opción, el socialdemócrata holandés Frans Timmermans. Tras varias rondas de tira y afloja, se encontró una alternativa que Orbán y compañía apoyarían: una ministra de Defensa alemana de centroderecha, desconocida para el resto de Europa, y que en su día fue propuesta como sucesora de la canciller Angela Merkel antes de que su ministerio se viera envuelto en un escándalo por el que muchos de sus compañeros de partido querían expulsarla de la política alemana. Así es como Ursula von der Leyen acabó siendo presidenta de la Comisión Europea.
Una vez instalada en el cargo, Von der Leyen rápidamente consolidó su poder centralizando el control en un pequeño equipo. Inició su mandato en 2019 anunciando que dirigiría la primera “Comisión geopolítica”. Empleó una hábil maquinaria de relaciones públicas y un agudo sentido del teatro político para presentarse como la líder de la UE. Para ello ha contado con la ayuda de la Administración de Biden, que ha recompensado su sólido atlantismo tratándola como homóloga e interlocutora privilegiada. Reforzada así su posición, ha desarrollado el hábito de traspasar las prerrogativas de política exterior del Consejo, a menudo en beneficio de los intereses estadounidenses. Ha explotado sin piedad la invasión rusa de Ucrania para darse a conocer realizando visitas rutinarias a Kiev para fotografiarse con el presidente Volodímir Zelenski, motivo por el cual The New York Times la proclamó “inesperada líder en tiempos de guerra”. En 2023 firmó unilateralmente un pacto migratorio con Túnez en nombre de la UE sin el acuerdo de la mayoría de los estados miembros, lo que provocó que estos expresaran su “incomprensión” ante su decisión. En otras ocasiones, sus intentos de usurpar las funciones del Consejo han sido contenidos, como al parecer ocurrió cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, se adelantó a su intento de sabotear las relaciones de la UE con China y la invitó a la visita de Estado de Macron a Pekín, en la que a Von der Leyen se le asignó un papel secundario.
Sin embargo, un consenso entre veintisiete gobiernos para reprender este tipo de mal comportamiento tarda en materializarse y normalmente hay aversión a armar demasiado revuelo en la política de la UE por miedo a socavar la “unidad europea”. La mayoría de las veces, las artimañas de Von der Leyen son consentidas con asombrosa indulgencia por personas que deberían tener mejor criterio. En lugar de desenmascararla y obligarla a rendir cuentas, la prensa la recibe con los brazos abiertos y le permite que su papel sea “más presidencial”. En comparación con Washington, la política de la UE siempre ha sido prosaica. La prensa de Bruselas se esfuerza por hacer que los procedimientos bizantinos y el gran elenco de burócratas de la UE funcionen como un producto informativo. En la primera mujer que preside la Comisión —vestida con traje de chaqueta y pantalón, peinada a la perfección y muy influida por los clichés reaccionarios del feminismo liberal— han encontrado a una jefa protagonista con la que podrían trabajar. Por ello se le ha concedido todo el beneficio de la duda mientras se apropia descaradamente de funciones y responsabilidades que no le corresponden. Se informa de su abuso de poder como si no se tratara de una cuestión de principios legales, sino más bien de adivinar quién se supone que manda y el ganador se lleva el botín.
La lucha que tenemos por delante
Todo esto es sintomático de una crisis crónica del Estado de derecho y de la legitimidad democrática en la política europea. La ideología oficial de la política europea presenta a la UE como una figura histórica mundial de la democracia asediada por “regímenes autoritarios”. Sin embargo, cuanto más se asciende en la política europea, la toma de decisiones menos tiene que ver con las preferencias de la gente corriente y está más dominada por una forma escuálida de realpolitik. ¿Es esto lo que queremos? ¿Quieren los ciudadanos un sistema en el que una élite europea prepotente, nacida para gobernar, elevada al poder sin un solo voto, pueda irrumpir y anular las preferencias de los gobiernos elegidos? A juzgar por las protestas multitudinarias de las últimas semanas, no lo parece.
Para muchas personas las últimas semanas han supuesto un momento de claridad en forma de pesadilla. Nos enfrentamos a uno de los mayores y más visibles crímenes contra la humanidad que se recuerdan mientras ciudadanos de toda Europa y Occidente recorren las redes sociales y son testigos de las crueldades más inimaginables, incluso mientras sus líderes insisten robóticamente en que “debemos estar con Israel”. En 2009, durante la “Operación Plomo Fundido”, la UE pidió un alto el fuego. Hizo lo mismo en 2014, durante la “Operación Borde Protector”. Entonces, ¿por qué Europa ha vitoreado con tanto entusiasmo y descaro el actual asalto a Gaza?
Han intervenido muchos factores. La larga resaca ideológica de la “guerra contra el terror” en el discurso de seguridad europeo. La preparación de un guion propagandístico oficial de la UE para la guerra de Ucrania, todo ondear de banderas y eslóganes fatuos, del que se ha hecho un descuidado copia y pega para aplicarlo en una ocupación colonial en Palestina. La restauración de la hegemonía de Estados Unidos en Europa, a través de la OTAN, a raíz de esa guerra. La forma patológica y racista que la culpa por el Holocausto ha adoptado en Alemania, la mayor economía de Europa, que ha contribuido a una aceptación de la islamofobia y el antiarabismo entre las élites políticas y mediáticas, así como el apoyo incondicional, en todo el espectro político, al insólito dogmatismo en la política exterior de “Israel bien o mal”. Pero nada de esto lo explica del todo. Algo importante se está cociendo.
En los márgenes de nuestro orden mundial —en la anticipación del colapso climático y la creciente brutalidad de la política fronteriza occidental, en el bandazo global hacia el ultranacionalismo y la hoguera del derecho internacional— algo ha ido tomando forma y ahora se presenta ante el mundo. La máscara de la respetabilidad liberal está cayendo y la barbarie de la vieja Europa está volviendo a salir a la luz. A Israel se le ha asignado un papel en la vanguardia, el del ataque más grande a las normas y estándares que han existido desde la Segunda Guerra Mundial. Se están escribiendo las reglas de un mundo mucho más profundamente injusto y violento. En Gaza, y en la insensible indiferencia de la clase política europea ante su destino, vislumbramos la oscuridad que se avecina. Por eso es tan importante la emergencia de una conciencia de masas a partir de estos acontecimientos. Palestina es nuestro futuro. Su pueblo es el nuestro. Tenemos que luchar por ellos.
[Fuente: Ctxt. Clare Daly es diputada en el Parlamento Europeo por la circunscripción de Dublín desde el año 2019, y forma parte del grupo de izquierda Independientes por el Cambio. Trad. de Paloma Farré. Este texto corresponde al decimotercer capítulo del libro Deluge. Gaza and Israel from Crisis to Cataclysm, editado por Jamie Stern-Weiner]
- Legal Consequences of the Construction of a Wall in the Occupied Palestinian Territory, opinión consultiva, informes de la CIJ (2004), párr. 139. ↑
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