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Thomas Palley

La política exterior de Europa ha sido intervenida y las consecuencias son nefastas

La política exterior europea ha sido intervenida y apresada por los intereses neoconservadores estadounidenses. Este apresamiento supone una grave amenaza tanto para la democracia europea como para la seguridad mundial. La amenaza a la seguridad mundial se debe a que actualmente Europa es prisionera de la guerra neoconservadora de EE. UU. contra China y Rusia. La amenaza a la democracia reside en que, de manera progresiva, el electorado europeo va intuyendo que ha sido vendido, lo que ayuda a explicar que se haya vuelto en contra de la clase política dirigente.

Las consecuencias de esta injerencia son simples y nefastas, pero revelarlas es difícil. Se privilegia el statu quo y hay resistencia a reconocer hechos desagradables. Este artículo expone esos hechos.

¿Qué es el neoconservadurismo y quiénes son los neoconservadores?

Hay que empezar por entender el neoconservadurismo y a los neoconservadores. El primero es una doctrina política estadounidense que se impuso en la década de 1990. Sostiene que nunca más volverá a haber una potencia extranjera, como la antigua Unión Soviética, que desafíe la hegemonía mundial estadounidense. Esta doctrina otorga a EE. UU. el derecho a imponer su voluntad en cualquier parte del mundo, lo que explica que tenga más de 750 bases en 80 países alrededor tanto de Rusia como de China.

Inicialmente, esta doctrina se extendió entre republicanos intransigentes como Dick Cheney y Donald Rumsfeld, y posteriormente fue adoptada por demócratas como Hillary Clinton y Barack Obama. Eso la hace aún más peligrosa, ya que se ha apoderado de los dos partidos políticos estadounidenses. Además, ahora, los demócratas le otorgan una engañosa legitimidad al afirmar que la motivación de EE. UU. es proteger la democracia y los derechos humanos.

La Guerra Fría, el modelo Lovestone y el Partido Verde alemán

EE. UU. tiene una larga historia de intrusión política. Quizá el incidente europeo más famoso ocurrió durante las elecciones italianas de 1948, que algunos sostienen que se decidieron gracias al enorme apoyo financiero encubierto que los democristianos recibieron de EE. UU.

Sin embargo, lo que arroja mucha más luz sobre la situación actual es la historia de injerencia estadounidense en el movimiento sindical europeo durante la Guerra Fría. Esta historia queda reflejada en la carrera de Jay Lovestone, sindicalista estadounidense y agente de la CIA, de quien se dice que fue una de las cinco personas más importantes dentro de la estructura de poder oculta de la Guerra Fría. Lovestone dirigió una operación encubierta de intrusión que consiguió ejercer una significativa influencia dentro de los movimientos sindicales europeos e internacionales, y es probable que aún queden rastros de ella.

El modelo de Lovestone proporcionó un patrón operativo para infiltrarse en el movimiento obrero, pero hay razones para creer que también puede haber sido empleado para hacerlo en el Partido Verde de Alemania. Los Verdes tienen sus raíces políticas en el movimiento pacifista de la década de 1970 que se opuso al despliegue de armas nucleares tácticas estadounidenses en Alemania. Sin embargo, en la actualidad, bajo el liderazgo de Annalena Baerbock, el Partido Verde se ha convertido en el principal partido de la guerra y en un aliado destacado de los intereses neoconservadores estadounidenses. Además, como se expone más adelante, esa alianza ha provocado graves daños medioambientales, lo que es totalmente contrario al propósito político de los Verdes.

La mecánica de la intrusión

Hoy en día, el proceso de intrusión funciona a través del Gobierno de EE. UU. y sus aliados corporativos, que tratan de inclinar la balanza a su favor en los resultados políticos de los países extranjeros. Lo hacen ayudando a aliados políticos y promocionando a periodistas y académicos adeptos. Los intereses políticos afines se benefician del apoyo financiero y mediático. Los profesionales de la comunicación se ven recompensados con ascensos laborales y salarios más elevados acompañados de un mayor acceso, visibilidad y respaldo de la clase dirigente.

Los laboratorios de ideas son una herramienta fundamental. Proporcionan una referencia y un escenario para los políticos y tertulianos profesionales, y desarrollan las narrativas políticas que alimentan la gran cámara de eco de la sociedad. También proporcionan la credibilidad intelectual que legitima el relato neoconservador y a sus autores. Entre los laboratorios de ideas más conocidos se encuentran el German Marshall Fund, el National Endowment for Democracy, el Council on Foreign Relations, el Carnegie Endowment for International Peace, el Atlantic Council y la Hoover Institution de la Universidad de Stanford.

Los honorarios de los conferenciantes y las consultorías también desempeñan un papel fundamental. Los políticos en activo se ven recompensados con conferencias bien remuneradas y segundos empleos extracurriculares. Los políticos que se han retirado temporalmente del ruedo reciben contratos laborales aún más cómodos que suponen una inversión de futuro. También se recurre a los servicios de exdirigentes con honorarios disparatados por conferencias y trabajos de asesoramiento ad hoc.

Estas prácticas son especialmente evidentes en la política británica. Los honorarios y la remuneración varían en función del valor percibido, y el sistema está abierto a políticos de distinto signo. Entre los beneficiarios figuran estrellas como Tony Blair y Boris Johnson, pero también perfiles más bajos como Theresa May, Gordon Brown y Liz Truss. Al parecer, Keir Starmer tiene una prometedora perspectiva de futuro si tenemos en cuenta su respaldo a la política estadounidense respecto a Ucrania y Oriente Próximo. En Alemania, el antiguo líder del Partido Verde, Joschka Fischer, se beneficia del sistema y se ha declarado firme partidario de la postura estadounidense respecto a Ucrania y Rusia.

Las pruebas de la injerencia

La mecánica de la injerencia es una parte de la historia. La otra son las pruebas de la misma, que inevitablemente se niegan. La injerencia no se anuncia y no hay manera de demostrarla. En su lugar, lo único que se puede hacer es presentar los argumentos e investigarlos en busca de veracidad, coherencia lógica y motivaciones. El proceso es como un juicio con jurado y puede fracasar fácilmente. Sacar a la luz la verdad requiere un proceso justo y un jurado con la mente abierta.

El rasgo más llamativo de la política exterior europea es el enorme daño autoinfligido. Europa ha impulsado políticas que han ido en su contra y a favor de EEUU. Ese es el sello clásico de la injerencia.

1. La política en Oriente Próximo

La política europea en Oriente Próximo revela el calado y los costes de la injerencia estadounidense. Esa política es responsable de múltiples conflictos en los que Europa no ha tenido nada que ganar y sí mucho que perder. En particular, han desencadenado flujos masivos de refugiados que han desestabilizado la política europea. Por el contrario, EE. UU. no ha visto prácticamente nada de ese conflicto, ya que está protegido por el Atlántico y el Pacífico.

Un ejemplo del fracaso de esta política es la participación europea en la invasión ilegal de Irak en 2003 liderada por EE. UU. La invasión se justificó con la falsedad de que Irak tenía armas de destrucción masiva (ADM). La verdadera motivación fue el agravio que suscitó en EE. UU. la independencia de Saddam Hussein, su amistad con Rusia y su amenaza de aceptar el pago del petróleo con moneda distinta al dólar. Eso amenazaba la hegemonía del dólar, pilar del poder económico y geopolítico estadounidense.

La guerra de Irak propició la guerra civil siria de 2011, que EE. UU. fomentó y en la que posteriormente ha participado. Esa guerra inundó Europa de refugiados sirios, mientras el Atlántico protegía de nuevo a EE. UU. Si bien Europa no tenía intereses vitales en Siria, los neoconservadores estadounidenses veían el régimen sirio de Asad como una grave amenaza para la hegemonía estadounidense en Oriente Próximo debido a su alianza con Rusia.

Algo similar ocurre con la participación europea en la intervención militar en Libia liderada por EE. UU. en 2011. Al igual que en Irak, la motivación fue el agravio que suscitó en EE. UU. la independencia de largo recorrido de Gadafi, su amistad con Rusia y la posibilidad de aceptar el pago del petróleo con moneda distinta al dólar. Esa realidad se encubrió con llamamientos a la opinión pública para que se castigara el atentado de 1988 contra el vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie auspiciado por Libia, a pesar de que ya había pagado indemnizaciones y el principal responsable había sido condenado años antes. Una vez más, las consecuencias migratorias fueron enormes para Europa e inexistentes para EE. UU. Libia era una barrera para la migración africana y su destrucción abrió las compuertas.

En resumen, los tres conflictos han ido en contra de los intereses de Europa y a favor de los intereses neoconservadores de EE. UU. Sin embargo, Europa los ha facilitado o ha participado en todos ellos.

2. Expansión y transformación de la OTAN

La OTAN es un canal fundamental a través del cual se ha fiscalizado la política exterior europea. La organización está dominada por EE. UU., que se ha servido de su posición para injerirse en la política militar y exterior de Europa, de modo que ha arrastrado a la Unión a apoyar políticas que benefician a EE. UU. a pesar de perjudicarse a sí misma.

La historia de la OTAN tiene dos dimensiones: expansión y transformación. Esta última ha pasado desapercibida, pero también es importante.

La expansión de la OTAN hacia el este es ampliamente conocida. El proceso se inició casi inmediatamente después del final de la Guerra Fría e incumplió el compromiso estadounidense de no expandirse que acordó con el presidente Gorbachov. George Kennan, autor de la doctrina de la contención durante la Guerra Fría, señaló las consecuencias agresivas y peligrosas de este incumplimiento en un artículo de opinión de 1997 publicado en The New York Times.

Para los neoconservadores estadounidenses, la expansión de la OTAN es perfectamente comprensible. Rusia no había sufrido ninguna derrota militar ni había sido obligada a rendirse sin condiciones (como Alemania y Japón), y los neoconservadores la consideraban una amenaza continua para la hegemonía mundial de EE. UU. La expansión de la OTAN reforzó la posición militar de EE. UU. y debilitó la de Rusia.

Sin embargo, para Europa todo fueron inconvenientes. Los nuevos miembros de la OTAN añadían poca capacidad defensiva, al tiempo que aportaban múltiples hostilidades y amenazas de conflicto preexistentes. También carecían de una cultura política compartida. Y lo que es más importante, cualquier conflicto se libraría dentro de Europa. En consecuencia, Europa se llevaría la peor parte, lo que ofrecía a los neoconservadores estadounidenses incentivos para aumentar su agresividad respecto a Rusia.

La otra cara de la historia de la OTAN es su transformación, pues pasó de ser una alianza defensiva regional (Atlántico Norte) a ser una agresiva organización intervencionista a escala mundial. Esa transformación comenzó con el bombardeo de Belgrado por parte de la OTAN en 1999, se profundizó con la participación de la OTAN en la invasión de Afganistán liderada por EE. UU. en 2001, y se cimentó con la intervención en Libia en 2011, que se inició bajo el auspicio de la OTAN.

Al igual que con la expansión, desde el punto de vista neoconservador, la transformación de la OTAN es fácilmente comprensible. EE. UU. tiene una agenda para alcanzar la hegemonía mundial, y la transformación de la OTAN significó que otros países compartieran la carga de esa agenda. También sirvió para dar cobertura multilateral a EE. UU. Sin embargo, una vez más, no había nada para Europa, que no tiene una agenda equivalente.

En resumen, la expansión y transformación de la OTAN constituyen una señal evidente de injerencia.

3. La guerra de Ucrania

El discurso sobre la guerra de Ucrania es el que se ha manipulado más exhaustivamente, lo que hace que sea el más difícil de desentrañar. El mejor punto de partida es quién ha ganado y quién ha perdido económicamente con la guerra. Ahí, las cuentas están claras. EE. UU. ha sido el gran ganador, mientras que Europa occidental (y especialmente Alemania) ha sido la gran perdedora. Los trabajadores alemanes han sido los más perjudicados.

EE. UU. ha salido ganando al acabar con la dependencia que tenían Alemania y Europa Occidental de la energía rusa. Es más, la energía rusa ha sido sustituida por energía cara suministrada por EE. UU. Esto constituye un triple beneficio para EE. UU.: ha debilitado a Rusia, ha aumentado la dependencia de Europa Occidental con respecto a EE. UU. y ha beneficiado a los productores estadounidenses. EE. UU. también ha salido ganando porque el aumento de la producción de armas ha supuesto un importante estímulo fiscal para su industria manufacturera. Esta configuración global ayuda a explicar que EE. UU. haya evitado una recesión. El único gran inconveniente fue el aumento temporal de la inflación provocado por el estallido de la guerra.

Europa occidental, y especialmente Alemania, ha sido la gran perdedora. La barata energía rusa ha sido sustituida por la costosa energía estadounidense. Esto ha socavado la competitividad productiva de Alemania y ha contribuido a aumentar aún más la inflación europea. Europa también ha perdido el enorme mercado ruso, en el que vendía productos manufacturados. Asimismo, ha dejado de beneficiarse del gasto desmesurado de la élite rusa. Esta combinación explica el debilitamiento de la economía europea. Es más, el futuro económico de Europa se ha visto gravemente comprometido, ya que los cambios parecen permanentes.

Los trabajadores alemanes se han visto aún más afectados por la llegada masiva de refugiados ucranianos. Eso ha aumentado una competencia salarial a la baja y ha creado una escasez de viviendas que ha incrementado los alquileres. También ha provocado la saturación de las escuelas y los servicios sociales. En menor medida, lo mismo afecta a todos los trabajadores europeos.

Por último, desde el punto de vista medioambiental, el cambio de suministro energético ha sido desastroso. El gas procedente del fracking de EE. UU. (Texas) es uno de los más sucios del mundo, a lo que hay que añadir la contaminación del transporte marítimo. La guerra también ha sido una fuente directa de enormes daños medioambientales y climáticos. Eso explica la injerencia en el Partido Verde alemán.

La justificación de la clase dirigente europea para rechazar cualquier avenencia es que Rusia representa una amenaza existencial para Europa. Ese es el argumento de los laboratorios de ideas que defienden autores neoconservadores como Anne Applebaum y Timothy Garton Ash, de la Hoover Institution.

El argumento neoconservador apela a prejuicios heredados de la Guerra Fría, está plagado de lagunas y carece de contenido. Ignora la realidad de la expansión de la OTAN hacia el este, la amenaza que supone para la seguridad de Rusia y los conflictos dentro de la sociedad civil ucraniana, que incluyen la opresión de las personas de origen étnico ruso. Y lo que es más importante, afirmar que existe una amenaza rusa para Europa no cuadra.

Rusia se encuentra en descenso demográfico y carece de recursos para restablecer su hegemonía en Europa central. Su debilidad ha quedado demostrada en el campo de batalla, donde Ucrania la ha puesto en jaque con tan solo una modesta ayuda armamentística por parte de la OTAN. De hecho, esa debilidad da legitimidad a la necesidad rusa de una Ucrania desmilitarizada que haga de parachoques. La realidad es que el proyecto neoconservador estadounidense se beneficia de la continuación de la guerra, que desgasta a Rusia y debilita su posición internacional.

En resumen, Europa ha perdido económicamente con la guerra, mientras que EE. UU. se ha beneficiado. Del mismo modo, geopolíticamente el conflicto beneficia a EE. UU., pero no a Europa. A pesar de ello, el establishment europeo ha abrazado la guerra. En 2022, Gran Bretaña torpedeó un acuerdo de paz negociado poco después del inicio de la guerra. Además, en su discurso de dimisión de 2023, el primer ministro británico Boris Johnson instó abiertamente a que el Reino Unido “se mantuviera cerca de EE. UU.”. Una vez más, las huellas de la injerencia son claramente visibles.

4. China

Por último, tenemos la política europea respecto a China, una cuestión incipiente que los neoconservadores estadounidenses pretenden torpedear también. Consideran que China es la mayor amenaza para la hegemonía mundial de EE. UU. Esa amenaza es económica, geopolítica y militar. La economía de China podría superar significativamente a la de EE. UU. en tamaño, lo que le permitirá desafiar la influencia diplomática mundial de EE. UU. y su hegemonía militar en Extremo Oriente.

Europa no se enfrenta a tal desafío y mantiene una sólida colaboración económica con China. Las empresas europeas se benefician de las inversiones en China y de la exportación de bienes de inversión a este país, que China retribuye con bienes de consumo.

El mundo de los laboratorios de ideas estadounidenses presenta a China como un enemigo de Europa. Parte del argumento es que China apoya a Rusia, y Rusia es enemiga de Europa. Ergo, China es el enemigo de Europa. Una vez fiscalizada la política europea respecto a Rusia, esa brecha se utiliza para manipular la política europea respecto a China.

Asimismo, los laboratorios de ideas neoconservadores presentan de forma ficticia a China como parte de un eje autoritario involucrado en una guerra mundial contra la democracia. La realidad es que China está siendo atacada por los neoconservadores estadounidenses, que reivindican su derecho a la hegemonía mundial. EE. UU. tiene un largo historial de política exterior intervencionista violenta y apoya a los autoritarios que aceptan la hegemonía estadounidense. Si China hubiera aceptado la hegemonía estadounidense, habría sido aceptada como socia. Lo mismo puede decirse de Rusia.

En resumen, la política europea respecto a China es un caso incipiente de injerencia. Al desvincular a Europa de China, EE. UU. se beneficia de dos formas. En primer lugar, perjudica a China. En segundo lugar, hace a Europa más débil y dependiente de EE. UU. Sin embargo, no hay ningún beneficio para Europa ni para la democracia.

Las consecuencias de la injerencia

Las consecuencias inmediatas de la injerencia son dobles y nefastas. En primer lugar, el apresamiento neoconservador de la política exterior europea pone en peligro la seguridad mundial. Esto se debe a que los neoconservadores creen que EE. UU. tiene derecho a detentar la hegemonía mundial, lo que hace peligrar la seguridad internacional al crear, inevitablemente, conflictos con China y Rusia.

China y Rusia consideran que la intervención estadounidense en sus fronteras y los esfuerzos por cambiar sus regímenes internos son amenazas a la seguridad nacional. Las intervenciones fronterizas son también una invasión de sus esferas regionales de influencia. El resultado es un ciclo de desafío y respuesta que, inexorablemente, conduce al conflicto.

En segundo lugar, la injerencia en la política exterior europea pone en peligro la democracia europea a medida que las consecuencias se filtran a la sociedad. Eso está ocurriendo con Ucrania. Los votantes de la clase trabajadora poco a poco van intuyendo que los han vendido, y están soportando enormes costes económicos en nombre de un conflicto que no les interesa. Con la implicación de los dos bandos de la clase política dirigente y una izquierda que sufre de rigor mortis, la extrema derecha es el único lugar al que esos votantes pueden acudir.

Conclusión: el reto que tenemos por delante

Hay pruebas contundentes de que la política exterior europea ha sido intervenida en beneficio de los neoconservadores estadounidenses. Las injerencias no pueden repararse hasta que se reconocen. Por desgracia, no hay método para probarlas y el debate es denso. Además, existe el peligro persistente de perder el hilo. Cuando estalla un conflicto, los medios de comunicación de la clase dirigente presentan la historia como si empezara en ese momento y hacen caso omiso de todo lo que ha ocurrido anteriormente. Lo que se logra así es centrar la atención en el conflicto inmediato e ignorar las causas, lo que mantiene la intervención en su sitio. Arreglarlo no será fácil, pero fracasar sería desastroso. La tarea empieza por sacar a la luz el problema.

[Fuente: Ctxt. Thomas Palley es doctor en Economía y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Yale. Fue economista jefe de la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad EE. UU.-China. Trad. de Paloma Farré. Este artículo se publicó originalmente en inglés en thomaspalley.com]

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