La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
José Luis Gordillo
Victoria y derrota en Ucrania
El pasado lunes 26 de febrero, Emmanuel Macron propuso (con la fórmula «no hay que descartar») que los países de la OTAN enviasen tropas terrestres a Ucrania «de manera oficial» con el fin —dijo— de evitar que Rusia pueda ganar la guerra. La matización «de manera oficial» es importante porque, como aclaraba el mismo día un portavoz de Rishi Sunak, primer ministro del Reino Unido, los británicos ya tienen sobre el terreno «un pequeño contingente de personal […] para ayudar a las fuerzas armadas ucranianas» (La Vanguardia, 28 de febrero 2024). Lo cual viene a confirmar lo que ya circulaba de manera oficiosa por las redes sociales, a saber: que muchos de los mercenarios extranjeros que luchan con el ejército ucraniano son, en realidad, soldados y oficiales de países de la OTAN que sólo formalmente se han desvinculado de sus ejércitos de procedencia.
Ante la dura respuesta rusa a la propuesta de Macron, consistente en recordar que eso implicaría de forma inevitable un choque directo entre potencias nucleares, el ministro de Exteriores francés, Stéphane Séjourne, relativizó el riesgo de escalada hacia la Tercera Guerra Mundial con el argumento de que enviar soldados de la OTAN para tareas que no fueran de combate directo, como ayudar a la producción de armas o quitar minas, «no supondrían franquear el umbral de beligerancia». Si no supusieran cruzar dicho umbral, entonces serían de muy poca utilidad para evitar que Rusia gane la guerra, que es de lo que se trata, según Macron. Nos chupamos el dedo, pero tanto, tanto, tampoco.
En Le Monde del 26 de febrero se decía que los representantes de Polonia y los estados bálticos, al escuchar la propuesta del dirigente francés, expresaron su deseo de que se examinasen todas las opciones y que, en cualquier caso, una intervención terrestre de los países de la OTAN se debería hacer «de forma progresiva», esto es, que primero se enviarían soldados para quitar minas, ayudar con la colada o con cualquier otra excusa, y después ya se podrían utilizar para lo que surja.
A quien no ha convencido la propuesta de Macron es a Estados Unidos, cuyo presidente ha dejado claro que, a pesar de haber sido el impulsor de la catastrófica ampliación de la OTAN hacia las fronteras rusas, patrocinador principal del cambio de gobierno en Ucrania en 2014, valedor máximo de la entrada de dicho país en la OTAN y responsable último del fracaso de las negociaciones de paz entre ucranianos y rusos de marzo y abril de 2022, no se van a enviar soldados de los EE. UU. a luchar contra los rusos. Y mejor que no se tome esa decisión, desde luego, pero conviene subrayar que en eso ha consistido la gran protección y seguridad que nos han proporcionado los EE. UU. a los europeos. Por no hablar de sus aventuras neocoloniales en Asia Central, Oriente Próximo o el Norte de África, que han originado sucesivas oleadas de refugiados que han debido ser atendidos, al igual que los provocados por la guerra de Ucrania, por diversos estados europeos.
Es bastante probable que la propuesta de Macron lo que pretenda en realidad es acelerar el envío de material bélico al gobierno de Kiev, mediante el argumento chantajista del mal menor, según el cual es mejor enviar ahora ese material que tener que enviar soldados de la OTAN después. Sin embargo, también ha provocado que la cuestión esté sobre la mesa y que, a partir de ahora, se pueda discutir sobre ella de forma pública y desacomplejada. Y conviene no olvidar, como recordaba el mismo Macron, que «mucha gente que ahora dice jamás, jamás [enviaremos tropas terrestres], son los mismos que antes decían nunca, nunca [enviaremos] tanques, aviones de combate o misiles de largo alcance» (Le Monde, 26 de febrero), para finalmente enviarlos.
Todo eso se propone mientras Israel, estrechísimo aliado de EE. UU. y la UE, está perpetrando una carnicería genocida en Gaza, territorio que también pretende ocupar. Ni Macron, ni ningún otro dirigente de la Unión Europea, ni tampoco los frívolos belicistas «de izquierdas», han propuesto enviar a los palestinos tanques Leopard, misiles Taurus o aviones de combate F-16 para que puedan defenderse de las acciones genocidas de las Fuerzas de Defensa israelíes. Es más: lo que algunos de esos estados han hecho —no España, por suerte y por la fuerza de las movilizaciones— es suspender la financiación a la UNWRA, la agencia de la ONU de ayuda a los refugiados palestinos, digo yo que para acabar de rematar por hambre e inanición a los palestinos que queden vivos.
Nosotros, como somos pacifistas, no vamos a proponer que la OTAN ataque Israel, como hizo esa organización contra Yugoslavia en 1999 alegando que se estaba llevando a cabo un genocidio en Kosovo; tampoco vamos a proponer hacer lo mismo invocando la mendaz doctrina sobre «la responsabilidad de proteger», que los estados occidentales se sacaron de la manga para intervenir con bombas humanitarias allí donde les diera la gana y que muchos profesores y tertulianos se tomaron absolutamente en serio. No, nosotros proponemos lo que propone toda la gente sensata de este planeta: un alto el fuego inmediato y permanente en Gaza. Ese alto el fuego no dará lugar a una paz justa para los palestinos, pero al menos salvará vidas, reducirá la tensión militar en el Próximo Oriente y frenará los planes genocidas de Netanyahu y su gobierno racista.
Por razones muy parecidas proponemos un alto el fuego en Ucrania. Hace un año y medio se nos dijo que Rusia y su ejército estaban a punto de colapsar. Ahora se nos dice que Rusia, tras haber sudado tinta para conseguir anexionarse un 20% del territorio ucraniano, está a punto de ganar la guerra, tras lo cual continuará tragándose un país detrás del otro hasta llegar al Atlántico. Lo menos que se puede decir al respecto es que alguien nos ha contado o nos está contando muchas mentiras. Y, sobre todo, que todavía es la hora de que algún dirigente europeo nos explique los objetivos concretos de la ayuda de la OTAN a Ucrania.
Para Estados Unidos, el objetivo de su ayuda económica y militar a Ucrania siempre ha sido debilitar y estresar a Rusia. Eso ya lo han conseguido. De paso, también han conseguido aumentar las ventas a los europeos de su gas licuado por un precio cuatro veces mayor que el gas ruso, así como que aumenten sus gastos militares para que compren más material militar norteamericano. Ya se sabe, make America great again! Pero ¿y los europeos?, ¿qué persiguen concretamente con su ayuda económica y militar a Ucrania? Si Rusia no va a colapsar, entonces tampoco va a haber una victoria militar decisiva de Kiev. Por tanto, ¿en qué están pensando cuando hablan de victoria y derrota de unos o de otros en Ucrania? Responder que la victoria ucraniana consistiría en obligar a los rusos a retirarse de toda Ucrania es una ingenuidad, pues tampoco así se acabaría la guerra. Como ya decíamos en una nota anterior, después de esa hipotética retirada los rusos podrían continuar atacando a Ucrania desde su propio territorio.
La realidad es que la guerra está estancada desde el otoño de 2022 y la liberación de Ucrania no se va a conseguir ni provocando la Tercera Guerra Mundial, pues eso supondría su devastación absoluta, ni enviando más tanques y misiles con los que atacar Moscú o San Petersburgo. La guerra de Ucrania sólo puede acabar con un alto el fuego y negociaciones de paz. No hay otra manera, ya lo dijimos. En lugar de discutir si se envían soldados de la OTAN para incrementar las montañas de cadáveres y la destrucción de Ucrania, lo que deberían hacer Macron, Scholz y compañía es hablar con el jefe del Estado del Vaticano y los diplomáticos chinos, brasileños o sudafricanos, para que hagan de mediadores en unas urgentes negociaciones de paz con Rusia.
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2024