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Albert Recio Andreu

Los dilemas de Sumar

El próximo 23 de marzo se va a celebrar en Madrid la asamblea fundacional de Sumar. Hace un año y medio había expectativas de que este proyecto pudiera ser una oportunidad para reactivar el proceso que impulsaron el 15-M, la irrupción de Podemos, los ayuntamientos del cambio… Me temo que ahora el ambiente es bastante diferente. Y, aunque muchas personas desean que la iniciativa tenga éxito, abunda el escepticismo y, hasta cierto punto, el desencanto.

A esta situación se ha llegado por diversas circunstancias, pero posiblemente el elemento más esencial ha sido las acciones de muchos de los aspirantes al liderazgo de este espacio de la izquierda alternativa. Los líderes son necesarios, pero pueden acabar siendo un problema por un afán de protagonismo excesivo, por tratar de imponer a toda costa sus ideas, y por ser incapaces de generar un buen clima de equipo. Y mucho peor suele ser su cohorte de secundarios, los que le apoyan incondicionalmente, los que le protegen de cualquier competidor real o potencial, los que acatan acríticamente. De todo esto hemos tenido bastantes malos ejemplos en los últimos años, con el resultado de rupturas, peleas, y vetos que explican en parte por qué Sumar llega tan tropezado a su momento fundacional. Estos son males endémicos, pero los tiempos actuales los amplifican por dos razones básicas: la presión mediática, siempre tan dispuesta a fabricar personajes (y a destrozarlos cuando tocan lo que las élites quieren intocable) y el hecho de que la mayoría de nuevos liderazgos provienen hoy de personas que han experimentado anteriormente el competitivo e individualista proceso de la educación superior.

El proceso llega además tocado por los resultados electorales. Las elecciones municipales y regionales de mayo de 2023 representaron, con escasas excepciones, un varapalo importante. En julio se salvó el resultado; no está mal visto el enfrentamiento con Podemos, que ya era imposible de ocultar, y la urgencia con la que se tuvo que construir la coalición. Pero, en Galicia, Sumar ha pasado a ser una fuerza marginal, y se corre el peligro que esto vuelva a repetirse en Euskadi. Difícil impulsar un proyecto en una fase de retroceso. Uno siempre puede apelar a la coyuntura, a las maniobras del PSOE para volver a recluir a esta izquierda en un espacio marginal, a que es difícil consolidarse cuando el proceso empieza a andar. Son medias verdades que excluyen otras cuestiones básicas. Empezando por la ausencia de unas organizaciones de base potentes, con presencia en muchos sitios, reconocibles. Siguiendo por la excesiva dependencia de unas pocas figuras cuyo desgaste es a menudo inevitable, dada su excesiva exposición a los medios y las campañas de marketing adverso orientados a erosionarlos. Y porque el voto a esta izquierda muestra —en casi cincuenta años de ciclos electorales— una elevada volatilidad, con crecimientos puntuales y caídas importantes cuando se impone una lógica electoral bipartidista, o cuando esta izquierda es vista como un cuerpo extraño en espacios donde predomina el nacionalismo local. Un proyecto serio debe tomar cuenta de todos estos problemas y constituirse con el objetivo de ayudar a construir procesos sociales que den solidez a su acción política convencional. Y, precisamente, este proyecto nace cuando todas las organizaciones sociales atraviesan una etapa de especial debilidad.

Existe, además, un problema de construcción organizativa que no parece del todo claro. Sumar nació como una coalición de partidos que incluía a formaciones de izquierdas, como Izquierda Unida y Podemos (el Partido Comunista de España sigue siendo una organización inserta en otras, algo un tanto extraño), con fuerzas de izquierda local como Más Madrid o Catalunya en Comú, junto con fuerzas nacionalistas de izquierdas que le permitían una presencia importante en determinadas regiones, como es el caso de la Chunta Aragonesista, Compromís en el País Valencià o el Més balear. Pasar de una coalición a un partido es algo complicado. De entrada, parece que excluye a los grupos nacionalistas. Hay situaciones como la de Catalunya fáciles de resolver, pues se puede dejar que Catalunya en Comú sea el Sumar en Catalunya, pero esto puede hacerse porque previamente ya se había producido una confluencia de toda esta izquierda catalana (incluida una parte importante de personas procedentes de Podemos). Pero la situación puede ser mucho más compleja en otros territorios como Madrid, donde Izquierda Unida y Más Madrid siguen siendo fuerzas diferenciadas y donde, uno supone, integrarlas puede ser un arduo proceso. Hay demasiadas experiencias de los tropiezos provocados por direcciones con prisas excesivas. Este es un país muy complejo, que requiere trabajar bien las cosas si lo que se pretende es consolidar un proceso de largo plazo.

A las cuestiones organizativas y a los avatares que nos han llevado hasta aquí (tanto los electorales como los derivados de la crisis con Podemos) se suman además las cuestiones programáticas. El documento base se plantea más como una oferta de derechos a defender que como un análisis estratégico de la situación, de los cambios y fuerzas a los que nos enfrentamos, de las posibilidades de compatibilizar demandas. Da más la impresión de un programa electoral, en el que una fuerza política ofrece las políticas que tratará de impulsar, que de un proyecto de cambio elaborado. Y se echa en falta una reflexión seria sobre lo que significa la crisis ecológica que, en muchos casos (como ya mostró la COVID y ahora la sequía), afecta directamente a la vida económica y social. Quizá la preocupación de alguno de los líderes por ofrecer un panorama ilusionante les lleva a omitir lo que cada vez resulta más obvio: que una mejora seria de la vida colectiva exige no sólo garantizar derechos. Exige construir estructuras sociales adecuadas a un mundo igualitario, fraterno, ecológicamente sostenible.

Todo proyecto tiene un componente de aventura. Y casi siempre los principios son inciertos. Pero venimos de demasiados fracasos como para no pedir a los que proponen liderarnos que sean sensibles, sensatos, pacientes, y que ayuden a construir algo más sólido, participativo y transformador. Que Sumar sea un motor dinamizador o uno más de los procesos fallidos no está escrito. Pero vale la pena iniciarlo reconociendo las propias carencias y tratar de solventarlas. Seguiremos atentos.

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2024

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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