La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Francisco Fernández-Buey
Conocer Lenin y su obra
Ed. y prólogo de Salvador López Arnal
El Viejo Topo,
Mataró,
2024,
226 págs.
Lenin hoy
Josep Torrell Jordana
A Paco, in memoriam
En 1975, yo era un comunista marxista-leninista. Pero en 1976 la editorial Icaria publicó Tentativas para poner a Lenin sobre los pies, de Rudi Dutschke. Lo leí. Fue una quiebra total. Dutschke sostenía —señalando siempre la obra de Lenin— que los actos del ¿Qué hacer? eran los mismos que posibilitaron el nacimiento del estalinismo. La argumentación de Dutschke era irrefutable. Esto hizo que hubiera dos formas de comunismo absolutamente contradictorias: un comunismo marxista-leninista y, a la vez, un comunismo con el apoyo de Marx, pero no el de Lenin. Paco Fernández Buey y Manolo Sacristán emprendieron su definición de marxistas o de comunistas. Yo no pude. Mis años leninistas habían aferrado en mis convicciones mucho más de lo que podía suponerse. He sido siempre un comunista demediado. Con dolor por aquello en que se había convertido el leninismo.
Al año siguiente, en 1977, se publicó el libro Conocer Lenin y su obra, de Paco Fernández Buey, que hoy se reedita en El Viejo Topo: una nueva edición con motivo de los cien años de la muerte de Lenin. Me pareció (y me parece) la mejor lectura que se podía hacer entonces. Aunque ahora el motivo de la reedición es el centenario de la muerte de Vladímir Illich (alias Lenin).
Pero del 1977 al 2024 las cosas han cambiado mucho. Demasiado. Para hacer ahora un homenaje, creo que habría otras cuestiones que abordar (cosa que Paco Fernández Buey habría deseado). A saber:
Primero. La clase obrera ha sido derrotada y desmenuzada en cantidad de subgrupos, que difícilmente pueden reconocerse como clase. ¿Quién quiere ahora avanzar hacia el comunismo? Lenin ya había distinguido a una «aristocracia obrera» que aspiraba a ser «clase media». Desde 1960 se empezó a sospechar que los trabajadores aceptarían los planes de los empresarios a cambio de más salarios. Y la aparición de los Escritos corsarios (1975) y las Cartas luteranas (1976) de Pier Paolo Pasolini ponía de manifiesto la igualación entre los jóvenes de los barrios altos y de los barrios bajos: era la mayor homologación cultural del capital.
Segundo. Todo lo anterior pone en crisis la idea de «partido político». Quienes son militantes (dentro de un partido o fuera de él) son ya «aristocracia obrera» de nuevo tipo: titulados universitarios, profesionales de la enseñanza, de la sanidad, del sector bancario y, en general, trabajadores del sector servicios. La vieja clase obrera está agonizando por no poder dar a sus hijos la entrada en la universidad. ¿Qué hacer?, y sobre todo, ¿cómo empezar hoy algo que se parezca a un «partido político» a la altura de las circunstancias?
Tercero. El Estado soviético, al que Lenin dedicó sus últimas atenciones, ha desaparecido. Pero hay algo muy revelador cuando se presta atención a la producción de cine y televisión rusos. En la producción de películas o series de 2000 a 2023, se encuentran 578 largometrajes de temática exclusivamente basada en el ejército patriota durante la Segunda Guerra Mundial. Es un nivel de películas enorme, sin parangón en otros países. Las 548 son las que yo he visto, pero son una parte mínima de lo que existe en Rusia (en menos de veinticinco años). La razón principal parece ser un gusto dominante del público ruso: la querencia nacional por «la Gran Guerra Patriótica». Esto es un motivo real. Es una opinión casi segura. Por otra parte, Nikita Jrushchov no tiene ni una obra favorable. Literalmente, no existe: y es precisamente el jefe del presídium que describió el terror del estalinismo en el XX Congreso del Partido. Ya no se recuerda a Jrushchov en Rusia, pero sí al temible Beria y a Stalin. Y quedarse con «la Gran Guerra Patriótica» como objetivo nacional equivale a dejar la antigua Unión Soviética en posiciones claramente militaristas.
Cuarto. Lenin dijo que el imperialismo era la fase superior del capitalismo, aunque hoy parece que Lenin se quedó corto. El imperialismo no ha conseguido el parasitismo y la decadencia del capitalismo. Al contrario. El dinero de las armas es una de las relaciones más conspicuas del capitalismo con el mundo pobre (y a veces con criterios muy tradicionalistas: demasiado). Como decía Manolo Vázquez Montalbán en 1995, «no se puede renunciar al sueño hacia delante. Nunca. Aun sabiendo que todo futuro será imperfecto».
Quinto. Pasolini confió a unos jóvenes comunistas que «la posibilidad de lucha es la cultura». Hay una contradicción en la concepción de «cultura»: cierta mentalidad no da demasiada importancia al aspecto cultural. Sin embargo, mientras no se acabe con esta mentalidad iremos siempre a remolque de quienes cuentan con el dinero, que hoy amenaza directamente la posibilidad de generar un movimiento cultural. El trabajo cultural generalmente no suele ser retribuido. Hoy vivimos en una terrible falacia: todo parece que tenga que ser trabajo remunerado, pero así lo que se produce es una inversión de medios y fines, buscando el pago y desatendiendo los fines. Esto es algo en lo que hay que insistir: no habrá cultura alternativa si no se empieza por abajo, trabajando gratuitamente. No habrá ningún movimiento cultural fuerte mientras no se desestime el vivir a la sombra del poder. Se ha de tener un fuerte sentido de solidaridad para ir a Filmoteca, a un museo o a ver una exposición (con una persona que dé luz a lo que estamos viendo).
Son cinco propuestas para el leninismo, aquí y ahora.
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