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Rafael Poch de Feliu

La venganza del genocida y sus cómplices

La resolución del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya sobre el genocidio israelí en Gaza, divulgada el pasado viernes 26 de enero, está siendo objeto de diferentes interpretaciones. Ese mismo día, los palestinos de Gaza expresaban en Al Jazeera su amargura y desesperación porque el tribunal no ha llamado al alto el fuego inmediato que ellos necesitan para sobrevivir y que pedía la reclamación de Sudáfrica.

“Israel puede seguir bombardeando, pero, eso sí, procurando que la guerra contra la población de Gaza no se convierta en genocidio”, resumía Junge Welt, uno de los pocos diarios alemanes decentes, escandalizado por la declaración del tribunal. “Una parte del genocidio ya se ha producido, de lo que se trataba era de evitar su progreso y consumación y eso es precisamente lo que el tribunal no ha hecho”, se lee en un medio disidente de Estados Unidos.

La mayoría de los medios de comunicación imperiales que han dedicado alguna manipulada atención al evento de La Haya —por ejemplo, apenas mencionando la formidable presentación de los abogados sudafricanos e informando con detalle de la grotesca y desvergonzada “defensa” israelí durante la vista— han puesto el acento en que “el tribunal rechaza ordenar un alto el fuego en Gaza”, como rezaba el sábado el titular de portada de The Wall Street Journal, sugiriendo una victoria de su protegido.

La realidad es que la resolución de la Haya ha reventado por completo el argumentario israelí. Ha establecido que sí es “plausible” la acusación sudafricana de que “Israel ha cometido, está cometiendo y corre el riesgo de seguir cometiendo actos genocidas contra el pueblo palestino en Gaza”; y, por tanto, ha aprobado la mayoría de las medidas cautelares presentadas por Sudáfrica y dictaminado que Israel debe “tomar todas las medidas” para evitar actos de genocidio en Gaza.

Que un tribunal históricamente diseñado por el hegemonismo occidental tras la Segunda Guerra Mundial, que nunca se ha atrevido a investigar y condenar las fechorías occidentales en el mundo, presidido por una ex alta funcionaria del Departamento de Estado americano y cuyos jueces solo llegan al cargo tras demostrar comprensión y sumisión hacia la parodia de justicia universal de la que forman parte, haya resuelto algo así, es sensacional y explosivo para la reputación de los genocidas y sus cómplices, independientemente de las consecuencias jurídicas prácticas que vaya a tener. Recordemos que tanto Israel como Estados Unidos, París y Berlín ya declararon que ignorarían cualquier posible sentencia contra Israel.

La realidad es que, pese a lo dicho, la resolución de La Haya ha sido perfectamente comprendida por el genocida y sus cómplices en Estados Unidos y la Unión Europea. Las autoridades israelíes, sus embajadas y quitavergüenzas están fuera de sí. Acusan al tribunal de antisemitismo. El ministro de Defensa, Yoav Gallant, ha dicho que el tribunal se extralimitó al dar curso a la “denuncia antisemita de África del Sur”. El ministro del Interior, Itamar Ben Gvir, ha añadido que “la decisión del tribunal antisemita de La Haya demuestra lo que ya sabíamos: que este tribunal no busca la justicia sino la persecución del pueblo judío”. El mismo Wall Street Journal que publicaba aquel tranquilizador titular de portada, arremetía en su interior con un editorial titulado “La guerra de la ONU contra Israel”.

Para contrarrestar la derrota informativa y vengarse por el atrevimiento de la ONU, de la que el tribunal es brazo judicial, el mismo viernes 26 las autoridades israelíes revelaban su “denuncia” de que una docena de los 13.000 empleados de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) participaron en las violencias que siguieron a la brecha abierta en las alambradas del “gran campo de concentración” de Gaza (la definición es de Giora Eiland, un alto funcionario de la seguridad de Israel en marzo de 2004, mucho antes del bloqueo del territorio). La acusación se fundamenta en los interrogatorios de los servicios de seguridad israelíes a los miles de detenidos palestinos maltratados y torturados después del 7 de octubre.

El plan israelí de echar al UNRWA de Gaza, donde sostiene en las necesidades más elementales a dos millones de seres humanos, para hacer aún más insoportable la supervivencia en el territorio, ya se conocía desde diciembre, cuando la televisión israelí filtró un informe del Ministerio de Exteriores. La primera fase del plan era “establecer la cooperación de la UNRWA con Hamás”, decía. La segunda era “reducir las operaciones de educación y asistencia” de la agencia, y la tercera “transferir” su función a nuevos organismos. Inmediatamente, 16 países han suspendido su financiación a la UNRWA. Se trata, entre otros, de Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Canadá, Holanda, Italia, Francia, Suiza, Australia, Japón, Finlandia y Rumanía. En total, representan alrededor del 60% de la financiación de la agencia.

Es decir: horas después de que en La Haya se ordenara a Israel “adoptar medidas inmediatas para permitir el suministro de servicios básicos y de asistencia humanitaria esencial frente a las adversas condiciones de vida de los palestinos en Gaza”, y cuando según la ONU más de 750.000 gazatíes se enfrentan a una “hambruna catastrófica” y a un riesgo de enfermedades e infecciones monstruoso, todos esos países cómplices del “derecho de Israel a defenderse” suspenden la financiación del principal organismo asistencial e incrementan los efectos de la masacre que ha eliminado a más del 1% de la población y herido a más del 2% en los últimos tres meses. ¿Qué es eso sino una venganza del genocida y sus cómplices ante la resolución judicial?

Después de que por primera vez en la historia un país del sur se atreviese a sentar en el banquillo al Occidente colonial, exigiendo el fin de la masacre contra la martirizada población autóctona de Palestina, la resolución de La Haya convoca a la solidaridad internacional. De momento, solo los hutíes del Yemen responden a los masacradores y sus cómplices de una forma digna y consecuente, interrumpiendo selectivamente el tráfico marítimo en el mar Rojo.

[Fuente: Ctxt]

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¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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