La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Sandra Ezquerra
Apuntes para una economía política feminista: el cercamiento de los comunes reproductivos
Mi propósito en este texto es examinar los problemas resultantes de la llamada crisis de los cuidados desde un ángulo político-económico feminista, mostrar el papel fundamental que el trabajo reproductivo juega en el mantenimiento de la economía global y, entre otras cuestiones, arrojar algo de luz sobre las dimensiones raciales, de clase y de género de la relación entre la economía y la política. Esta apuesta por estudiar los procesos sociales, políticos y económicos tomando el trabajo reproductivo como punto de partida nos permite examinar el capitalismo global desde abajo y desenmascarar relaciones de poder que los enfoques convencionales de las ciencias sociales no suelen buscar ni detectar.
Argumento que la acumulación primaria o acumulación por desposesión afecta de manera sistemática a los procesos de reproducción social y se encuentra fundamentalmente marcada por la división sexual e internacional del trabajo: una de las principales estrategias desarrolladas por el capital durante las últimas décadas, e implementada a su vez por múltiples gobiernos, ha sido trasladar la crisis de los cuidados en el Norte Global sobre las espaldas de millones de mujeres del Sur Global mediante una internacionalización, etnificación y mercantilización de la reproducción. Por ello, examino aquí los casos del Estado español (como Estado receptor) y de Filipinas (como Estado emisor), los cuales ilustran un proceso global de cercamiento de comunes reproductivos del Sur Global por parte de los países del Norte.
De la acumulación primaria al cercamiento de los comunes reproductivos
Marx (2007 [1867]) teorizó la existencia de una acumulación anterior a la acumulación capitalista, la cual constituyó su premisa imprescindible. Esta acumulación primaria, acaecida entre los siglos XV y XVIII, extrajo valor más allá de las fronteras de la esfera capitalista de producción y consistió en toda una serie de violentos procesos de desposesión, expulsión del campesinado de sus tierras, trabajo forzoso, robo, asesinato, tráfico de esclavos, usurpación de tierras comunes y, entre otros, expolio de oro y plata de las Américas y destrucción de sus poblaciones indígenas. Sus principales consecuencias fueron la separación forzosa de los productores reales de sus medios de producción, la transformación de los medios sociales de subsistencia y producción en capital, así como su concentración en manos de la clase capitalista emergente, y la conversión del campesinado en la clase trabajadora asalariada demandada por la industria, y de su plustrabajo en capital. En gran medida, estos procesos fueron posibilitados por la intervención estatal: las leyes para el cercado de tierras, por ejemplo, entre los siglos XVII y XIX expropiaron casi 30.000 km2 de tierra previamente considerada comunal en Reino Unido y generaron nuevos derechos de propiedad sobre ella (Ibid. 211).
Para Harvey (2004), las prácticas depredadoras de acumulación primaria persisten a lo largo de la geografía histórica del capitalismo y, en momentos de crisis, se aceleran ejerciendo acumulación por desposesión. Algunas formas en que los comunes globales son cercados son: el agotamiento de los recursos medioambientales; la mercantilización de bienes o servicios previamente públicos como la educación, el agua y la sanidad; los programas de ajuste estructural o la creación de la crisis de la deuda en múltiples países. El capital también realiza constantes demoras temporales y expansiones espaciales mediante, entre otras vías, la apertura de nuevos mercados y/o posibilidades de recursos y de mano de obra en otros lugares.
Frente a esto, numerosas autoras feministas defienden que la acumulación primaria no se caracteriza únicamente por la mercantilización de las relaciones de producción, sino también y, sobre todo, por la generación de las condiciones que permiten la existencia de dichas relaciones (Federici y Fortunati, 1984; Mies, 2019; Federici, 2010; Lebaron y Roberts, 2010). Tan importante como los cercamientos de las tierras y su transformación en medios de producción es la acumulación primaria de las condiciones de producción, formalmente no capitalistas, o los requisitos de la producción capitalista. La clase capitalista no puede producir por sí misma estas condiciones como mercancías y, además, no le interesa eliminarlas, ya que ello le obligaría a asumir todos los costes de la reproducción de las relaciones sociales capitalistas, incluyendo los requisitos para desarrollar una fuerza de trabajo explotable (Glassman, 2006: 617).
Se amplía así el concepto clásico de acumulación primaria para incorporar transformaciones sociales racializadas y marcadas por el género y se acaba con el silencio conceptual imperdonable (Bakker, 1994) del marxismo clásico en torno al rol esencial del trabajo reproductivo no remunerado en la emergencia de las sociedades industriales, la reproducción de la relación capital-trabajo asalariado y la acumulación de capital. La acumulación primaria incluye la colonización de las condiciones extraeconómicas de acumulación, entre las que el trabajo de reproducción marcado por el género y racializado ocupa un lugar central. La naturaleza, las poblaciones de los países empobrecidos del Sur Global y el trabajo de subsistencia del campesinado han sido también colonias fundamentales que han posibilitado el nacimiento y la reproducción del capitalismo y han conformado, a su vez, la base invisible sobre la que se han erigido los procesos de acumulación (Mies, 2019).
El capitalismo no se construye únicamente sobre la proletarización de los hombres, sino que es posible, tal y como describe Federici (2010), gracias a la ficticia separación impuesta entre el trabajo productivo y el reproductivo, a la atribución del primero a los hombres y del segundo a las mujeres y a la invisibilización y subordinación del segundo en favor del primero. Es este proceso lo que, en última instancia, marca el auge de la sociedad industrial y garantiza la solvencia y continuidad del sistema emergente mediante nuevas formas de racionalización de las relaciones de reproducción (Arruzza, 2016; Ezquerra, 2016). A pesar de la invisibilización social, política y económica del trabajo no remunerado de las mujeres, éste tiene un papel fundamental en la provisión de bienestar y en el funcionamiento de la economía considerada real y productiva (Dalla Costa, 1975). Así, el objeto de desposesión y fuente de acumulación se localiza bajo la superficie del sistema económico, fuera de éste y más allá de lo que la ciencia social y económica convencional, tanto la ortodoxa como la heterodoxa, considera la economía real. Los cercamientos a los que se refiere la economía política feminista se dan en forma de apropiación y desvalorización de actividades y relaciones que previamente se encontraban fuera de él y que, en cierta manera, continúan estándolo.
Crisis de los cuidados: la reestructuración de la (re)producción en el Norte Global
La organización del trabajo reproductivo ha sufrido una profunda alteración en las últimas décadas. Desde los años setenta del siglo XX las economías del Norte Global han requerido de forma creciente la participación laboral de las mujeres. Ello ha detonado una crisis de los cuidados y ha visibilizado la incapacidad (o falta de voluntad) de las democracias liberales para garantizar el bienestar de amplios sectores de la población. En el Estado español, mientras que en 1976 la tasa de actividad laboral femenina era de 28,67%, en 2023 ya superó el 54%. A su vez, han disminuido notablemente las mujeres que se mantienen fuera del mercado laboral como resultado de lo que la Encuesta de Población Activa del Instituto Nacional de Estadística todavía denomina “labores del hogar”: en 1976 sumaban un 65,52% y en 2023 se habían reducido a 30,47%. Mientras decenas de miles de mujeres abandonaban durante las últimas décadas su dedicación exclusiva al cuidado, el envejecimiento demográfico, a su vez, ha provocado un aumento del número de personas que necesitan atención y cuidado: si en 1975 el índice de envejecimiento en España era del 35%, en 2021 sumaba ya un 133,46%.
La aceleración de los procesos de globalización capitalista iniciada en los años setenta del siglo XX ha transformado de forma significativa los mecanismos de producción a escala mundial, permitiendo la intensificación de la acumulación de capital y aumentando las desigualdades sociales. La muerte del contrato social keynesiano –que siempre fue, a su vez, sexual–, constituye un aspecto central de la reestructuración de los mecanismos de reproducción social, y está estrechamente vinculada a los cambios en el ámbito llamado productivo, como la desregulación de los mercados, las privatizaciones o, entre otros mecanismos de acumulación por desposesión, los procesos de la deslocalización de la industria. Además, como resultado de los múltiples procesos de desinversión pública en educación, bienestar social, vivienda, salud y servicios sociales se ha dado un aumento de la demanda de recursos privados, familiares o mercantiles, para garantizar y sostener la reproducción social.
Resulta preciso interrogarse sobre los efectos de todos estos cambios en la organización social del cuidado y las relaciones que articulan la reproducción social. La crisis de los cuidados resultante ha agudizado la doble presencia-ausencia (Izquierdo, 2003) de miles de mujeres: a la par que se han incorporado al mercado laboral, siguen siendo las principales responsables del trabajo reproductivo en sus hogares. En este escenario, y ante el declive del Estado de bienestar, las clases medias del Norte han transferido porciones importantes de trabajo reproductivo a mujeres del Sur, contribuyendo con ello a una mercantilización y etnificación de dicho trabajo y a una internacionalización de la crisis de los cuidados. Sin embargo, a diferencia de los procesos de acumulación por desposesión en respuesta a las crisis capitalistas descritos por Harvey, la crisis de los cuidados no es resoluble mediante el desplazamiento de capital y mano de obra del Norte al Sur. En realidad, la crisis de los cuidados ha sido abordada mediante la importación de mano de obra reproductiva por parte de los países enriquecidos, mano de obra que acaba siendo transferida a demanda desde múltiples países del Sur Global. Esta transferencia ha sido facilitada por restrictivas leyes de extranjería, que han canalizado la entrada a los países del Norte de cuidadoras profanas, recluyéndolas a nichos como el del trabajo del hogar o el cuidado, y por normativas laborales que no los reconocen como trabajo real y las condenan a una enorme precariedad.
Los procesos globales de reestructuración económica también han incrementado la demanda de mano de obra en los países del Norte mediante la creación de ciudades globales polarizadas económicamente y el incremento de fuerza de trabajo de origen migrante en un sector servicios precario e infrapagado. De este modo, el origen nacional y la ciudadanía, así como la intersección de ejes de opresión como el género, la etnia y la clase social, han tenido un rol crucial en la reestructuración neoliberal de las últimas décadas de la producción y la reproducción a escala internacional. Los países del Norte han optado por importar mano de obra reproductiva (barata y vulnerabilizada) para suplir tanto la ausencia de apoyo público como la decreciente disponibilidad de las mujeres autóctonas para cuidar de las personas que las rodean. Han recurrido, en definitiva, a nuevas colonias personificadas en mujeres provenientes del Sur, que han transitado de manera masiva por el conjunto del planeta para abastecer las necesidades de cuidado de las familias en el Norte y posibilitar, de esta manera, los procesos de feminización del mercado laboral requeridos por el capital. Así, si el expolio de recursos naturales, entre otros, de los países empobrecidos ha sido una constante en la historia global contemporánea, la crisis de los cuidados de los últimos años ha propiciado un cercamiento de nuevos recursos de las antiguas colonias mediante su desplazamiento de la Periferia al Centro: sus mujeres y su trabajo reproductivo.
Crisis de los cuidados: la reestructuración de la (re)producción en el Sur Global
La disponibilidad de un ejército de reserva de cuidadoras es resultado, por su parte, del éxodo de millones de mujeres de países del Sur a raíz de la reestructuración económica impuesta desde el Norte desde la década de los años ochenta. Los años setenta fueron testigos de una recesión mundial con efectos devastadores en las economías de los países del Sur. Deseosos de invertir los crecientes beneficios del boom del petróleo, los bancos del Norte ofrecieron préstamos a bajo interés a los países del Sur que, en gran medida, éstos usaron para financiar sus importaciones, déficits comerciales y deudas crecientes, limitando de manera severa su crecimiento y perpetuando su endeudamiento con el Norte. El incremento de los tipos de interés dificultó la capacidad de muchos países de devolver los préstamos. El Fondo Monetario International y el Banco Mundial estuvieron dispuestos a refinanciar la deuda a cambio de que los gobiernos aplicaran draconianos Programas de Ajuste Estructural (PAE), que priorizaban la producción dirigida a la exportación, la eliminación de aranceles comerciales y de inversiones, las privatizaciones y el equilibrio presupuestario mediante recortes en gasto público. Además, los países endeudados debían especializarse en aquellos productos que pudieran producir de manera más barata y eficiente. En el caso de Filipinas se promovieron el azúcar y el coco, lo cual tuvo un impacto negativo en la superficie total de tierra dedicada a cultivos para la alimentación doméstica y en las estrategias de subsistencia del campesinado. La apuesta por la exportación de materias primas, además, se demostró equivocada tras el desplome de sus precios y el incremento del precio del petróleo y los tipos de interés.
Los PAE impuestos por el Norte no crearon el crecimiento económico vaticinado en el Sur y, en realidad, provocaron un aumento de las desigualdades sociales, elevadas tasas de desempleo y subocupación, una mayor concentración de los medios de producción y la riqueza, el declive de la agricultura de subsistencia, el estrangulamiento del sector público, la liberalización de las economías y el aumento de los precios. Tampoco aliviaron la deuda del Sur Global que en 1993 era ya de 1.500.000.000.000 $ (Witness for Peace, 2003) y que durante años provocó un flujo constante de riqueza financiera del Sur al Norte.
Los PAE también tuvieron importantes dimensiones de género e incidieron de forma particularmente severa en las mujeres, ya que históricamente han tenido una importante presencia en la pequeña agricultura y han sido responsables del abastecimiento, la subsistencia y el bienestar de las familias. Además, al ser mayoría en el sector público, fueron las principales víctimas de los recortes en gasto social, la congelación de salarios y la destrucción de empleo. A raíz de los recortes, también fueron las principales sustitutas del Estado a la hora de proporcionar cuidados a los y las más vulnerables. Ante este severo empeoramiento de las condiciones laborales y vitales, millones de ellas migraron a las grandes ciudades, ingresaron en la economía informal o en zonas de producción para la exportación y, llegado el momento, optaron por la emigración internacional. Muchas se dirigieron a lugares como el Estado español para cuidar a los seres queridos de miles de familias ajenas mientras dejaban a las suyas en manos de sus maridos, hermanas, madres, amigas o vecinas.
Ya desde la década de los años setenta, numerosos Estados del Sur empezaron a ver en la migración internacional una posible válvula de escape frente a las continuas crisis económicas y sociales. En Filipinas, paradigma de país exportador de recursos humanos del Sur Global, se diseñó una estrategia de desarrollo económico que hacía depender las cuentas nacionales de las crecientes remesas resultantes de la exportación de mano de obra, las cuales ascendieron a más de 1.000.000.000 $ solo en 2006 y sin contar el dinero enviado mediante el uso de canales informales (Ezquerra, 2008). La emigración también se convertía en una nueva y fundamental fuente de ingresos para el gobierno, mediante el pago obligatorio de tasas, seguros médicos y porcentajes fijados de remesa, y para los miles de agencias de reclutamiento, formación y contratación de trabajadoras y trabajadores filipinos en el extranjero. Entre 1975 y 1982, el número de migrantes anuales creció en un 1.900%. Entre abril y septiembre del año 2016, 2.200.000 personas trabajaron en el extranjero[1]. En el año 2004, las mujeres filipinas que migraban constituían un 75% del total (Battistella, 1999) y en 2010, las mujeres cuyo destino migratorio era el trabajo del hogar y de cuidados fueron el grupo más numeroso de migrantes que abandonó el país (Viajar, 2011).
En su papel de broker de mano de obra, el Estado filipino ha jugado un papel fundamental en la producción, distribución y regulación de mujeres filipinas como trabajadoras del hogar y cuidadoras en todo el mundo, contribuyendo a la transferencia internacional de mano de obra reproductiva (Rodríguez, 2008) como respuesta a la crisis de los cuidados generada en numerosos países del Norte y la imposición de políticas neoliberales de ajuste en el Sur. El éxodo masivo de millones de mujeres del Sur durante décadas resulta de factores de expulsión económicos y políticos en los países de origen y de un claro motor de atracción laboral en los de destino. Mientras que estas mujeres han venido a cuidar de nuestras hijas, a hacer compañía a nuestros mayores, a fregar nuestros suelos y a preparar nuestros desayunos, sus hogares, sus hijos y sus mayores se quedan atrás a cargo de otras personas. Una vez crecen, no obstante, dejan a los suyos atrás para substituir a sus madres en los hogares del Norte, perpetuando de esta manera el vicioso círculo de cercamiento de los comunes reproductivos. Así, la reproducción social de estas mujeres es llevada a cabo en sus países de origen y su contratación en otros lugares del mundo, ya de adultas, supone también una transferencia directa de capital humano de países empobrecidos a países enriquecidos a costa de los primeros. El capital variable producido en un lugar y explotado en otro no es en absoluto distinto a la extracción de recursos naturales o a la asfixia resultante del pago de la deuda externa, entre otros episodios históricos y contemporáneos de acumulación por desposesión.
Esta transferencia internacional de trabajo de cuidados conlleva una perversa estratificación nacional del derecho a la atención, al afecto y a la proximidad física de las familias. Ante la imposición de un modelo de Estado de bienestar que se niega a responsabilizarse de la reproducción social, las trabajadoras migrantes han acabado jugando un papel clave en la economía internacional. Sus precarias condiciones laborales, administrativas y vitales funcionan de subsidio tanto para los Estados emisores como para los receptores: por un lado, han compensado los recortes públicos y el estancamiento económico de los países de origen mediante el pago de tasas en origen y el envío masivo de remesas y, por el otro, han sido claves en el enmascaramiento del estallido de la crisis de cuidados en el Norte, que las utiliza de colchón amortiguador ante los cambios demográficos, sociales y político-económicos de las últimas décadas.
Referencias
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Bakker, Isabella (1995) The Strategic Silence: Gender and Economic Policy. New York, NY: Zed Books.
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Viajar, Verna Dinah Q. (2011). “Filipino Migrant Domestic Workers: Implications on Development and Migration Trends in the Philippines”. En Global Labor University Conference. Johannesburg (South Africa), septiembre 2011.
[Fuente: Viento Sur]
- Datos extraídos de la Survey on Overseas Filipinos. ↑
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