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Albert Recio Andreu

Europa, migraciones y democracia

I

Las migraciones están en el centro del debate político. Constituyen un elemento central en las políticas de la extrema derecha. Y reflejan todas las contradicciones que siempre ha tenido el modelo europeo a la hora de configurarse como un proyecto universal.

Europa fue la cuna del capitalismo y de la globalización. Como explicó hace años Alfred W. Crosby en Imperialismo ecológico, el primer intento de crear “Nuevas Europas” se inició en la Edad Media, con el fallido experimento de las Cruzadas. Y fue seguido de intentos más exitosos en otras zonas del planeta, antes de la eclosión del nuevo capitalismo industrial. La expansión colonial tenía como objetivo directo la obtención de recursos básicos para los países europeos, e incluía también un constante flujo de migrantes europeos. La aventura colonial fue crucial en el desarrollo de las modernas sociedades europeas. Como cualquier otra operación predatoria, que implicaba un fuerte recurso a todo tipo de violencia, necesitó de una sofisticada instrumentación cultural que la justificara. Esta se concentró en la religión (se iban a salvar las almas) y en la superioridad civilizatoria (se iba a educar a pueblos salvajes). El racismo, en sus variadas formas, ha formado parte de la educación moral de la población europea. Le ha permitido ignorar el papel que han tenido el esclavismo, la destrucción de sociedades, el robo de recursos básicos en las políticas de crecimiento económico y bienestar. Se puede incluso constatar que esta cultura racista está más consolidada entre aquellos que han participado directamente en estas aventuras coloniales, los que practicaban violencia (como es el caso de los colonos del Oeste estadounidense) o simplemente vivían en esta zona de conflicto.

En la construcción de las sociedades capitalistas jugó también un papel crucial el nacionalismo. Aunque tendemos a confundir capitalismo con mercados, el desarrollo económico real se ha fundamentado en una permanente cooperación público-privada en la que el sector público ha jugado, desde el principio, un papel clave en muy variados aspectos: ley y orden, infraestructuras básicas, moneda, eliminación de trabas feudales y el impulso a la expansión colonial. El nacionalismo ha funcionado como ideología y mecanismo legitimador de la acción estatal y ha contribuido a fomentar una cierta xenofobia difusa que se activa en circunstancias particulares, como puso de manifiesto el fracaso de las políticas socialistas al inicio de la Primera Guerra Mundial. Aunque el nacionalismo belicista ha dejado de ser predominante en Europa Occidental, nunca ha desaparecido del todo y, en parte, ha sido modificado en la época del capitalismo consumista por versiones aparentemente más suaves (como es el de la competición deportiva y la promoción de los éxitos nacionales en otros muchos campos). Pero la inmensa mayoría de la población sigue estructurando su reflexión sobre su papel en el mundo global en clave nacionalista. De estos posos de xenofobia y racismo vive la extrema derecha; su fuerza radica en que se trata de componentes que han estado presentes a lo largo de una experiencia prolongada y que, de alguna forma, han contaminado el pensamiento y la acción del conjunto de formaciones políticas.

II

Las actuales oleadas migratorias, sobre las que se concentra el discurso reaccionario, son el resultado esperado del tipo de dinámicas económicas y demográficas dominantes. El flujo de población desde la periferia agraria y subdesarrollada hacia los grandes centros de población ha sido habitual en los últimos cien años, e incluso antes. Incluso la inmigración extracomunitaria, la que alimenta el racismo de la extrema derecha, es un fenómeno iniciado en muchos países en la época del crecimiento económico de los cincuenta. Los norteafricanos en Francia, o los turcos en Alemania, llevan muchos años asentados en estos países. Quizás el caso más extremo lo aporta Reino Unido, que en la década de 1950 concedió la nacionalidad británica a todos los súbditos de la Commonwealth con tal de atraer mano de obra barata. Pero nunca se trató de un proceso de asentamiento igualitario. Los de fuera, marcados por su aspecto físico y sus rasgos culturales, siempre fueron tratados como personas de segunda, a menudo hacinados en guetos étnicos, relegados socialmente, sospechosos a la vista de la población autóctona; candidatos a relevar a los judíos en el papel de chivos expiatorios cuando las circunstancias lo propiciaran. Los atentados yihadistas fueron un elemento catalizador, pero no único de esta reactivación racial que concentra las frustraciones, el malestar, la sensación de inseguridad que ha contaminado una parte de la población de los países ricos.

A ello también ha contribuido, a veces, el propio discurso público sobre la naturaleza de las migraciones actuales. Cuando se analizan sus dinámicas, se pueden detectar dos vías interpretativas. La que predomina es la que explica los procesos migratorios como un factor de atracción provocado por la brecha de renta que existe entre ambas orillas del Mediterráneo. Los migrantes son personas que quieren saltar las barreras fronterizas para acceder a los niveles de renta y bienestar que predominan en el Norte. O, en otra versión más progresista, se trata de personas que huyen de los impactos de la crisis climática (o de las condiciones de represión política y guerra) y que buscan un refugio en el mundo “civilizado”. En todo caso, estas interpretaciones abonan la sensación de que se está produciendo una “invasión” que desequilibra el funcionamiento de nuestras sociedades desarrolladas. Ello, sobre todo, en la gente menos informada —desconocedora o insensible— del papel que tienen las economías centrales en nuestro “modo de vida imperial”, en la generación de estas desigualdades de renta, en el cambio climático, en la política de estos países.

Es obvio que tanto las desigualdades de renta como los impulsos a la expulsión provocados por desastres de todo tipo forman parte de los procesos migratorios actuales. Pero centrarse sólo en ellos pasa por alto otra cuestión central: el envejecimiento de las sociedades occidentales fruto tanto de los éxitos en la sanidad y los cuidados como en el cambio de las pautas de natalidad. La llegada de migrantes extracomunitarios cubre las vacantes laborales que dejan las cohortes que se jubilan. Se ocupan en empleos que gran parte de la población local considera poco atractivos, y no sólo asalariados; gran parte del pequeño comercio y los bares de muchos barrios se mantienen gracias al relevo que han tomado chinos, paquistaníes, indios, marroquíes, etc. Gran parte de los cuidados que recibe la población de más edad dependen crucialmente de mujeres latinoamericanas. La misma catástrofe del sistema de pensiones, que ha sido pronosticada cada año por los economistas neoliberales (sobre la base de sus proyecciones demográficas) se ha visto cuestionada, una y otra vez, porque las masivas jubilaciones han sido compensadas con la entrada de personas migrantes. Cuando se toma en consideración este elemento, el papel de las migraciones actuales es bastante menos dramático. Pero esta evidencia tiene un impacto emocional menor que el que genera la imagen de la fortaleza asaltada.

III

La idea del asalto ha ganado la partida. No sólo por el empuje de los machacones discursos de la extrema derecha. Ni sólo por el oportunismo de la derecha teóricamente sensata y de la socialdemocracia, atemorizados por el miedo a perder elecciones si no responden a las pulsiones racistas y xenófobas de su electorado potencial. También porque plantear los procesos migratorios en otros términos obliga a replantear muchas de las políticas existentes. Empezando por las lógicas de intervención de las fuerzas policiales. Es siempre difícil contrarrestar las dinámicas “de orden” y el corrimiento hacia la derecha de la mayoría de las fuerzas políticas en materia migratoria. Se trata de la respuesta inercial a unas sociedades construidas sobre el colonialismo, el racismo, la xenofobia y la creencia en la superioridad civilizatoria. El pacto europeo que ratifica este giro a la derecha, que avergüenza por su inmoralidad estructural, que reduce peligrosamente derechos, es seguramente el único tipo de pacto posible en una Europa dominada por aires reaccionarios.

En materia migratoria, los tiempos van a seguir siendo difíciles. Y esto no solo afecta a las condiciones de vida y los derechos políticos de las personas migradas. Impacta en otros muchos campos: en la vida laboral, en la posibilidad de avances en derechos sociales (los migrantes pobres sin derecho a voto son los más afectados), en el sistema educativo (el racismo y el clasismo son los grandes impulsores de la segregación escolar), en los derechos políticos, en la legitimación de la dureza policial… Y, ante ello, es necesario elaborar una estrategia general sobre el tema, más allá de la defensa radical de los derechos humanos básicos y las respuestas activas a los brotes de racismo.

Existe la necesidad de realizar un trabajo explicativo y propagandístico no sólo orientado a cuestionar el componente racista de nuestra base cultural, sino también de ampliar el tratamiento de la cuestión migratoria en los términos que he discutido anteriormente (especialmente en clave de cambio demográfico) y de relacionarlo con los otros componentes de los problemas actuales. Y, especialmente, destacar la imposibilidad de mantener el statu quo actual y la consiguiente inutilidad de las políticas migratorias actuales para cumplir los objetivos que se plantean. Hasta ahora, todas las políticas restrictivas han sido incapaces de alcanzar sus objetivos, y los flujos migratorios reales las han superado (el ejemplo más reciente y llamativo es el fracaso del Brexit). Es imposible mantener murallas enhiestas si las desigualdades y la crisis climática tienen la dureza que tienen. Y esto conduce a situar el tema migratorio en el contexto de respuestas a la crisis ecológica y social.

Además, existen otros dos espacios de acción fundamentales. Uno, el laboral, sindical. No sólo luchando por organizar y mejorar las condiciones de los trabajadores migrantes, sino también planteando el carácter crucial para el bienestar humano que aportan sus actividades. Si las desigualdades se legitiman, apelando a la aportación productiva de las distintas actividades laborales, el desmontaje de las falacias que existen en este campo constituye un elemento central de la lucha por un trabajo digno. Y, en este campo, la lucha sindical en sus vertientes reivindicativa y cultural pueden jugar un papel esencial. El otro tiene que ver con la vida comunitaria, en los barrios, allí donde se desarrolla la vida cotidiana más allá del trabajo. Hay ya buenas experiencias de iniciativas en muchos espacios: educativos, culturales, lúdicos, donde la generación de conexiones, de un cemento social básico para la generación de una percepción social distinta, es posible.

Europa acaba de sancionar un régimen migratorio reaccionario. Que obedece a la hegemonía que la extrema derecha ha obtenido apelando al sustrato racista y xenófobo que subyace a la historia europea. Alterarlo exige una respuesta política, sindical, vecinal y cultural a la altura del reto.

30 /

12 /

2023

Señores políticos:

impedir una guerra

sale más barato

que pagarla.

Gloria Fuertes
Poema «Economía»

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