El pasado 27 de diciembre murió en Madrid, a los 65 años, la directora cinematográfica Patricia Ferreira.

No era una cineasta cualquiera. Además de poseer todas las capacidades técnicas, Patricia Ferreira fue la directora más afín a la sensibilidad de la izquierda cultural de este país.

Dos películas extraordinarias, magistrales, lo avalan. Sé quién eres, del año 2000, es probablemente el filme que con más profundidad refiere aspectos de la transición española, y no precisamente de un modo complaciente. Para que no me olvides, de 2005, es una importante aportación cultural y emocional a nuestra historia. Ferreira nunca se atuvo a la consigna del olvido, al “vota, calla y olvida” exigido por los dirigentes del proceso de cambio de régimen. Ambas son películas extraordinariamente bien hechas, en las que nadie se pierde ni un segundo de las tramas; pelis que al salir del cine el espectador sabe que no las olvidará nunca.

Ferreira, como es natural, fue criticada o silenciada por la crítica cinematográfica más conservadora o afín al sistema. Una gran injusticia, sobre todo al frenar el visionado de sus películas por el gran público.

Las películas mencionadas son, a juicio de quien suscribe, las más descollantes de su producción. Pero tiene también otras, siempre películas excelentes: El alquimista impaciente, de 2002, lleva a la pantalla una novela de L. Silva; aquí el tema de fondo es la ruindad de la competición económica entre capitalistas. Los niños salvajes, de 2012, comprensiva de la amistad y la solidaridad juvenil.

Película documental es Señora de (2010), que expone la vida de varias mujeres a las que se impuso la peor de las subalternidades sociales: la que impone resignación. El secreto mejor guardado (2004), episodio del filme En el mundo a cada rato, sobre el sida, y sus consecuencias en los niños; Thi Mai, rumbo a Vietnam es la descripción de un viaje de varias mujeres a Vietnam para adoptar a una niña.

La muerte se ha llevado a Patricia Ferreira cuando ésta aún era joven y se podía esperar nuevas aportaciones suyas a la crítica social y cultural, a la revelación de las auténticas relaciones sociales. Si el lector no conoce su obra, tiene paradójicamente la suerte de poder aún dejarse sorprender por ella.