La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Noam Chomsky
Sobre los crímenes de Kissinger en Chile y Camboya
Sobre Chile
“A Kissinger le preocupaba que el éxito de Allende fuera contagioso”
Henry Kissinger afirmó en su panegírico: “El mundo es un lugar mejor, un lugar más seguro, gracias a Richard Nixon”. Seguro que pensaba en Laos, Camboya y Vietnam. Pero centrémonos en Chile y veamos por qué es un “lugar mejor y más seguro”. A principios de septiembre de 1970, Salvador Allende fue elegido presidente de Chile en unas elecciones democráticas.
¿Cuál era su política?
Era básicamente un socialdemócrata, muy del tipo europeo. Perseguía una pequeña redistribución de la riqueza para ayudar a los pobres (Chile era una sociedad muy desigual). Allende era médico, y una de las cosas que hizo fue instituir un programa de leche gratuita para medio millón de niños muy pobres y desnutridos. Trataba de nacionalizar industrias importantes, como la minería del cobre, y una política de independencia internacional, es decir, que Chile no quedara subordinado simplemente a los Estados Unidos, sino que tomara una vía más independiente.
¿Fueron libres y democráticas las elecciones que ganó?
No del todo, porque hubo grandes intentos de perturbarlas, principalmente por parte de los Estados Unidos. No era la primera vez que los Estados Unidos hacían algo semejante. Así, por ejemplo, nuestro gobierno se implicó a fondo para impedir que Allende ganara las elecciones anteriores, en 1964. De hecho, cuando el Comité Church [del Senado norteamericano] realizó una investigación años más tarde, descubrió que los EE. UU. gastaron más dinero per cápita para conseguir que el candidato al que favorecía fuera elegido en Chile en 1964 ¡de lo que gastaron los dos candidatos (Johnson y Goldwater) en las elecciones de 1964 en los EE. UU.!
En 1970 se adoptaron medidas similares para tratar de impedir unas elecciones libres y democráticas. Hubo una gran cantidad de propaganda sucia sobre cómo, si Allende ganaba, las madres enviarían a sus hijos a Rusia para que los esclavizaran, cosas por el estilo. Los Estados Unidos amenazaron también con destruir la economía, algo que estaba en su mano hacer, y que de hecho hicieron.
Sin embargo, ganó Allende. Pocos días después de su victoria, Nixon convocó al director de la CIA, Richard Helms, a Kissinger y a otros para una reunión sobre Chile. ¿Puede describir lo que ocurrió?
Tal como Helms relató en sus notas, había dos puntos de vista. La “línea blanda” consistía, en palabras de Nixon, en “hacer chirriar la economía”. La “línea dura” consistía sencillamente en apuntar a un golpe militar.
Nuestro embajador en Chile, Edward Korry, que era del género de liberal a lo Kennedy, recibió el encargo de llevar a la práctica la “línea blanda”. Así es como describió su tarea: “Hacer todo lo que esté a nuestro alcance para condenar a Chile y a los chilenos a la mayor privación y pobreza”. Esa era la línea blanda.
Hubo una campaña masiva de desestabilización y desinformación. La CIA sembró de noticias El Mercurio [el periódico más importante de Chile] y fomentó el malestar laboral y las huelgas.
En este caso sí que se emplearon a fondo. Más tarde, cuando finalmente se produjo el golpe militar [en septiembre de 1973] y el gobierno fue derrocado —y miles de personas fueron encarceladas, torturadas y masacradas—, la ayuda económica que había sido cancelada empezó a fluir de nuevo de inmediato. Como recompensa por el logro de la junta militar de revertir la democracia chilena, los Estados Unidos prestaron un apoyo masivo al nuevo gobierno.
Nuestro embajador en Chile le planteó a Kissinger la cuestión de la tortura. Kissinger le reprendió duramente, comentando algo así como: “No me venga con clases de ciencias políticas. No nos importa la tortura, nos importan las cosas importantes”. Luego le explicó qué cosas importantes eran esas.
Kissinger afirmó que le preocupaba que fuera contagioso el éxito de la socialdemocracia en Chile. Contagiaría al sur de Europa —el sur de Italia, por ejemplo— y llevaría al posible éxito de lo que entonces se llamaba eurocomunismo (lo que significaba que los partidos comunistas se unirían a los socialdemócratas en un frente unido).
En realidad, el Kremlin se oponía al eurocomunismo tanto como Kissinger, pero esto da una idea muy clara de lo que es la Teoría del Dominó. Ni siquiera Kissinger, por enloquecido que esté, se creía que los ejércitos de Chile fueran a marchar sobre Roma. No iba a ser ese tipo de influencia. Le preocupaba que un desarrollo económico exitoso, en el que la economía produce beneficios para la población en general —y no sólo ganancias para las corporaciones privadas— tuviera un efecto contagioso.
Con esos comentarios, Kissinger pone en evidencia la historia fundamental de la política exterior norteamericana a lo largo de decenas de años.
Ese patrón se repitió en Nicaragua en la década de 1980.
En todas partes. Lo mismo ocurrió en Vietnam, en Cuba, en Guatemala, en Grecia. Esa es siempre la preocupación: la amenaza de un buen ejemplo.
Kissinger también dijo, de nuevo hablando de Chile: “No veo por qué deberíamos quedarnos de brazos cruzados y dejar que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propia gente”.
Como decía The Economist, deberíamos asegurarnos de que las medidas políticas queden aisladas de la política. Si la gente es irresponsable, hay que sacarla del sistema.
En los últimos años, la prensa se ha hecho eco de la tasa de crecimiento económico de Chile.
La economía chilena no va mal, pero se basa casi por completo en las exportaciones —frutas, cobre, etc.— y resulta, por tanto, muy vulnerable a los mercados mundiales.
Ayer había un par de noticias realmente divertidas. El New York Times publicaba una pieza sobre cómo todo el mundo en Chile está tan contento y satisfecho con el sistema político que nadie le presta demasiada atención a las próximas elecciones.
Pero el Financial Times de Londres (que es el diario de negocios más influyente del mundo, y un medio difícilmente radical) tomaba exactamente la perspectiva opuesta. Citaba encuestas que mostraban que el 75% de la población estaba muy “descontenta” con el sistema político (que no permite ninguna opción).
En efecto, hay apatía ante las elecciones, pero eso es un reflejo de la descomposición de la estructura social de Chile. Chile fue una sociedad muy vibrante, viva y democrática durante muchos, muchos años, hasta principios de la década de 1970. Después, el reinado de terror fascista la despolitizó. El desmoronamiento de las relaciones sociales es bastante notable. La gente se las arregla sola y trata de valerse por sí misma. El repliegue sobre el individualismo y el beneficio personal es la base de la apatía política.
Nathaniel Nash es quien escribió el reportaje del New York Times sobre Chile. Afirmaba que muchos chilenos tienen recuerdos dolorosos de los encendidos discursos de Salvador Allende, que condujeron al golpe de Estado en el que murieron miles de personas [incluido Allende]. Nótese que no tienen recuerdos dolorosos de la tortura, del terror fascista, sólo de los discursos de Allende como candidato popular.
Chomsky.info, fragmento de ‘Secrets, Lies and Democracy’, 1994.
Sobre Camboya
“Kissinger transmitió las órdenes de bombardear masivamente”
“Henry Kissinger sería sin duda juzgado por su papel en los ataques si el mundo se rigiera por la justicia y no por la fuerza”, afirma Chomsky en esta entrevista con Stuart Alan B., del Phnom Penh Post, de la que reproducimos la parte relativa a la política norteamericana en el Sudeste asiático en general, y a Camboya en particular.
El filósofo y lingüista Noam Chomsky afirma que los Estados Unidos le deben a Camboya no sólo una disculpa, sino una reparación masiva por la campaña de bombardeos de B-52 denominada Operación Menú, que mató hasta a un millón de personas.
La campaña tuvo lugar del 18 de marzo de 1969 al 26 de mayo de 1970, destruyó un millar de ciudades y pueblos, desplazó a dos millones de personas y, según Chomsky, contribuyó a la llegada de los Jemeres Rojos al poder.
Los comentarios de Chomsky se producen después de que los Estados Unidos desecharan la semana pasada una petición del primer ministro camboyano, Hun Sen, de condonar una deuda de 317 millones de dólares contraída con Estados Unidos por el régimen de Lon Nol durante la década de 1970.
Chomsky ha ido observando los acontecimientos acaecidos en Camboya desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Se tomó su tiempo para responder a algunas preguntas sobre acontecimientos significativos de la historia del reino que han contribuido a configurar la Camboya actual.
“La enemistad histórica entre Vietnam y China se remonta a un milenio atrás. En 1978-79, Camboya era aliada de China y Vietnam estaba ligado a los rusos…”.
¿Cómo ha podido pasar que la gente se hiciera idea de que usted se mostraba blando con las atrocidades de los Jemeres Rojos a raíz de su libro de 1988, coescrito con Edward S. Herman, Manufacturing Consent?
En nuestro libro de 1988, Herman y yo repasamos la forma en que se habían tratado los horrores de Camboya en tres fases distintas: la guerra de los Estados Unidos antes de la toma del poder por los Jemeres Rojos en abril de 1975, el periodo de los Jemeres Rojos en el poder, el periodo posterior a la invasión de Vietnam y la expulsión de los Jemeres Rojos, y el paso inmediato de los Estados Unidos y Gran Bretaña de prestar apoyo militar y diplomático directo a los Jemeres Rojos (“Kampuchea Democrática”). En la época en que escribimos, se sabía que la guerra norteamericana anterior a 1975 había sido horrenda, pero sólo en los últimos años se han publicado documentos más extensos.
Ahora sabemos que la fase más brutal comenzó en 1970, cuando Henry Kissinger transmitió al general Haig las órdenes del presidente Nixon de “bombardeo masivo de Camboya, todo lo que vuele sobre todo lo que se mueva” (palabras de Kissinger). Es difícil encontrar una declaración con una intención genocida tan clara en los archivos de cualquier Estado. Y las órdenes se cumplieron. El bombardeo de la Camboya rural estuvo al nivel del bombardeo total aliado en el teatro del Pacífico durante la II Guerra Mundial. El Jemeres Rojos, tal como hoy sabemos, se expandieron hasta llegar a ser unos 200.000, en buena medida reclutados a causa de los bombardeos.
Durante el primer periodo y el tercero, los norteamericanos —y de modo más general, los occidentales— podían hacer bastante. Durante el segundo periodo, nadie tuvo siquiera una sugerencia sobre qué hacer. La cobertura fue exactamente lo contrario de lo que dictarían las consideraciones morales más elementales. Durante el primer periodo hubo alguna protesta, pero la cobertura fue escasa y se olvidó rápidamente. Las nuevas revelaciones se han suprimido casi por completo. Durante el tercer periodo, la cobertura volvió a ser muy escasa y la historia también se ha olvidado casi por completo.
Nuestra revisión precisa de estos hechos sí que provocó una indignación considerable, y mentiras masivas, como las que usted menciona. Eso fue aún más cierto en el caso de nuestro estudio en dos volúmenes de 1979, The Political Economy of Human Rights, que proporciona amplia documentación para demostrar que este patrón era (y es) bastante general, y que se ha extendido por todo el mundo. La mayor parte del estudio se refería a crímenes norteamericanos, razón por la cual no fue objeto de reseñas ni de lectura, lo que confirmó nuestras tesis.
Había un capítulo que trataba sobre Camboya. En él, condenábamos duramente los crímenes de Pol Pot, y también revelábamos invenciones y engaños extraordinarios. Escribimos que los crímenes eran bastante horribles, pero que los comentaristas debían atenerse a la verdad y a las fuentes más fiables, como los servicios de inteligencia del Departamento de Estado, a todas luces la fuente más informada en aquel momento, también en buena parte suprimida, aparte de nuestro análisis, porque no se ajustaba a la imagen que se había fabricado. Esa imagen era importante.
Se explotó explícitamente para encubrir los crímenes cometidos por los Estados Unidos en Indochina y para sentar las bases de nuevos y horribles crímenes en América Central, justificados por el hecho de que los Estados Unidos tenían que detener a la “izquierda de Pol Pot”. Comparamos Camboya con Timor Oriental con precisión: dos enormes atrocidades en el mismo período de tiempo y en la misma zona del mundo, que difieren en un aspecto crucial: en Timor Oriental, los Estados Unidos y sus aliados fueron los principales responsables de las atrocidades, y podrían haberles puesto fácilmente fin; en Camboya pudieron hacer poco o nada —como se ha señalado, apenas hubo siquiera una sugerencia— y las atrocidades del enemigo pudieron explotarse y se explotaron para justificar las nuestras.
Demostramos que en ambos casos se produjo un engaño masivo en los EE. UU. y Occidente, pero en direcciones opuestas: en el caso de Timor Oriental, donde los crímenes podrían haber terminado fácilmente, se suprimieron o negaron; en el caso de Camboya, donde no se podía hacer nada, las invenciones y mentiras habrían impresionado, literalmente, a Stalin.
Se ignoró por completo lo que escribimos sobre Timor Oriental (salvo en Australia), junto con el resto de lo que escribimos sobre los crímenes norteamericanos y cómo se encubrieron.
Lo que escribimos sobre Camboya, por el contrario, provocó una enorme indignación y una nueva avalancha de mentiras, como comentamos en nuestro libro de 1988. Y así continúa. En general, es extremadamente importante suprimir nuestros propios crímenes y defender el derecho a mentir a voluntad sobre los crímenes de nuestros enemigos. Esas son las principales tareas de las clases cultivadas, tal como hemos documentado ampliamente, en estos libros y en otros lugares.
Es raro el estudio que no contiene errores, pero nuestro capítulo sobre Camboya parece ser una excepción. A pesar del enorme esfuerzo realizado, nadie ha encontrado ni siquiera una coma mal colocada, por no hablar de errores de fondo. Estaríamos encantados de admitir y corregir cualquier error, pero a pesar de esfuerzos hercúleos, no se ha encontrado ninguno. Y por favor, no se fíe de mi palabra. Compruébelo usted mismo.
Cuando se analiza el genocidio de Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, ¿se culpa a los bombardeos estadounidenses de Camboya de crear las condiciones que llevaron a Pol Pot al poder, o es algo más complejo?
Dos destacados estudiosos de Camboya, Owen Taylor y Ben Kiernan, señalan que cuando comenzaron los intensos bombardeos estadounidenses sobre la Camboya rural, los Jemeres Rojos eran un pequeño grupo de unos 10.000 efectivos. En pocos años, los Jemeres Rojos, se había convertido en un enorme ejército de unos 200.000 hombres, profundamente amargados y en busca de venganza. Su propaganda de reclutamiento hizo hincapié en los bombardeos de EE. UU. Los archivos del Pentágono revelan que el tonelaje de las bombas lanzadas sobre la Camboya rural fue aproximadamente el mismo que el total de los bombardeos estadounidenses en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y por supuesto mucho más intenso. Pero seguramente no fue el único factor.
En su lectura de la historia, ¿por qué los líderes de los Estados pueden llegar a la maldad de masacrar a cualquiera que haya ido a la escuela o que llevara gafas [como hicieron los Jemeres Rojos]? ¿Puede imaginar la base intelectual o emocional para que los autores de asesinatos en masa sean capaces de vivir alegremente como instrumentos de esos asesinatos en masa?
Es una buena pregunta. También podemos hacernos preguntas similares sobre nuestra propia sociedad, la cual tendríamos que ser capaces de entender mejor. Sólo hay que ceñirse a Camboya. El intenso bombardeo comenzó bajo las órdenes del presidente Nixon, que Kissinger transmitió lealmente a los militares estadounidenses con estas palabras: “Campaña masiva de bombardeos en Camboya. Todo lo que vuele sobre todo lo que se mueva”. Es el tipo de apelación al genocidio que raramente se encuentra en los archivos de ningún Estado. La declaración se publicó en The New York Times, y no hubo ninguna reacción entre sus lectores, en su mayoría intelectuales liberales, pocos de los cuales la recuerdan siquiera.
¿Deberían ser juzgados y ejecutados o encarcelados los autores del genocidio de Camboya? ¿Por qué?
Me opongo a la pena de muerte, pero creo que deberían tener un juicio justo y acabar en la cárcel. Nadie se hace esa pregunta cuando se trata de Nixon y Kissinger, o de los ricos y poderosos en general.
[Fuente: Ctxt. Esta entrevista se ha traducido de Chomsky.info, que a su vez la tomó del Phnom Penh Post, donde se publicó el 5 de octubre de 2010]
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