La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Pablo Stefanoni
Las mutaciones de la derecha argentina
El sorpasso de Javier Milei a la alianza de centroderecha Juntos por el Cambio (JxC) ha movido las placas tectónicas del bloque no (o anti) peronista de la política argentina. Pocas horas después de que Milei ingresara al balotaje, tanto la candidata de JxC, Patricia Bullrich, como el expresidente Mauricio Macri (2015-2019) salieron a apoyar al libertario y a intentar que los votos de Bullrich en la primera vuelta (casi 24%) se vuelquen este 19 de noviembre a la papeleta de La Libertad Avanza (LLA) y permitan derrotar al peronista Sergio Massa. El apoyo inconsulto de Macri a Milei, alineado con la extrema derecha internacional (Vox, Jair Bolsonaro, Donald Trump) ha dejado a JxC ante una ruptura de hecho. Gran parte del principal socio del macrismo, la centenaria Unión Cívica Radical (UCR), se niega a dar ese apoyo, al igual que el sector liderado por el alcalde saliente de la ciudad de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta. Varios de sus referentes optaron por el voto en blanco y otros directamente por votar a Massa.
El nuevo padrinazgo de Macri a Milei, un candidato carente por completo de estructuras y equipos, busca coparle el gobierno y, de ese modo, ganar políticamente lo que su espacio no ganó en las urnas. Pero al mismo tiempo, con esta jugada, Macri arriesga su propio capital político en una aventura incierta: un gobierno de Milei, si este llega a la Presidencia, sería una especie de salto al vacío.
La propia imagen utilizada por Macri para apoyarlo no fue precisamente tranquilizadora: «Vas en un auto a 100 [km/h], vas a chocar contra un paredón y sabés que te matás. Entonces te tirás del auto, ¿vas a sobrevivir? Qué sé yo, pero al menos tenés una chance». El paredón, para Macri, es Massa; tirarse del coche es Milei. Y a la luz de las encuestas, que anticipan un resultado muy parejo con una leve ventaja para Milei, la mayoría de los electores que votaron por Bullrich el 22 de octubre decidieron hacer propia la analogía y tirarse del auto. El «pacto de Acassuso», sellado en la casa de Macri, que jugó de local, parece estar funcionando. En todo caso, a nadie le sorprendió: tras su salida del gobierno, Macri se autocriticó por haber sido demasiado «gradualista» (moderado) y dio un decidido giro a la derecha. Como en otras latitudes, podemos ver convergencias entre extremas derechas —con dificultades para lograr victorias electorales amplias— y sectores de las derechas convencionales.
Pero este acuerdo ha transformado el propio proyecto de Milei. La «rebeldía de derecha» —expresada en su rechazo a la «casta» política y su reclamo de «que se vayan todos»— mutó en una suerte de macrismo 2.0 expresado en el eslogan «Kirchnerismo o libertad». Del relato anticasta se pasó así al discurso utilizado en la campaña de Bullrich, quien llamó a acabar «para siempre» con el kirchnerismo. Al mismo tiempo, Milei busca alejarse de sus posiciones más radicales —mercado de órganos, armas libres y otras veleidades anarcocapitalistas—, aunque insiste en que cerrará el Banco Central, el cual propuso varias veces dinamitar.
Milei importó a Argentina el paleolibertarismo estadounidense de Murray Rothbard, pero la adaptación al ecosistema local no ha sido fácil. Rothbard planteó, sobre el final de su vida, una alianza de los libertarios con la «vieja derecha» estadounidense, incluidos grupos supremacistas blancos enfrentados al poder federal. A ese maridaje lo denominó paleolibertarismo. El libertario neoyorquino consideraba que el Partido Libertario, que él mismo había ayudado a fundar, se había vuelto un semillero de hippies antiautoridad. Rothbard no se oponía a la autoridad en sí, sino a la autoridad del Estado. En su momento paleo, llegó a promover alianzas con la derecha religiosa, sobre la base de la autonomía de cada Estado o comunidad —aunque él estaba a favor del derecho al aborto, sostenía que cada gobierno local tenía el derecho a autorizarlo o prohibirlo y que, sobre esa base de «autonomía» respecto a cualquier aspecto de la vida social, los libertarios podían ampliar sus alianzas (si una comunidad no quería a los negros, por ejemplo, tenía también el derecho a segregarlos).
Su artículo «Populismo de derecha: una estrategia para el movimiento paleo», de 1992, fue bastante profético. Rothbard percibió tempranamente la rebelión de las bases del Partido Republicano, que daría lugar primero al Tea Party y luego al trumpismo.
En un país sin las tradiciones de «autonomía de derecha» existentes en Estados Unidos —donde pululan diversos grupos anti-Washington, a menudo armados—, Milei combinó la Escuela Austriaca en su versión más radical (la anarcocapitalista) con elementos de las derechas alternativas globales, en general de forma no muy digerida.
El economista armó entonces una alianza entre libertarismo de derecha y nacionalismo reaccionario, corporizado en Victoria Villarruel. La candidata a vicepresidenta mantiene vínculos con ex-militares cercanos a la dictadura y con grupos católicos de ultraderecha. Al mismo tiempo, se presenta como una «chica conservadora» admiradora de la italiana Giorgia Meloni, con un discurso bien articulado y un muy buen desempeño como polemista. Activista de la «memoria completa» sobre los años 70, repite el discurso, ya ensayado por los represores, de que hubo excesos y no un plan sistemático de terrorismo de Estado, como ya zanjó la justicia argentina. Mientras que Milei, como rothbardiano, debería estar en contra, ella propicia el retorno del servicio militar obligatorio y el aumento del presupuesto militar. Se trata de una alianza ideológicamente inestable, pero coherente con las actuales hibridaciones en la extrema derecha. Uno de los enviados del partido ultra español Vox, de matriz nacionalcatólica y posfranquista, Hermann Tertsch, aclaró en Buenos Aires, adonde viajó para apoyar a Milei, que, aunque Vox no es libertario, tiene suficientes coincidencias con el argentino como para hacerlo parte de su frente internacional antiprogresista.
Milei tiene una visión sobre la democracia que retoma conceptos de los libertarios decepcionados de Silicon Valley. Por ejemplo, los llamados neorreaccionarios promueven directamente que hay que separar la libertad de la democracia. No es casual que Milei hable todo el tiempo de libertad, pero nunca de democracia. Tampoco que considere que el Estado democrático es un «pedófilo en un jardín de infantes», mientras que el Estado dictatorial de los 70 —que literalmente mató y violó— solo habría cometido excesos. Como recordaba hace poco Enzo Traverso en relación con otra cuestión, la democracia no es solo un sistema de disposiciones institucionales, sino también una cultura, una memoria y un conjunto de experiencias. Milei —y más aún Villarruel— es ajeno a la cultura, la memoria y el conjunto de experiencias que —no sin problemas— fueron jalonando la transición democrática argentina, justo cuando se conmemora el 40° aniversario.
El problema de Milei es que su anarcocapitalismo paleo, si bien conecta con algunas sensibilidades del presente, como se vio en su arraigo juvenil, incluso de sectores populares, sigue siendo en gran medida una «idea fuera de lugar», incluso en su propio partido. La sociedad argentina, pese a su momento inconformista, combina el voto por el libertario con la vigencia de una fuerte legitimidad de reformas más o menos recientes como el matrimonio igualitario o la legalización del aborto. También hay un consenso respecto de la salud y la educación públicas, pese a su fuerte deterioro. El movimiento de mujeres es hoy muy dinámico y ya sabemos que en varios países fue ese uno de los principales diques de contención contra las derechas reaccionarias y sus «guerras culturales» (Brasil, Polonia).
La propia construcción política de Milei es bastante caótica —llena de microemprendimientos políticos locales, oportunistas y libertarios de última hora—, con varios parlamentarios electos que amenazan con abandonar el espacio, lo que podría anticipar una desbandada si Milei pierde la segunda vuelta. Y un escenario inéditamente incierto si las gana.
La ventaja de Milei, rumbo al 19 de noviembre, es que ya amortizó la filtración de videos -en general previos a su candidatura- con posiciones extravagantes para un candidato presidencial, como cuando decía que entre el Estado y la mafia prefería a la mafia, insultaba al papa Francisco por estar a favor de la justicia social o manifestaba que su héroe era Al Capone. Hoy su estrategia, hasta donde puede lograrlo, es mostrarse sosegado y poner la «violencia» del lado del kirchnerismo y de Massa, un candidato centrista y pragmático que carga con el peso de ser ministro de Economía de un país con 140% de inflación interanual, y también con el de su alianza con Cristina Fernández de Kirchner, quien pese a mantener una popularidad no desdeñable, genera rechazos tan pasionales como sus apoyos.
¿Puede Milei ser un candidato, y eventualmente, un presidente «normal»? El estado psíquico del candidato y la excentricidad de sus propias ideas encienden alarmas, pero alimentan, al mismo tiempo, cierto morbo social de que al final todo estalle de alguna manera, como una compensación, si no material al menos psicológica, frente al estado de crisis crónica en que se encuentra el país. Una suerte de bungee jumping político.
[Fuente: Nueva Sociedad]
11 /
2023