La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Javier Andaluz Prieto
Héroes, villanos y oportunistas en la cumbre del clima de Dubái
Hace unos días concluyó la COP28 en Dubái, una cumbre más en la que los exiguos avances siguen lejos de hacer frente a la auténtica emergencia climática que vivimos. Aunque por fin, tras 28 años de negociaciones, se reconoce la necesidad de deshacernos de los combustibles fósiles, el resultado no deja de ser amargo, especialmente por la inclusión de falsas soluciones como la energía nuclear, la captura de carbono o la inclusión del gas como combustible alternativo, todas estas tecnologías demasiado caras y peligrosas.
El mejor resumen de esta cumbre está probablemente en los últimos movimientos del plenario final, cuando Al-Jaber, presidente de la COP28 y CEO de la petrolera ADNOC, se apresuró a aprobar el documento final sin que todos los países estuvieran presentes. Entre los ausentes, los representantes de los pequeños Estados insulares, quienes afearon la conducta del presidente por excluir a casi 39 pequeños Estados muy vulnerables. Samoa, en representación de estas islas, se quejó de que el consenso alcanzado seguía lejos de las acciones necesarias, y mostraba que, a pesar de los avances en el reconocimiento de las indicaciones de la ciencia en esta COP28, el resultado final no es suficiente para garantizar el objetivo de 1,5 °C.
El papel de estos pequeños Estados siempre ha sido relevante. Sus posiciones han venido subrayando que, para estos pueblos, la lucha climática es cuestión de supervivencia. Así, siempre han manifestado que no pueden volver a sus territorios con más tiempo perdido. Para ellos, estas cumbres son el único altavoz real del que disponen para enfrentarse cara a cara con las grandes potencias globales y que sus opiniones sean tenidas en cuenta.
Este grupo representa mejor que nadie la urgencia del reto y lo caro que resultará seguir atascados en una pelea permanente entre quienes no quieren hacer nada, los que solo quieren la reducción de emisiones y aquellos que solo buscan fondos climáticos. Este marco de competencia entre países es, cuanto menos, desesperante, ya que cumbre tras cumbre se repite el enfrentamiento entre la financiación y la mitigación que impide avanzar con la velocidad necesaria.
Un dilema falaz, ya que avanzar en ambos elementos es la única respuesta posible. Un buen ejemplo son las palabras de la ministra de Medio Ambiente de Colombia, que, en uno de los plenarios, expresaba su disposición de acabar con los combustibles fósiles, pero siempre y cuando se dieran las condiciones necesarias. Unas condiciones que dependen del hecho de que una posible reducción de las exportaciones de Colombia tendría la consecuencia inmediata de la devaluación de su moneda, un lujo que no se podían permitir si querían erradicar la pobreza. Esta intervención mostró con claridad el problema de una estructura financiera internacional donde muchos países dependen de la explotación de los combustibles fósiles para mantener sus economías, y para pagar una deuda ilegítima y odiosa. Esta realidad es recogida por primera vez en el texto de una cumbre climática, reconociéndose que la lucha climática no debe generar deuda a los países, aunque desgraciadamente se deje en manos de algunas instituciones como el Banco Mundial una reforma fiscal que palie los problemas que estas mismas han generado.
La peor cara de la defensa del petróleo fue la delegación de Arabia Saudí, que ya consiguió evitar una mención explícita a los combustibles fósiles en el Acuerdo de París y que utilizó la unanimidad necesaria en las cumbres como arma para evitar el avance de la lucha climática. Las intervenciones de la delegación saudí durante la cumbre de Dubái se centraron en desviar la atención para evitar hablar de fósiles y concentrarse en hablar de emisiones. Intervenciones enteramente respaldadas por la OPEP que, desesperadamente, salió en contra de cualquier mención al abandono del petróleo argumentando los efectos negativos sobre las economías de sus países miembro. No es de extrañar su posición: cabe recordar que antes del descubrimiento del petróleo muchos de los países que integran la organización se encontraban en una situación de enorme pobreza.
Si bien es cierto que en la lucha climática es preciso establecer diferencias según las capacidades de los distintos países, de forma que reduzcan primero los mayores responsables de la crisis climática, esto no puede servir de pretexto para evitar que el mundo avance hacia la descarbonización. En esta cumbre se ha visto cómo cada vez más se utiliza la desigualdad como excusa para bloquear la ambición. De hecho, han sido muchos los países que intentan instrumentalizar los principios de responsabilidades diferenciadas para continuar ad infinitum con las exportaciones de combustibles fósiles, como así defiende Bolivia reiteradamente.
En cuanto al Norte global, la situación es mucho peor. Sus discursos son poco creíbles, el más hiriente es el de Estados Unidos, el país con mayor responsabilidad histórica, que una y otra vez se niega en rotundo a reconocer su enorme deuda para con el resto del mundo. El anuncio de los primeros fondos para las pérdidas y daños se topó con la condescendencia norteamericana, que, en un arranque de “generosidad”, prometió 17,5 millones de dólares. Una cuantía que resulta, en el mejor de los casos, una broma de mal gusto, cuando la comparamos con cualquiera de las aportaciones de otros países menos enriquecidos y poblados, y que, en el peor, en un contexto de genocidio en Palestina, con la Administración americana gastando miles de millones de dólares en armamento, es directamente un insulto. Por si fuera poco, el enorme poder geopolítico de la Casa Blanca se ve respaldado por el servilismo de los países de la UE, que ni tan siquiera han abierto la boca para pedir una aportación mayor.
En este juego de intereses, Europa intenta presentarse a sí misma como líder climática, basándose en defender, en numerosas ocasiones, la postura más ambiciosa en términos de reducción de emisiones y en ser el principal contribuyente internacional de los fondos climáticos. Esta imagen contrasta con el hecho de que las reducciones prometidas están muy lejos de las recomendaciones de la ciencia y, sobre todo, con que se sigan incentivando proyectos fósiles dentro y fuera de las fronteras europeas. La actitud de Europa es percibida en muchas ocasiones como paternalista y colonial, especialmente por su empeño por demostrar que su forma de dar respuesta a la crisis climática es la mejor de las opciones, desoyendo las experiencias y necesidades de otros países.
Esta necesidad de financiación quedó recogida en el texto de la COP28, que reconoce que se necesitan de ocho a quince veces más financiación. La próxima cumbre no tendrá éxito si los países del Norte no proveen la financiación necesaria y suficiente para que los cientos de países empobrecidos puedan optar por modelos alejados de la dependencia fósil y enfrentar las consecuencias climáticas.
Esta complejidad requiere mucha empatía. Entender cuál es la realidad mundial es fundamental si queremos acabar con un sistema capitalista, extractivista y patriarcal. Está claro que los juicios simples de estos marcos solo abundan en el alejamiento de una respuesta viable. Enfrentar la emergencia climática requiere ser precisos en la crítica, especialmente, cuando esta versa sobre algo tan complejo como la diversidad económica, social y cultural que se ve reflejada en los espacios de negociación. Entender las múltiples ópticas que convergen en las cumbres del clima se convierte en una urgencia y la responsabilidad ética de los poderes públicos y de los movimientos sociales.
Entender que este marco es la consecuencia de las sociedades y los Estados. Un encuentro que no es el único ni el más decisivo, pero es donde se deben ver reflejados los cambios alcanzados a nivel local, regional y estatal. No debemos llamarnos a engaño y pretender que, sin haber terminado con el sistema fósil, extractivista, neocolonialista y patriarcal, estas cumbres puedan pactar algo distinto al capitalismo, en una dinámica que vemos repetida en los cientos de tratados multilaterales climáticos que siguen la misma tónica de falta de ambición y acción.
Es necesario poner fin al ecopostureo (sea bien o mal intencionado) que traen consigo las cumbres: en los días que dura la COP son constantes los eventos, artículos y publicaciones en medios y redes sociales que lanzan mensajes alejados del contenido o de la comprensión del espacio. Mensajes simplistas de greenwashing, de posibilismo o de desprecio absoluto hacia la lucha climática internacional son una constante en redes sociales y otros espacios que distraen mucho de las auténticas prioridades. Esta actitud deja el terreno abonado a quienes antes dedicaban el esfuerzo a negar la crisis climática y ahora lo dedican a “venderse” falsamente como la solución a los problemas. Lo ideal para ellos sería quedarse solos en ese espacio como únicos actores para seguir con la banalización de la lucha climática y la transformación de las negociaciones en una feria aún más inservible. Seguir denunciando su presencia y señalándoles es la primera línea de defensa.
Tampoco podemos ignorar la responsabilidad que tenemos como Norte privilegiado de estar presentes para acompañar las denuncias de aquellos que se juegan la vida y exigir a nuestros gobiernos las reparaciones históricas que adeudamos. Mancharse de la incoherencia y frustración que supone estar en estos espacios es el primer paso para exigir esas reparaciones históricas.
Participar en la comunidad climática internacional exige un ejercicio de generosidad y de empatía. Comprender cuáles son las realidades de cada territorio, hasta dónde pueden avanzar y cómo se suman las distintas formas de ver el mundo. Estas cumbres son el altavoz de las injusticias, donde precisamente tienen más responsabilidad aquellos que viven en contextos como el europeo.
No podemos basar las valoraciones de estas cumbres en presuponer la misma capacidad de incidencia y autoorganización en todos los países, especialmente si se viene de una potencia colonizadora europea. El privilegio de ser críticas con nuestros gobiernos nos permite decir aquello que muchas otras no pueden y responsabilizarnos de los impactos que estamos generando en el Sur global. Para muchos pueblos, la presión que se ejerce desde la sociedad civil europea a sus países importa. Mostrar la solidaridad y la voluntad de la ciudadanía por esas reparaciones históricas deja en entredicho las declaraciones de los líderes políticos.
Merece la pena unirse para denunciar la vulneración sistemática de los Derechos Humanos mediante acciones, lemas, aplausos y llantos. Especialmente este año, mostrando el dolor de los movimientos sociales mundiales ante el genocidio en Palestina. Exigir delante de todo el mundo y en la portada de los principales medios internacionales el alto el fuego inmediato.
Los tímidos avances climáticos dejan claro todo lo que queda por hacer a todos los niveles. Seguir resistiendo y tejiendo lazos en un mundo cada vez más hostil es la forma de luchar por el planeta que queremos.
[Fuente: Ctxt. Javier Andaluz Prieto es delegado de Ecologistas en Acción en la COP28]
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