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Albert Recio Andreu

Sin tregua

1. Un gobierno acosado

Sólo un respiro. El gobierno de coalición ha obtenido la mayoría en el Congreso de Diputados consiguiendo, al menos, construir una coalición pluripartidista entre la izquierda y los nacionalismos periféricos. Hasta la siempre oportunista derecha canaria se ha apuntado al acuerdo, calculando que podrá sacar alguna tajada de un Gobierno necesitado de pactos. Que se llegara a este pacto es lo que debería esperarse de políticos racionales que calculan bien sus posibilidades y sus riesgos. Un economista convencional diría que todos los participantes del pacto tienen buenos incentivos para alcanzarlo y mantenerlo en el tiempo. Pero ya se sabe que una cosa es un planteamiento en abstracto y otra la complejidad de la situación. Así, que en Catalunya y Euskadi existan dos fuerzas nacionalistas que compiten en un duelo interminable —como los duelistas del filme de Ridley Scott— y que ya atisban nuevos comicios electorales, complica los equilibrios a nivel estatal. Además, que en Catalunya estas fuerzas enfrentadas aún sean prisioneras del relato del procés complica la situación todavía más. Finalmente, también en la izquierda, la pugna entre Podemos y Sumar puede conllevar sobresaltos de efecto impredecible.

Pero, aunque todas estas líneas de tensión van a estar ahí, y pueden provocar sismos de relativa intensidad, la mayor línea de tensión va a proceder de una derecha inclemente que va a utilizar todo su enorme poder institucional, mediático y organizativo para provocar un descarrilamiento del gobierno y un clima de tensión difícil de soportar. Cuentan no sólo con un importante peso en las instituciones representativas, sino también con una enorme penetración en las élites que gestionan la vida pública (alto funcionariado, judicatura, fuerzas de seguridad…), con el apoyo de gran parte de las élites económicas (empresarios, rentistas, banqueros), y con el control de gran parte de los medios de creación de opinión; y no sólo medios convencionales, sino también una buena capacidad de intervención en las redes y el control de gran parte del espacio educativo de las clases medias y altas.

En gran medida, la polarización actual del país la generó esta derecha reaccionaria en lo social y absolutista en lo nacional. Aznar (y sus directos seguidores) fue el impulsor de campañas insultantes en su fase de ascenso al poder. Fue el que en su segundo mandato rompió todos los puentes creados en su primera legislatura (había pactado con CiU porque era su única oportunidad de alcanzar el Gobierno), y quien dinamitó el Estatut catalán mediante su control de un Tribunal Constitucional tan caducado como el actual CGPJ. El proyecto de esta derecha es un país donde el nacionalismo español sea absolutamente dominante y donde la izquierda, y sus demandas, queden reducidas a la inanidad. No está claro que el actual PP esté secuestrado por el discurso de Vox; más bien, pienso que estamos ante una versión ligeramente puesta al día del viejo reaccionarismo español, que ahora está más dividido por cuestiones menores, no por una fractura de fondo. Que Ciudadanos, que en algún momento se presentó como una derecha modernizada, acabara abducida por el mismo discurso ferozmente españolista, autoritario, es otro indicador de que hay una base de fondo en la derecha española que tiende fácilmente a posiciones autoritarias. Y ahora esta derecha se posiciona en la corriente derechista que atraviesa el mundo occidental y cuenta, además, con la amnistía, un buen tema en el que concentrar su fuerza de choque.

Para el espacio a la izquierda del PSOE la coyuntura puede ser aún más complicada. No sólo por la apuesta sectaria de Podemos. También porque la situación conspira contra la posibilidad de desarrollar grandes avances sociales. Y porque, por inclinación de sus líderes, o por la propia necesidad de no agravar las tensiones en campo propio, Sumar opte por una intervención de bajo perfil que desoriente y desanime a sus votantes y seguidores. Dada la debilidad orgánica del proyecto, su limitada vertebración social, una gran parte de la base de apoyo está bastante desconectada, a la merced de los vaivenes subjetivos y sin un trabajo persistente de explicación y desarrollo participativo puede desentenderse del proyecto. El miedo —racional— a la derecha no va a ser suficiente. Hace falta que, más allá del trabajo institucional, se realice un verdadero esfuerzo de conexión y diálogo con el electorado.

2. La corriente de fondo europea

Es evidente que los países capitalistas desarrollados llevan sumidos en una corriente de fondo; ésta ha implicado, por una parte, una debacle persistente de la izquierda. Por la otra, ha visto la emergencia cada vez más peligrosa de la extrema derecha nacionalista y un corrimiento reaccionario de la derecha tradicional. Si esto no ha triunfado en España con la misma fuerza es porque aquí aún hay mucha gente que tiene memoria de lo que significó el franquismo, y también porque en algunos aspectos el país se ha vuelto más liberal: lo expresa el éxito, relativamente pionero, de la sucesión de reformas que implican a los derechos sexuales (aborto, matrimonio homosexual, derechos LGTBI…). O el mismo hecho de que, a pesar de haber recibido una notable corriente migratoria en los últimos años, los conflictos étnicos han sido hasta el momento poco relevantes. Pero que hasta ahora las cosas hayan ido relativamente bien no presupone que la ola reaccionaria no nos pueda sepultar.

Hasta ahora, las izquierdas en general no han sabido ni encontrar respuestas a su declive, ni las claves para hacer frente a la derechización social. La interpretación dominante es la de considerar que esta dinámica endiablada es producto de los desastres de la economía neoliberal y la destrucción de las viejas comunidades obreras. De la frustración que genera en mucha gente esta situación, dando lugar a una respuesta derechista. No negaré que este contexto existe, pero me parece una clave insuficiente, demasiado simplista y complaciente, pues deja toda la responsabilidad a los malditos neoliberales. Tampoco se entiende el poco éxito que han tenido, salvo en momentos puntuales, las llamadas a la movilización y a lucha. Si sólo se tratara de rabia, la izquierda más radical debería haber crecido en fuerza e influencia. Siempre queda la tesis secundaria de achacar esta baja movilización a la cobardía y el apoltronamiento de la izquierda oficial, de los sindicatos. Que hay mucha maldad en los neoliberales (y que cuentan con muchos medios) es innegable, pero que una parte de la izquierda está adocenada, también. Todo ello sigue siendo insuficiente para entender la derechización y el derrumbe.

Si se analizan los temas centrales de la nueva derecha, parece bastante claro que el de la inmigración extracomunitaria ocupa un papel preponderante, y ayuda a activar un nacionalismo excluyente como eje de movilización. Un nacionalismo que siempre ha estado presente, que está integrado en los sistemas educativos de todos los países, en la propaganda oficial, y que se activa periódicamente cuando hay tensiones. Y en un eurocentrismo que tiene un innegable componente racista que ha legitimado toda la historia colonial. Todo ello forma un poso relativamente fácil de inflamar cuando las cosas van mal, o cuando se produce algún incidente que tensiona la situación. Por ejemplo, en Catalunya, la sentencia del Estatut activó al nacionalismo catalán, y el reto independentista catalán provocó el despegue del españolismo más desaforado (primero con Ciutadans y, posteriormente, con Vox y el PP). Una parte de la ciudadanía europea persigue la llegada de extracomunitarios como una invasión, y es absolutamente inconsciente respecto a su historia pasada de emigraciones y respecto a la evidente conexión entre los problemas del Sur global y nuestras propias economías. Los nuevos migrantes están ocupando el papel que antes tuvieron los judíos. Son el chivo expiatorio al que cargar todo tipo de problemas.

Esta es una parte de la cuestión. La otra tiene que ver con las transformaciones sociales en el mundo laboral, la educación y la vida cotidiana. Hasta la década de los cincuenta, las fronteras de clase eran bastante nítidas. Pero, desde entonces, la combinación de una expansión del sistema educativo y los cambios en la organización del trabajo, la estructura productiva, el sector público y las empresas, ha contribuido a difuminar las fronteras sociales e individualizar las experiencias laborales. Una gran masa de gente es sometida a una vida laboral competitiva que tiene lugar en formas y espacios muy diferentes entre sí —desde los empleos precarios hasta la presión de las competitivas carreras profesionales— que por su diversidad hace difícil generar una conciencia colectiva común. Sin embargo, estas condiciones, en su conjunto, generan estrés, mala leche y resentimientos de los que dan cuenta los crecientes problemas de salud mental. Además, toda la organización del consumo cotidiano ha contribuido a promover formas de vida individualizadas, asociales, en las que el automóvil, la televisión y los móviles han jugado un papel fundamental. Generan aislamiento y también una adicción a la satisfacción inmediata que es otro factor creador de frustraciones, que impide una reflexión serena y que genera la busca de culpables cuando todo no funciona. El desapego de lo político, de la acción colectiva, tiene aquí una base material. Dificulta la construcción de organización social y concede mucho espacio a los vendedores de humo, entre los que destacan los populistas de derechas.

Cambiar estas dinámicas es harto difícil. Pero entenderlas es la única forma de poder encontrar respuestas que cambien las dinámicas actuales. Si el diagnóstico es adecuado, implica que una izquierda transformadora no lo puede fiar sólo a la esfera de lo político y lo reivindicativo. Tiene también que actuar en la esfera social, promoviendo la reconstrucción de colectividades que ayuden a romper las barreras y prejuicios que alientan el racismo y frenan la acción colectiva. La actividad social es el complemento indisoluble de la acción política.

3. El desafío en Europa

A corto plazo, el mayor desafío se presenta en las elecciones europeas. Estas suelen caracterizarse por una baja participación electoral, y dan el triunfo a los sectores más movilizados. Todo apunta a que, en España, la derecha tratará de convertirlas en una “segunda vuelta de las generales”, e intentará instrumentalizarlas para presionar en favor de elecciones anticipadas. Su acción puede verse reforzada con avances significativos de las extremas derechas en toda Europa, que apunten hacia la conformación de una política europea aún más derechista.

La crítica a la Unión Europea como una mera construcción neoliberal ha pasado por alto el componente nacionalista que la ha impregnado. Especialmente el nacionalismo alemán y sus principales aliados, que han impuesto normas orientadas a garantizar que sus intereses y puntos de vista quedaran garantizados. El desigual tratamiento de la deuda y el déficit de Alemania y Francia frente al de los países del sur de Europa es la muestra más palpable de este nacionalismo colonial. O el bloqueo a cuestionar paraísos fiscales internos como lo representan Luxemburgo, Países Bajos e Irlanda. En una Unión Europea más derechizada, no sólo estas políticas neoliberales pueden tener aún más posibilidades, también corren peligro los proyectos más racionalizadores o la garantía de un marco básico de libertades. Y pueden conseguir más apoyo las políticas de recorte de derechos en cada uno de los estados miembros.

Frente a esto, no sólo hace falta tratar de movilizar al electorado de izquierdas ante la próxima campaña. Hace falta una cierta claridad de proyecto. Creo que una parte de la izquierda, al criticar a la Unión Europea —básicamente en clave de soberanía nacional— ha favorecido en cierta medida el ascenso de los discursos nacionalistas duros, y no ha sido capaz de desarrollar un proyecto europeo común que combatiera el colonialismo interno de la propia UE. Ciertamente, para muchas cuestiones vitales hacen falta normas supranacionales que se contrapongan al poder de los grandes capitales, y para esto hace falta construir un poder público fuerte. La construcción de un marco regulativo supranacional es esencial para hacer frente a muchos de los grandes problemas que afectan a la humanidad, desde la crisis ecológica global o la protección de los derechos humanos a una fiscalidad justa. Basar la política de izquierdas en la soberanía nacional abre demasiadas posibilidades a los nacionalismos reaccionarios. Por ello, una política europea de izquierdas debería centrarse en proponer reformas y cambios que permitan superar los graves defectos actuales. Y, con ellos, hacer frente a los planes de reconducción autoritaria de la derecha.

30 /

11 /

2023

Señores políticos:

impedir una guerra

sale más barato

que pagarla.

Gloria Fuertes
Poema «Economía»

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