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El Lobo Feroz

El peligroso berrinche de la ultraderecha

Para la extrema derecha —léase Vox— la ley de amnistía es, antes de materializarse en el Boletín Oficial del Estado, un material jurídico explosivo, blasfemo, contrario a la moral y al orden constitucional. Pues bien: déjenme decirles a ustedes, ante todo, que a mí, como lobo catalán no independentista, antinacionalista —no creo que la palabra ‘nación’, a diferencia de la de ‘pueblo’ o ‘país’, corresponda a ningún ente real ni en Cataluña ni en España ni en Tombuctú: es ideología—, y como castellanoparlante para más inri, que amnistíen a payasos como Puigdemont y compañía, que ante todo dividieron a la sociedad catalana, propusieron para ella normas completamente antidemocráticas, montaron un pseudorreferéndum impresentablemente falsario, gastaron dinero público para esas mierdas, y de rebote estimularon la radicalización de las derechas en el resto de España, no es cosa que emocionalmente me haga la menor gracia. Me propongo enviarle a Puigdemont, cuando aparezca por aquí, una nariz de payaso, que es lo que corresponde.

Ahora bien, emocionalidades aparte, creo que el gobierno encabezado por el Psoe ha logrado en Cataluña algo muy importante: ha contribuido activamente a bajar el souflé, esto es: el independentismo no es mayoritario, las estelades se han guardado en los armarios junto a la ropa interior, y se puede hablar con razones normales con personas independentistas. Por ejemplo, sobre el escándalo de los trenes de cercanías, que a menudo hacen retrasarse a los currantes para llegar al trabajo, y eso desde hace mucho; del cachondeo que son ciertas instituciones del Estado español —para empezar, el Consejo General del Poder Judicial—, o las advocaciones católicas de la guardia civil y la policía, o los disparates del nefasto presidente del gobierno que fue Rajoy, con su campaña de “No compréis productos catalanes” o su estímulo para que las empresas dejaran de tener sedes en Cataluña simplificando los trámites para cambiar de sede (parece increíble que un tipo así llegara a presidir un gobierno). En suma, ahora en Cataluña se puede vivir la vida diaria sin tiranteces políticas relevantes.

Pero —se pregunta este Lobo razonador— ¿qué ocurriría si empezara a materializarse el rosario de procesos judiciales suscitados por las numerosas antijuridicidades del famoso procés? ¿Qué pasaría en Cataluña si día sí y día también hubiera juicios y sentencias? Sencillamente, que la tranquilidad de que gozamos hoy volvería a irse al carajo, si me permiten la expresión. Por eso, que se evite todo eso, que es lo que pretende la ley de amnistía —una ley que habría surgido aunque Pedro Sánchez no hubiera necesitado los votos de Junts para formar gobierno—, la hace deseable. Y deseable también para los no independentistas como este Lobo, que sin embargo no se hace ilusiones acerca de la capacidad de la clase política nacionalista catalana para comportarse de un modo respetable. Pronto habrá elecciones catalanas en los que las diversas familias nacionalistas no sabrán aprovechar la ocasión de callar.

Lo malo de este asunto es que la tranquilidad de la amnistía para los catalanes se ha convertido, en pequeña parte espontáneamente pero también por incitación del Partido Popular y sobre todo de Vox, en intranquilidad en algunas zonas del resto de España, especialmente en Madrid. En el reino de Ayuso las manifestaciones nocturnas no del todo pacíficas ante la sede del Psoe se han normalizado. Y la tele ha mostrado a jóvenes y algunos no tan jóvenes agrediendo a la policía y a la prensa, voceando eslóganes de extrema derecha, prácticamente fascistas, y exhibiendo banderas rojigualdas tuneadas en sentido antidemocrático.

Eso va a continuar, porque Abascal pretende pescar en ese río revuelto. Pero curiosamente ahora tenemos a la vista algunos datos de Abascal que antes no teníamos. Así, su gesticulación: sus manos imitan constantemente las hojas de la guillotina al caer y los mandobles del espadachín. Y otros relativos a su cerebro. El empeño reiterado en afirmar que el presidente del gobierno es un dictador, y la puesta en circulación de un autobús con cartelones en que aparece asemejado a Hitler, muestran un insólito infantilismo, como del malote de la clase. Sus énfasis, sus modos, son los de un niño abusón con un tremendo berrinche, modos que seguramente pueden atraer a personas con cerebro tan mal amueblado como el suyo, que van a dar abundantemente la vara cada vez que se inventen una oportunidad, y que almacenan también dosis abundantes de infantilismo, por ejemplo al presentar como ministras del gobierno unas muñecas hinchables. Un chiste machista donde los haya. Es de suponer que las muñecas las guardarían para luego.

De modo que la tranquilidad en Cataluña no será tranquilidad donde Vox haya puesto el pie ni donde Vox arrastre a un desnortado PP, con un Feijóo apuntado a follonero. Eso, el repunte de la España negra, tiene mala pinta. La acción del gobierno será difícil, porque tendrá que lidiar con el filibusterismo del PP, que de esto sabe mucho pues lleva practicándolo desde hace cinco años —cinco— a propósito del Consejo General del Poder Judicial. Se necesitará, al objeto de parar esta deriva, también la acción de la sociedad civil sensata, para la cual el envalentonamiento de estos niñatos creciditos acabará resultando insoportable.

Pero hay demasiada gente desmadrada. Así, los magistrados y fiscales que se han manifestado togados contra una ley de amnistía cuando ni siquiera era aún una proposición de ley. A tales magistrados cabe recordarles y recriminarles que se manifestaran togados. Pues el plus de poder y preeminencia que la Constitución les concede solo es para que puedan juzgar, pero para todo lo demás son iguales a cualquier ciudadano, y excederse es prepotencia. Aún tienen mucho que aprender de lo que pueden hacer en democracia, donde la prepotencia de la toga está fuera de lugar. Los togados sí pueden pedir al Tribunal Constitucional que aclare la constitucionalidad de una ley si les parece dudosa: los demás no tenemos ese privilegio.

No parece probable que los manifestantes ultraderechistas hayan pensado ni por un momento en manifestarse contra las matanzas que se cometen en Gaza, ni siquiera contra Hamás, ni que les preocupe ese genocidio como a casi todo hijo de vecino. Las suyas no son manifestaciones estrictamente políticas, sino más bien manifestaciones de odio. Y eso está de más. Quienes las atizan con ánimo de ensanchar su base para un desquite electoral tal vez no se equivoquen, aunque también es posible que sí lo hagan, pues también están movilizando en su contra a los llamados indecisos. Porque el odio es intolerable y se debe apagar con los extintores correspondientes.

De modo que este Lobo apoyará, en cambio, las políticas que vayan en contra de la desigualdad. ¿No están los lectores hartos de tanta desigualdad?

 

27 /

11 /

2023

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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