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Nacho Casado

Más allá de privilegios: comunidad, igualdad y territorio

Gente que quiero y aprecio se manifiestan, dicen, por la unidad y la igualdad de España. Por que no se rompa el país. Por la traición de nuestro presidente.

Me pregunto, en estos días, cómo es posible que toda esta gente que quiero y aprecio, bailando al compás de otros miles, en muchos otros lugares de nuestra amenazada patria, se movilice y participe, desplazándose, en ocasiones, muchos kilómetros, y empleando su tiempo en una causa, al parecer, común. Sucede que toda esta gente que quiero no se caracteriza, precisamente, por su perfil activista, participativo y luchador, ni se define por su implicación en las causas más nobles. Son, simplemente, personas amables, honestas, trabajadoras y generosas, gente humilde, buena gente. Personas, normalmente, preocupadas por su vida cotidiana y su familia. A esta gente que quiero he intentado persuadirla, en diversas ocasiones, para participar en pequeñas acciones en beneficio de nuestra comunidad y nuestra comarca: concentraciones para exigir una buena gestión de los montes y la prevención de incendios, limpiezas de residuos y plásticos en campos y riberas o colaboración en el control de especies invasoras (el, cada vez más presente, ailanto). Apenas he tenido éxito. Recientemente se convocó, en nuestro querido Bierzo, una manifestación para exigir la protección del territorio frente a los megaproyectos de energías renovables, en concreto, parques fotovoltaicos. Tampoco en esta ocasión encontró, toda esta gente que quiero y aprecio, el tiempo ni las ganas para apoyar dicha convocatoria.

Mucha gente humilde, buena gente, toda esa gente a la que considero mi gente (de la cual formo parte), encuentra, más bien, el tiempo y las ganas para defender la “igualdad” de España. Quiero invitar a una reflexión sobre el significado de la palabra igualdad —en su tercera acepción, la RAE la define como “principio que reconoce la equiparación de todos los ciudadanos en derechos y obligaciones”.

Para hablar de igualdad, no podemos olvidar que en este país el 26% de la población (unos 12,3 millones de personas) están en riesgo de pobreza y/o exclusión social. Mientras tanto, el idolatrado Amancio Ortega aumenta su fortuna en más de 20.000 millones de dólares en 2023 (con un rastro larguísimo de explotación laboral, desde las subcontratas y la economía sumergida gallega, hasta la precarización, principalmente de mano de obra femenina, del sector textil actual, pasando por las denuncias en centros de producción en Marruecos, Turquía o Bangladesh). Esas inmensas acumulaciones de capital se logran, entre otras muchas tretas, a partir de la evasión fiscal: en 2023, España bate un nuevo récord alcanzando los 140.000 millones de euros en paraísos fiscales (el 11% del PIB nacional), con pérdidas de más de 6.000 millones de euros anuales.

Podemos también hablar de igualdad en términos de acceso a la vivienda: con casi 4 millones de inmuebles vacíos, en manos de especuladores en su gran mayoría (enormes tenedores y capitales como Black Rock), en este país unas 30.000 personas no tienen un techo bajo el que dormir, y el número de desahucios diarios está en torno a 170. El drama de estas familias y personas debería ser suficiente para movilizarnos. No es cosa de radicales de izquierdas, sino un principio constitucional: art. 47, “Derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”.

Si hablamos de igualdad, supongo que también deberíamos hablar de igualdad de trato por parte de las fuerzas de seguridad y el sistema judicial. Miembros de colectivos ecologistas y profesores universitarios se enfrentan a penas de cuatro años de cárcel por teñir la fachada del Congreso de los Diputados con agua de remolacha (que ellos mismos limpiaron) para reclamar atención y acción frente a lo evidente: estamos al borde del colapso ecológico y climático. La lista de fenómenos meteorológicos extremos recientes es enorme. Baste decir que 2023 es el año más cálido desde que hay registros —una marca que será, nos dice la ciencia, pronto pulverizada—, que nuestras cosechas son cada vez más escasas e irregulares y que lo que conocemos como estaciones empieza a ser una nostálgica imagen del pasado. Pablo Hasel está cumpliendo una pena de siete años de prisión por cantar Borbones ladrones (una obviedad que ya no sorprende a nadie). En este presente distópico, los saludos y símbolos fascistas (no son metáforas, los brazos en alto, las imágenes neonazis y los aguiluchos están presentes en las calles y en las pantallas, con especial intensidad en estas últimas semanas), y la violencia verbal y física de quienes los sostienen, no se penalizan ni se censuran. Algo, sin duda, extraordinario entre nuestros vecinos europeos.

Tampoco parece ser la igualdad de género la que se defiende: se desprecia el llamado feminismo radical, y se pregunta uno si el feminismo puede (o debe) dejar de ser radical. De nuevo, acudimos al diccionario. Aunque la RAE recoge la forma más aceptada (extremoso, tajante, intransigente), no olvidemos las dos primeras acepciones, la que alude a lo fundamental, lo esencial, y aquella que considera su origen etimológico: perteneciente o relativo a la raíz. Con radical se alude a algunas mujeres que, se dice, van por ahí enseñando el pecho —más allá de su significado, inseparable de contextos y tiempos concretos, el gesto tiene largo recorrido: valga como ejemplo la Marianne de la Revolución francesa, icónica alegoría que Delacroix retrató en su cuadro más ilustre—. Mujeres valientes y aguerridas, mujeres que se exponen para gritar a los cuatro vientos respeto para todos los cuerpos. Otras tetas, en otros contextos, molestan menos (por qué será). Sea cual sea esa radicalidad, no dudamos en dar la bienvenida a las medidas que ayudan, acogen y protegen a mujeres que sufren agresiones o amenazas, o que encuentran cualquier clase de obstáculo para progresar en su proyecto de vida. Anticonceptivos, derecho al aborto, logros sociales, acceso a la esfera pública… Tantas y tantas conquistas que mujeres organizadas en múltiples ámbitos han ido logrando, a partir de organización, presión y sufrimiento (y también alegría), para beneficio de todas y de todos, para una sociedad más inclusiva, más digna y más libre.

En fin, en tiempos de máxima desigualdad (no sólo en salarios, también en acceso a recursos), abusos judiciales, agresiones continuas y crecientes al territorio, gravísimas amenazas a la integridad y salud de nuestros ecosistemas; en tiempos donde deberíamos estar en las calles cada día exigiendo el fin de la lógica del crecimiento, una lógica que contradice el más básico sentido común (la biosfera tiene límites, tanto para proporcionarnos recursos, como para absorber nuestros residuos y emisiones), ¿únicamente la defensa de una bandera y unas fronteras políticas (artificiales), establecidas por unas élites que desprecian todo lo anterior, es suficiente para movilizar a toda esta gente que quiero y aprecio? ¿Unas manifestaciones que, además, no dejan de espolear el odio y el enfrentamiento entre culturas, lenguas y pueblos vecinos? ¿No nos convendría más luchar por una sanidad pública, universal y gratuita, por un robusto sistema de cuidados y atención que atienda a nuestros mayores y dependientes, por una educación pública que ofrezca una formación de calidad, evitando tanto los guetos como los clubes exclusivos de pago para los privilegiados?

Desde luego, el modelo de propaganda de nuestro querido (y tristemente ausente) Noam Chomsky está funcionando de manera brillante. Mi gente querida, ¡apelo a vuestra inteligencia y altura moral para defender lo que realmente importa!: la solidaridad entre iguales, las redes de apoyo, el trabajo en comunidad y la protección de nuestros servicios públicos, nuestros comunales y nuestros ríos, campos y montes. El resto: parafernalia barata para distraernos de lo esencial.

[Fuente: Ctxt]

19 /

11 /

2023

Señores políticos:

impedir una guerra

sale más barato

que pagarla.

Gloria Fuertes
Poema «Economía»

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