La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.
La Redacción de mientras tanto
Carta de la Redacción
Dicen los medios de comunicación y los gobiernos occidentales que en Oriente Próximo desde el 7 de octubre ha estallado «una nueva guerra entre Israel y Hamás». Eso, sencillamente, no se corresponde con la realidad. En primer lugar, los ataques de ese día fueron ejecutados por Hamás y también por Yihad Islámica, Frente Popular de Liberación y otras milicias palestinas con la excepción de Al Fatah, que no quiso participar en ellos. En segundo lugar, esos ataques no supusieron una trágica interrupción de una idílica situación de armoniosa convivencia entre comunidades. Fueron, más bien, una bárbara provocación en el contexto de la historia de violencia existente en esa región desde la misma fundación del Estado de Israel en 1948. Sólo hace falta pensar que, en lo inmediato, desde enero hasta el día anterior al 7 de octubre de 2023, habían fallecido 247 palestinos por acciones letales de los colonos y las fuerzas armadas hebreas, así como 32 israelíes por ataques palestinos.
Asimismo, las acciones llevadas a cabo por Israel después de dicha fecha, al igual que las anunciadas para el futuro inmediato, no han estado ni estarán dirigidas únicamente «contra Hamás», sino contra la población palestina de todos los territorios asediados y ocupados. El ultraderechista gobierno presidido por Benjamín Netanyahu quiere aprovechar la ocasión para provocar, mediante el terror, el éxodo de la mitad o más de la población que malvive en Gaza. Dicho de otra forma: pretende impulsar una limpieza étnica que complementaría la iniciada en 1948 con la Nakba. Para lo cual, previamente, se está ablandando el terreno mediante una campaña masiva de bombardeos indiscriminados y mediante la táctica medieval de reducir por desabastecimiento, hambre y sed a su población. Estos hechos, jurídicamente hablando, encajan en el tipo del crimen de lesa humanidad de exterminio y, si se pudiese probar la intención de destruir total o parcialmente a los palestinos como comunidad nacional, incluso en el de genocidio.
No estamos, pues, ante una «nueva guerra entre Israel y Hamás». Estamos ante la continuación de la guerra constitutiva del Estado de Israel contra los palestinos, víctimas también —aunque de forma indirecta— del Holocausto, que ahora va a comportar una matanza de miles de ellos, los cuales, además, ni siquiera pueden huir de la cárcel al aire libre que es Gaza.
Desde la primera Intifada, en 1987, el conflicto entre Israel y la población palestina se ha cobrado la vida de 13.400 personas, de las cuales 11.652 son palestinas y 1.766 israelíes; en su inmensa mayoría, civiles no combatientes. Desde que comenzó en 2007 el bloqueo militar por tierra, mar y aire de la Franja de Gaza, ésta ha sido objeto de una invasión terrestre a principios de 2009 y de dieciséis campañas de bombardeos indiscriminados, una por año de media, con un resultado total de 6.220 palestinos asesinados por las fuerzas israelíes y 299 israelíes por diferentes milicias palestinas mediante, sobre todo, el lanzamiento de cohetes y atentados suicidas. Todo ello de acuerdo con los datos recopilados por el observatorio de las relaciones internacionales El Orden Mundial.
Como se deduce de las cifras mencionadas, en este conflicto Israel no ha actuado de acuerdo con la máxima bíblica «ojo por ojo, diente por diente». Ésta es, sin duda, una apología de la venganza, pero también una medida para establecer una relación equitativa entre una acción letal y su vengativa respuesta punitiva. Israel, lejos de respetar esa medida, ha seguido siempre un curso de acción basado en un matonismo desproporcionado que bien se puede resumir con la expresión «veinte ojos por un diente».
Desde el pasado 7 de octubre, es decir, en tan solo tres semanas, han muerto 7.400 palestinos por los ataques del ejército hebreo y 1.300 israelíes por los ataques previos de las milicias palestinas que, como han publicitado hasta la saciedad los medios de comunicación occidentales, consistieron en el lanzamiento de cohetes, actos de salvaje violencia contra civiles en territorio israelí y toma de rehenes.
La simple comparación del número de víctimas a partir del 7 de octubre y las provocadas desde 2007 hasta principios de este año, permite hacerse una idea bastante precisa de la acelerada escalada de violencia que se ha desatado en el Oriente Próximo, una zona del mundo que, como todos sabemos, es estratégica para la economía mundial debido a que su subsuelo almacena las principales reservas del llamado petróleo convencional, cuyo pico de producción se alcanzó, según la AIE, entre 2005 y 2006 y cuya oferta ha ido declinando desde entonces a un ritmo de entre un 2 y un 4% anual, mientras su demanda ha continuado creciendo de forma acelerada. Si no se diera esa circunstancia, las guerras que allí se produjesen recibirían tanta atención de los países del Norte como las terribles guerras que han asolado África en los últimos treinta años.
Los portavoces, voluntarios o mercenarios, del Estado de Israel pretenden obtener apoyo social a sus crímenes afirmando que Hamás es una organización «terrorista», como si con ese calificativo se pudiera justificar lo que ha hecho y pretende hacer Israel, o se pudiera establecer una diferencia nítida entre la bondad de las acciones de unos y la maldad intrínseca de las acciones de los otros. En el Derecho de los conflictos armados no existe nada parecido a un «crimen de terrorismo». Lo que sí existe son «crímenes de guerra» y «crímenes de lesa humanidad» que, aplicados al caso que nos ocupa, han cometido tanto las milicias palestinas como en una proporción mucho mayor el Estado de Israel. Y su carácter más o menos democrático (cada vez menos) sólo es relevante a efectos internos, para los ciudadanos israelíes, pero no para los que no lo son. En resumidas cuentas, el término «terrorismo», manejado por los publicistas al servicio de EE. UU., la OTAN e Israel, es únicamente un concepto vacío de contenido que, desde la declaración de la «guerra contra el terrorismo» en 2001, se aplica de forma sistemática y sin miramientos conceptuales a los considerados enemigos del imperialismo occidental, del cual Israel es un obediente servidor desde su misma fundación.
Claro está que como civiles no combatientes nos solidarizamos con todos los civiles no combatientes que son víctimas del actual conflicto bélico en Oriente Próximo y cualesquiera otros, con independencia de sus causas y de los fines políticos perseguidos por las fuerzas militares enfrentadas. Distinguir entre civiles por su nacionalidad o identidad étnica y, a continuación, justificar la matanza indiscriminada de unos y escandalizarse por la matanza indiscriminada de otros es siempre un síntoma de alguna clase de racismo o xenofobia. La prohibición de atacar a la población civil, claramente establecida en el Derecho Internacional Humanitario, es una conquista civilizatoria que debe ser preservada y respetada a toda costa. Violarla, negarla o relativizarla nos deshumaniza y nos embrutece a todos.
Condenamos, pues, las matanzas de civiles que se han producido y se están produciendo en Oriente Próximo, de la misma manera que en el pasado condenamos, sin ir más lejos, las masacres del 11 de marzo de 2004 en Madrid, de la que el año próximo se conmemorará su vigésimo aniversario, y del 17 de agosto de 2017 en las Ramblas de Barcelona. Las condenamos todas, a diferencia de muchos de quienes nos gobiernan en los diferentes niveles, desde el municipal hasta el europeo, que condenan las perpetradas por Hamás y otras milicias palestinas, pero no las que comete a una escala mucho mayor el ejército israelí afirmando falsamente que lo hace en legítima defensa, como si eso fuese un cheque en blanco para poder ejecutar todo tipo de actos de barbarie.
En el momento de escribir estas líneas, la situación mundial se va degradando a una velocidad asombrosa. Israel ha recibido otra vez la protección incondicional de la presidencia de los Estados Unidos, que ya ha vetado varios proyectos de resolución de condena de Israel y de petición de alto el fuego en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. A lo cual se puede añadir la pusilánime toma de posición de la Unión Europea. Ésta, tras haber sancionado a Rusia por su anexión de Crimea y por la invasión de Ucrania de 2022, no hace ningún amago de sancionar a Israel con la suspensión, por ejemplo, del Acuerdo Euromediterráneo de cooperación económica y tecnológica de 1995 (decisión que se puede adoptar en función de lo prescrito en los artículos 2 y 79.2 de dicho acuerdo). Y todo eso cuando es más que probable que las acciones criminales de Israel provoquen nuevas oleadas de refugiados hacia los países de la UE. Los dirigentes europeos siguen pensando y actuando como si la ubicación geográfica de Europa fuera la de Estados Unidos.
EE. UU. y la UE se están cubriendo de gloria al quedar al descubierto su cinismo, su hipocresía, su doble rasero y su incompetencia. Compárese si no la apasionada denuncia de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, con motivo de los ataques del año pasado del ejército ruso contra la infraestructura energética ucraniana, con su silencio ante las mismas acciones protagonizados por Israel en la Franja de Gaza. Quien mejor encarna esta contradicción es, sin duda, Zelenski, otro obediente servidor de EE. UU. y presidente de un país parcialmente ocupado por Rusia que ha declarado su apoyo incondicional a Israel, el cual ocupa ilegalmente territorios desde hace cincuenta años y se dispone a invadir, masacrar y ocupar una zona densamente poblada como es Gaza.
Bien es verdad que a Israel los frentes se le van multiplicando. Se le ha abierto ya un frente en el norte, en la frontera con Líbano, donde ha habido algunos intercambios de bombardeos y lanzamiento de misiles con Hezbolá que, según la prensa occidental, tiene un ligamen muy estrecho con Irán. El aumento de la tensión bélica es tal que el presidente de EE. UU. ha ordenado el envío de portaaviones y otros buques de guerra a la zona para intimidar a Irán, lo cual no ha impedido que grupos armados diversos atacaran un barco y bases militares norteamericanas en Irak y Siria, y que estos ataques fueran respondidos por los norteamericanos con otros ataques contra objetivos también en Siria.
Para la presidencia imperial de los Estados Unidos, la provocación de las milicias palestinas y la desproporcionada respuesta israelí es sin duda un grave contratiempo que no estaba previsto en sus planes. Su apoyo a la previsible limpieza étnica de Israel en Gaza convierte en una farsa su discurso de «David contra Goliat» con el que pretendió justificar la guerra por poderes contra Rusia en Ucrania. Debe atender dos guerras regionales al mismo tiempo después del fracaso de la famosa contraofensiva ucraniana, cuando muchas de las operaciones militares allí se van a tener que aplazar por la llegada de las lluvias otoñales y el general invierno. Se aleja también la posibilidad de centrar su atención en el enfrentamiento con China utilizando como excusa Taiwán. Demasiado seguramente para un presidente con síntomas claros de senilidad y que va a entrar en un año electoral como va a ser 2024.
Si hacemos un esfuerzo por ver las cosas desde el punto de vista de los intereses generales de la humanidad, el mundo necesita sobre todo distensión y desarme, no una proliferación de conflictos bélicos a cuál más peligroso para la paz mundial. Un elemental sentido común pacifista debería volver a impregnar todas las acciones y las propuestas de las flacas fuerzas que quieren frenar la carrera hacia el desastre. Por de pronto, en todas las manifestaciones de solidaridad con Palestina debería haber miles de pancartas exigiendo, como mínimo, un alto el fuego en Gaza y en Ucrania.
Las imágenes de Gaza van a quedar para siempre en nuestra memoria. Y el desprestigio del Estado de Israel, ya muy mermado por su habitual matonismo, cae en un profundo pozo negro. Si nuestro psiquismo tolera difícilmente las indignantes y deprimentes imágenes de Gaza hoy, no podemos ni imaginar el estado físico y psíquico de quienes están allí sufriendo. La locura del gobierno israelí es manifiesta, pues ¿puede alguien creer que sus acciones militares van a favorecer la seguridad de Israel?
Israel, con una nueva matanza en Gaza, llevará hasta el paroxismo su apuesta por la superioridad militar como garantía única de su seguridad. Por esa vía, lo único que va a conseguir es convertirse en una de las sociedades más odiadas del mundo. Porque, esta vez, se ha alzado un movimiento de alcance planetario, como no se veía desde las movilizaciones contra la invasión de Irak en 2003, que le ha señalado claramente como un Estado criminal. La votación del 27 de octubre pasado en la Asamblea General de las Naciones Unidas lo ha dejado meridianamente claro. Es uno de los ejemplos más nítidos del fracaso de la concepción unilateral y militarista de la seguridad. Los israelíes sólo podrán estar seguros cuando hayan atendido a las justas demandas de los palestinos y del resto de estados de la zona. Estarán seguros, en definitiva, cuando sean capaces de implementar un sistema común que garantice también la seguridad de todos sus vecinos.
Cordialmente,
La Redacción de mientras tanto
28 /
10 /
2023