La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Antonio Madrid
«No quiero que se ría de mí»
Hace unos días, una madre joven que vive en un barrio obrero nos explicaba que había presentado una queja en el centro de atención primaria del barrio. Se había quejado porque, según explicaba, el pediatra atemoriza a las niñas y a los niños y trata mal a las familias. Tras presentar la queja, habló con otras familias para contarles lo sucedido. Distintas familias dijeron haber vivido situaciones similares. En unos días han reunido más de sesenta firmas. Algunas familias no se atrevían a quejarse por si había represalias. No tienen claro que la queja y las firmas vayan a servir de algo. Al parecer, hace años que dura esta situación.
La madre nos habla de su hija de ocho años. Nos dice que no quiere que traten mal a su hija, que no es normal que el pediatra les trate mal. Después no explica que es posible que el director del centro de salud la llame para hablar. Ella quiere explicarse ante el director, quiere también poder hablar después con las familias que han firmado la queja para contarles cómo ha ido la reunión. Al hablarnos de la reunión que tal vez tenga con el director del centro se para y comenta que quiere preparar la reunión, pensar bien qué le va a decir al director, no quiere quedarse sin palabras… y añade: “no quiero que ser ría de mí”.
Esto mismo podría expresarse con frases como “no quiero que me humille”, “no quiero que me desprecie”, “no quiero que se burle de mí” o “no quiero que me falte al respeto”. En la medida en que estas frases reflejan las vivencias de personas en sus relaciones con otras personas que ocupan posiciones de poder, frases como estas nos hablan de la desigual posición que las personas ocupan en relación con los centros de poder y las personas que ejercen o pueden ejercer poder sobre ellas.
La frase “no quiero que ser ría de mí”, o sus formulaciones equivalentes, expresa también un querer defender la dignidad personal y colectiva. Es una exigencia de ser bien tratada. No es tanto que la persona ponga por delante el que le den la razón ante la queja que ha presentado como que, en primer lugar, la reconozcan como un ser igual en dignidad. Esto que con tanta determinación hizo esta mujer, y que sin duda lo hizo por defender a su hija y al resto de niños, niñas y familias que pasan por la misma situación, puede ser explicado a través de las obras de Simone Weil, Axel Honneth, Avishai Margalit, Zygmunt Bauman o Martha Nussbaum, entre muchos otros. En sus distintas aportaciones, en sus obras hablan de este mismo sentimiento que expresa ese “no quiero que se ría de mí”. Sentimiento que puede ser a la vez, como en este caso, la voluntad de respeto hacia sí misma. A este conocimiento de la humillación posible o realmente sentida, muchas personas llegan a través de las condiciones de vida en las que se hallan inmersas. Algunas personas consiguen mantener resortes de defensa, y tratan de compartir y contagiar estos muelles con quienes comparten situaciones similares. Sin embargo, con frecuencia, los efectos acumulados de la humillación llevan a bajar la cabeza, conducen al auto-silenciamiento.
En sociedades crecientemente desiguales como las nuestras, y en las que los procesos de individualización dificultan la acción colectiva transformadora, sentimientos como el “no quiero que se ría de mí” compartido socialmente para mejorar un servicio médico adquiere una gran importancia. No tanto por los efectos concretos que pueda tener la queja presentada, como por algo tan fundamental como el defender el derecho a sentirse dignos y a ser tratados con dignidad. Tal vez el rebelarse contra la humillación sea el último reducto de la dignidad personal y colectiva.
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9 /
2023