La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Alfredo Pastor
Pagar la transición energética
A mediados del mes de junio, el presidente Macron convocó una cumbre del Sur global para tratar de las necesidades financieras de la descarbonización y de los compromisos que los países ricos están dispuestos a adoptar para contribuir a las necesidades de los más pobres. Es la primera vez que los grandes números económicos de la reducción de emisiones de gas de efecto invernadero se discuten en un foro global. Por una parte, es algo prematuro, ya que solo las grandes líneas de lo que sería una economía libre de combustibles fósiles se conocen. Por otra parte, es algo necesario para dar, al menos, un orden de magnitud a los movimientos de recursos que será preciso acometer para reconstruir economías y sociedades acostumbradas a depender para casi todo de los combustibles fósiles.
Objetivos y realidades
Para fijar ideas nos limitaremos a tratar de las emisiones de CO₂, el componente más importante (65%) de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Las emisiones globales de CO₂ han crecido a una tasa media anual algo inferior al 2% entre 1970 y 2021, pasando de 5.000 a 37.000 millones de toneladas en 2021. Los objetivos de descarbonización adoptados desde 2015 son de cero emisiones netas para 2050 o de reducción del 30% para 2030. El primer objetivo exigiría un crecimiento negativo de las emisiones del 4% anual; el segundo, más duro, del 8%. Si tenemos en cuenta que solo en el año de la pandemia se pudo observar un ligerísimo decrecimiento, vemos la magnitud del esfuerzo a realizar.
¿Quién paga?
El criterio a primera vista más objetivo es que pague más quien más contamina (en toneladas por país, no per cápita). Según este criterio, tres países (China, 28%; EEUU,15%, e India,7%) pagarían la mitad del total. El primer país europeo, Alemania, solo es responsable del 2% de las emisiones. Los demás quedan por debajo. Ese criterio no nos gustaría, porque no tendría en cuenta el nivel de renta de cada país. Para ser un poco más equitativos, podríamos castigar más a los países más sucios: aquellos cuyo peso en las emisiones fuera superior al peso de su población. La tabla 1 da una idea del resultado:
Según este método, la UE-27 es la que tiene el volumen de emisiones más acorde con su población. Estados Unidos es el que emite proporcionalmente más. Es poco probable que aceptara el resultado.
Un criterio habitual es que pague más quien más tiene. La tabla 2 da algunos valores de la renta per cápita en paridad de poder adquisitivo y dólares constantes:
Hay tres razones para pensar que la contribución de los países más ricos a los costes globales de la descarbonización debe ser superior a la del Sur. La primera queda ilustrada en la tabla anterior. La segunda es que los países más pobres tienen ya un problema de endeudamiento no resuelto y, por consiguiente, no tienen margen para endeudarse más. Por último, hay una razón histórica: el grueso de los gases de efecto invernadero hoy en la atmósfera proviene de las emisiones pasadas de los países ricos.
En 1850, el 77% de las emisiones totales provenían del Reino Unido; en 1950, el 38% provenían de EE. UU., mientras que la cuota de China era del 0,9%. Los países ricos (excluyendo China e India) son hoy responsables del 48,4% de las emisiones totales generadas desde el inicio de la Revolución Industrial.
Es difícil no concluir que los costes de la descarbonización deberán ser soportados, sobre todo, por los países más ricos. No olvidemos una última razón: dar más a quien más sufre. Las consecuencias del cambio climático se harán sentir en especial en las zonas tropical y subtropical del planeta, que es donde se concentran los países más pobres.
¿Cuánto cuesta?
Es imposible dar una cifra del coste de la transición energética, cuando apenas si se puede dar una lista de las inversiones a realizar. Por otra parte, algo hay que decir de su coste estimado para que un proyecto sea tomado en consideración. A medida que los estudios se han ido refinando, las estimaciones del coste han ido aumentando, a veces en un orden de magnitud.
En la reciente cumbre no se propusieron cifras globales, sino más bien flujos de fondos que los países del Sur estimaban necesarios para acometer los proyectos más urgentes: desarrollo de las infraestructuras energéticas y electrificación del transporte terrestre, que juntas son responsables de más de un tercio del total de emisiones. Los países del Sur estimaron necesitar unos 2,4 billones de dólares anuales hasta 2030. El producto interior bruto de España en 2022 era de 1,2 billones de dólares, de modo que la transferencia anual equivaldría casi al doble de nuestro PIB, o al 6% del PIB conjunto de la Unión Europea y EE. UU. (40 billones). Los compromisos más o menos firmes logrados en la cumbre oscilaban entre los 50.000 y los 200.000 millones: entre el 2% y el 8% de las necesidades estimadas. Recordemos que esos 2,4 billones anuales son adicionales a los recursos que el Norte ha de destinar a la descarbonización, y que no puede recurrir a la deuda para financiarlos, porque la situación de la deuda pública en muchos países es precaria.
Conclusiones
La cumbre del Sur global puede parecer un fracaso. En realidad, cualquier cosa que nos acerque a la realidad es un éxito, pero la realidad ha resultado ser inquietante. Los costes de la descarbonización son enormes. La carga que necesariamente recaerá sobre los países más ricos también lo es y, sin embargo, no parecemos estar dispuestos a afrontarla. Es más: el menor intento de reducir las emisiones encuentra una gran resistencia entre nosotros (véase el rechazo al proyecto de Ley de Restauración de la Naturaleza en los comités parlamentarios de la UE). En cuanto al reparto de la carga, no parece haber mucho entusiasmo por parte de los países ricos. Al afrontar una posible catástrofe, siempre nos consolamos pensando en la proverbial capacidad de adaptación de la especie. No deberíamos darla por descontada.
[Fuente: Alternativas Económicas]
9 /
2023