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Pere Ortega

La izquierda y la guerra de Ucrania

Hay una izquierda que opina que la guerra de Ucrania es de manual, una guerra de agresión en la que un estado viola la soberanía de otro estado que, además, está reconocido por la comunidad internacional. En consecuencia, esa izquierda, considera que el Gobierno de Kiev tiene derecho a defenderse pues se trata de una guerra justa y, por tanto, recibir ayuda militar y armamentos por parte de otros países.

Una visión de izquierdas que, por cierto, comparten los gobiernos de los países de la OTAN y de la Unión Europea, lo cual debería hacer sospechar que hay una contradicción en su análisis, pues la OTAN no es un organismo que defienda per se, los derechos soberanos y la paz, conculcados allí donde ha actuado (ex-Yugoslavia, Afganistán, Irak y Libia).

La primera observación que hay que mencionar es que la guerra de Ucrania, como todas las guerras sin excepción, podía haberse evitado si los estados implicados hubieran actuado sobre las causas que motivaron la invasión y no tan solo a una de las partes implicadas. Y esto señala de igual manera a Ucrania, Rusia, Estados Unidos, a los países de la OTAN y de la UE. Así, atendamos a algunos de los hechos que están detrás de la invasión de Rusia que, para evitar dudas, viola el derecho internacional y por lo tanto condenable. Pero veamos someramente esas causas:

a) La traición a las promesas hechas por George Bush a Mijaíl Gorbachov en 1991 de no expandir la OTAN hacia las fronteras rusas, cuando se había previsto articular una nueva estructura de seguridad para una Europa común donde reinara la cooperación y la seguridad compartida para todos los países miembros (Carta de París 1990). Traición que se plasmó admitiendo hasta catorce repúblicas del anterior bloque soviético en la OTAN e instalando bases militares en muchos de sus territorios. Cuestión que se agravó con la demanda de Ucrania de incorporarse a la OTAN y aceptada por ésta. Algo que era interpretado por Rusia como una amenaza para su seguridad.

b) En Ucrania desde 2013 existía un acuerdo de asociación con la UE y con la OTAN acordado por un gobierno prooccidental. El nuevo gobierno escogido en las urnas y dirigido por el prorruso Yanukóvich lo paralizó. Un rechazo que provocó masivas protestas de la población, hasta llegar al golpe de Estado que hizo caer al gobierno de Yanukóvich. De inmediato, las comunidades prorrusas de la región del Dombás, Lugansk (69% de población pro rusa) y Donetsk (75%) se declararon autónomas con el apoyo militar de Rusia y fueron atacadas por el Gobierno de Kiev. Y la península de Crimea (68% de población prorrusa) fue anexionada de inmediato por Rusia. Territorios donde las elecciones habían dado la mayoría a los partidos prorrusos y que después del EuroMaidan escogieron quedarse dentro de la órbita de influencia rusa.

c) En los meses previos a la invasión rusa de febrero de 2022, hubo posibilidades de encontrar una solución que la evitara, pues hubo reuniones entre Anthony Blinken, secretario de Estado de EE. UU. y Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores de Rusia. En la mesa de negociación fueron rechazadas por parte de EE. UU. todas las propuestas de Rusia. Hay que mencionar que una de ellas, la más importante, la que exigía que Ucrania se comprometiera a no entrar en la OTAN para así evitar que Rusia se sintiera amenazada fue rechazada.

d) Una vez iniciada la agresión rusa, surgió una posibilidad de un alto al fuego. Fue en Turquía, a finales de marzo de 2022, donde se reunieron delegaciones de Kiev y Moscú. En aquellas negociaciones se llegó a un principio de acuerdo entre los representantes de Volodímir Zelenski y los de Vladímir Putin: Ucrania admitía que Crimea quedara anexionada a Rusia, a cambio de que las tropas rusas abandonaran los territorios ocupados de Ucrania con excepción de Lugansk y Donetsk que quedaban a la espera de dilucidar su futuro administrativo. Unas negociaciones que inesperadamente se rompieron por la retirada de la delegación ucraniana presionada por Reino Unido y EE. UU.

Estos hechos demuestran que había responsabilidades por ambas partes en negociar acuerdos que impidieran la guerra y una vez ésta se desencadenó, de buscar un alto al fuego y negociaciones. Si no se logró (negociación entre Ucrania y Rusia en Turquía a finales de marzo de 2022), es porque Boris Johnson y Joe Biden dieron garantías a Kiev de que tendrían todo el apoyo económico, humanitario, logístico y militar si proseguían la guerra y que una vez se consiguiera hacer retroceder a Rusia, se comprometían en reconstruir Ucrania de los efectos de la guerra.

Una izquierda consecuente debería haber tenido en cuenta estas cuestiones y no situarse al lado de una u otra parte, sino al contrario, mediar en buscar una salida con un alto al fuego y negociaciones que frenaran una escalada bélica que podía y puede conducir a un enfrentamiento entre potencias nucleares.

Pero la principal asignatura pendiente de la izquierda es que nunca debería defender la guerra como medio para resolver conflictos. Que la guerra justa no existe, que es un oxímoron. Que la violencia y por extensión la guerra es la peor de las soluciones para resolver las controversias sociales o políticas por el terrible dolor que inflige a las poblaciones que la sufren. Que las guerras se pueden evitar actuando sobre las causas que las motivan. Entre otras, quizás la más destacada, el militarismo que como ideología se está imponiendo como estrategia de los estados del capitalismo global para imponer su control estratégico en la geopolítica; también para extender su dominio sobre los cada vez más escasos recursos de la corteza terrestre que necesita para proseguir con su modelo de crecimiento distópico. Un militarismo que avanza con mayor profundidad en los países capitalistas del norte global, cuando se observa, cómo refuerzan los presupuestos de defensa y el poder militar y optan por el uso de la violencia militar para resolver conflictos, como es el caso, entre otros, de Ucrania.

[Fuente: Público. Pere Ortega es miembro del Centre Delàs d’Estudis per la Pau]

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2023

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