La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Evgeny Morozov y Ekaitz Cancela
«Allende iba a anunciar un plebiscito el 11S, con opción a nueva constitución de transición al socialismo»
Entrevista a Joan Garcés
Joan Enric Garcés (Llíria, 1944) es un político socialista y escritor valenciano que se doctoró en Sciences-Po (París) y la Universidad de la Sorbona en julio de 1970, con una tesis sobre el desarrollo político y económico de Chile y Colombia, lo cual llevó al entonces candidato y después presidente Salvador Allende a nombrarle su asesor personal. A partir de 1996 dirigió la estrategia política y jurídica para someter a juicio a Augusto Pinochet y a otros altos responsables de torturas, terrorismo y genocidio.
En 1998 logró hacer detener al dictador chileno en Londres y que los tribunales ingleses autorizaran su extradición a España para ser juzgado. Autor, entre otros, de Démocratie et contre-révolution. Le problème chilien (1975), Allende et l’expérience chilienne (1976) y Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles (1996), recientemente ha participado en la reedición de las Conversaciones con Allende. Socialismo en Chile (de donde también procede el excurso final), publicado por Verso Libros para rememorar los 50 años de aniversario del golpe de Estado cívico-militar contra el presidente, ocurrido el 11 de septiembre de 1973.
Esta entrevista, ocurrida por Zoom y grabada en su despacho de Madrid en septiembre de 2022, tiene lugar en el marco del podcast The Santiago Boys, que rememora la experiencia de los ingenieros radicales de Allende para alcanzar la soberanía tecnológica, el desarrollo del Proyecto Cybersyn y la lucha de Chile contra ITT, la gran multinacional tecnológica de la época.
¿En qué contexto histórico se puso en marcha el Proyecto Cybersyn, el plan tecnológico de Unidad Popular para gestionar y coordinar la industria chilena recién nacionalizada?
En las elecciones presidenciales de septiembre de 1970 Allende ganó las elecciones en votación directa. De acuerdo con la Constitución chilena, similar a la norteamericana, si ningún candidato obtenía una mayoría absoluta el Congreso elegía al presidente entre las dos primeras mayorías. Esta decisión correspondía que la tomara el Congreso chileno en octubre. El 15 de septiembre el Gobierno Nixon ya había dado órdenes de organizar un golpe de Estado para evitar que el Congreso eligiera a Salvador Allende. El golpe fue solicitado por el dueño del diario El Mercurio, el señor Edwards, quien viajó a Washington para reunirse con el presidente Nixon, Henry Kissinger y otros líderes estadounidenses. Este suceso, bien documentado, Richards Helms, director de la CIA en ese momento, lo reconoció. La reunión del Congreso en octubre tuvo lugar dos días después del asalto de los golpistas al comandante en jefe del Ejército, quien se negó a respaldar el golpe y murió en el atentado. Mientras agonizaba, el Congreso votó a Allende como presidente de la República. El Gobierno de EE. UU. agredió, interfirió violentamente en el desarrollo democrático de Chile. El programa de gobierno tenía previstas profundas transformaciones sociales y económicas. Los valores de Allende se inspiraban, en particular, en los de la Ilustración, en los de la Revolución Francesa, en los principios de la Carta de las Naciones Unidas de 1945, en la intervención del Estado en la economía desarrollada en Chile desde la década de 1930 dentro del sistema capitalista internacional.
El programa de gobierno buscaba cambiar la estructura económica en sentido socialista, democrático. Creó el área de propiedad social con las empresas de la Gran Minería del cobre, nacionalizadas por decisión unánime del Congreso en abril de 1971, y con otras empresas estratégicas. El Proyecto Cybersyn formó parte de la organización del área social bajo control estatal en que la coordinación era esencial.
Uno de los temas que la derecha acostumbra a instrumentalizar, sea para criticar a Salvador Allende u otro presidente salido de las urnas, es su carácter ilegítimo o no democrático. En el caso del presidente chileno, este era un hombre de consenso y que tenía mucho cuidado con las instituciones políticas, incluso cuando trataba de reformarlas.
En los años 1971 y 1972 se constató que las instituciones del Estado no se correspondían con la dinámica de transformación social y económica. En agosto de 1972, el presidente aceptó mi propuesta de elaborar una nueva Constitución. Nombró una comisión de expertos con representación de todos los partidos del Gobierno con la tarea de preparar las bases de la nueva Constitución, que tras someterlas a debate público serían presentadas como proyecto de ley en el Congreso. Si este no lo aprobaba, el presidente tenía la facultad de someterlo a referéndum.
Dado que Allende era partidario de entregar más poder a los trabajadores, ¿qué reformas planteaba en esa dirección?
En el proyecto de Constitución es central la estructuración del poder en torno a los trabajadores. El Senado, tradicionalmente la Cámara de iniciativa Legislativa en Chile, se convertiría en una Cámara de los Trabajadores. Estos, definidos de manera muy amplia, más del 60 o 70% de la población, elegirían a sus representantes en votación directa. Por otro lado, la Cámara de Diputados sería elegida por sufragio universal directo. El Gobierno buscaba asegurar la supremacía de los trabajadores en el Poder Legislativo.
¿Cuáles eran los problemas a los que se enfrentaba la lucha de clases que inició Allende una vez tomó los mandos del poder?
Mi principal preocupación era evitar los objetivos de la insurrección de paralizar el país y perturbar el sistema productivo. En ese sentido, la coordinación del área de Propiedad Social era esencial en lo que el presidente Allende llamaba “la batalla de la producción” Para él, el desarrollo democrático del país, tanto en términos económicos como sociales, requería aumentar la producción frente a los contrarrevolucionarios que buscaban paralizarla, y mejorar la distribución de la riqueza.
Esta lucha, constante, se libraba en diferentes frentes. Estados Unidos estableció un bloqueo financiero para evitar inversiones y la entrada de divisas, además de subvertir el sistema político mediante sobornos y propaganda negra en los medios de comunicación. El diario El Mercurio, en particular, recibía financiamiento de la CIA con este fin. La lucha se intensificó en 1973, cuando la demanda de determinados productos superaba la producción debido a varios factores.
El presidente nombró al general [Alberto] Bachelet, del Ejército del Aire, al frente de la coordinación de la distribución de bienes esenciales en todo el país. Tras el golpe, Bachelet fue detenido, torturado y asesinado por sus propios subordinados militares, por haber contribuido a asegurar la distribución de alimentos y bienes básicos. Esto ilustra el nivel de lucha y odio que los sectores golpistas tenían hacia aquellos que trabajaban para mantener el sistema económico en funcionamiento frente a las movilizaciones insurreccionales que se estaban llevando a cabo. En ese contexto, la coordinación económica dentro del sistema público se volvió crucial, al igual que el éxito del proyecto Cybersyn.
La interacción entre las empresas económicas del área de propiedad social era el sistema nervioso de la movilización defensiva contra la insurrección. En un país democrático y abierto como era Chile, que permitía la entrada de personas de todo el mundo sin restricciones, de lo que se aprovechaban espías y agentes desestabilizadores (las operaciones de conspiración y derrocamiento del gobierno fue extraordinariamente fácil para quienes lo promovían). En la movilización, tanto a favor del gobierno como para paralizar el país, participaban grandes masas, especialmente trabajadores organizados a través de sus partidos y sindicatos.
Dado este contexto, pese a los apoyos populares, ¿sentían ustedes que pudiera darse un golpe de Estado de manera inminente?
En las semanas previas al 11 de septiembre de 1973 era evidente la conspiración en marcha, en los medios de comunicación, en las organizaciones empresariales, y dentro de las Fuerzas Armadas. Ante esto, planteé la necesidad de coordinar a los mandos leales al gobierno y al sistema constitucional para anticiparnos al desarrollo conspiratorio. Sin embargo, esta propuesta no encontró comprensión, a pesar de que el presidente la apoyaba en gran medida. Por ejemplo, en los días previos al 11 de septiembre ordenó reforzar la guarnición de Carabineros de Santiago con más de 4.000 efectivos, pues este cuerpo estaba mejor preparado para enfrentar un conflicto en las calles que las tropas regulares del ejército. En caso de enfrentamiento, podían desempeñar un papel crucial junto con las Fuerzas Armadas leales al gobierno en la protección del Estado y la democracia.
¿Fallaron, entonces, las fuerzas policiales a la hora de prevenir el golpe?
El alto mando de Carabineros tenía la responsabilidad de evitar lo que finalmente ocurrió. Yo presencié la reacción del presidente cuando las tanquetas de Carabineros, que estaban en la Plaza de la Constitución en posición de defensa del gobierno, se retiraron. El presidente le preguntó al director general de Carabineros qué estaba sucediendo. El general respondió: “Voy a informarme” y regresó diciendo que el Centro de Telecomunicaciones había sido tomado por un conspirador. La respuesta del presidente fue: “Se les madrugó, Mendoza”. Esta expresión chilena significaba que el golpista se le adelantó, que el director general no había cumplido su papel de prevenir esa situación.
Es importante destacar que el mando real y directo de las Fuerzas Armadas y Carabineros estaba en manos de los profesionales respectivos, mientras que el Jefe del Estado en Chile tenía su mando político. Mientras estos profesionales fueron leales al gobierno, el sistema de defensa funcionó adecuadamente. Un ejemplo es lo ocurrido en ocasión del asesinato en julio de 1973 del comandante Araya, edecán naval del presidente. La campaña mediática lanzada por El Mercurio acusando del crimen a un escolta del presidente Allende, fue desbaratada gracias a la lealtad de los servicios de inteligencia del Ejército que habían interceptado una conversación telefónica entre un carabinero y los responsables del asesinato.
Es fundamental comprender el contexto político de Chile en ese entonces. Cada institución armada tenía el control de sus servicios de inteligencia. La iniciativa, el 10 de septiembre de 1973, de coordinar estos bajo la autoridad de José Tohá, que había sido ministro de Defensa, surgió tarde, ya el golpe estaba en marcha.
Esta no fue, ni mucho menos, la única conspiración que usted vivió contra el gobierno de Unidad Popular.
En efecto, la conspiración de octubre de 1970 es otro tema relevante. Se sabe hoy que el dueño de El Mercurio, Edwards, solicitó al presidente Nixon promover un golpe de Estado. Henry Kissinger tuvo conocimiento personal de la operación en que fue asesinado el comandante en jefe del Ejército, el general Schneider, por oponerse al golpe. La información sobre cómo se tramó este se conoció por dos vías. La primera, la de las propias FF. AA. y la Policía civil chilenas, pero la más crucial fue la del periodista Jack Anderson que en 1972 desveló la participación de la ITT y del gobierno Nixon en el golpe de 1970.
En cuanto a la participación de [Vicente] Huertas [Celis], el entonces director general de Carabineros, en el intento de golpe se ha conocido mucho después. Allende tenía sospechas sobre su implicación. Pocos días después de asumir la presidencia en noviembre de 1970 en el interior del país un campesino murió por disparos de Carabineros. Allende de inmediato llamó a Huertas a su despacho, le dijo que en su gobierno Carabineros no mataría a campesinos y le pidió su renuncia. Huertas, furioso, la presentó. Duró muy poco en su cargo. La voluntad del presidente era evitar que Carabineros fuera un instrumento de represión social y política. Los hechos conocidos posteriormente han confirmado la desconfianza hacia Huertas.
Recordemos que el gobierno de Allende no fue elegido como un líder carismático, caudillista, sino con un programa y una organización muy claros. De hecho, una de las medidas del programa electoral era la disolución del grupo móvil de Carabineros, considerado el instrumento fundamental de represión, que fue disuelto inmediatamente por el nuevo gobierno.
¿Cuál fue la respuesta del gobierno a las revelaciones del periodista Jack Anderson en las que, por primera vez, pusieron al conocimiento del Gobierno de Chile y de la opinión pública chilena lo que había sido la trama conspirativa del frustrado golpe de 1970?
La respuesta del Gobierno fue doble: primero, ordenó que oficiales de las tres ramas de las FF. AA. tradujeran las revelaciones de Jack Anderson. Yo formé parte de esa comisión. La traducción la publiqué, con un comentario mío, en el libro titulado “Los documentos secretos de la ITT”.
El presidente Allende denunció públicamente la intervención de la CIA y agentes estadounidenses en el intento de golpe de 1970 en su discurso ante las Naciones Unidas en diciembre de 1972. En una conversación con el representante de Estados Unidos ante el organismo internacional en ese momento, George Bush, este le pidió al presidente Allende que no denunciara estos hechos ante la Asamblea General. Allende respondió que tenía buenas relaciones con el pueblo estadounidense, pero que no aprobaba las acciones que la CIA estaba llevando a cabo en su país. La conversación terminó abruptamente cuando Bush le replicó que el servicio de inteligencia era también el pueblo de EE. UU. Este incidente ilustra la diferencia de sensibilidad entre un líder como Allende y Bush, quien más tarde se convirtió en director de la CIA, y cómo estas acciones afectaron a Chile.
¿Cómo llegó usted a conocer al presidente y mantener una relación tan estrecha con él como para convertirse en su más alto cargo de confianza?
Yo llegué a Chile en 1968 desde París, donde estaba preparando mi tesis doctoral, un estudio comparativo sobre el desarrollo político y económico en Chile y Colombia. Me financié el viaje trabajando como profesor en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Políticas, con sede en Santiago. Durante ese período establecí relaciones con diversas personas en relación con mi investigación. Una de ellas fue el entonces presidente del Senado, Salvador Allende. En nuestras conversaciones compartimos análisis similares, yo como estudioso y él como político con vasta experiencia política. En noviembre de ese año me invitó a acompañarlo por Chiloé, donde preparaba las elecciones parlamentarias de marzo de 1969. Durante varios días viajamos juntos por distintas localidades de Chiloé.
Recuerdo una conversación que sostuvimos sobre la elección de Richard Nixon ese mes de noviembre y lo que podría significar para Chile. Allende expresó su preocupación por el resultado y cómo podría afectar a nuestro país. En ese contexto, la guerrilla era una realidad activa en varios países de América Latina, y algunos sectores chilenos consideraban la lucha armada como una opción. Allende, en cambio, argumentó que en la geografía de Chile no era posible la guerrilla, que la lucha armada no era realista para Chile, que dentro del Ejército chileno había muchos oficiales constitucionalistas, y también masones. Posición en la que se mantuvo durante todo su mandato. Regresé a París en 1969 a terminar mi tesis doctoral. Cuando Salvador Allende fue nombrado candidato de la coalición de partidos de izquierda para las elecciones programadas en septiembre de 1970, me escribió invitándome a poner en práctica las ideas que habíamos compartido durante nuestro viaje. En la tesis que defendí en la Salle Richelieu de la Sorbona el 7 de julio de 1970 concluía que Allende podía ganar las elecciones que se celebrarían dos meses después, lo que sorprendió al jurado. El siguiente día 15 en el aeropuerto de Pudahuel en Santiago me esperaba el secretario personal de Allende, Miguel Labarca. Fuimos directamente a la casa de Allende en la calle Guardia Vieja y me incorporé a su equipo personal durante la campaña electoral, compartiendo el convencimiento de que las podíamos ganar. En el almuerzo del 4 de septiembre, día de la votación, Allende me pidió que cambiara mis planes de regresar a Europa y me quedara a trabajar directamente con él en su gobierno. Fue el resultado de una serie de circunstancias fortuitas.
¿Cree que estaban ustedes preparados para enfrentar la realidad de Chile en esos años?
Sin duda. Allende era un político con una experiencia de 40 años. Había sido ministro, diputado y como senador había sido elegido en todas las circunscripciones electorales, desde el norte hasta el extremo sur. Conocía a los actores políticos y sociales, tenía relaciones con sectores influyentes en la sociedad. Era respetado por las comunidades religiosas, a pesar de ser ateo. Cuando asumió la presidencia tenía un profundo conocimiento del país, en todos sus aspectos y dimensiones. Lo que le permitió encontrar soluciones a muchos problemas a lo largo de los tres años de gobierno. Era hábil negociador y lograba acuerdos en situaciones complicadas, lo que se llamaba “la muñeca de Allende”. Era internacionalista, estableció relaciones con todos los países del mundo, sin subordinarse a las entonces llamadas “fronteras ideológicas”.
¿Cómo manejó sus relaciones internacionales, especialmente con Estados Unidos?
Allende mantuvo una buena relación con la administración de Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos. Pero la posterior política de intervención Estados Unidos en América Latina, contra la revolución cubana, contra Brasil en 1964, en 1954 en Guatemala contra el presidente Jacobo Árbenz, chocaba con los principios de Allende, firme defensor de los de la Carta de las Naciones Unidas, en particular el de no intervención en los asuntos internos de otros países. La administración Nixon declaró una guerra silenciosa contra Chile y su gobierno.
Usted hablaba de su famosa muñeca. En lo relacionado con su personalidad, ¿puede compartir alguna anécdota que lo caracterice?
Sin duda, tenía un gran sentido del humor y podía hacer bromas incluso en situaciones difíciles. No por superficialidad sino por su capacidad de mantener la calma en momentos críticos. Una anécdota interesante ocurrió en junio de 1971, tras un atentado que causó la muerte a un exministro de la Democracia Cristiana que conmocionó al país. Chile no estaba acostumbrado a asesinatos políticos. En esa reunión, los partidos de gobierno pidieron medidas drásticas, como la pena de muerte para los responsables. Allende rechazó esta idea de inmediato argumentando que la pena de muerte iba en contra de sus principios.
Parece que la grabación se ha detenido. A veces, estos programas tienen problemas técnicos. Voy a intentar reiniciarlo. De acuerdo, continuemos.
Estábamos hablando de anécdotas, y yo les compartiré algunas más. Una de 1970, otra del 1968 y otra de agosto de 1973. En 1968, conversábamos sobre las elecciones presidenciales desde 1958 en que el voto masculino mayoritariamente le favorecía, no el femenino. Su respuesta fue: “a pesar de mis esfuerzos”. Tenía fama de donjuán.
Cambiando de tema, en agosto de 1973, durante los últimos días, se celebraba en Argel la Conferencia de Países No Alineados, de la que Chile era miembro. El presidente Allende, invitado a asistir, consultó con su edecán aéreo, el comandante Sánchez, y conmigo si debía ir. Yo le expresé mi opinión de que él era el tapón de la botella, y un golpe de Estado ocurriría si estaba fuera del país. Su respuesta fue: “Si eso ocurre, yo me descuelgo por las montañas”. No se habría quedado en el exilio.
En los días previos al 11 de septiembre de 1973, ante el peligro de golpe militar el presidente Allende mantuvo su firmeza y buscó evitarlo. No lo consideró consumado hasta después de las 9 de la mañana, cuando los carabineros retiraron su defensa de La Moneda. Estuve con él almorzando el lunes 10 en esta y cenando en su casa, planeando medidas de esa coyuntura y más allá. Por ejemplo, habló de cambios inminentes en los mandos militares para apartar a aquellos que se sospechaba que estaban conspirando. También del discurso que pronunciaría el día siguiente, 11 de septiembre, en la Universidad Técnica del Estado, anunciando que el país decidiría, en un referéndum, el camino a seguir, y lo haría planteando una nueva constitución de transición hacia el socialismo. El ministro de Defensa, Letelier, presente en la reunión, expresó su optimismo en ganar ese plebiscito, reflejando el estado de ánimo que prevalecía. Además, estaba planificada una acción firme contra los ataques terroristas de extrema derecha, del grupo Patria Libertad. Allende se sentía en pleno ejercicio de sus facultades presidenciales. No pudo anticipar la traición del jefe del Ejército, que se había sumado un día antes a la conspiración.
En relación al golpe, los sectores de la derecha han aludido constantemente a la ideología socialista de Allende y sus planes económicos para el país.
Bueno, en primer lugar, Allende no era economista. La gestión económica de su gobierno la confió a un equipo de la CEPAL, encabezado por el ministro de Economía y Planificación, Oscar Martner, por Max Nolff, el primer presidente de Codelco, el subdirector de Planificación José Ibarra, y otros miembros de la escuela de Raúl Prebisch. En este sentido, la orientación económica del gobierno de Allende no se inspiraba en las categorías marxistas-leninistas de Europa Oriental, sino en una democratización de los recursos económicos, en la nacionalización de los recursos naturales y una mayor independencia nacional. Seguía una secuencia de desarrollo basada en etapas anteriores de Chile desde la década de 1930, en que se había creado la CORFO y estimulado la intervención estatal para respaldar la industria y promover la industrialización y el desarrollo económico interno.
A modo de anécdota, quiero resaltar cuánto Allende confiaba en los equipos de la CEPAL. A fines de agosto de 1973, durante una intensa campaña de la derecha que pedía su renuncia, Allende nos convocó a una reunión en la que participamos el Ministro Gonzalo Martner y Pedro Vúskovic, vicepresidente de CORFO, ambos procedentes de la CEPAL, para que deliberáramos sobre si debía dimitir o no. Efectivamente, nos reunimos y le entregamos nuestra respuesta, explicando por qué considerábamos que su renuncia sería perjudicial para el país, para él y para el movimiento popular chileno. En un momento en que la derecha estaba intensificando sus esfuerzos de desestabilización, buscó la opinión de tres personas de su confianza personal para tomar su decisión, dos de ellas procedían de la CEPAL.
¿Puede hablar más sobre cómo se desarrolló el debate económico en ese momento?
Cuando llegué a Santiago desde París, donde la influencia de la Escuela de Chicago en la economía era nula, me encontré en un ambiente donde el debate económico se centraba en la escuela francesa en torno a los polos de desarrollo, y en otros economistas que abogaban por un papel activo del Estado en la economía. En Francia, en los años 60 y 70, se practicaba una planificación “orientativa”, en la que el Estado tenía un papel predominante. En mi círculo, que incluía la Facultad Latinoamericana de Ciencias Políticas de la FLACSO, muy vinculada a las personas de la CEPAL, había una gran interacción y debate constante. Yo escuchaba las opiniones que provenían de la sede de la CEPAL. Pocos días antes del golpe participé en un seminario en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Políticas con mi amigo Eric Calcagno, otro discípulo de Prebisch.
¿Y qué puede decir sobre su relación con Darcy Ribeiro y su influencia en el gobierno de Allende.
Darcy Ribeiro era un hombre a quien yo admiraba profundamente. Muy inteligente, con muchas ideas brillantes. Mantuve una estrecha relación con él y participé en las conversaciones con Ribeiro y el presidente Allende en las que Ribeiro, brasileño, nos aportó su experiencia personal como ex primer ministro de Brasil durante el período que precedió al golpe de 1965. Discutíamos sobre la experiencia brasileña y cómo se había desarrollado este, también sobre el error del presidente Goulart de dirigirse a la Escuela de Suboficiales de la Marina sin respetar la cadena de mando, lo que fue aprovechado para justificar el golpe. Los análisis de Ribeiro influyeron en Allende, en particular en su discurso en el Estadio Nacional el 4 de septiembre de 1970 y en su primer mensaje a la Nación en mayo de 1971. Ribeiro fue una figura importante en ese contexto.
Siguiendo con el contexto intelectual del gobierno de Unidad Popular, qué puede decirnos de la influencia de André Gunder Frank.
Conocí muy bien a Gunder Frank, y puedo contarles otra anécdota. Cené con él la noche antes de las elecciones del 4 de septiembre. Durante ella, Gunder Frank estaba convencido y me dio muchas razones por las cuales Allende iba a perder las elecciones el día siguiente. Puede imaginarse la conversación, yo sostenía que Allende podía ganar y él me explicaba por qué no. Gunder Frank tendía a ser pesimista en sus proyecciones. En esa conversación sostenía que, en caso de victoria, esta debía ser el pequeño motor que pusiera en marcha el gran motor de la revolución. Ese era su enfoque.
No era simplemente una discusión teórica. En la práctica, el gobierno estaba avanzando en las direcciones que he mencionado, estaba convencido de que era el camino correcto. Además, las personas en el gobierno tenían la capacidad de tomar decisiones en esa dirección. Era la doctrina que se aplicaba en todas las áreas de la economía, en la nacionalización de las grandes empresas de cobre, en agregar valor a las exportaciones en lugar de simplemente exportar materias primas.
Las últimas horas de Allende
Testimonio de Joan E. Garcés
En la noche del 10 al 11 de septiembre Allende presidió en su residencia una reunión con el ministro del Interior, Carlos Briones, el de Defensa, Orlando Letelier, el director de la Televisión Nacional, Augusto Olivares, y conmigo, en el que se preparó el mensaje del día siguiente anunciando un referéndum para que al país eligiera el camino a seguir, el que ofrecía el Ejecutivo o el de la oposición desde el Legislativo. Pasé la noche en la residencia y me despertó el director de Televisión, que también había dormido allí, poco después de las siete de la mañana, diciéndome que había un golpe en desarrollo. Me vestí. Mientras, en su despacho, el presidente, en bata, tras levantarse de la cama, con el teléfono en la mano me dijo: «Se ha sublevado la marinería en Valparaíso… los Comandantes en Jefe no contestan». Sí le respondió el general Brady, Jefe de la Guarnición de Santiago que acumulaba transitoriamente el mando de la II División tras abandonar su puesto el Jefe de esta en solidaridad con el dimitido general Carlos Prats, Comandante en Jefe del Ejército.
Brady era masón. Había llegado a ese mando clave haciendo valer sus vínculos masónicos. A esa hora, alrededor de las siete y media de la mañana, Brady le mintió, le dijo que el Ejército, leal, iba a enviar unidades militares al puerto de Valparaíso. Con esta información salió el presidente de su residencia y llegó poco antes de las ocho al Palacio de La Moneda. También Augusto Olivares y yo. Las primeras alocuciones por radio del presidente desde el Palacio mencionan su conversación con el general Brady. Desde su puesto de mando, con la fuerza legítima del Estado, Allende se dispuso a enfrentar el motín.
Lo inesperado sobrevino después de las ocho y media, cuando escuché en mi radio portátil, y comuniqué al presidente, que un Bando en el que aparecía el Comandante en Jefe del Ejército conminaba «a S.E. el presidente de la República» transmitir su legitimidad a una «Junta Militar».
El presidente seguía a esa hora contando con el apoyo del Alto Mando de Carabineros y sus dos generales de mayor rango estaban dentro del Palacio. Media hora después cambió la situación: los golpistas habían tomado el Centro de telecomunicaciones de Carabineros y alrededor de las nueve y cinco las unidades que, en posición de defensa protegían el Palacio, recibieron por radio la orden de retirarse.
El presidente adecuaba su posición a los hechos que se sucedían. Es tras la retirada de los Carabineros cuando pronunció por radio la alocución con su última decisión, después que entre las ocho y las nueve hubiera organizado la defensa de la sede del Mando Supremo de la Nación, de la legitimidad constitucional.
Dos horas después sobrevino un nuevo hecho, el bombardeo de la Fuerza Aérea. Le impresionó mucho, por la brutalidad, y, tengo la impresión, porque cuando unas semanas antes el regimiento de blindados amotinado el 29 de junio tenía rodeado el Palacio (en el que no se hallaba el presidente), el Jefe de la Fuerza Aérea le dijo que la intervención de esta entrañaba el riesgo de volar varias manzanas del centro de Santiago.
Tras más de cuatro horas de combate el Palacio ardía, la atmósfera era irrespirable, las pocas máscaras contra el humo se las pasaban unos a otros. En esas circunstancias el presidente dijo a sus colaboradores que salieran del Palacio. La mayor parte fueron detenidos, torturados y asesinados. El presidente y Augusto Olivares murieron durante el combate. A Orlando Letelier mandaron asesinarlo tres años después.
Ese día y los siguientes sentí el aliento de la muerte varias veces. Una diosa debió protegerme con una nube. En concreto, una de las personas que me ayudó a sobrevivir fue el secretario general de la CEPAL en Santiago, don Enrique Iglesias, que al escuchar mi nombre en la lista radiada de personas conminadas a presentarse en el Ministerio de Defensa, se dirigió espontáneamente, bajo toque de queda, a interceder ante el ministro de Exteriores de la Junta, el almirante Huerta. La respuesta fue: «hay dos personas a las que estamos buscando más que a nadie, Carlos Altamirano, secretario general del Partido Socialista, y Joan Garcés, el ideólogo del presidente». Enrique Iglesias se presentó en la residencia del embajador de España: «Es un español, tú eres el embajador de España. Me han dicho que si yo le doy refugio en la sede de Naciones Unidas, la asaltarán». El embajador, don Enrique Pérez Hernández, en un gesto de humanidad ofreció acogerme en su residencia. Ingresé el viernes 14: «Embajador, lamento que la primera vez que le saludo sea en estas circunstancias». Me había invitado a recepciones de la entonces Fiesta Nacional española —el 18 de julio, conmemorativa del golpe de Estado contra la República española en 1936— a las que yo, antifranquista, no iba. El embajador respondió: «España no tiene tratado de asilo con Chile; no puede invocar el asilo y usted podría tener que estar aquí todo el tiempo que dure la Junta Militar, pero voy a hacer lo posible para que salga antes». Y efectivamente, sin previa consulta a Madrid, su gestión diplomática fue brillantísima. Horas después llegó un avión chárter del Gobierno español con ayuda para catástrofes, el Jefe de la Junta le citó para agradecérselo y aprovechando el momento le dijo: «Tengo un favor que pedirle, un salvoconducto para Joan Garcés». El largo diálogo que siguió terminó con «no puede ser, sobrepasa mi autoridad, es una decisión de toda la Junta». El embajador insistió: «¿El Comandante en Jefe del Ejército, Jefe de la Junta Militar, no tiene autoridad bastante para extender un salvoconducto?». «Bueno, lo someteré a la Junta, voy a intentarlo». El embajador apostilló: «Es un español, ahora en territorio español, está por en medio el honor y la bandera». En la Junta el Jefe de la Fuerza Aérea se opuso frontalmente, alegando que en el extranjero yo podría hacerles mucho daño. Pero ya el Jefe estaba comprometido. Obtenido el salvoconducto, reunido el personal en todos los vehículos de la Embajada, el coronel agregado militar en uniforme del Ejército español al frente, yo sentado junto al embajador en el coche de este, con banderín desplegado el 22 de septiembre la comitiva se dirigió al aeropuerto de Pudahuel. Antes, había pedido y obtenido la protección de Carabineros delante y detrás de la comitiva. Cerca del aeropuerto esta se detuvo cinco o diez minutos. El embajador me acompañó junto a un oficial de la Fuerza Aérea hasta la escalera del avión chárter que regresaba a España y se retiró tras cerrarse la puerta. Cuando lo volví a ver en Madrid un año después me dijo: «recuerda que nos pararon…, usted estaba muy tranquilo pero yo miraba al muro que había allí y me decía… Le voy a contar. Nos paró una patrulla de la Fuerza Aérea para sacarle del coche. Los Carabineros se negaron, dijeron que tenían órdenes de llevarme al aeropuerto. El jefe de la Fuerza Aérea insistió. Tras varios intercambios, el de los Carabineros bajó la metralleta a media altura. Sólo entonces pudo pasar la comitiva». Así eran aquellas horas.
[Fuente: El Salto]
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2023