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Alfons Bech y José Luis Gordillo

Un debate en torno a la guerra

Publicamos, a petición de Alfons Bech, su respuesta al artículo de José Luis Gordillo «Un belicismo de “izquierdas” frívolo e irresponsable» (mientrastanto.e, n.º 225, julio de 2023), y a continuación la réplica del propio Gordillo.

* * *

Hablar de paz es muy loable; construirla es más difícil

Alfons Bech

 

De nuevo, en relación con la guerra de Rusia contra Ucrania, me encuentro obligado a escribir para aclarar cosas sencillas que no quieren ser reconocidas por personas que hablan en nombre de la paz y confunden a la ciudadanía. Ese es uno de los asuntos feos de esta guerra. Veamos, pues, en que consiste este “belicismo” del que se me acusa.

¿Quién ha dado impulso a la OTAN?

Lo primero es constatar quién ha dado el mayor impulso a la OTAN en sus últimos tiempos. La respuesta es sencilla: Putin y su invasión de Ucrania del 24 de febrero de 2022. No mencionar una realidad tan evidente es sintomático de quienes abordan esta guerra con silencios frente a preguntas inconvenientes o, directamente, con falsedades. La OTAN, que —según el presidente francés Emmanuel Macron— estaba en estado de “muerte cerebral”, ha recogido momentáneamente el miedo de las sociedades de países limítrofes de Rusia y sus deseos de encontrar “un paraguas” bajo el cual protegerse. Si Finlandia y Suecia, países históricamente neutrales, han pedido la entrada a la OTAN, ¿cómo no comprender que Ucrania la pida?

¿Es “belicismo” defenderse de una invasión?

Arremeter contra unas supuestas izquierdas “tartarinescas” pero sin entrar en el fondo del problema de su supuesto “belicismo” es esquivar lo importante. Porque a lo que hay que responder, en primer lugar, es si Ucrania tiene o no derecho a defenderse.

La posición que defiendo es que sí. Y añado que los argumentos a favor no son siquiera propios de la izquierda ni del marxismo, sino de los derechos humanos e internacionales reconocidos por la ONU.

¿Hay otra alternativa a esos derechos? ¿Qué “paz” habría si negamos el derecho de autodefensa? ¿Qué debería hacer Ucrania para lograrla? ¿Rendirse? ¿Aceptar la anexión de territorios por parte de Rusia?

¿Implica el derecho de autodefensa el belicismo pro-OTAN?

Es conocido que siempre he sido contrario a la OTAN y a los bloques militares imperialistas. Acusarme de belicismo pro-OTAN por considerar que Ucrania debería estar hoy mejor armada por los países que proclaman defenderla sería de risa si no fuera confundir a sabiendas.

En efecto, lo uno y lo otro no tiene nada que ver. Por ejemplo, es posible no ser miembro de la OTAN, ser no-alineado entre los bloques imperialistas, y suministrar armamento a Ucrania. Y es posible ser un miembro de la OTAN y no enviar prácticamente nada a Ucrania (por ejemplo, Bulgaria).

Del mismo modo, que Estados Unidos sea el principal miembro de la OTAN no ha garantizado en modo alguno la entrega a Ucrania de las armas que necesita. De hecho, la dinámica hasta la fecha ha sido que Ucrania obtiene muy tarde algunas armas, pero no todas las que necesita y pide desesperadamente.

Así se cumple —no tengo ningún problema en reconocerlo— la tesis que defiende Gordillo de que Estados Unidos utiliza la guerra de Ucrania “para desgastar a Rusia” y fortalecer su bloque imperialista. Pero esa actitud interesada e hipócrita de Estados Unidos e imperialistas europeos no puede ser utilizada para negar el derecho de autodefensa de Ucrania, sino para exigir un apoyo incondicional y efectivo hacia la nación agredida.

Una paz “a cualquier precio” puede ser antesala de una guerra a mayor escala

He estado dos veces en Ucrania durante esta guerra. Me he entrevistado con dirigentes de las dos principales organizaciones sindicales. La entrevista que tuve en setiembre pasado con el presidente de la Federación Sindical de Ucrania (FPU), Grigory Osovoy, me sorprendió por la crudeza y claridad con que expresó su opinión sobre esta guerra. En esencia dijo: “La guerra comenzó en 2014 cuando Rusia invadió Crimea. Pero entonces ningún país reaccionó a pesar de que Ucrania respetó los acuerdos internacionales. El propio ejército ucraniano estaba desorganizado y no preparado. Confiábamos en la comunidad internacional. Pero al no responder a la invasión de Crimea ni parte del Dombás, Rusia se envalentonó. La nueva invasión de febrero de 2022 vino de esa inacción. Ahora estamos en medio de una guerra que será muy sangrienta y costosa para el pueblo ucraniano. Pero esta vez estamos mejor preparados y estamos decididos a que sea la última vez que Rusia nos pueda atacar: nunca más”. Y, por si había dudas respecto al Dombás, añadió: “No hay un problema entre ucranianos: nuestro problema son los que nos han invadido. El resto de los problemas los resolveremos internamente cuando los hayamos echado.”

Se puede trazar un paralelismo entre la invasión de Putin y aquellas que hizo Hitler en la Europa a finales de los años treinta. La guerra de Rusia contra Ucrania empezó efectivamente en 2014, nadie niega eso. Pero precisamente la guerra se desarrolló a gran escala en febrero de 2022 como consecuencia de que nadie se atrevió a dar apoyo a Ucrania en 2014 frente a un imperio que ya estaba actuando en Chechenia, Georgia y otras naciones. En 2022 salió clara su visión: “Ucrania no existe”. Por tanto, la victoria de Putin daría pie solamente a desarrollar con más brío su idea de reconstruir el “espacio ruso” y una carrera hacia la guerra interimperialista, la tercera mundial. No ver eso sí que es una irresponsabilidad.

Las fuentes (incompletas) de Gordillo

Gordillo se indigna porque le digo que su versión de la guerra es la misma que la de Putin. Respalda sus argumentos con referencias traídas del periodista Rafael Poch, la RAND Corporation (laboratorio de ideas estrechamente ligado al Pentágono), de Jens Stoltenberg (secretario general de la OTAN), de Nguyen Chi Vinh, antiguo viceministro de Defensa de la República del Vietnam. También recomienda al historiador Francisco Veiga y su libro Ucrania 22.

Esas referencias pueden estar muy bien. O no (es imposible en el espacio de un artículo discutirlos). Pero lo extraño es que no cite ningún autor o autora ucraniana. Una guerra de un país que desconocemos su historia, su cultura, su sociedad… debería provocarnos a buscar fuentes propias, fiables, capaces de explicar lo que pasa y lo que pasó en 2014, en el Euromaidán, en Crimea, en los años treinta, de antes y durante la Revolución bolchevique.

¿Tan difícil es encontrar autores ucranianos/as? Para cubrir ese vacío aconsejo a los lectores que lo deseen (y también a Gordillo) visitar una página web donde se traduce a muchos autores y autoras ucranianos, la mayoría de izquierdas, que tratan de todos esos temas. Algunos de ellos tuvieron que huir del Dombás en 2014. La página web se llama Entendiendo Ucrania. Allí encontrarán una visión del Euromaidán muy diferente de la versión “golpista”.

Una moral esencialmente egoísta

En el fondo, la posición que cuestiono es un egocentrismo muy propio de algunos europeos occidentales que se consideran intelectuales progresistas. Ciertamente existe una miopía ideológica de quien ve un solo imperialismo maléfico en el mundo: Estados Unidos. Pero a esto se le añade algo más prosaico e inmediato. Se trata de que la resistencia de Ucrania a dejarse engullir por Rusia “pone en peligro nuestra paz” en Europa. Dicho en otros términos, pone en peligro el actual statu quo. Ese que nos deja vivir en nuestro rincón una vida relativamente próspera y tranquila (si no tenemos en cuenta las luchas por derechos sociales y democráticos en su interior).

Desde el principio esos personajes han proclamado que “Rusia no puede perder la guerra, ya que, antes de perderla, desencadenaría la tercera guerra mundial”. Para ellos esa búsqueda de “paz” ha sido, en realidad, presionar a Ucrania para que ceda ante las pretensiones de Rusia. Eso sería “lo realista”. En cambio, resistir a la segunda potencia mundial nuclear es “utópico”, contrario a la “paz”, contrario a los propios intereses de los ucranianos, etc.

Gordillo habla de una metafísica ‘comunidad ucraniana’, la cual se caracterizaría sobre todo por su apoyo sin fisuras al gobierno de Zelenski y a la continuidad de la guerra apoyada y financiada por la OTAN”. ¿Se ha acercado siquiera a hablar con alguna persona ucraniana real refugiada en nuestro país? ¿Sabe que las encuestas sociológicas ucranianas dan, una vez tras otra, el apoyo mayoritario a la expulsión completa de Rusia de los territorios de Ucrania, cueste lo que cueste? La última de junio de este año. Si los ucranianos quieren defenderse y continuar su lucha para liberarse de la bota rusa, ¿hay que abandonarlos?, ¿o ver qué paz es posible a partir de apoyarlos?

Desde un país que forma parte de la OTAN, a miles de kilómetros de donde se desarrolla la guerra, es muy fácil hablar de paz. Lo difícil es construirla.

Construir la paz requiere la participación trabajadora

“Un pueblo que oprime a otros jamás puede ser libre.” Esta premisa debería estar en cualquier discurso de quien quiera presentarse como amante de la paz. No existe la paz sin justicia. Debería empezar por reconocer que la nación agresora es quien debe parar su agresión armada. Debería ver que cualquier intento de negociación debe incluir como condición sine qua non la discusión de la propuesta de retirada de las tropas invasoras.

Putin no ha mostrado ningún interés por negociar. Lo único que pretende, desde el inicio, es que Ucrania y el mundo se rindan a su chantaje de añadir una mayor destrucción a la que ya está haciendo: asesinatos, ejecuciones, bombardeo de población civil, escuelas, hospitales, infraestructuras básicas civiles, secuestro de niños, violaciones masivas… Siempre puede añadir algo más de brutalidad: volar una presa, provocar un accidente nuclear en Zaporiyia…

Frente a ello nuestra tarea es levantar una auténtica fuerza de paz internacional. Hoy no existe.

Esa fuerza internacional debe ser la clase trabajadora y clases populares organizadas. Sólo quienes no tienen otro interés que la vida misma, que vivir en armonía con sus vecinos y con la naturaleza pueden acabar con las guerras imperialistas. Desafortunadamente, la verdad es que hoy nuestras organizaciones están atomizadas, divididas, confundidas. Si no fuera así, quizás estaríamos organizando brigadas internacionales para ayudar a defender un país europeo de un nuevo tipo de fascismo.

En el “mientras tanto”

Pero lo que podemos hacer en el “mientras tanto” de guerras imperialistas y coloniales es mostrar nuestro apoyo hacia el oprimido y activar la solidaridad de clase internacional. Esa es la tarea concreta que estamos haciendo los supuestos “belicistas” con la red europea de solidaridad con Ucrania. Enviar convoyes de ayuda material y humanitaria a sindicatos y organizaciones feministas de Ucrania. Establecer contacto con los sindicatos ucranianos, tratar de que vengan al Estado español y expliquen a sus colegas sindicales lo que viven y lo que piden. Apoyar al sindicalismo bielorruso y ruso que se enfrentan a la represión e ilegalización por sus regímenes.

Construir una paz justa sólo puede basarse en principios sobre los que Gordillo guarda silencio: el apoyo al derecho del pueblo ucraniano a la autodeterminación y la autodefensa, su derecho a acceder a las armas necesarias allí donde se encuentren. Esta es la posición de todo el movimiento pacifista y antibelicista de Rusia y Bielorrusia. Es la que puede unir los pueblos. Debería ser también la posición del movimiento por la paz en el Estado español.

[Alfons Bech es militante de L’Aurora, afiliado a CC. OO. y miembro de la Red Europea de Solidaridad con Ucrania]

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Para construir la paz

José Luis Gordillo

 

Centraré este escrito de respuesta al artículo de Bech en lo que podemos llamar las «discrepancias de interés general». Por eso no contestaré los insultos a los pacifistas, ni me detendré en cuestiones de detalle, ni en aquello en lo que Bech y yo estamos de acuerdo, como, por ejemplo, en el apoyo a la ayuda humanitaria a la población ucraniana.

Dice Bech que «el movimiento por la paz en el Estado español» debería fundamentar su actividad en exigir el apoyo a la autodeterminación del pueblo ucraniano, a su derecho a la autodefensa y a «su derecho a acceder a las armas necesarias allí donde se encuentren».

Los argumentos que utiliza para justificar esa posición son los mismos que cada día nos explican los gobiernos y los grandes medios de comunicación occidentales, a saber: que todo es culpa de Putin; que no se puede negociar nada con él; que esta guerra es únicamente entre Ucrania y Rusia, y que la primera es la agredida y la segunda la agresora y que eso es lo único que importa; que la guerra acabará únicamente cuando Rusia haya sido totalmente derrotada y, por ello, se vea obligada a retirar sus tropas de Ucrania; que hay una obsesión malsana en la mente de algunos consistente en atribuir a los EE. UU. todos los males del mundo cuando justamente, en este caso, ni EE. UU. ni la OTAN no tienen nada que ver con el origen del conflicto, pues éste hay que buscarlo en los proyectos imperiales del nacionalismo ruso; etcétera, etcétera, etcétera.

Dada esa coincidencia entre su argumentación y el discurso oficial no se entiende por qué Bech quiere promover un movimiento que además llama «por la paz», cuando claramente lo que propone es algo así como un movimiento «a favor de la guerra justa de Ucrania». Convocar a las poblaciones para que salgan a las calles a pedir lo que él propone no tendría mucho sentido porque, antes de que se haya convocado nada, la OTAN, la UE y el gobierno de Pedro Sánchez, con el aplauso de toda la derecha occidental, ya lo han concedido. Lo que propone Bech es, en realidad, convocar manifestaciones de apoyo a la política sobre Ucrania de la OTAN y la mayor parte de los gobiernos de la UE. Todo eso de momento, porque afirma también que lo que realmente deberíamos hacer, si nuestras organizaciones no estuvieran tan atomizadas, es organizar «brigadas internacionales» para «ayudar a defender un país europeo de un nuevo tipo de fascismo», una forma escasamente metafórica de abogar por el envío de tropas extranjeras a la carnicería de Ucrania. Volveré a ello más tarde.

El derecho a la legítima defensa

Dice Bech que lo primero sobre lo que hay que pronunciarse es sobre si Ucrania tiene derecho a defenderse. No recuerdo ninguna reunión de Catalunya per la Pau en la que alguien haya cuestionado el derecho a la legítima defensa de Ucrania, que tiene reconocido, como el resto de los estados del mundo, en el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas. Recuerdo, eso sí, algunos comentarios de pacifistas gandhianos que sugerían —sugeríamos— que ese derecho se podía ejercer recurriendo a las tácticas de la no-violencia, punto de vista que rápidamente era descalificado como «utópico» y «poco eficaz» por los no gandhianos. Lo cierto es que ese asunto nunca ha sido la principal preocupación de Catalunya per la Pau, porque lo que nos congregó no fue discutir sobre si el gobierno de Kiev tiene o no derecho a la autodefensa (algo que, por lo demás, éste viene ejerciendo por la vía armada desde la invasión rusa con independencia de lo que pensemos cualquiera de nosotros), sino discutir qué había que proponer para acabar con la tragedia que padece la población de Ucrania y para detener una escalada militar que nos puede conducir a la Tercera Guerra Mundial y a la guerra nuclear. Por esta razón este debate puede adquirir por momentos un cierto aire de diálogo de besugos, ya que estamos hablando de cosas distintas a partir de premisas diferentes. A nosotros nos interesa, sobre todo, hacer propuestas dirigidas a todos los centros de poder implicados en la guerra para acabar con ella. Nunca fue intención de Catalunya per la Pau dar vueltas eternamente a cuestiones que tienen que ver con sus inicios o su continuidad. Por eso constituimos, justamente, una plataforma «por la paz» en Ucrania.

Exigir paz a Rusia y a la OTAN

Lo apuntado un poco más arriba es importante: debemos dirigirnos a todos los centros de poder de los que depende la continuidad de la guerra. Para Bech sólo hay uno: el gobierno de la Federación Rusa. Para nosotros hay más porque vemos responsabilidades compartidas en Rusia y en Ucrania/OTAN en el estallido y la prolongación de la guerra que comenzó en 2014. En consecuencia, consideramos que hay que salir a la calle a hacer peticiones a ambas partes contendientes. Eso incluye al gobierno español, con independencia de si estará presidido por Pedro Sánchez o por Núñez Feijóo, pues en este asunto, por desgracia, no hay diferencias entre ellos: votar a uno o a otro es votar por igual a favor de la implicación de España en la guerra de Ucrania por la puerta de atrás.

La guerra que se está librando en el este de Europa es el resultado de un conflicto entre el imperialismo global de EE. UU./OTAN y el imperialismo de proximidad practicado por Rusia para contener al primero. En él, los soldados ucranianos, que ya participaron como fuerzas de apoyo en las operaciones de cambio de régimen de EE. UU. en Afganistán e Iraq, juegan un papel similar al de los miembros del Ejército de Liberación de Kosovo antes, durante y después del ataque de la OTAN contra Yugoslavia en 1999; o al de determinadas milicias islamistas en la guerra civil de Siria (2011-2020); o al de los grupos armados que formaban parte de la Alianza del Norte en el Afganistán atacado por EE. UU. en 2001; o, todavía mejor, juegan un papel similar al de los grupos de muyahidines afganos en los tiempos de la presidencia de Ronald Reagan después de la invasión soviética de Afganistán (1979-1989). Este último paralelismo no es mío, es de Hillary Clinton, quien poco después de que Rusia invadiese Ucrania lo propuso como fuente de inspiración para lo que había que hacer a continuación (en declaraciones a la cadena de televisión MSNBC el 1 de marzo de 2022). Todas las fuerzas políticas y militares mencionadas tenían sus propios objetivos nacionales y su propia agenda política, pero todas acabaron subordinadas a los objetivos imperiales de quien de forma instrumental les dio apoyo mediático, político, militar y económico.

No obstante, es evidente que el gobierno de la Federación Rusa tiene una clara responsabilidad en todo lo que está sucediendo en Ucrania. Creo que no hace falta extenderse en ello porque los medios de comunicación occidentales nos lo recuerdan todos los días. Lo que éstos no mencionan es la intervención de varios países de la OTAN en Ucrania en la fase anterior a la invasión rusa de 2022.

Ésta consistió, primero, en animar y asesorar a los dirigentes de las revueltas del Maidán para que derrocaran a Yanukóvich. Hay fotos y filmaciones fácilmente accesibles por internet en los que se puede ver a dirigentes norteamericanos, como Victoria Nuland, Chris Murphy o John McCain, repartiendo bocadillos a los manifestantes. Francisco Veiga afirma que un total de cuarenta y siete cargos occidentales fueron a las plazas para mostrarles su apoyo, entre ellos varios embajadores de la UE. A ninguno de ellos se les vio en las plazas españolas ocupadas por los indignados a partir del 15 de mayo de 2011. Más tarde, Nuland, secretaria adjunta del Departamento de Estado para Europa de EE.UU., mostró su oposición a la composición de parte del gobierno golpista, en contra de la opinión de los dirigentes alemanes que al parecer lo apoyaban en su totalidad. Lo hizo con una frase que ha hecho historia: «Fuck the European Union!».

A continuación, al mismo tiempo que Rusia se anexionaba Crimea, EE. UU. y otros países de la OTAN armaron, asesoraron, adiestraron, proporcionaron información de interés militar y llevaron a cabo maniobras militares conjuntas con las fuerzas armadas ucranianas. Asimismo, EE. UU. defendió a capa y espada la entrada de Ucrania en la OTAN sabiendo que tal cosa era casus belli para el gobierno de la Federación Rusa. Todo eso está muy bien explicado en el libro de Francisco Veiga que cité en la nota anterior, pero si uno no tiene tiempo o le da pereza leer ese libro, siempre puede echar una ojeada rápida a la entrada de Wikipedia «Relaciones entre Ucrania y la OTAN». Los países occidentales también enviaron asesores para la planificación de las operaciones «antiterroristas» dirigidas contra las milicias y las poblaciones rusófonas del Dombás, que se habían alzado en armas contra Kiev con el aplauso de Moscú, y que provocaron miles de muertos, muchos de ellos civiles.

A todo ello el papa Francisco lo llamó, con toda la razón, «los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia». Su carácter provocativo se entenderá mejor si se piensa en una situación imaginaria en la que Rusia hubiese hecho lo mismo como aliada de México en un hipotético conflicto entre el país azteca y EE. UU. Aunque, en realidad, tampoco hacen falta grandes esfuerzos de imaginación: EE. UU. ya ha puesto el grito en el cielo al tener conocimiento del proyecto de China de instalar una base militar en Cuba (La Razón, 21/6/2023). Y como dice la periodista Caitlin Johnstone: «Exigir que Rusia y China toleren actividades extranjeras en sus fronteras que Estados Unidos nunca toleraría en un millón de años en sus propias fronteras, equivale simple y llanamente a exigir que el mundo entero se rinda y se someta a ser gobernado por Washington. Es el supremacismo estadounidense en su peor expresión» (tuit del 25 de agosto de 2023).

Por otra parte, los medios de comunicación occidentales ocultan la responsabilidad de EE. UU./OTAN en el fracaso de los acuerdos de Minsk de 2015, primer intento serio de detener la guerra de Ucrania. Por los testimonios de Angela Merkel (en una entrevista publicada por Die Zeit el 7 de diciembre de 2022) y de François Hollande (en declaraciones a Kyiv Independent, 28 de diciembre de 2022), sabemos que dichos acuerdos fueron boicoteados por Kiev y sus aliados occidentales con el fin de ganar tiempo para poder rearmar al ejército ucraniano.

Hay, pues, responsabilidades compartidas en la génesis y continuidad de la guerra. Por consiguiente, un movimiento por la paz que quiera ser eficaz debe exigir iniciativas de pacificación a Putin y a la OTAN, lo cual incluye al gobierno de Kiev por ser Ucrania un «estado socio de la OTAN con oportunidades mejoradas» para ingresar en ella, según la terminología oficial atlantista. Esta es, sin lugar a dudas, una importante discrepancia de interés general.

Sobre la efectividad del derecho a la legítima defensa

El problema del derecho a la autodefensa no reside ni en su legalidad ni en su legitimidad, sino en su efectividad. Del planteamiento de Bech parece deducirse que, una vez se ha proclamado y reconocido dicho derecho, todo lo demás viene rodado. Como si las guerras modernas se pudieran ganar por la mera invocación de lo que es legal y justo.

Si se opta por ejercer el derecho a la legítima defensa recurriendo a las armas, entonces todo va a depender, no de los ideales de justicia y los derechos que se invoquen, sino de los soldados, armas, disponibilidad de municiones, información militar, recursos económicos, apoyos internacionales y demás factores de los que depende el resultado de las guerras en la era de su masificación, industrialización y tecnologización (aplicación a usos militares de los avances de la ciencia y la tecnología).

La gran paradoja que a los belicistas de todos los pelajes les cuesta mucho entender es que, en la actualidad, recurrir a las armas tiende a generar una enorme desproporción entre medios y fines, esto es, una enorme desproporción entre la destrucción provocada por la espiral de violencia que provoca su uso, y las hipotéticas ventajas políticas, económicas o territoriales que se querían alcanzar recurriendo a dichos medios. La guerra de Ucrania es un buen ejemplo de ello. Recordemos que ésta comenzó por una disputa política sobre la integración de Ucrania en la Unión Europea. Nueve años y medio después, con cientos de miles de muertos de por medio, los hipotéticos beneficios de ese objetivo parecen ridículos en comparación con la destrucción provocada por la guerra.

A ucranianos y rusos, les habría resultado mucho más ventajoso haber firmado el acuerdo de paz negociado entre marzo y abril de 2022, que hubiera comportado la retirada de las tropas rusas de Ucrania (salvo de Crimea), a cambio de la no pertenencia de Ucrania a la OTAN. Y, por cierto, según el testimonio de Naftali Bennet, ex primer ministro israelí que actuó como mediador en las negociaciones entre Ucrania y Rusia, básicamente fueron Boris Johnson y Joseph Biden quienes boicotearon la firma de dicho acuerdo con promesas a Zelenski —que éste se creyó, por lo cual debería responder ante su pueblo— de una gran victoria ucraniana gracias a la ayuda militar de la OTAN (ver: «Ambas partes deseaban fervientemente un alto el fuego», en la revista Ctxt, 21 de febrero de 2023). Otra muestra de la responsabilidad occidental en la continuidad de la guerra.

A todo ello se debe añadir que las guerras modernas son carísimas porque exigen el consumo de una ingente cantidad de recursos que no están al alcance de los estados pobres. Dice Bech que el gobierno de Kiev tiene derecho a “acceder a las armas necesarias allí donde se encuentren». Pero resulta que la industria militar es la que es y está donde está, en especial la más avanzada tecnológicamente. En su inmensa mayoría, la industria armamentística está controlada por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. De ahí que no haya muchas puertas a las que llamar «para acceder a las armas necesarias» si te enfrentas a Rusia. En el caso del gobierno de Kiev, además, ese problema ya estaba resuelto desde hacía años si tenemos en cuenta quienes fueron los principales valedores externos del cambio de gobierno en 2014. Antes y después de la invasión rusa, como sabemos todos, EE. UU. y la OTAN han proporcionado abundante armamento a Kiev, al igual que una cada vez más voluminosa ayuda económica.

Los estados, y mucho más si hablamos de estados imperiales, defienden en la escena internacional intereses, sus intereses, no valores o ideales de justicia. Por eso EE. UU. y la OTAN dan armas a los ucranianos y no a los palestinos. Pensar lo contrario es, sinceramente, tan infantil como creer que la ayuda militar prestada por Putin a la dictadura de Al Asad, en el transcurso de la guerra civil siria, fue un acto altruista, filantrópico y desinteresado.

Debería ser un lugar común, en especial entre los integrantes de los movimientos por la paz, que las «ayudas» económicas y militares de las grandes potencias necesariamente generan relaciones de subordinación y dependencia en los países que las reciben. En este momento, el gobierno de Kiev no podría sobrevivir ni tres semanas sin la «ayuda» económica y militar de EE. UU. y la UE. ¿Cómo no va a ser sensible entonces a las órdenes de Washington?; llegado el momento, ¿Zelenski y el ejército ucraniano van a desobedecer las órdenes de sus aliados y se van a enfrentar simultáneamente a Rusia y a la OTAN? A lo mejor Bech piensa que sí. Si así fuera, me gustaría subrayar mi gran distancia con esa visión del asunto.

Fracaso de la contraofensiva y perspectivas de paz en Ucrania

Dado que Bech me critica por no citar a ningún autor ucraniano, quisiera traer a colación a Serhii Pohoreltsev, embajador de Ucrania en España, el cual publicó el 14 de enero de este año, en el diario La Razón, un extenso artículo titulado «El camino hacia la paz en Ucrania». En él afirmaba, entre otras cosas, que Ucrania, sin el restablecimiento del control sobre sus fronteras, no aceptaría la finalización de la guerra bajo ningún concepto. También negaba la posibilidad de negociar nada con Putin y afirmaba que cualquier alto el fuego únicamente serviría para rearmar a Rusia. Por tanto, sólo la derrota militar de Rusia podía conducir a la paz. Decía, asimismo, que «El pueblo de Ucrania está decidido a seguir defendiendo su país y luchando hasta la victoria. Sólo los ucranianos van a determinar cuándo iniciar las negociaciones».

Bech dice lo mismo, pero, al igual que el embajador, tampoco aclara cuántos años más debería soportar el pueblo ucraniano el infierno de la guerra: ¿nueve, diez, veinte años tal vez? Es muy fácil desde aquí apoyar una guerra indefinida en la que luchan, matan y mueren otros a miles de kilómetros de distancia, y que está apoyada, además, por los mandamases del mundo occidental. A eso se le llama nadar a favor de la corriente. Desde luego es mucho más fácil que oponerse a los planes de la OTAN y del propio gobierno español.

Dicho esto, el artículo de Serhii Pohoreltsev es relevante porque está escrito por un integrante del colectivo de personas que toman las decisiones sobre la guerra, que no son precisamente los autores que escriben en las páginas web que le gustan a Bech, ni tampoco la población de Ucrania reunida en asamblea permanente, sino un entramado de poder terriblemente autoritario del que forman parte los dirigentes rusos y los de la OTAN, con el presidente de EE. UU. a la cabeza, así como Zelenski, el cual, recordemos, ejerce sus funciones tras haber implantado la ley marcial, ilegalizado a once partidos de izquierdas, permitido la existencia legal de la extrema derecha y suspendido sin die todo tipo de elecciones. Zelenski, qué duda cabe, es un gran patriota, pero a la manera de Juan Carlos de Borbón o de Jordi Pujol: alguien que ama intensamente a su patria pero prefiere poner sus dineros a buen recaudo en los paraísos fiscales, según una información proporcionada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación después de examinar los Pandora Papers (información difundida, entre otros, por Newsweek el 31 de enero de 2023). Todo eso en un país considerado uno de los más corruptos del mundo.

El embajador Pohoreltsev estima viable una derrota militar de Rusia a manos de Ucrania. Sin embargo, lo que cualquier observador desapasionado ve es que la guerra está estancada desde el otoño del año pasado. Los frentes se han estabilizado y Rusia se ha atrincherado en las zonas que ahora controla. ¿Cómo se puede echar a los rusos de ahí? Cuando Pohoreltsev publicó su artículo, se estaba debatiendo el envío de carros de combate y otros utensilios de matar a Ucrania por parte de varios países de la OTAN. Todas esas armas fueron enviadas en el transcurso de la primavera como garantía de éxito de la famosa contraofensiva ucraniana. También se destinó a su financiación millones de dólares y de euros que se sustrajeron, entre otras partidas, de los gastos sociales de los estados occidentales. La contraofensiva se inició a principios de verano y hasta en las páginas de The Washignton Post y The New York Times se pueden leer artículos en los que se reconoce que ha sido un gran fracaso. Decenas de miles de personas han muerto para nada. Como en la batalla de Verdún, en los tiempos de la Primera Guerra Mundial, han muerto miles de soldados y otros muchos han quedado mutilados sin que las líneas del frente se hayan movido de forma significativa. Ha sido una carnicería verdaderamente inútil.

Después del fracaso de la contraofensiva, ¿qué hay que hacer ahora para alcanzar por la vía militar los objetivos señalados por el embajador Pohoreltsev? Dicen los militares que por cada soldado que defiende son necesarios tres soldados que ataquen para reconquistar el terreno perdido. Por tanto, los ucranianos, además de necesitar muchos más tanques, aviones y misiles, deberían poder triplicar el número de sus efectivos militares, un objetivo que manifiestamente no pueden alcanzar contando únicamente con su propia población, una parte de la cual, además, ha votado con los pies contra la guerra marchándose al extranjero para no tener que luchar en ella, o ha hecho lo mismo pagando sobornos a los reclutadores militares para que los eximan de ir al frente (El País, 11/8/2023). Sería, pues, el momento en que los gobiernos de EE. UU., Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, España y el resto de los estados de la OTAN se plantearan enviar a decenas de miles de sus soldados a luchar por Ucrania y por los intereses geoestratégicos de EE. UU. (y asumir a continuación los costes políticos internos que su sacrificio podría comportar).

Si se tomase esa decisión, estaríamos ante el primer choque militar frontal entre potencias atómicas de la historia de la humanidad, y ya se podría hablar con toda propiedad de la Tercera Guerra Mundial. Sería la materialización de nuestras peores pesadillas de los años de la Guerra Fría del siglo xx. Se haría realidad, en definitiva, todo aquello contra lo que luchamos en la segunda mitad del siglo pasado. Bech, no sólo está de acuerdo con ello, sino que incluso querría contribuir a la catástrofe organizando unas «brigadas internacionales» con las que echar más leña al fuego. Y luego se molesta porque le llamamos belicista.

Por suerte, parece que, de momento, los estados de la OTAN no van a seguir sus consejos. En la cumbre de Vilnius, del pasado julio, se decidió no admitir a Ucrania en dicha organización hasta después del final de la guerra. Se justificó con el argumento de que meter ahora a Ucrania en la OTAN era meter a la OTAN en una confrontación directa con Rusia. Es cierto que el famoso artículo 5 del Tratado Atlántico se puede cumplir de muchas maneras, e incluso se puede incumplir haciendo ver que se cumple. Pero si Ucrania entrase en la OTAN y muchos de sus estados miembros no enviasen tropas a luchar contra Rusia, entonces el Tratado Atlántico se convertiría en papel mojado.

En todo caso, y para lo que aquí interesa, el rechazo a admitir a Ucrania en la OTAN equivale, aquí y ahora, a la decisión de no enviar tropas a Ucrania después del fracaso de la esperada y publicitada contraofensiva. Es decir, en el peor momento de la guerra para el gobierno de Kiev, la OTAN lo abandona a su suerte frente a Rusia. Tal vez por eso Zelenski ha convocado a una serie de estados con el fin de preparar para otoño una gran cumbre por la paz. Lo bueno de esta iniciativa es que Zelenski invitó a China y ésta acudió. Un síntoma esperanzador que apunta en la dirección señalada por Catalunya per la Pau y que, según las encuestas, sería muy bien recibida por más de la mitad de la opinión pública española, alemana, italiana o austríaca.

Para construir la paz, lo primero que se debería conseguir es un alto el fuego y después unas negociaciones de paz que diesen soluciones mínimamente justas a los conflictos políticos entre Ucrania y Rusia. En ese sentido, es muy recomendable la lectura del artículo de Samuel Charap, investigador de la RAND Corporation, publicado en Foreign Affairs el pasado 5 de junio, titulado «An Unwinnable War» («Una guerra que no se puede ganar»). Lo cito por su interés y porque está escrito por un asesor de quienes, además de los dirigentes rusos, son los que toman realmente las decisiones de las que depende el futuro de la guerra de Ucrania. Por supuesto, los intereses que sobre todo tiene en cuenta Charap son los de EE. UU., faltaría más.

Este analista parte de la premisa de que es una prioridad absoluta de EE. UU. evitar un choque frontal con Rusia. Nada, pues, de enviar tropas norteamericanas a luchar contra los soldados de Putin. Para este asesor:

Quince meses de combates han dejado claro que ninguna de las partes tiene capacidad —ni siquiera con ayuda exterior— para lograr una victoria militar decisiva sobre la otra. Independientemente de cuánto territorio puedan liberar las fuerzas ucranianas, Rusia mantendrá la capacidad de amenazar de forma permanente a Ucrania. El ejército ucraniano también mantendrá la capacidad de generar peligro en cualquier zona del país ocupada por las fuerzas rusas, y de imponer costes a objetivos militares y civiles dentro de la propia Rusia.
Estos factores podrían desembocar en un conflicto devastador, de años de duración y sin un desenlace definitivo. Estados Unidos y sus aliados se enfrentan así a una disyuntiva sobre su estrategia futura. Podrían empezar a intentar dirigir la guerra hacia un final negociado en los próximos meses. O podrían hacerlo dentro de unos años. Si deciden esperar, los fundamentos del conflicto serán probablemente los mismos, pero los costes de la guerra —humanos, financieros y de otro tipo— se habrán multiplicado.

Es decir, el verdadero dilema es negociar ahora o negociar dentro de unos años. La diferencia no estará en la gran victoria militar de unos o de otros, porque eso no va a ocurrir. La diferencia estará en el número de muertos y en los costes de todo tipo: muchos más dentro de unos años, unos cuántos menos si se paran ahora los combates. Como en otros conflictos entre estados vecinos, Rusia de manera autónoma y Ucrania con ayuda occidental pueden mantener la capacidad de defenderse y de hacerse daño mutuamente durante décadas, con independencia de dónde se sitúen las líneas del frente en cada fase de la contienda. Charap insiste mucho en esta idea: incluso con una hipotética retirada de las tropas rusas, la guerra no se acabaría porque Rusia podría continuar atacando a Ucrania desde su propio territorio y hacerlo, además, de forma muy devastadora. Por eso, sólo un alto el fuego y unas negociaciones de paz pueden detener el conflicto armado.

Dice también que una paz duradera sólo se alcanzará cuando se tengan en cuenta las reivindicaciones de Ucrania y, al mismo tiempo, cuando Occidente se abra a dialogar «sobre cuestiones más amplias de seguridad europea para minimizar la posibilidad de que estalle una crisis similar con Rusia en el futuro». Vamos, que también habría que tener en cuenta los intereses de seguridad de Rusia dado que esta es una guerra que se libra en las fronteras de Rusia.

Según Charap, eso puede parecer sumamente difícil ahora y, de hecho, considera que la posibilidad de un acuerdo de paz es altamente improbable en los próximos tiempos. Por eso recuerda extensamente el precedente de la guerra de Corea, la cual formalmente no ha terminado porque durante setenta años no se ha conseguido firmar un tratado que dé respuesta a las demandas de las dos partes consistentes en reclamar la reunificación de Corea bajo el mandato de uno y de otro gobierno. Ante la imposibilidad manifiesta de hacer compatible dichas exigencias, lo único que se consiguió en 1953 fue un cese en las acciones armadas entre Corea del Norte y Corea del Sur que dura hasta hoy. No es lo óptimo, pero al menos impide que sigan muriendo personas inútilmente.

Parece que en EE. UU. y en la OTAN están comenzando a hacer caso a este asesor de la RAND Corporation. Hace un par de semanas, Stian Jenssen, el jefe de gabinete del secretario general de la OTAN, lanzó la idea de una hipotética propuesta de «paz por territorios» entre Ucrania y Rusia para acabar con la guerra. A partir de ahí y habiendo recibido el permiso tácito de la autoridad competente, incluso es posible que algunos dirigentes europeos se animen a expresar opiniones en esa dirección.

Lo que no dice Charap es que la geopolítica de Ucrania y la de Europa no es la misma que la de Estados Unidos por estrictas razones geográficas. Por eso, se debería volver a los principios contenidos en la Carta de París para una Nueva Europa de 1990, importante texto que hizo trizas la catastrófica expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas, la cual comenzó, conviene no olvidarlo, con el muy agresivo bombardeo a Yugoslavia en 1999.

A modo de conclusión

Tras nueve años y medio de atrocidades sin fin, Ucrania ya ha perdido la cuarta parte de su población, la cual se ha marchado a vivir a otros países; ha perdido el 20% de su territorio; ha visto disminuir entre el 35% y el 40% de su PIB y ha visto destruida una parte sustancial de sus infraestructuras de producción de energía. También ha perdido su soberanía política y, sea cual sea el resultado de este conflicto bélico, no la va a poder recuperar en un futuro cercano.

En la peor de las hipótesis, si la guerra continúa y la escalada militar entre Rusia y la OTAN desemboca en una guerra nuclear, Ucrania acabará siendo un territorio yermo e inhabitable, un desierto radiactivo en el que nadie podrá ejercer soberanía alguna. En una hipótesis menos mala, Ucrania puede ser, después de que cesen los combates, un estado fallido y en ruinas, infestado de minas y bombas de racimo, las cuales matarán cruelmente o mutilarán a muchos ucranianos durante décadas. También será un territorio con elevados niveles de radiactividad ambiental por el efecto del uso de los proyectiles con uranio empobrecido y, tal vez, de los bombardeos de alguna de sus quince centrales nucleares (empezando por la de Zaporiyia, en manos de los rusos y que es objeto de ataques ucranianos de forma periódica).

En la mejor de las hipótesis, Ucrania o una Ucrania dividida va a quedar sometida a la férula de Moscú y/o a la de Washington a la manera de Kosovo, que algunos ingenuos consideran un «estado independiente» y que es, en realidad, un protectorado norteamericano. La capacidad de Kiev para gobernar la parte que controle dependerá totalmente de la ayuda militar y económica de Occidente, lo que, por cierto, puede acabar causando problemas presupuestarios graves a los países occidentales. Autodeterminación nacional, EE. UU., OTAN y Federación Rusa no se pueden conjugar en la misma frase porque lo primero es incompatible con lo que viene después. El resultado de la guerra de Corea también es muy ilustrativo al respecto.

A lo mejor EE. UU. extrae una gran ventaja geoestratégica de esta carnicería y por ello se proclamará «el gran vencedor de la guerra». A lo mejor una Rusia maltrecha y desfondada afirmará, cuando cesen los combates, que su capacidad de aguante también debe verse como una victoria, pero todos sabemos que esta guerra no la va a ganar Putin porque Finlandia ya ha entrado en la OTAN y su proyecto inicial de dominación de toda Ucrania ha fracasado. Pero si hay una cosa que está clara es que Ucrania ya ha perdido la guerra. Hay que estar muy ciego para no verlo.

Un alto el fuego inmediato y unas negociaciones de paz podrían evitar alargar su agonía e impedir que sus pérdidas todavía fueran mayores. Primero presionemos para conseguir una simple paz negativa en Ucrania. Después continuemos presionando para que se inicie un proceso negociador de largo alcance con el que construir una verdadera paz positiva para las poblaciones de Ucrania, Rusia y el resto de Europa. Esa paz positiva debería fundamentarse en los principios de la seguridad compartida e incluir un respeto escrupuloso a los derechos humanos y a la voluntad democrática de unos y otros.

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2023

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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