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Rafael Poch de Feliu

Ucrania está perdiendo la guerra, pero Rusia no la está ganando

Ucrania está perdiendo la guerra. Su contraofensiva es un fracaso. Las armas occidentales y todo el valor de sus soldados se estrellan contra el hecho, apuntado por tantos observadores militares, tanto en Estados Unidos como en Rusia, de la aplastante inferioridad artillera, de aviación y de efectivos empleados. Las armas occidentales suministradas no cambian la realidad sobre el terreno. Eso repercute, necesariamente, en la moral de la tropa y de la población.

Se suceden las noticias sobre deserciones, reclutamientos forzosos y rendiciones al enemigo de efectivos ucranianos, noticias que nuestra prensa, española y europea, no da, pero que sí aparecen esporádicamente en la de Estados Unidos.

Los medios de comunicación de Lviv (Lvov), en la zona más antirrusa de Ucrania, informan de un escaqueo generalizado en las operaciones de reclutamiento: Solo uno de cada cinco movilizados acude a los centros de reclutamiento de esa ciudad. Véase, por ejemplo, la declaración del jefe de dicho centro, Oleksadr Tishchenko. “Si no se remedia eso, la movilización puede verse amenazada”, dice Tishchenko.

No hay aquí ningún misterio, porque lo que está ocurriendo es una carnicería en toda regla. El ministro de defensa ruso maneja cifras escalofriantes de mortandad ucraniana en la contraofensiva. Hay un cuadro horrible de hombres jóvenes muertos y mutilados. También del lado ruso, desde luego, pero de momento los rusos están en posición defensiva y la impresión de que son los ucranianos los que están pagando el peor precio es firme. ¿Quiere decir esto que Rusia está ganando la guerra en el Este de Ucrania? Lo dudo.

Matthew Hoh, un analista independiente de Estados Unidos, ha descrito muy bien la situación:

Quienquiera que «gane» en el Este de Ucrania ganará una tierra despoblada y llena de infraestructuras destruidas. Esta tierra estará contaminada durante generaciones por las toxinas militares de la guerra y plagada de minas terrestres y artefactos explosivos sin detonar. Es muy probable que las madres ucranianas sufran lo mismo que las madres iraquíes, afganas y del sudeste asiático, dando a luz durante generaciones a niños muertos, deformes y enfermos debido a los legados tóxicos imperecederos de la guerra moderna. Los niños y sus familias, dentro de décadas, serán castigados por esta locura en Ucrania, al igual que los niños y sus familias siguen siendo castigados en todos los países «postconflicto». (En: Destroying Eastern Ukraine to Save It – CounterPunch.org).

Rusia justificó su invasión, entre otras cosas, en la protección de la población rusófila del Dombás y en el alejamiento de la OTAN de sus fronteras. La población del Dombás —y parte de la de las regiones limítrofes rusas de Bélgorod y otras— sufre ahora bombardeos y calamidades mucho peores que antes de la invasión. Respecto a la OTAN ha avanzado sus posiciones: solo la incorporación de Finlandia aporta 1.300 kilómetros más de frontera directa con la OTAN.

Rusia menciona que más allá de todo esto, hay un pulso por cambiar la correlación de fuerzas global en beneficio de las potencias emergentes y en perjuicio del “occidente ampliado”, y es verdad que hay algo de eso. Pero los desastres para ella son tangibles e inmediatos, mientras que el resultado de ese pulso superior es un proceso histórico largo y abierto a todo tipo de incertidumbres. Incluida la hipótesis de una tercera guerra mundial.

Incluso si Rusia, que ahora está ganando militarmente, con una estrategia defensiva, pasa a una estrategia ofensiva y amplia su ocupación a todo el sur de Ucrania, llegando hasta Odesa y privando a Kiev de todo acceso al mar, habrá que preguntarse por la estabilidad política y militar de tal ocupación.

Lo más probable es que resulte en un cáncer generacional para Rusia: una situación inestable por mucho tiempo en esos territorios. En la hipótesis más optimista, el mandato de Putin, quien algún día deberá ser relevado en el poder por otro personaje, algo complicado por la ausencia de normas sucesorias e instituciones característica del régimen autocrático, se hará más social y más represivo. Mientras tanto, lo poco que quede de Ucrania será un territorio furibundamente antirruso por generaciones. El balance negativo de esta loca aventura que roza la tensión nuclear es inequívoco.

El segundo aspecto que quiero evocar es el de que de la manera en que se comprende un conflicto, se deriva la vía para su solución. Y este conflicto, particularmente en Europa, no se comprende, por lo que estamos condenados a una mala solución.

Esta guerra tiene tres causas. Primera: la estrategia de Estados Unidos en Europa y su reiterado e ignorado rechazo de los intereses rusos; una seguridad europea primero sin Rusia y luego contra Rusia, cuya última etapa es el ingreso de la OTAN en Ucrania, independientemente de que esta forme parte de la Alianza o no. El fin último de esta estrategia es mantener una Europa dividida y en tensión para impedir la integración euroasiática animada por China con participación de Rusia, que dejaría fuera a Estados Unidos de la gran masa continental. Numerosos estrategas de Estados Unidos llevan décadas anunciando la devaluación del poder americano que supondría “perder Europa”.

Segunda: La negativa de la elite capitalista rusa a aceptar dicha estrategia americana, cuya evidencia acabó con su inicial ilusión de ser considerada en pie de igualdad por sus homólogos occidentales, en la común labor de rapiña de recursos en beneficio de una minoría social. De aquella ilusión ingenua, que Putin compartía plenamente al iniciarse el siglo, el Kremlin fue evolucionando hasta la actual voluntad de romper tal estrategia, lo que ellos formulan como “hacerse respetar” por Occidente. En esa voluntad cuentan con la comprensión de China, enfrentada a una realidad semejante, y de gran parte del mundo no occidental históricamente sometido.

Tercera: el no reconocimiento por parte del gobierno de Kiev surgido de la revuelta/golpe de Estado apoyado por Occidente del invierno de 2014, de la diversidad identitaria interna de los ucranianos en sus diferentes regiones, que provocó revueltas tanto civiles como armadas en el sur y este de Ucrania, así como la anexión rusa de Crimea, sin todo lo cual la invasión militar rusa de 2022 habría sido muy difícil, sino imposible.

Estas tres causas están interrelacionadas y es necesario actuar sobre ellas para resolver el conflicto.

El coronel suizo Jacques Baud, tiene razón cuando dice que “de la manera en que se comprende una crisis, se desprende la manera de resolverla”.

En Estados Unidos el conflicto se comprende bien. Al fin y al cabo se trata de sus intereses y la responsabilidad de haberlo desencadenado es mayormente suya, por más que las elites rusas y ucranianas tengan también su parte de responsabilidad. Desde mi punto de vista, y visto desde una perspectiva de treinta años, el 70% de la responsabilidad es occidental y un 30% de rusos y ucranianos. Desde luego, este reparto es discutible y puede y debe ser objeto de debate. Lo que es inadmisible es que, en lugar de las tres causas complejas de esta guerra, se abrace una narrativa infantil en la que todo se achaca al capricho de un dirigente autocrático ruso, presentado como el mal absoluto. Estaría bien para un guion de Hollywood, pero no para un análisis serio. El gran problema es que esta es la narrativa que ha hecho suya la Unión Europea. Es decir: el conflicto no se entiende, y como no se entiende estamos condenados a una mala solución. Sea cual sea esa solución, lo más probable es que la Unión Europea figure entre los perdedores y perjudicados.

Muy brevemente, concluyo ya con la pregunta que era el título de mi intervención:¿Por qué la paz es prioritaria?

En primer lugar porque provocar tensión con una potencia nuclear, es sumamente peligroso. Y se trata exactamente de eso. Es lo que hemos vivido a lo largo de treinta años; con el cierre en falso de la Guerra Fría, ignorando las promesas realizadas entonces, con la retirada unilateral de Estados Unidos de los acuerdos de desarme y con el avance de la OTAN hacia el Este y el estacionamiento allí de infraestructuras militares de inequívoco propósito, entre otras cosas.

Lo que después de la crisis de los misiles de Cuba de 1963 se evitó por todos los medios, es decir, no provocar a una potencia nuclear en su patio trasero, se está haciendo ahora no solo con Rusia, sino también con China. Estados Unidos está cercando a sus adversarios nucleares, desplegando contra ellos infraestructuras militares y organizando alianzas militares hostiles junto a sus fronteras.

¡Eso no tiene nada que ver con el derecho internacional, sino con la dialéctica entre superpotencias nucleares y su histórico sentido común! Sobre esto, véase la última entrada en mi blog a cargo de Caitlin Johnstone.

En segundo lugar —lo hemos repetido hasta la saciedad— cuando la humanidad necesita urgentemente una estrecha concertación internacional para abordar los retos del siglo (el calentamiento global, la proliferación de recursos de destrucción masiva y las desigualdades sociales y territoriales, entre otros) que las grandes potencias se metan en una dinámica de guerra entre ellas, es pura demencia. Estamos perdiendo un tiempo precioso. Un tiempo que no tenemos como especie.

[Fuente: Ctxt. Intervención en el IV Foro de Voces, en Clave de Paz de la Universidad de Castilla-La Mancha]

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2023

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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