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Rafael Poch de Feliu

La verbena de Prigozhin

El 11 de marzo, un bombardero de Estados Unidos con capacidad nuclear se paseó más cerca que nunca de San Petersburgo y Kaliningrado. Aunque no era la primera vez y este tipo de paseos nucleares sean rutina en la región del Báltico, “esta fue la vez que la operación tuvo mayor profundidad, internándose en el golfo de Finlandia”, daba cuenta The Aviacionist. El avión era uno de los cuatro bombarderos estratégicos B-52 Stratofortress de Estados Unidos, pertenecientes al ala estacionada en Minot (Dakota del Norte), que desde finales de febrero se encuentran en la base de Morón (Sevilla).

Es chocante que, en vísperas de unas elecciones en las que el principal debate es sobre cuestiones de género, la participación de España en las provocaciones que pueden conducir a una tercera guerra mundial con uso de armas nucleares, es decir, a una catástrofe sin precedentes en la historia de la humanidad, no sea objeto de discusión. Por ejemplo, nadie le ha preguntado a la ministra de Defensa, Margarita Robles, o al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, así como a sus diversas oposiciones, que aclaren su consentimiento en la relación bélico-sexual que España mantiene con los violadores planificadores de esa barbaridad. “Solo sí es sí”, debería ser aquí el principio. Que muchos piensen que todo esto es una exageración tiene que ver con una flagrante inopia informativa y forma parte del problema.

Que el riesgo de una guerra nuclear sea ahora mayor que durante la Guerra Fría forma parte del consenso de expertos, tanto en Estados Unidos como en Rusia o China.

El 16 de junio, el presidente Putin dijo en el Foro Económico de San Petersburgo que “el uso del arma nuclear sin ninguna duda es teóricamente posible”. Para ello, añadió, “debería mediar una amenaza a nuestra integridad territorial, independencia y soberanía y a la misma existencia del Estado ruso”. Putin no hacía más que repetir el espíritu de la doctrina nuclear rusa, contenida en el decreto del 2 de junio de 2020, según el cual: “La Federación Rusa se reserva el derecho de utilizar armas nucleares en respuesta a la utilización de armas nucleares o de otras armas de destrucción masiva contra ella o sus aliados, así como en caso de agresión contra la Federación Rusa con armas convencionales si la propia existencia del Estado es amenazada”.

Todo esto no es solo una “locura rusa”, es la demencia de las doctrinas nucleares de casi todas las potencias, entre las que solo China descarta la hipótesis de un primer uso, es decir, se compromete a no utilizar dicho recurso si no es previamente atacada con esas armas.

Sobre esta general locura se mantuvo la paz durante la Guerra Fría, aunque fuera por miedo a la “destrucción mutua asegurada” (MAD), y el problema concreto al que nos enfrentamos hoy es, precisamente, que ese miedo se ha perdido. El actual peligro y las repetidas declaraciones de Putin que nuestros medios interpretan, una y otra vez, como bravata y amenaza de un dirigente malvado, son consecuencia directa del objetivo loco que Estados Unidos se ha propuesto desde el fin de la Guerra Fría: “Vencer a una superpotencia nuclear, en una región estratégicamente importante para ella, sin recurrir al arma nuclear, sino simplemente armando y dirigiendo contra ella a un país tercero”, en palabras del experto ruso Dmitri Trenin.

Este mes de junio, un puñado de expertos rusos han opinado sobre la imperiosa necesidad de que Occidente recupere aquel miedo al MAD que contuvo la gran catástrofe durante la Guerra Fría. Comenzó el 13 de junio, cuando Serguéi Karaganov, presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa, en la revista Profil, se declaró partidario de utilizar armas nucleares tácticas en Europa para evitar un apocalipsis. Su argumento sigue una línea demente: Occidente “ha dejado de temer las armas nucleares”. “La aparición de esas armas fue resultado de la intervención del Todopoderoso, que, horrorizado de que la humanidad hubiera desencadenado dos guerras mundiales nos dio esas armas para recordar que el infierno existe”. “Hay que restablecer el miedo a la escalada atómica, de lo contrario la humanidad está condenada”, decía. Sabiendo que Estados Unidos nunca “sacrificará Boston por Poznan o Hamburgo”, de lo que se trata es de que “el enemigo sepa que estamos dispuestos a lanzar un ataque preventivo de represalia en respuesta a su agresión actual y pasada, para evitar un deslizamiento hacia una guerra termonuclear global”. Así que “tendremos que golpear a un grupo de objetivos en varios países para que los que han perdido el juicio lo recuperen. Es una elección moralmente aterradora: estaríamos utilizando el arma de Dios y condenándonos a una gran pérdida espiritual, pero si no se hace no solo puede perecer Rusia, sino que lo más probable es que acabe toda la civilización humana”.

En los días siguientes a la publicación de este artículo, varios compañeros de Karaganov expresaron una crítica comprensión hacia ese indecente ejercicio de “realismo nuclear-teológico”. Otros, como el liberal y competente en materia estratégica Alekséi Arbatov, no excluyen que el artículo haya sido consensuado políticamente con las altas esferas, pero no saben si en el Kremlin hay “corrientes subterráneas” de acuerdo con tal planteamiento. Pero incluso si el artículo de Karaganov ha sido concebido como una efectista campanada para agitar y concienciar del peligro a los adversarios, es un hecho que en Rusia se está abriendo paso un consenso bastante extendido entre los expertos de que, ante los atentados personales en Rusia, los suministros de armas y misiles cada vez más letales a Ucrania, los ataques a territorio ruso, al mismo Kremlin y a bases de la aviación nuclear, etc., es imperativo responder incrementando la presión.

“Occidente está jugando sin reglas contra Rusia, hace falta algo más, sería mejor que fuera agudo, inesperado, duro y fatal para el enemigo”, ha dicho esta semana el filósofo integrista-eslavófilo Aleksandr Dugin.

¿Qué tiene que ver todo esto con el motín militar de la noche de San Juan? La relación es directa.

La verbena de Prigozhin ha recordado la debilidad y fragilidad estructural del régimen ruso, pero lo más probable es que los políticos occidentales sigan extrayendo las malas conclusiones de tal debilidad, es decir, nuevos argumentos para promover el cambio de régimen en Rusia. Y eso, a su vez, fortalece la lógica de escalada de parte rusa. Todo ello incrementa el riesgo nuclear.

Un motín militar en plena guerra animado por un personaje que, seguramente, se veía amenazado, física y materialmente, por sus rivales del Ministerio de Defensa es algo extraordinario, pero es sumamente inquietante en una superpotencia nuclear.

“Para nuestros enemigos todo esto va a ser un estímulo para presionarnos más y para nuestros amigos un claro motivo de desprestigio de nuestra imagen en el mundo”, dice el cineasta Karen Shajnazarov, hijo de uno de los principales fontaneros de la distensión de Mijaíl Gorbachov. Respecto a las consecuencias internas, mucho dependerá de cómo evolucionen las cosas, que parecen bastante abiertas. Aquí hay que rendir humilde tributo a la lucidez de Perich. Que en poco más de veinticuatro horas la “marcha sobre Moscú” se transformara en componenda no excluye incluso que Putin resulte fortalecido como salvador de la patria. Después de todo, nosotros mismos tuvimos un golpe de Estado en febrero de 1981 que primero escapó a los propósitos de su real diseñador y luego le consolidó como salvador de la democracia.

Viñeta del ilustrador Jaume Perich Escala

La verbena de Prigozhin no es el único escenario inaudito que se podía esperar en Rusia. Como he explicado en otro lugar, uno de los dramas de la autocracia es que, por falta física de espacio de protesta, así como de posibilidades electorales de relevo y alternancia, crea oposiciones condenadas a practicar el derribo total de una estructura apenas reformable. En Rusia la oposición está condenada a ser irresponsable, porque nunca ha tenido responsabilidades de gobierno. La autocracia le niega tal posibilidad. Toda su energía se dirige, por tanto, al derribo sin muchas más consideraciones. La oposición a Putin, hoy mayormente irrelevante, tiende a venderse a la OTAN y a hacerle el juego a todo lo que vaya contra su propio país. En plena verbena, mientras The Wall Street Journal informaba de que Estados Unidos estaba dispuesto a anular las sanciones contra Prigozhin, el magnate Mijaíl Jodorkovski, exiliado tras su encarcelamiento en Rusia, veía en el motín “una oportunidad única”: “Si la guerra no acaba, una nueva insurgencia no tardará en aparecer, pongámonos al trabajo”.

Es verdad que si las cosas le siguen yendo militarmente tan mal a Ucrania como le están yendo ahora, pronto veremos cosas parecidas en Kiev contra Zelenski, pero hay que ser consciente de que el régimen ruso tiene defectos estructurales que solo se resuelven con convulsiones. Uno de ellos es el problema del relevo del líder. Es sumamente complejo. A falta de mecanismos y normas claras consensuadas e institucionalizadas de sucesión, los relevos en el grupo dirigente siempre son peligrosos. Contienen el riesgo de purgas, ajustes de cuentas y peleas entre dirigentes que se resuelven por la fuerza. Ocurrió tras la muerte de Stalin, con la conspiración que derribó a Nikita Jruschov, con la destitución de Mijaíl Gorbachov vía la disolución de la URSS, y con la afirmación del régimen de Yeltsin perfeccionado por Putin. En China eso ocurrió en cuatro de las seis operaciones de relevo de dirigentes ocurridos desde la muerte de Mao, en 1976. Y eso que en China, como antes en la URSS, hay un partido de Estado que gobierna con ciertas normas internas, mecanismos de ascenso, una tradición secular de meritocracia, etc. Es mucho más difícil que aparezca un Prigozhin. En Rusia la institución políticamente más poderosa, la administración presidencial, ni siquiera es mencionada en la Constitución. Tipos como el guardaespaldas del presidente pueden ser los personajes más poderosos —ocurrió con Aleksandr Korzhakov, el “segurata” de Yeltsin—. En Rusia todo está mucho más abierto a esos riesgos. La verbena de Prigozhin lo ha recordado y la simple realidad es que no sabemos si estamos ante el principio del fin o ante el fin del principio. El principio de una quiebra rusa, como defienden y desean los atlantistas sin pararse a pensar en las consecuencias de tal quiebra en una potencia nuclear. El final de una guerra rusa brutal pero prudente a la que se está empujando a adoptar formas mucho más enérgicas y peligrosas.

[Fuente: Ctxt]

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2023

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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