¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Joan M.ª Girona
Educación y acoso: ¿coeducamos?
Existe un amplio sector de partidos políticos que evitan hablar de las tres graves segregaciones: clases sociales, etnias, géneros. Algunos incluso niegan la evidencia de que existen. Desgraciadamente lo podemos comprobar en las campañas electorales y en la práctica diaria de algunos que se autodefinen como políticos.
Los partidos no viven fuera de la realidad (aunque a menudo lo parezca), viven en la sociedad y se establece un intercambio mutuo de influencias. Inciden en la opinión pública y al mismo tiempo refuerzan o reformulan sus proposiciones en función de lo que asume una parte de la población, confundiendo, muchas veces, la opinión pública con la opinión publicada. Se alimentan mutuamente: el éxito dependerá de cómo presenten sus propuestas y cuáles sean: es más fácil conseguir apoyos con ideas o ideologías conservadoras del orden establecido, de los status quo, que esforzarse por transformar la realidad. La humanidad, aunque nos parezca contradictorio, ha preferido a lo largo de la historia una organización con jerarquías: una organización que iguale a todos y todas es más costosa. Conseguir la igualdad requiere un cierto esfuerzo mental y psicológico. Es más fácil, por ejemplo, mantener el poder masculino y marginar a los inmigrantes. Todo cambio implicaría una apertura de miras, una actitud y disposición a correr riesgos, a salir de la zona de confort. Quizá sea la explicación de por qué las proclamas antifeministas o antiinmigración de algunos pseudopolíticos son bien acogidas y son replicadas, y a veces aumentadas, en algunos sectores sociales. No es superfluo hablar de los políticos actuales y de sus ideologías. Representan una parte significativa del entorno en el que nos movemos.
¿Por qué se dan más actitudes anti-extranjeros, anti-gitanos o gitanas, anti-jóvenes recién llegados, anti-mujeres de todas las edades? En los últimos años y con el inicio (o continuación) de la crisis de 2008, da la impresión que se haya abierto la veda, parece que se haya dado carta blanca a los que así pensaban pero no se atrevían a manifestarlo, seguramente porque las personas de izquierda estábamos más presentes en la opinión pública y en los espacios de relación y convivencia. Pasada la pandemia la situación no ha cambiado: probablemente ha empeorado desde el punto de vista de la igualdad.
Y podemos preguntarnos: ¿En esta situación qué hacemos en los centros escolares?
Cierto que la educación es algo que implica a toda la sociedad. Hay multitud de espacios y entidades donde se educa a niños y adolescentes. Jóvenes y adultos seguimos educándonos día a día, a lo largo de la vida. En torno al mundo de la enseñanza y la educación se habla a menudo de los abusos y acosos sufridos por criaturas y adolescentes; unas actuaciones que tienen continuidad fuera de las escuelas, algunas en el ámbito familiar y en otras instancias (ocio, deporte…). Las redes amplifican los acosos. Niños, niñas, adolescentes, mujeres de cualquier edad, como decíamos, personas con orientaciones sexuales minoritarias, las padecen.
Merece la pena reflexionar sobre ello.
Nos preocupamos mucho, y es necesario hacerlo, de las metodologías, de la innovación en los centros escolares, de poner el alumnado en el centro del proceso de aprendizaje. ¿Nos preocupamos también en la misma medida para conocer a los niños o adolescentes y su entorno sociofamiliar? Quizá esto sea incluso más importante para ayudar a sus aprendizajes y, evidentemente, para avanzar en su educación.
Podríamos creer que con la escuela mixta que tenemos, descontando las graves excepciones de escuelas de élite que segregan por sexo, hemos conseguido ya llevar a cabo una coeducación. Sin embargo, diría que estamos algo lejos de haberlo logrado. Si la sociedad es patriarcal o machista es muy difícil que la escuela coeduque, aunque formalmente sea mixta. El modelo masculino dominará en los centros escolares y sufriremos esta situación.
Veamos: ¿Los currículos prescriptivos (que no hace falta seguir, claro) establecen la igualdad o contienen un cierto sesgo? ¿La presencia de las mujeres se equipara a la de los hombres en todos los campos del conocimiento? ¿A la hora de tratar al alumnado mantenemos la igualdad pretendida? (Sin darnos cuenta dedicamos más tiempo y atención a los niños que a las niñas). ¿En los patios se reparte adecuadamente el espacio entre chicos y chicas? ¿Orientamos los estudios futuros sin tener en cuenta el género del alumnado? La repuesta a todas estas preguntas es NO. Todos estos elementos serán (son) el campo de cultivo de posibles abusos y acoso. Acabada la escolarización obligatoria, tendrán que enfrentarse al mundo adulto. Encontrarán las segregaciones en el mundo laboral, las desigualdades en los trabajos del hogar, en el cuidado de los hijos e hijas…
Manteniendo la doble o triple red escolar abonamos las segregaciones por clase social. Y ayudamos a mantener la segregación de género. Con la separación entre escuelas públicas y concertadas estamos visualizando que ricos y pobres no son iguales, que no merecen la misma enseñanza. Autóctonos y recién llegados no son aceptados en igualdad. ¿Nos extraña que no haya igualdad de géneros? La existencia de los conciertos en escuelas privadas y el pseudoderecho a escoger centro son dos pilares que apoyan la situación que hemos descrito.
Si aceptamos en la práctica diaria las segregaciones por razón de clase social, de origen cultural…, ¿por qué no aceptar la segregación de género? Sólo una actitud de rechazo a todas las segregaciones nos llevará a afrontar las desigualdades.
No es ninguna sorpresa que uno de los caballos de batalla de las derechas políticas sea negar las violencias machistas. Incide en un elemento básico: el papel de las mujeres, subordinado o igualitario: el tuétano de todas las desigualdades. Propuesto y aceptado su papel subordinado, es lógico añadir otras desigualdades y discriminaciones: por razón de etnia o de clase social, también evidentes en todo nuestro país y en toda Europa.
Se habla, bastante y bien, de la escuela inclusiva. ¿Se lleva a la práctica? ¿Aplicamos consecuentemente todos los valores que exponemos en los proyectos educativos de centro? ¿Estamos haciendo una auténtica educación intercultural que tenga en cuenta todas las diferencias? ¿Se encuentran bien acogidas todas las criaturas sea cual sea su clase social familiar, su procedencia, su orientación sexual? Si constatamos un aumento de los abusos y acosos, seguramente estará en consonancia con todos los demás abusos por motivos económicos o culturales.
Para acercarnos a la igualdad, debemos conseguir una verdadera coeducación, que trate con equidad a chicos y chicas, niños y niñas. Que respete las orientaciones sexuales de todos. Que colabore con la amplia diversidad de familias que se reúnen en cada centro escolar. Unas actuaciones que corresponden al sistema de enseñanza y ayudan al esfuerzo global en pro de la igualdad. Un avance en la lucha necesaria contra los abusos y acosos. Con una escuela coeducadora podremos ofrecer formación sexual y afectiva que animará a convivir sin violencia, sin que nadie se sienta superior.
Todas las personas somos distintas, por suerte, ya que de lo contrario la vida sería muy aburrida. Valorar las diferencias, potenciar lo mejor que tenemos cada uno y cada una nos ayudará a no discriminar a nadie y avanzar hacia la igualdad.
[Joan Mª Girona es maestro y psicopedagogo]
24 /
5 /
2023