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Aníbal Malvar

Los AK-47 se visten de Dior

El mundo al revés. Mientras la ultraderechica Isabel Díaz Ayuso propone sacar macetas a los balcones para combatir el cambio climático, el gobierno más progresista de nuestra historia reciente monta en Madrid una feria de exaltación de las armas, de la cultura de la guerra, de la santificación de la violencia. La derecha promociona claveles y la izquierda coroneles. Adónde vamos a parar.

Se celebra estos días en el Ifema de Madrid una Feria Internacional de Seguridad y Defensa, en la que participan y financian más ministerios de los que yo imaginaba que existían. Es como la pasarela Cibeles de la muerte, donde en lugar de modelos desfilan traficantes legales de armas, como era nuestro exministro pepero Pedro Morenés, fabricantes de sofisticados softwares con los que bombardear escuelas entre risas, suministradores de las mafias del narcotráfico, pagadores de lacayos belicistas del Tercer Mundo como José María Aznar, y carceleros de Julian Assange y de cualquiera que se atreva a denunciar las atrocidades de las guerras. De nuestras guerras.

La izquierda española empezó mal con este asunto del pacifismo desde la Transición y el primer felipismo, cuando el PSOE se pasó del OTAN, no, al OTAN, en principio no, y finalmente al Bienvenido, míster Reagan. Hay que tener mal gusto para elegir de protagonista de tu cambio político a tan pésimo actor.

Los rallos y otros economistas trueno del neoliberalismo dirán que España es una potencia industrial en fábrica de armas, y es cierto. Y añadirán que da de vivir a muchos españoles, que también es cierto. Pero es que da de morir a muchos más seres humanos que los que alimenta. Cada día, cada mes y cada año. Y, perdonad mi simpleza, yo no quiero que mi economía se sustente sobre la muerte de otros, aunque sean muy negros y muy extranjeros.

Pretender que la paz se consigue comprando y vendiendo armas es como pensar que la agricultura se puede salvar colocando plásticos sobre los cultivos, que es lo que llevamos haciendo durante décadas. Como civilización somos más tontos de lo que parecemos y como individuos somos más tontos de lo que creemos. Y por eso nos pasan estas cosas. En Europa tenemos más plástico que cultivos y más guerra que paz. ¿Soluciones?: secar más Doñana y hacer un pase de modelos de subfusiles y misiles implacables en una feria de Madrid.

El amor a las armas es transversal, pues la pela es la pela. El alcalde ex podemita de Cádiz, Kichi, buen tipo, acabó apoyando que los astilleros rojos de su Bahía pacifista de Cádiz acabaran construyendo unas fragatas y 400 armas de precisión para Arabia Saudí, destinadas a asesinar niños y gatos y soldados y poetisas en Yemen.

Pablo Echenique lo justificó diciendo que era un «dilema imposible». O sea, que para sufragar el pan de los gaditanos se pueden matar niños yemenís. Habló de elegir «entre fabricar armas y comer». Y decidió fabricar armas. Pablo Iglesias también lo apoyó: «Yo entiendo que Kichi ponga por delante los contratos de sus trabajadores». Se comportaron como esclavos, cosa muy extraña en ellos. No recuerdo otra peor. Anteponiendo el dinero de Arabia Saudí a la vida de trabajadores como ellos. Ser pacifista cuesta dinero, contratos, elecciones y libertad. Si no te cuesta nada de eso, no eres pacifista, solo una bonita pose.

Durante casi un siglo, de 1850 a 1939, el ministerio español que se encargaba de masacrar españoles y extranjeros tenía un nombre nada hipócrita: se llamaba Ministerio de la Guerra. Así se entienden mejor las cosas. Yo propongo con humildad, pero tras mucho estudio, regresar a aquel nombre tan explícito. Tenemos un ministerio de la guerra porque estamos dispuestos a hacer la guerra. Nos gusta la guerra. Nos pone la guerra. Pagamos la guerra como quien paga una ronda de bar.

Yo no sé esta tontería de llamarle ministerio de Defensa. Ministerio de la Destrucción Total tampoco estaría mal, y atraería a muchos votantes. Mientras tanto, sigamos financiando, con el dinero de los pacifistas, pasarelas Cibeles de AK-47 forrados por Dior y bombas de racimo con esencia de Carolina Herrera. Una floreciente industria de palos y piedras sustentará nuestra economía bélica del futuro. Y nos dará de comer a todos. No os quepa ninguna duda.

[Fuente: Público]

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2023

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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