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Chantal Maillard

Recluido en un torreón a las orillas del río Neckar,

en los últimos años de su vida, Friedrich Hölderlin,

según se cuenta, a cualquier pregunta que se le

hiciese, contestaba invariablemente « pallaksch,

pallaksch », una expresión con la que se remeda el

balbuceo de los niños pequeños. Celan alude a ello

en el poema «Tubinga. Enero»: Si viniera, / si viniera

un hombre, / si viniera un hombre al mundo, hoy,

con / la barba de luz de / los patriarcas: / debería, /

si hablara de este / tiempo, / debería / sólo balbucir y

balbucir, / siempre—, siempre—/ asíasí. («Pallaksch.

Pallaksch»). Era un mes de enero cuando los altos

mandos de las SS se reunieron en Tubinga para

decretar el exterminio del pueblo judío. Hay épocas,

en efecto, en que la boca de un sabio no podría sino

balbucir. Pero

 

¿y en qué época no? ¿La historia de la humanidad

no es acaso toda entera, desde sus inicios, la historia

de un crimen? Las naciones europeas no cesan de

recordarse mutuamente el holocausto judío pero

¿fue éste el único? ¿En qué ciudad se decretó el

genocidio de Namibia (1904-1908)? ¿En qué mes

el de Armenia (1915-1923), el de Ucrania (1929), el

de España (1936-1975), el de la Franja de Gaza?

¿Lo recordamos?

 

Tan sólo en los últimos sesenta años, con implicación

directa o indirecta de los gobiernos de Occidente,

fueron masacrados

 

siete millones de vietnamitas

dos millones de camboyanos

dos millones de kurdos

quinientos mil serbios

un millón doscientos mil argelinos

setenta mil haitianos

ochocientos mil tutsis e hutus

doscientos mil guatemaltecos

trescientos mil libaneses

un número aún creciente de palestinos

 

¿los recordamos?

 

Y aunque así fuese, ¿nos sentiríamos concernidos?

Cuanta más alta sea la cifra más espectacular será el

suceso y, por lo tanto, menos habrá de implicarnos:

el dolor siempre acude en singular. Sumamos y

redondeamos como para ajustar la tasa de sufrimiento.

¿Puede acaso sumarse el sufrimiento? ¿Será más

el dolor de todo un pueblo que el de cada uno de sus

miembros? ¿Cómo sufre «un pueblo»?

 

¿Existe el Pueblo o la Nación independientemente

de su gente? Y

 

cada uno de los seres que padecen ¿no será siempre

el mismo, una y otra vez, infinitamente?

 

Ahora, cuando todo es aquí, irremediablemente aquí

y ahora, ante la permisión del horror yo digo:

 

Si viniera,

si una mujer viniera, ahora,

si una mujer viniera al mundo con

la espiga de luz de

las matriarcas: debería

si hablara de este

tiempo

debería

tan sólo balbucir, balbucir

y así tal vez

tal vez así

asíasí

tal vez

 

 

De: La herida en la lengua, Ed. Tusquets, Barcelona, 2015

 

[Chantal Maillard es una poeta y filósofa española de origen belga. En 2004 recibió el Premio Nacional de Poesía por su obra Matar a Platón (https://chantalmaillard.com)] 

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3 /

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