Señores políticos:
impedir una guerra
sale más barato
que pagarla.
El realismo está de capa caída. Basta para constatarlo con echar un vistazo al tratamiento mediático de dos asuntos menores: la devastación de la biosfera y la carrera de rearme con la que emulamos hoy la deriva que desembocó en la Primera Guerra Mundial. Daré un par de pinceladas sobre cada uno de esos extremos, pero dedicaré más espacio al segundo.[1]
El método tras esas pinceladas puede describirse de forma muy sucinta: destilar lo esencial de la doctrina incuestionada tomando apoyo en un puñado de columnas seleccionadas al azar en la hemeroteca del periódico más leído del país (referencias en cursiva). El tono y el contenido de esas columnas son milimétricamente representativos de los habituales en nuestra prensa escrita —dada su trivialidad, pude confiarle a una moneda la tarea de escoger una muestra representativa.
Hablaré de «comisarios doctrinales» para referirme a las personas que cumplen la función social de preservar la doctrina. No ocultaré que sus resonancias totalitarias han contribuido a que me decida por esta locución, pero también lo ha hecho la mera etimología —el comisario es aquel que tiene un cometido: en el caso del comisario doctrinal, el de preservar la doctrina.
Realismo militar
En el contexto de la carrera del rearme, la doctrina incuestionada puede caricaturizarse en dos palabras. Occidente se enfrenta una vez más a los malos y ha de derrotarlos militarmente. Fuera de la vía militar sólo hay palabras bonitas pero inoperantes: neto irrealismo.
Tal y como nos lo pinta el monólogo mediático, el realismo equivale aquí, en último término, a la actitud de quienes han conseguido entender como más hacedera una confortable guerra terminal que un engorroso guirigay diplomático. De hecho, un comisario atento no debiera dejar escapar ocasión de censurar el «vacuo oportunismo, insincero e interesado» (Aramburu, 2023), del irrealismo diplomático. Así, ante el irrealismo mágico latinoamericano (Pimentel, 2023), ha de preguntar: «¿Qué resultado cabe esperar de meras iniciativas verbales de paz no acompañadas de apoyo armado y sanciones? La respuesta es muy sencilla, y no es paz» (Rizzi, 2023a).
El satánico irrealismo de los chinos no hace falta ni mencionarlo: a diferencia del pacífico respeto atlántico por la soberanía nacional y los derechos humanos, esa agresiva «nación imperial» de «obedientes siervos y esclavos encadenados» urde maléficos e «inevitables planes expansivos» (Bassets, 2022a), de los que no debiera caber duda alguna en vista de sus cientos de bases militares distribuidas por todo el planeta y su largo historial de injerencias, golpes de Estado e intervenciones militares.[2] Podemos, pues, obviar los doce puntos de los chinos —y aprovechar la ocasión para tantear la disponibilidad de amigos y aliados para sancionarles por sus obvias intenciones de contribuir a la escalada bélica—, porque sencillamente no hacen pie en la realidad —a diferencia de las diez demandas atlánticas, que condicionan el inicio de cualquier negociación a la declaración de la derrota rusa y la retirada de Crimea—, pero también porque reflejan una «postura propagandística» que «justifica implícitamente la invasión» y sólo podría dar lugar a «unas negociaciones de paz prematuras que irían en detrimento de la soberanía ucrania» (Spohr, 2023).[3]
La diplomacia china no sólo atenta contra la sana sindéresis realista y los principios fundamentales de la doctrina incuestionada, sino que constituye de hecho un grave peligro: el de que se «afiance» inexorablemente su «modelo» (Fuentes, 2023). No hay que afinar mucho el oído para escuchar en estas muestras de pavor ante la inminencia de una «era de propaganda y dominio [global] totalitarios» (Bassets, 2023a) ecos de la «conspiración monolítica e implacable» que acechó desde cada rincón del planeta al pobre JFK —y, con él, a todo el mundo civilizado— desde su primer día en la Casa Blanca (Kennedy, 1961; v. et. Chomsky, 1993).
Huelga anotar que tampoco es nada realista debatir los motivos del bloqueo atlántico de la vía diplomática (Scheidler, 2023), ni hacer cuestión de insignificantes sabotajes de infraestructuras (Scahill, 2023; Maté, 2023; Hedges, 2023). Lo realista es rearmarse, y aunque el gasto en defensa se haya mantenido durante la última década estable, con tendencia al alza —tanto en términos absolutos como en relación con el PIB, tanto en la UE como en la OTAN—, lo que ha sucedido en realidad —en la realidad del realista— debe describirse como un «imprudente desarme» que ha dejado al Occidente civilizado a merced de los hunos (Gray, 2022).
El estatus de la historia como disciplina irrealista resulta igualmente incontrovertible, de forma que conviene evitar ponerle marco al conflicto que se prolonga desde 2014 en la frontera entre los buenos y los malos (cf. Poch, 2022; Arias, 2022b). Lo realista es el rearme, pero también el maniqueísmo, y de ahí que nunca esté de más jalear a los buenos —ensalzando, por ejemplo, las imparables «reformas democráticas» (Bassets, 2022b) del «protectorado estadounidense» (De Sousa Santos, 2023) que echa ahora mano del manual de la doctrina del shock para vulnerar libertades políticas, lesionar derechos laborales y obviar la voluntad popular acatando las órdenes de desregulación y privatización dictadas por los jefes.[4]
Lo realista, en fin, es apostar por la derrota militar sin paliativos ni sobresaltos de la primera potencia nuclear: una potencia nuclear con una fuerza militar que debe hacernos temblar hoy, pues es «tan abrumadora que pronto podría tratar de conquistar Europa occidental», y mañana reír, pues es «tan frágil e incompetente que no puede conquistar ciudades ubicadas a unos pocos kilómetros de su frontera» (Polychroniou, 2022).
Hemos de apostar por una derrota militar sin paliativos ni temor alguno a la escalada, entre otras cosas porque sólo nos enfrentamos —«estamos librando una guerra contra Rusia», nos explica la ministra alemana de Exteriores (Poch, 2023)— a «una superpotencia autoritaria y dirigida por una personalidad errática y paranoide» (Bassets, 2022c), lo cual resulta muy tranquilizador. «Hay que descartar el miedo al apocalipsis» y, «sobre todo, hay que perder el miedo al miedo», porque «los rusos son unos bocazas» (Bassets, 2023b). En otras palabras, «no me pidas que justifique mis vaporosas intuiciones, pero me da que es improbable que la cuerda se rompa, de forma que lo suyo será tensarla cuanto podamos» (cf. Jay, 2023a; 2023b).
Pero hay también que apostar por una derrota militar sin paliativos porque para eso se concibió el Fondo Europeo para la Paz, y asimismo la neolengua: para eso y para los F-16 que habrán de ofrecer cobertura a los Leopard y los Abrams, los misiles de largo alcance que habrán de hacer lo propio con los F-16 y las armas nucleares tácticas que pronto habrán de sazonar la receta mientras continuamos obviando el irrealismo diplomático que exhiben las tercas mayorías europeas (cf., v. g., Euroskopia, 2023) —da igual que el militar estadounidense de mayor rango admita que esta guerra no puede ganarse en el tablero militar, por muchas toneladas de chatarra que se arrojen sobre él (Department of Defense, 2023): nuestros comisarios doctrinales saben de buena tinta que la próxima tonelada «cambiará sin duda el balance sobre el terreno» (Rizzi, 2023b).
Aquello de las mayorías, por otra parte, poco o nada tiene que ver con la concepción de la democracia de nuestros comisarios. Aun cuando han sido justamente los alemanes quienes han exhibido de forma consistente un mayor irrealismo diplomático, forzar la renuncia alemana a su pacifismo constitucional debe contemplarse como un gran logro democrático: de hecho, uno cuyo fondo y forma no pueden soñar con imitar nuestros tiránicos enemigos (Bassets, 2023c). Aunque «Alemania ha cometido graves errores en lo que va de siglo, [ahora] ha dado un salto enorme [adelante] desde sus posiciones pacifistas» (Rizzi, 2023c): celebrémoslo.
Contra la propaganda interesada e irrealista, el sentido común sugiere que, «si queremos salvaguardar el proyecto europeo, la contención más eficaz de la escalada del conflicto es apoyar, con todos los medios y sin perder tiempo, la resistencia armada» (Claudín, 2023). El sentido común indica también que los demonios rusos no quieren saber nada de diplomacia, como demostraría el naufragio de las negociaciones de marzo de 2022. No obstante, olvida el sentido común anotar que fueron las pacíficas democracias atlánticas las que dieron una sonora patada a aquella mesa (Scheidler, 2023), pero también a la posibilidad de establecer alguna en los meses sucesivos (Echols, 2022), y asimismo en los anteriores a la invasión (Scahill, 2022), tal y como reconoce abiertamente el jefe atlántico (Barsamian y Chomsky, 2022).
Las decenas de miles de civiles sepultados bajo los escombros de la segunda guerra chechena no pusieron en riesgo el «proyecto europeo». Entonces bastaron los adormilados llamamientos a la diplomacia y las meras iniciativas verbales de paz. El mundo ha cambiado mucho desde entonces, al parecer, y oponerse hoy a la invasión de Irak equivaldría a apoyar el plan de Sadam Huseín para dominar el mundo. Cosa de blandos y soñadores.
Con motivo del vigésimo aniversario de la invasión de Irak, Olga Rodríguez compartía una reflexión de Dan Rather: «Si desde el periodismo hubiéramos hecho nuestro trabajo, creo que se podría argumentar con fuerza que tal vez Estados Unidos no habría ido a la guerra» (Rodríguez, 2023).[5] Quizá tengan nuestros comisarios alguna lección que extraer, ahora que afilan nuevamente sus invectivas contra el irrealismo pacifista y cantan una vez más con entusiasmo las alabanzas de la diplomacia del caos.
El tono del insistente monólogo mediático entre halcones hace difícil imaginar un debate racional en torno a esta espada de Damocles (Kinzer, 2023): ojalá la prudencia aristotélica de gentes más sabias que nosotros (Sánchez-Cuenca, 2023) termine mostrándonos los estrechos límites de nuestra imaginación. Sea como fuere, no ha habido un momento en el que sobren más motivos para instigar antes la rápida constitución de un movimiento pacifista internacional que la leña al fuego del vertedero moral militarista —y ya por pedir, que sea ése un movimiento decididamente internacionalista.
Marginalia: el pacifismo no hace a nadie enemigo del pueblo ucraniano, y mucho menos amigo de jingoístas fanáticos entregados a la protección securócrata de sus oligarcas en una medida que nada tiene que envidiar a nuestra democrática protección de los nuestros.
En la época en la que nos veremos forzados a dejar de fingir la infinitud de nuestros recursos energéticos y materiales, ¿cuántos resultará moral robar al Sur, sometiendo a «una subclase global» a «un trabajo agotador en condiciones infrahumanas» (Loffredo, 2023) en el sector minero, del que, sobre el papel, depende la prolongación de los privilegios de las crecientes élites y las menguantes clases medias globales? ¿Cuántos arrancarle al futuro para arrojarlos por el desagüe militar? ¿Podrá emplear anualmente la tercera generación del siglo XXII —si llega a haber tal cosa— una fracción apreciable de los materiales y energía que hoy deslizamos diariamente por ese desagüe?
Realismo eléctrico
En el ámbito del discurso mediático en torno a de la devastación de la biosfera, la doctrina incuestionada reza así: todos estamos muy preocupados por el «medio ambiente», y también muy concienciados; de ahí que nos propongamos cambiarlo todo para que nada cambie —ni las estructuras ni las dinámicas de la propiedad, la producción, la distribución, el consumo o la movilidad: sólo fósiles por renovables.
Tampoco aquí atraviesa un buen momento el realismo. Quizá el mayor de sus desdoros venga en este punto de la mano de la reducción de la devastación de la biosfera a una mera cuestión de «transiciones energéticas»: «Tenemos un problemilla con la atmósfera y los combustibles fósiles, pero se evaporará tan pronto como fabriquemos los suficientes coches eléctricos e instalemos los suficientes paneles solares». Ojalá existiera una sola idea más alejada de la realidad que ésta. Tenemos, en efecto, un problema con la atmósfera y con los combustibles fósiles, pero ni es nuestro único problema ni puede resolverse de ese modo.
La devastación de la biosfera es un entramado de problemas que excede con mucho el cambio climático y la transición energética: de la biodiversidad al agua, del ciclo del nitrógeno al del fósforo, estamos insertos en una trama de sistemas complejos con interacciones mutuas de una naturaleza que en buena medida desconocemos, a unas escalas que se nos escapan, con comportamientos no lineales impredecibles y con valores ubicados ya, para cada uno de los casos mencionados, más allá del «espacio operativo global seguro para la humanidad» (Wang-Erlandsson et al., 2022).
No es poco, pues, lo que dejamos de lado cuando discutimos sobre la devastación de la biosfera en los términos habituales: como si se tratara de un problemilla con la atmósfera y los combustibles fósiles. Sin embargo, y aunque no sea el único que debiéramos tratar de espolear, el debate en torno a la «transición energética» es sin duda crucial. En la medida en que se encuentra ya instalado en los medios de masas, el mismo orbita en torno a las diversas modulaciones del realismo eléctrico: «Para luchar contra el cambio climático no hay más que sustituir fósiles por renovables instalando infraestructuras no renovables para la generación de electricidad».[6]
No discutiré aquí los puntos débiles del realismo eléctrico (cf. Turiel, 2020; 2022; Valero, Valero y Calvo, 2021; v. et. Arias, 2022a; 2022c): me limitaré a recalcar que el debate debiera inundar cuanto antes la arena política. Tal y como sostenían recientemente Juan Bordera, Antonio Turiel, Irene Calvé Saborit y Alejandro Pedregal, una asamblea ciudadana podría constituir un excelente medio al efecto (Bordera et al., 2023). Sobra en cualquier caso indicar que no necesita la sociedad civil escuchar ningún pistoletazo de salida, como patentizaba ejemplarmente este mes de marzo un nutrido grupo de organizaciones navarras (VV. AA., 2023).
Ante el murmullo de fondo del debate en ciernes, la prensa seria abre renqueantes espacios marginales para la reflexión, sin dejar pasar ocasión de denigrar el buen desempeño de los movimientos contra la instalación indiscriminada de macroproyectos «renovables» como «un riesgo a la misma altura del negacionismo climático directo» —palabras de Pedro Fresco desde su rinconcito en un artículo de campaña: «Si estos movimientos tienen tanta tracción es precisamente porque no estamos sabiendo explicar por qué esto es tan importante para todos; no para las empresas, sino para toda la sociedad», añadía en un elocuente escolio (Planelles, Fariza y Grasso, 2023).[7]
En este planeta hay la cantidad que hay de minerales y combustibles fósiles. Podemos degradarlos en su práctica totalidad en el Norte, pero podemos considerar también la posibilidad de abandonar la vía del expolio colonial. Podemos degradarlos en un par de generaciones, pero podemos considerar también la posibilidad de abrir la puerta a la tercera generación del siglo XXII. Estas frasecillas no son más que destellos de los muchos detalles que habrían de desgranarse en ese espacio para un debate racional y respetuoso (Turiel et al., 2023) en el que, junto a la voz del realista eléctrico, pudiera escucharse asimismo la de quienes entendemos que «la mera adición desordenada de aerogeneradores y placas fotovoltaicas a nuestro sistema eléctrico no es una transición ecológica», y que «cualquier supuesta transición energética que no apunte en primer lugar, en el Norte global, hacia formas de vida buena con fuerte decrecimiento en el consumo de energía y materiales no es una transición ecológica» (Riechmann, 2023).[8]
Referencias
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Aramburu, F. (2023) «Tú y tú, a dialogar», El País, 28 de marzo.
Arias, A. (2020) La batalla por las ideas tras la pandemia. Crítica del liberalismo verde. Madrid: Catarata.
Arias, A. (2022a) “Tirar del freno de emergencia: notas preliminares sobre el colapso”, mientras tanto, 213.
Arias, A. (2022b) “Autoadulación y psicopatología especulativa ante el abismo nuclear”, mientras tanto, 217.
Arias, A. (2022c) “El capitalismo verde ante la desintegración de la globalización neoliberal”, mientras tanto, 215.
Barsamian, D. y Chomsky, N. (2022) «Welcome to a science-fiction planet», TomDispatch, 16 de junio.
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Bassets, L. (2023c) «Más que tanques», El País, 26 de enero.
Bassets, L. (2023d) «Ganar la guerra sin librarla», El País, 23 de marzo.
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Notas
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Señores políticos:
impedir una guerra
sale más barato
que pagarla.