La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Acoso y derribo
I
Estamos en período electoral; es la guerra para desplazar al contrario. Habitualmente, pensamos en clave de derecha-izquierda. Pero los movimientos electorales entre estos extremos suelen ser pequeños y requieren tempos largos o circunstancias excepcionales. Es cierto que hay un votante de centro que a veces cambia de bando, aunque, para la pugna en esta línea suele ser más importante el nivel de movilización del electorado propio. Éste es, casi siempre, más importante para el voto de izquierdas, puesto que el electorado de derechas es más formal y ocupa una posición social que le lleva a entender mejor el papel del voto. La abstención crece a medida que disminuye la renta. Más que un problema cultural, pienso que se trata de que para la gente más pobre y con menos poder social la política le queda muy lejos. No siente que tenga capacidad de influir y suele tener muchos menos contactos con los representantes políticos.
El tema de la abstención es sin duda relevante. Y la batalla “por el centro” tiene un cierto papel. Pero donde se dan las luchas más duras suele ser entre los que pretenden ocupar el mismo espacio político. Es decir, que las grandes batallas se producirán en la derecha —entre el Partido Popular y Vox—, entre el PSOE y lo que acabe siendo Unidas Podemos, y en los diversos espacios nacionalistas (ERC-Junts, PNV-Bildu).
Una de las batallas más cruentas va a afectar a los espacios de la izquierda. Aunque todavía no está claro si la operación Sumar acabará cuajando, ya hay una ofensiva en marcha para tratar de arrinconar a la izquierda que representa ahora este espacio. Una ofensiva en la que está tan interesado el PSOE (por motivos estrictamente electorales), como los poderes fácticos para quienes alguna de las medidas adoptadas por la presencia de UP en el Gobierno y el apoyo de alguno de sus socios externos ultrapasan los límites de lo tolerable. Y, sobre todo, no deben continuar.
El acoso ya se ha tomado una pieza, la de Mónica Oltra. Un caso judicial oscuro forzó su dimisión (decisión totalmente acertada por su parte, pues hubiera significado mucho más desgaste haberse aferrado al poder). Y, ahora, la dilación del proceso judicial la deja fuera de todo el proceso electoral. Esta misma presión mediática y judicial la ha padecido desde el principio Ada Colau, con una sucesión de denuncias y con numerosas campañas de descrédito. Y ahora la nueva pieza es Irene Montero. Puede que la ley del sólo sí es sí tenga algún fallo, y es indudable que la ministra de Igualdad tiene poca capacidad de regateo. Pero es más indudable que el enorme ruido mediático en torno a la rebaja de penas, o los golpes de efecto protagonizados por Pedro Sánchez, tienen más que ver con que han olido sangre y van a por ella que por el propio tema en sí. Hubo, a mi entender, un error de partida: el darle la mayor importancia al punitivismo en la respuesta a la violencia de género. A veces parece que mucha gente piensa que lo que debería hacerse es imponer la cadena perpetua para resolver este tipo de delincuencia. Pero nunca ha estado claro que alargar las penas sea el elemento central para reducir los delitos. Si se parte de este punto de vista, la relevancia de las revisiones de condena es menor, y la ley puede defenderse mejor. Pero, en todo caso, lo relevante es que, en lugar de tratar de acotar el problema, ha habido una auténtica ofensiva para situar la reforma de la ley en el centro del debate, y de paso tratar de hundir a Irene Montero. Más allá de su persona, la maniobra apunta a tratar de generar una nueva crisis en el espacio de Unidas Podemos y dar al traste con cualquier proceso que consolidara institucionalmente a la izquierda.
II
El acoso más soez proviene de los medios de comunicación y de la derecha. Se trata más bien de una política de criminalización que se ha practicado en nuestro país desde tiempo inmemorial. Analizando discursos y formas se encuentra una línea de actuación continuada con el período republicano. Y aunque ahora los tiempos sean otros, nunca se puede descartar que este acoso verbal pueda acabar por convertirse en algo más peligroso en otras circunstancias.
Pero el acoso más de fondo, más sutil —que puede afectar más a la base social de la izquierda alternativa—, se produce desde, presuntamente, la izquierda. Especialmente desde los medios, prensa y radio, del grupo Prisa, que es el más seguido por el votante progresista. Durante las últimas semanas, el debate del sólo sí es sí ha sido un tema recurrente en la tertulia matutina, viniera o no a cuento. Àngels Barceló, esta señora tan educada, simpática y progresista, sacaba una y otra vez el tema a colación, cortando por ejemplo a un tertuliano que estaba criticando los beneficios y la actitud de la banca. En su hermano de la prensa escrita, El País, podemos encontrar el mismo tono con respecto al Ayuntamiento de Barcelona, una colección de artículos sutilmente críticos para, simplemente, poner en duda el trabajo realizado. En algunos casos con obscenas afirmaciones en los titulares del estilo “Colau procesada por ayudar a empresas amigas”, cuando el asunto trataba de una querella por haber financiado proyectos de entidades sociales (la PAH, la Alianza contra la Pobreza Energética, etc.).
El núcleo duro de estas críticas tiene siempre un tono paternalista en el que la principal acusación a la izquierda, incluidos los movimientos sociales molestos, es de ingenuidad y desconocimiento del tema. De insensatez e infantilismo. Calificaciones que evitan entrar en el fondo de los debates. Es lo que por ejemplo se produce cuando se plantean propuestas para hacer frente a la crisis de la vivienda, para avanzar en reformas ecológicas o cuando se plantea la necesidad de una vía negociada para terminar con la guerra de Ucrania. Ellos siempre saben más, toman decisiones duras por responsabilidad, aseguran que nuestras propuestas son inadecuadas. De lo que se trata es tanto de eludir los debates de fondo como de lanzar un anatema que presente al oponente como una persona que no merece ser escuchada. En los meses próximos estas acciones van a amplificarse. No es nada que no haya ocurrido anteriormente. Condenar al ostracismo, degradar al rival, devaluar sus argumentos, forma parte del ejercicio del poder. Simplemente, cabe destacar que esta práctica se activa al inicio de un ciclo electoral cargado de interrogantes.
III
La izquierda alternativa. En sí mismo, un nombre para ubicar a lo que queda a la izquierda del espacio socio-liberal (y el deseo de que alguna vez pueda ser una fuerza ecosocialista sólida). Esa izquierda nunca lo ha tenido (ni lo va a tener) fácil. Carece de medios materiales, de contactos sociales, de estructuras organizativas sólidas (pues cuenta, casi exclusivamente, con el voluntarismo militante difícil de mantener en una sociedad que impone mucha presión a los tiempos y las vidas de la gente). Y sus planteamientos son considerados reiteradamente como meras ocurrencias. Pensar que las cosas pueden ser de otro modo sí es una ingenuidad.
Por eso, más que enzarzarse en una pelea con los medios, en la que no hay nada que ganar, los esfuerzos deben concentrarse en mejorar y refinar las propuestas, en consolidar la propia base social, en tejer alianzas y procesos que den fuerza social a sus demandas. En huir del cuerpo a cuerpo que proponen los matones y trabajar con visión de largo plazo. Porque el desprecio, el acoso y derribo siempre tienen más posibilidades de triunfar cuando atacan proyectos mal organizados y argumentados. Sumar debería ir en esta línea, explorar cómo construir un proyecto capaz de activar participación, de refinar la calidad de los proyectos alternativos. De constituir una escuela y una experiencia de participación democrática a la altura de los desafíos.
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2023