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Antonio Antón

Una mayoría pacifista desoída

La actual escalada bélica de los países de la OTAN en Ucrania no tiene suficiente legitimidad pública. Lo dice la ciudadanía europea que se encuentra dividida, pero una parte mayoritaria no respalda la prolongación de la guerra y exige ponerle fin, aunque suponga cesiones territoriales a Rusia por parte de Ucrania.

Un belicismo sin apoyo ciudadano

Veamos los datos de la encuesta europea de Euroskopia publicada recientemente y con poco eco en los grandes medios de comunicación españoles. Ha sido realizada en nueve países relevantes de la Unión Europea: España, Alemania, Francia, Italia, Polonia, Portugal, Grecia, Países Bajos y Austria. El estudio en España se ha llevado a cabo por Sigma Dos, empresa demoscópica para la investigación social que forma parte de Gallup International y colabora habitualmente para el diario El Mundo, poco sospechosa de izquierdismo o de deslealtad con el atlantismo.

Existen diferencias importantes entre la población de los diferentes países consultados sobre la gestión del conflicto armado, pero la media de todos ellos se va inclinando hacia la prioridad de la paz inmediata. Así, el 48% de la ciudadanía, casi la mitad, está a favor de un rápido final del conflicto, incluso si Ucrania debe ceder territorios. Por otro lado, el 32%, no llega a un tercio, se declara en contra de esa cesión territorial para acelerar la paz. Esa minoría de la población europea es la que apoya la prolongación de la guerra hasta la expulsión rusa de todos los territorios ucranios, incluido Crimea y el Dombás, tal como apuesta el presidente ucranio Zelenski, respalda los gobiernos de EE. UU. y Polonia y asume la OTAN. Ese tercio de la ciudadanía es el que prioriza la victoria militar frente a la posición de la mitad de la sociedad europea que prefiere la negociación de un acuerdo razonable para ambas partes.

Los países en los que el apoyo cívico al cese de hostilidades es mayor son Austria (64%) y Alemania (60%) que, aun con su apuesta por una gran militarización interna, explica la cierta prudencia del partido socialdemócrata gobernante para no implicarse unilateralmente y a gran escala con armas ofensivas en la confrontación con Rusia. Ello, a pesar de que es el país, junto con Polonia, que más se ha destacado por su apoyo militar a Ucrania y que sus aliados gubernamentales, Verdes y Liberales, aparte de la oposición de la derecha democratacristiana, se han distinguido por exigir una mayor implicación alemana en la guerra.

Además, hay otros tres países con un porcentaje superior a la media europea de apoyo al fin inmediato de la guerra: Grecia 54%), Italia (50%) y España (50%); junto con Portugal (41%), en estos cuatro países —el sur europeo— hay una clara mayoría pacifista respecto de las personas partidarias de continuar la guerra, que son minoría. Por otro lado, están los dos países en los que esa posición pacifista es inferior: Países Bajos (27%) y Polonia (28%).

Esta posición mayoritaria (48% frente al 32%) de alto el fuego y negociación del conflicto se combina con un porcentaje invertido respecto del apoyo militar a Ucrania que alcanza al 56% de la población europea y hasta el 61% en España. Es decir, hay una cuarta parte con una posición ambivalente, partidaria de una paz inmediata, pero también de seguir manteniendo el apoyo militar mientras no se consiga. No obstante, todavía hay dos países en los que la oposición al envío de armamento es superior al de su apoyo: Grecia e Italia, con el 60% y el 50% de rechazo, respectivamente, y ambas con el 38% a favor.

Respecto de las sanciones económicas, especialmente pensando en el día después de la guerra y la reanudación de los acuerdos comerciales, hay un dato interesante sobre la diversidad de intereses y preferencias. Así, hay cuatro países, Grecia (63,6%), Austria (51,9%), Alemania (42,9%) e Italia (40,8%), con la opinión mayoritaria favorable para comprar gas ruso en el futuro si la guerra acaba en un acuerdo, aunque la media europea se queda en el 35,1%. Expresa las reticencias de gran parte de la población europea, sobre todo en esos países, a la ruptura total de los intercambios energéticos (y agrícolas y comerciales) con Rusia, que supone importantes desventajas productivas e inflacionarias para la mayoría de la sociedad, en beneficio también de los grandes monopolios estadounidenses.

La opinión por la paz en España

Es de destacar los datos más significativos para España. En el electorado del Gobierno progresista de coalición hay una mayoría partidaria de un alto el fuego inmediato, aunque ello implique admitir la situación actual de control ruso de algunos territorios de Ucrania. Así, la mayor parte de las personas votantes de Podemos (61%) y también del Partido Socialista (55%) prefieren anteponer la paz inmediata al objetivo de conseguir una victoria militar completa por parte de Ucrania y los países aliados de la OTAN, con la derrota total y la expulsión del ejército ruso.

Entre los partidos de la oposición de derechas esta idea de priorizar la paz, aunque menor que en las izquierdas, también es mayoritaria respecto de la opinión oficialista de prolongar el conflicto hasta la victoria completa: Partido Popular, 46% frente al 38%; VOX, 45% frente al 36%, y Ciudadanos, 44% frente al 41%.

No obstante, existen diferencias significativas en varios aspectos entre, por una parte, los votantes del Partido Socialista y de las derechas y, por otra parte, el electorado de Podemos. Así, respecto del apoyo militar a Ucrania están de acuerdo más del 60% de los primeros, pero más del 50% de la base electoral de Podemos está en desacuerdo. Igualmente, respecto de la negociación con Rusia sobre la compra de su gas, los votantes de este último suman el 41,4% frente al 32% de los votantes del Partido Socialista que coincide con la media del conjunto de la población, entre la que el rechazo a ese acuerdo energético llega a la mitad.

Por otro lado, la opinión de finalizar la guerra de forma inmediata es apoyada por todos los grupos de edad, particularmente entre los de edad intermedia (el 54% entre 30 y 49 años) y los más mayores (el 53% en los de más de 69 años).

En conclusión, la opinión mayoritaria de parar la guerra y promover una solución inmediata pactada supone un cuestionamiento del paso cualitativo de esta nueva fase armamentista dada por los gobiernos de los principales países occidentales en el marco de la estrategia global definida en la cumbre de la OTAN del pasado mes de junio en Madrid. Afecta a la insuficiente legitimidad ciudadana del objetivo estratégico de EE. UU., al que se subordina la Unión Europea y, específicamente, Alemania, de que el Gobierno ucranio logre la victoria militar sobre el Ejército ruso obligándole a retirarse de sus territorios ocupados.

No obstante, la opción dominante no parece que sea la apuesta por una involucración total y directa de la OTAN para conseguir la derrota general e inmediata del ejército ruso, tal como apuestan los sectores atlantistas más duros, sino una prolongación gradualista del conflicto que supone el desgaste político y militar del Régimen ruso, así como la mayor homogeneidad de la opinión pública europea. Es decir, en el medio plazo se acepta, incluso por representantes militares relevantes, como el jefe del Estado Mayor estadounidense, que no es posible la derrota total rusa, potencia nuclear, y que habrá que llegar a un acuerdo sobre un statu quo seguro para todas las partes implicadas.

Otra etapa militarista

¿Qué sentido tiene esta nueva fase belicista consensuada en la OTAN? Indudablemente, prolongar la guerra para desgastar al ejército y el régimen ruso. Según diversos expertos, la puesta a punto operativa de los tanques concedidos —entre cuatro y seis meses los Leopard alemanes y hasta un año los estadounidenses— y su limitada cantidad —unos cien— no son garantía para una ofensiva ucrania vencedora estratégicamente; la siguiente oleada armamentista son los misiles de larga distancia y los cazas —sobre todo estadounidenses— que entrarían en servicio dentro de unos dos años. O sea, hay una implicación armamentística de los países de la OTAN, con solo tropas de apoyo logístico e inteligencia.

Esa dimensión armamentística y el marco temporal coinciden con los pronósticos de estrategas del Pentágono que se plantean entre tres y cinco años de guerra para debilitar lo suficiente al ejército ruso y poder negociar en una posición de fuerza su retirada de una parte significativa de esos territorios (¿incluido Crimea?, como dice Zelenski)… sin entrar en los riesgos de una confrontación abierta y general con tropas directas de la OTAN y sin incurrir en el peligro de una reacción nuclear rusa si considera que afecta a su supervivencia como Estado y su integridad político-territorial (¿con las nuevas zonas anexionadas?).

Pero en la nueva fase atlántica ofensiva entran dos tipos de factores que no suelen exponerse públicamente o que se tergiversan: uno, de realismo estratégico respecto de la relación de fuerzas político-militares de ambos contendientes la OTAN —que ya sustituye a Ucrania— y Rusia, y cómo quedaría su Régimen y el futuro de los equilibrios estratégicos; dos, la débil legitimidad pública de este plan gubernamental de las élites dominantes, particularmente en los países centrales europeos, incluido España, considerando las prolongadas consecuencias socioeconómicas negativas para la mayoría de la población y los efectos sociopolíticos problemáticos de refuerzo de las dinámicas autoritarias y de ultraderecha.

El empeoramiento socioeconómico derivado de la guerra, con la pérdida de capacidad adquisitiva en primer plano junto con el contraste de otros grandes beneficiarios, ya no es solo achacable a la terrible invasión rusa, sino también a la determinación estratégica de la clase gobernante occidental de prolongar la guerra sin una apuesta diplomática negociadora por una paz creíble.

Es una responsabilidad compartida de ambos bloques por la dimensión geopolítica del conflicto que subyace en la relevante desconfianza popular europea al belicismo imperante y a su cobertura ideológica: los dos nacionalismos neoimperiales en pugna, de fuertes inercias conservadoras, regresivas y antidemocráticas. Y, aunque esta amplia conciencia crítica no tiene una gran traducción institucional, hegemonizada por los principales grupos políticos europeos, incluido los Verdes alemanes en conflicto con su origen y tradición ecopacifista, supone una significativa corriente cívica pacifista que apuesta por la paz inmediata y exigirá responsabilidades políticas.

Así, dejando al margen la exigencia de responsabilidades del pueblo ruso —y las instituciones internacionales— a sus gobernantes, la intensidad y las fases del intervencionismo militar occidental están condicionados por ese déficit de legitimidad democrática del nuevo belicismo. Para contrarrestarlo, las élites dirigentes deben implementar un proceso todavía más consistente de propaganda justificativa o relato fanático y antipluralista, ya que a tenor de las encuestas no han conseguido doblegar la relevante opinión pacifista.

Es evidente el fracaso de los objetivos maximalistas del Gobierno de Putin, con su ilegítima intervención neoimperialista, de tratar de imponer un cambio del régimen ucranio y controlar el grueso de su territorio. La necesaria solidaridad con el pueblo ucranio y el rechazo a la invasión rusa han salvado su soberanía estatal y frenado la invasión. Lo que se ventila ahora es el control de la zona sureste, sobre todo, Crimea y el Dombás, que supone una cuarta parte del territorio y la población ucrania, con especificidades histórico-culturales. Pero vuelven a superponerse los dos planos, la defensa de un pueblo agredido por un prepotente agresor, y los intereses y la dinámica geopolítica por la primacía mundial, con el abandono de la autonomía estratégica europea.

Nueva dinámica pacifista

Tras la disolución de la URSS, en una primera fase se establecieron los acuerdos de Minsk del año 1995, sobre el reconocimiento de la diversidad nacional de esas zonas y su autonomía específica, junto con la neutralidad del país en relación con la OTAN como garantía de seguridad para Rusia. Los suscribieron todas las partes ucranias, con el aval europeo, pero enseguida se encontraron con el boicot estadounidense y se paralizaron. Se pasó a la segunda fase, iniciada con la guerra de 2014, que se mantuvo a nivel local hasta la invasión rusa de 2022, en que se inicia esta tercera fase escalonada y cada vez más global e incierta.

Con ella los dirigentes occidentales aprovechan para ampliar los objetivos geopolíticos precedentes: consolidar la primacía de EE. UU., de su complejo militar industrial y su papel hegemónico en el ámbito mundial, con los objetivos geoestratégicos a medio plazo para contener a China y sus aliados rusos. El resultado sería la subordinación estratégica de la Unión Europea —y de Alemania y Francia en particular—, junto con las negativas consecuencias socioeconómicas para su población, así como la contención de la dinámica autónoma y multipolar en el resto del mundo, es decir, en el sur global asiático, africano y de América Latina, que es la mayoría de la humanidad.

Pero la solución a implementar es diferente, tiene otra lógica y está en oposición a las estrategias principales de los dos contendientes fundamentales, el Gobierno ruso y el Gobierno ucranio y la OTAN, aunque se puedan compartir posiciones parciales comunes. Se trata de una tercera posición pacifista y respetuosa con los derechos humanos que enlaza con una opinión ciudadana relevante: negociar la paz inmediata, empezando por la desescalada del conflicto, con las garantías de seguridad para todas las partes, la resolución democrática y acordada del conflicto territorial y la recomposición de las condiciones sociales, económicas y políticas favorables a los pueblos afectados, en primer lugar a las dos partes ucranias.

Desde luego, aunque con un significativo apoyo social, este enfoque no tiene suficiente fuerza social y política para implementarlo, pero no por ello es irreal. Quizá haya que esperar a que se evidencien todavía más los efectos nefastos de ambas estrategias dominantes, se consolide una amplia corriente social pacifista, democrática y solidaria y, tal como avanzan algunas opiniones realistas del poder establecido, se gire hacia la salida del callejón sin sentido fáctico y democrático de la guerra.

La cuestión es la dimensión de los desastres humanos que habrá que experimentar, la ilegitimidad manifiesta de las estrategias belicistas y la voluntad democrática y pacifista que habrá que desarrollar. Es cuando se harán sentir los derechos humanos y los valores igualitarios-solidarios por una emancipación real de los pueblos.

En conclusión, es necesaria la crítica a la ilegítima invasión rusa y la solidaridad con el pueblo ucranio como posicionamiento central al partir del imprescindible marco de agresor / agredido. No obstante, quedarse ahí es insuficiente para definir la estrategia pacifista, más compleja y multilateral. El conflicto es tridimensional y hay que añadir otros dos componentes: el geopolítico, con el expansionismo y hegemonismo de la OTAN y EE. UU. frente al neoimperialismo ruso —y el ascenso chino—, y la diversidad plurinacional en Ucrania, con Crimea y Dombás con sus derechos a la autonomía según los acuerdos incumplidos de Minsk y con una guerra civil interna.

Una respuesta pacifista, para no ser unilateral, debe resolver de forma pacífica y democrática los tres tipos de conflicto interrelacionados, con una solución pactada entre todas las partes implicadas. Se trata de frenar una nueva etapa militarista de ambos bloques, con graves consecuencias socioeconómicas, políticas y de seguridad vital para la mayoría de las poblaciones, exigir responsabilidades a las respectivas élites gobernantes y oponerse a un creciente belicismo con insuficiente legitimidad cívica, tal como señala una parte mayoritaria y realista de la ciudadanía europea. Y para ello es necesaria una nueva activación pacifista que enlace con esa amplia corriente social.

[Fuente: Nueva Tribuna]

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