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Gregoris Ioannou

In memoriam: Simon Clarke, su marxismo y su contribución a la economía política del trabajo

Simon Clarke (26/3/1946–27/12/2022) fue tanto un académico de teoría social y pensamiento marxiano que tenía un profundo conocimiento de los textos clásicos, como un sociólogo empírico que analizaba las relaciones laborales contemporáneas. Fue un catedrático de economía política cuyos análisis abarcaron los niveles macro, meso y micro, situando el empleo dentro de las instituciones, los mercados de trabajo y las relaciones de clase e interconectando las dinámicas operativas en el plano local, nacional e internacional. Utilizaba con habilidad las metodologías cuantitativas y cualitativas y era capaz de seguir, criticar y aportar en el campo de las ciencias económicas y sociales, que él concebía como un conjunto integrado.

Clarke fue un erudito capaz de situar el objeto de su estudio en el universo intelectual más amplio, contextualizar el conocimiento de la historia e identificar los orígenes, los lindes y los límites de las ciencias y disciplinas, teorías y escuelas de pensamiento. Siempre fue un marxista comprometido, pero no del tipo unidimensional y dogmático ni influido por las modas intelectuales posmarxistas que surgieron en distintos periodos durante la época de retroceso de la izquierda en que le tocó vivir su vida académica.

Simon Clarke, de formación económica, inició su carrera como sociólogo con la crítica del estructuralismo, que era tendencia dominante en la década de 1970. Después se dedicó a estudiar a fondo la economía política clásica, trazando las raíces y la evolución de la economía y la sociología modernas como disciplina. En su libro de 1982, Marx, Marginalism and Modern Sociology, presentó una panorámica general de los fundamentos intelectuales de la economía política, la teoría social liberal y el pensamiento marxiano, situando la sociología moderna dentro de su trayectoria histórica más amplia. Ilustró el papel del marginalismo en la definición y configuración de la teoría económica moderna y criticó su reduccionismo y estrechez de miras, su débil base conceptual y sus resultados irracionales, así como la naturalización de las relaciones sociales capitalistas.

Clarke sostuvo que la sociología moderna podía pasar a ser una disciplina autónoma porque era capaz de “estudiar formas de acción social que no encajaban en la teoría económica: podía abarcar todos aquellos fenómenos que no pueden reducirse al dogma del interés egoísta” (1982: 230). Sin embargo, la sociología moderna, tal como se estableció sobre su base weberiana, descansa en los mismos fundamentos ideológicos socioliberales que la teoría económica marginalista y acepta implícitamente presupuestos clave del marginalismo, como el del “individuo abstracto como punto de partida” y la “separación de economía y sociedad”, que a su vez forma el carácter e impone límites de lo que es la sociología y qué puede hacer.

Clarke sostenía que es el pensamiento marxiano el que puede ir más allá de los límites de la sociología moderna, ya que puede desarrollarse a partir de la crítica devastadora que hizo Marx de los fundamentos conceptuales de la teoría social liberal y ofrecer una comprensión global e integrada de las relaciones sociales a través de las teorías del trabajo alienado, la forma del valor y el fetichismo de la mercancía. Sin embargo, el marxismo, al menos en su versión ortodoxa, no se percató de este potencial porque neutralizó el poder crítico del pensamiento marxiano “al asimilarlo a la economía política y la concepción materialista de la historia” (1982: 238).

El economicismo marxista ortodoxo redujo la teoría del valor a una medición de la explotación, despreció el papel constitutivo del trabajo y por consiguiente la alienación y el fetichismo de la mercancía, conceptualizando el socialismo como “mero cambio de las relaciones de propiedad”, por lo que en última instancia fue incapaz de cuestionar suficientemente el marginalismo. El marxismo revisionista de derecha aceptó la crítica marginalista de la teoría del valor trabajo y de este modo buscó mejoras dentro del capitalismo, mientras que Lenin y posteriormente el marxismo soviético, en el contexto del fracaso de la revolución internacional, trataron de convertir la filosofía marxista de la historia y la economía política en una ciencia, que era esencialmente una verdad eterna canonizada, ajena a la necesidad de evaluación empírica.

Lukács y más tarde el marxismo occidental y la escuela de la teoría crítica trataron de poner de nuevo en el centro la alienación y el fetichismo de la mercancía, pero la noción de reificación que desarrollaron se basó esencialmente en la inversión de medios y fines de Simmel y el conflicto entre racionalidad instrumental y valor de Weber, respectivamente, más que en la noción de trabajo alienado de Marx, por lo que fueron incapaces de realizar un avance significativo. Clarke insistió en que la vía que permite ir más allá de las antinomias de la sociología moderna, tratando de reconciliar la racionalidad subjetiva del capitalismo con su irracionalidad objetiva, haciendo abstracción del concepto de individuo y del concepto de razón, era la teoría del trabajo alienado de Marx. Y en que “las contradicciones del capitalismo no se derivan de la contradicción entre una forma de razón y otra, ya sea entre racionalidad formal y sustantiva, o entre razón capitalista y proletaria, sino de las contradicciones inherentes a la irracionalidad de las formas alienadas de la producción social” (1982: 252).

Si Marx fue ingenuo con su optimismo de que “el socialismo surgiría inevitablemente a partir del desarrollo espontáneo de las contradicciones del modo de producción capitalista”, Clarke concluye que “la tragedia del marxismo, tanto en su variante leninista como en la occidental, fue que abandonó la fe de Marx en la capacidad de la clase obrera para lograr su propia emancipación” (1982: 255).

Clarke aplicó la perspectiva que desarrolló en el estudio de la historia de los siglos XIX y XX. En 1988 publicó Keynesianism, Monetarism and the Crisis of the State, donde siguió elaborando el marco teórico que construyó relacionando marcos de economía política como el liberalismo, el keynesianismo y el monetarismo con fenómenos históricos concretos como las depresiones y crisis económicas, la formación del Estado nacional y el sistema internacional de Estados, las principales guerras y revoluciones, la reconstrucción posbélica y el Plan Marshall, las relaciones laborales y los regímenes de bienestar. Esta fue también la época de la Conferencia de Economistas Socialistas que está en el origen de la revista Capital and Class.

Clarke contribuyó sustancialmente a los debates sobre la teoría marxista del Estado y la utilización de herramientas marxianas para analizar el entorno cambiante en el último cuarto del siglo XX. “El monetarismo, al igual que todas las ideologías de Estado que le han precedido, es una ideología fundamentalmente contradictoria”, pero también es “la expresión ideológica de cambios fundamentales de la forma del Estado, que han reflejado y reforzado la aplastante derrota política de la clase obrera” (1988: 353). El capital y el Estado explotaron y exacerbaron las divisiones en el interior de la clase obrera, volviendo a imponer gradualmente el poder del dinero, y mientras la forma política del acuerdo de colaboración de clases keynesiana de la posguerra sobrevivió, su sustancia no lo hizo, convirtiéndolo efectivamente en una cáscara vacía.

En 1994, Clarke publicó Marx’s Theory of Crisis, probablemente su libro más célebre, traducido posteriormente a varias lenguas y que marcó su consolidación como teórico marxista conocido a escala internacional. En su magnum opus monográfico articula un marco marxiano para la comprensión de las crisis capitalistas como fase normal del proceso de acumulación de capital. Clarke sostuvo que mientras que la desproporcionalidad, el subconsumo y la caída de la tasa de beneficio influyen de modo relevante en la vulnerabilidad del capitalismo a la crisis, “la causa subyacente de todas las crisis no es otra que la contradicción fundamental en que se basa el modo de producción capitalista, la contradicción entre la producción de cosas y la producción de valor y la subordinación de la primera a la segunda” (1994: 195).

Las crisis periódicas de sobreproducción señalan los límites objetivos del modo de producción capitalista, pero por sí mismas no pueden destruir el capitalismo. La destrucción de productos y fuerzas productivas existentes, la captura de nuevos mercados y la sobreexplotación de viejos mercados eliminan obstáculos y permiten el desarrollo de las fuerzas productivas, pero únicamente para abrir camino a futuras crisis más grandes, más largas y más destructivas. Sin embargo, los límites del capitalismo no hacen que la abolición del capitalismo sea inevitable. La tendencia a la repetición de sucesivas crisis de acumulación constituye el arma con el que “la burguesía provocará su propia muerte”…, pero no debemos olvidar nunca que, como dijeron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, es el proletariado organizado quien “blande esa arma”.

A comienzos de la década de 1990, Clarke era un académico establecido que todavía trabajaba con algunos colegas afines en la Universidad de Warwick, en una época en que los estudios del trabajo y de las relaciones laborales estaban siendo expulsados de los departamentos de Sociología para integrarlos en las escuelas de negocios, rebautizados con el nombre de “relaciones de empleo y gestión de recursos humanos”. Fue entonces cuando emprendió una fructífera colaboración con un grupo de jóvenes académicos rusos que estaban estudiando el impacto del colapso de la URSS al que estaban asistiendo en el ámbito del trabajo y la industria en Rusia.

Este importante proyecto de investigación empírica dio pie a la creación del Instituto de Relaciones Laborales Comparadas (ISITO) y generó numerosas publicaciones colaborativas a lo largo de la década, que reflejaban la debilidad del movimiento obrero en Rusia, los cambios en las empresas industriales, las relaciones laborales y las formas cambiantes del conflicto de trabajo, la restructuración del empleo y la formación de un mercado de trabajo, estrategias de supervivencia de los hogares y finalmente el desarrollo del capitalismo en Rusia.

La investigación en materia de relaciones laborales en Rusia, que más adelante se amplió a China y Vietnam, trató de combinar en el debate la economía y la sociología del trabajo con sus diferentes metodologías y sus conjuntos de pruebas divergentes. Aunque constreñido por los datos de que podía disponer, el proyecto empleó métodos tanto cuantitativos como cualitativos (análisis multivariante e informes de estudios de casos etnográficos) y acumuló con el tiempo un enorme cuerpo de datos.

A finales de la década de 1990, Rusia tenía un mercado de trabajo relativamente desarrollado con una elevada movilidad laboral y un alto grado de flexibilidad salarial. Estas características coexistían con una escasa creación de empleo y una persistente desigualdad salarial, contrastando así con la creencia de los economistas ortodoxos de que las decisiones sobre salarios y empleo vienen determinadas por la interacción entre oferta y demanda en el mercado de trabajo externo. Fue la interacción de grupos sociales con intereses contrapuestos (como la dirección superior y la intermedia en una empresa) la que condicionó en última instancia los salarios y los resultados en materia de empleo. Por tanto, no había nada que fuera exclusivo de Rusia, afirmó Clarke, pues “los conflictos que atraviesa la empresa postsoviética se observan igualmente en cualquier empresa capitalista. La única diferencia es que en Rusia las teorías de los economistas se han puesto a prueba hasta el límite y más allá” (1999: 12).

El sonado fracaso de la imposición de la desregulación y de la flexibilidad del mercado de trabajo, que causaron el sufrimiento de la población rusa, fue la lección fundamental de las consecuencias de la doctrina del shock neoliberal. Mientras incluso en las empresas rusas contemporáneas más capitalistas siguieron existiendo residuos sustanciales de las instituciones soviéticas, la cultura soviética y las prácticas soviéticas, para Clarke estos no proporcionaban un rasgo distintivo al capitalismo que estaba desarrollándose en Rusia. Según él, más importante era la ausencia relativa de conflictos de clases, que no podía explicarse por una cultura rusa del fatalismo u otros factores ideológicos. Concluyó que esto era consecuencia de la “subsunción incompleta del trabajo bajo el capital”, que difumina los conflictos de clases “mediante la estructura empresarial que se manifiesta ante todo en divisiones dentro del aparato de dirección más que en una confrontación directa entre capital y trabajo” (2007: 242).

La contribución de Clarke al pensamiento marxiano y los estudios del trabajo es inmensa. Como teórico social, sentó cátedra en la manera de analizar cuestiones y temas específicos sin perder de vista el marco general y de examinar holísticamente ideas abstractas en relación con sus contextos históricos concretos. Como marxista, nos enseñó a separar ideología y ciencia, a comprender tanto la proximidad como la distancia entre la política y el conocimiento y a utilizar las herramientas marxianas para entender el mundo contemporáneo. Como académico de estudios sobre el trabajo, demostró cómo una investigación empírica sistemática y meticulosa puede enriquecer la teoría, cómo las relaciones de empleo están en el centro de la economía política y cómo la lucha de clases conserva su centralidad incluso cuando se suprime, se difumina o se deforma. Simon Clarke será recordado por sus numerosos estudiantes y su labor seguirá guiando a quienes estudian el modo de funcionar del capitalismo, la política de clase y cómo se hace la historia.

[Fuente: Viento Sur. Gregoris Ioannou es actualmente profesor de Relaciones de Empleo y Gestión de Recursos Humanos en el Centre for Decent Work, Escuela de Administración de Empresas de la Universidad de Sheffield, y ha sido uno de los últimos estudiantes de doctorado de Simon Clarke].

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