La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Guerra de emociones
I
Que las emociones tienen un importante papel político es una obviedad. Maquiavelo lo describió con suma precisión. Las guerras constituyen quizás el momento donde la presión emocional es mayor. Lo explican de forma clara Stefan Zweig o Erich Maria Remarque para el caso de la movilización alemana al inicio de la Primera Guerra Mundial. Se trata de llevar a la gente al matadero combinando sentimientos de haber sido agredidos, de superioridad moral y material (pensar que vas a ganar) y de solidaridad grupal. Una combinación que aparece en casi todos los conflictos de alta intensidad. Se genera una situación donde desaparece la posibilidad de debate racional, donde se criminaliza la disidencia y donde la propaganda lo llena todo. El coste de todo ello acaba siendo brutal.
Volvemos a estar en tiempos de guerra. Aunque sea una guerra subcontratada y que, aparentemente, sólo nos afecta en términos monetarios. Pero es una guerra tan sucia e inmoral como lo fueron las otras grandes guerras que asolaron Europa. Un conflicto en el que ambos bandos han puesto en marcha su arma de fabricar emociones para bloquear voces disidentes. En nuestro lado de la Guerra, esta política viene facilitada por el hecho que fue Rusia la que inició las hostilidades, y Putin emite un discurso que a ojos de la ciudadanía occidental suena entre paranoica y agresiva. Ciertamente, cualquier persona bien informada puede explicar que este es un conflicto de larga gestación, donde Estados Unidos y sus aliados humillaron a Rusia y desarrollaron una persistente provocación, y donde el gobierno de Ucrania tiene una enorme responsabilidad en los conflictos internos del propio país y en boicotear las propuestas que podían haber estabilizado la situación. Pero todo ello queda eclipsado por la invasión rusa. Lo de invadir un territorio tiene una justificada mala imagen. Tampoco ayuda que entre los que se oponen a la guerra se sitúe gente nostálgica de la URSS, que siguen viendo a Rusia como el paladín de la igualdad. Y que no hayan comprendido que la experiencia soviética fue en gran parte un fracaso (sobre todo, por su autoritarismo extremo), y que la Rusia actual es un régimen oligárquico corrupto y extractivo.
Apelar al fin de la guerra por el sufrimiento y la destrucción que genera tampoco resulta demasiado efectivo. En parte, esto es así porque se trata de un conflicto lejano, que no nos implica directamente. La contestación de Vietnam creció en Estados Unidos a medida que llegaban ataúdes y jóvenes lisiados. Aquí la respuesta social a la guerra del Golfo tuvo su componente emocional cuando se planteó el envío de tropas de reemplazo, o cuando fue patente que la guerra de Irak era un montaje de los “tres tenores mentirosos”. Pero la profesionalización de los ejércitos ha servido, entre otras cosas, para que la población se sienta menos afectada por conflictos que además ocurren en territorios lejanos. Es lo que tienen las subcontratas, permiten diluir el trazado de las decisiones, externalizan los costes. Además, todo este sufrimiento se contrapone con el falso dilema de que una salida negociada significa reforzar a Putin, dar razón al agresor. O sea, convencer a la gente de que la única opción seria es la de aniquilar al enemigo, presentado como el mal total.
Y, en este clima, la guerra tiene su propia dinámica, que parece cada vez más peligrosa. Básicamente porque parece que ha saltado una de las fronteras de seguridad de la Guerra Fría: el temor a un conflicto nuclear. Y no se tiene en cuenta que esta es sólo una guerra lejana para uno de los bandos. La decisión de enviar tanques a Ucrania constituye sin duda una escalada. Aunque —como apuntaba José Enrique de Ayala en elDiario.es— es posible que se trate más de una acción propagandística que efectiva, no deja de ser un paso más en la participación directa y una nueva provocación. Pueden venir más, como el envío de aviones o el cierre del espacio aéreo. Si, como dice la prensa occidental, Putin es tan irresponsable y paranoico, no podemos esperar otro escenario que la guerra nuclear. Hace tiempo que nos han embarcado en un juego de la gallina en el que estamos invitados a formar parte del coro que jalea a uno de los contendientes.
II
Estás dinámicas emocionales, y este predominio de la propaganda orientada a generar una respuesta lineal a los conflictos, ha existido siempre. Aunque, también es cierto, en las últimas décadas las técnicas de manipulación social se han sofisticado en conocimientos y medios. La guerra ruso-ucraniana es particularmente grave por las consecuencias globales que puede generar, pero los mecanismos y los procesos son visibles en cualquier otro conflicto de muy alta intensidad —como el palestino-israelí— o de intensidad media. Aquí lo vivimos con el procés, donde cada bando tuvo la capacidad de generar su propia campaña de persuasión a su clientela y donde, a pesar de que la situación se ha serenado, ha quedado un poso de agresividad, incapacidad de diálogo, desprecio, y criminalización del bando ajeno que puede volver a activarse en otro momento. Y hay políticos sin escrúpulos que lo explotan constantemente.
En estas situaciones, las posiciones pacifistas tienen un espacio muy limitado. Son fácilmente tildadas de quinta columna del bando enemigo, o de ilusos, o de inmorales (pues proponen soluciones que refuerzan al agresor). Pero no queda otra opción que propugnar salidas a los conflictos que reduzcan los peligros de escalada y representen las soluciones menos dolorosas. Salidas que siempre se resuelven en apaños temporales, sobre las que seguir trabajando. Existe, en esta tarea necesaria e ingrata, una cuestión esencial: tratar de eludir el peso de los falsos aliados. En concreto, propugnar una salida negociada en Ucrania implica también cuestionar tanto el régimen ruso como desvelar el imperialismo occidental. Y, en este sentido, es esencial que en las organizaciones de izquierda la manipulación emocional sea combatida con unas prácticas que priman lo racional. Demasiadas veces he sentido que una parte de los argumentos de mi bando tendían tanto al forofismo como los de mis contrincantes. Racionalizar la sociedad es una larga tarea, y ello incluye tanto acciones generales como trabajo organizativo adecuado.
Lo emocional es el terreno preferido de la manipulación. Estamos en medio de un conflicto grave donde es difícil encontrar salidas. Podemos perder mucho. Pero lo que no podemos hacer es dejar arrastrarnos. Saber que hay pocos espacios y jugar en ellos lo mejor que podamos.
31 /
1 /
2023