La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Xavier Domènech Sampere
Lucha de clases, franquismo y democracia
Obreros y empresarios (1939-1979)
Akal,
Madrid,
2022,
414 págs.
Francesc Bayo
En los análisis históricos sobre la evolución de la dictadura franquista y de la transición a la democracia en España que se han inspirado en las teorías de la modernización, se han generado unas imágenes estereotipadas respecto a la forma en que se fraguaron los cambios y las transformaciones sociales en todo ese proceso, donde se ha destacado la primacía del papel de unas élites a las que se les adjudica el liderazgo y la conducción del mismo. Estas hipótesis se inspiraron en varias construcciones teóricas que en su momento fueron consideradas incontestables, entre ellas las del politólogo Samuel Huntington, donde fundamentalmente se establecía una especie de marco general de validez universal que amalgamaba la modernización económica con la emergencia de una sociedad de consumo de la que participaban tanto las clases medias como los trabajadores, y a partir de ahí la democracia tenía una base para germinar. Por otro lado, también hubo estudios donde se intentó hacer una distinción de marcos institucionales diferenciados entre regímenes totalitarios y autoritarios, entre los que destacaron los trabajos del politólogo Juan Linz sobre la adaptación de estas teorías al caso español, donde se suponía que había una especie de pluralismo competitivo pero controlado entre las diferentes familias políticas del régimen franquista.
Una consecuencia de todo ello es que de ese modo se establecía una explicación de un proceso de transición español que se podía calificar como evolucionista, desde un franquismo en mutación hasta una democracia ordenada, donde los cambios se produjeron bajo la égida de unos sectores sociales más o menos próximos al poder que cambiaron de un régimen a otro, propiciando un tránsito de la dictadura a la democracia que se llegó a calificar de modélico y exportable. Otra consecuencia de este relato es que se minusvaloraba o incluso se eclipsaba el papel de una parte importante de las fuerzas antifranquistas, y en particular de la acción colectiva desarrollada por el movimiento obrero organizado, al que se consideraba liquidado a partir de la derrota en la guerra civil y también por la dura persecución y represión durante la posguerra. En definitiva, mediante la exaltación de una determinada senda reformista se pretendía no sólo tratar de ocultar las capacidades transformadoras de un movimiento obrero que cada vez mostraba una mayor capacidad de organización, sino también despojarlo de alguna manera de cualquier protagonismo activo en todo ese proceso de transición a la democracia.
En este libro de Xavier Domènech, que tiene como base otro libro anterior suyo sobre la misma temática y donde a la vez incorpora las aportaciones de otros historiadores, el fundamento más importante que plantea es la necesidad del análisis del conflicto en el desarrollo de los procesos históricos, y en concreto se propone enfatizar el análisis del conflicto derivado de la lucha de clases, donde confluye la confrontación de intereses de los trabajadores y de los empresarios. En el caso español y durante la época analizada en el libro, la evolución de ese conflicto entre el trabajo y el capital propició un aumento de la organización del movimiento obrero, que a su vez tuvo que hacer frente al régimen franquista, bajo el que se estuvieron amparando los empresarios que se beneficiaron de las políticas del franquismo favorables a sus intereses. Ese empresariado, que ya venía operando con anterioridad en el marco represivo del régimen franquista contra los trabajadores desde la posguerra, y luego consolidó su hegemonía económica al abrigo de las políticas del desarrollismo español de finales de los años cincuenta hasta los setenta, no consiguió ese predominio mediante grandes cambios tecnológicos ni de aumentos de la productividad, ya que la base de acumulación del capital se asentó en un fordismo primario que se aprovechó de los bajos salarios y de la disciplina laboral que les permitió el franquismo, además del proteccionismo económico que disfrutaron.
Sin embargo, a pesar de la pérdida que supuso la dura represión de la posguerra, el movimiento obrero organizado que emergió con fuerza en los tiempos del desarrollismo de los años sesenta no resurgió de la nada, sino que más bien se produjo una reconstrucción mediante la transmisión de una memoria de la cultura obrera entre los trabajadores, que reconectó con los principios y los valores que se habían fraguado en los tiempos de la República y aún antes. Este hecho es otro de los hallazgos interesantes del análisis de Domènech, donde se percibe que las migraciones interiores contribuyeron a diseminar esa conciencia obrera heredada, ya que esos movimientos de población no sólo constituyeron una migración económica, sino que a su vez implicaron una especie de desbandada de refugiados políticos que huían de unos entornos de miseria económica pero también de persecución política. Todo esto propició que en los lugares de llegada se produjera una conexión ideológica entre gentes que se reconocían en unos valores de clase y en unas prácticas solidarias, y de ese modo se fraguaron los cimientos del potente resurgir del movimiento obrero organizado en aquellos territorios donde la industrialización del desarrollismo franquista había avanzado bastante más: en concreto Catalunya, el País Vasco y también el cinturón industrial de la ciudad de Madrid, predominantemente.
Como consecuencia de todo ello, se produjo una evolución con unos momentos cambiantes en los equilibrios de poder en el conflicto de clases entre el empresariado y el movimiento obrero en el marco del franquismo, que se manifestaron en diferentes oleadas de huelgas entre 1956 y 1962 para tratar de conseguir mejoras salariales, y que asimismo acabaron induciendo a la introducción de algunos cambios en la legislación laboral, como la ley de Convenios de 1958 que se aplicaría con mayor amplitud a partir de 1962. En función de los cambios introducidos por este proceso mediante el cual el movimiento obrero organizado fue consiguiendo algunos avances, Xavier Domènech reivindica la importancia del papel de la acumulación de fuerzas organizativas y de la extensión de las acciones solidarias que coadyuvaron a reforzar la acción colectiva. En definitiva, mediante el análisis de los conflictos que nunca desaparecieron del todo se observa que contrariamente a lo que usualmente se ha querido presentar como concesiones del régimen franquista a medida que las políticas desarrollistas seguían su curso y consolidaban una cierta modernización, al abrigo del interés del franquismo por cambiar la legitimidad de vencedores de la guerra por otra legitimidad que se quería asentar en la llamada “paz social”, en realidad lo que se acabó produciendo fueron unos avances logrados mediante la lucha obrera porque ni el régimen ni los empresarios estaban dispuestos a ceder a priori ninguna concesión social. Al contrario, a medida que se hizo más patente el activismo de los movimientos sociales de oposición al franquismo, entre los cuales el movimiento obrero jugó un papel destacado, la postura del régimen se endureció por momentos y la persecución política se mantuvo incólume.
De todos modos, a la hora de definir lo que hoy día llamaríamos una ventana de oportunidades, sí que se puede establecer una confluencia entre el momento de la modernización económica y el incremento del activismo y la capacidad organizativa del movimiento obrero. Además, las políticas desarrollistas del franquismo contaron con el beneplácito del gobierno de Estados Unidos y del Banco Mundial, junto con una mayor apertura comercial y de inversiones norteamericanas y de algunos países europeos. En ese contexto, el régimen franquista necesitaba presentar una imagen internacional más aperturista y además fiaba su nueva legitimidad al éxito del intento de creación de una “nueva sociedad” basada en la efectividad del corporativismo, donde el conflicto de clases se pudiera soslayar aumentando algo la variedad del consumo y un poco el bienestar de la población. Sin embargo, no se puede establecer una mera conexión mecánica economicista en todo el proceso descrito anteriormente y mucho menos considerar que el activismo obrero surgido a partir de los años sesenta era de nuevo cuño, y decir que se había producido una disrupción entre la cultura obrera que creció durante la República y antes con respecto al movimiento obrero que emergió con fuerza en esos momentos. Al contrario, precisamente lo que se puede constatar es que fracasaron las pretensiones del franquismo de disciplinar a la clase trabajadora en la Organización Sindical Española (OSE), que era un mecanismo puramente fascista de encuadramiento corporativo donde se unificaba a trabajadores y empresarios en un mismo esquema vertical, porque lo que finalmente acabó emergiendo fue un movimiento obrero organizado que ejercía de oposición al régimen y en varios momentos con su activismo le llegó a disputar una parte de su hegemonía en el espacio laboral.
Además, con el desarrollo organizativo y con la acción colectiva que puso en práctica ese movimiento obrero, se fue fraguando una confluencia entre la conflictividad para obtener unas mejoras económicas y a la vez la conflictividad de carácter más político derivada de la confrontación al régimen para forzar un cambio. Una muestra importante fue el éxito de la infiltración de trabajadores miembros de la oposición sindical en las organizaciones del sindicato vertical franquista, donde se llegaron a ganar muchos puestos de enlaces sindicales y jurados de empresa desde principios de los años sesenta, a pesar de que las elecciones estaban muy controladas por el régimen. Asimismo hubo una confluencia de luchas en lo que se ha denominado la tríada de movimientos sociales antifranquistas, donde se produjo una agrupación de fuerzas entre el movimiento obrero junto con el estudiantil y el vecinal. Este fenómeno se reforzó porque se compartían unos intereses similares de clase, que a menudo podían confluir en un mismo sujeto social que a la vez podía ser un activista obrero, estudiantil y vecinal, con el resultado de una especie de confluencia conjunta de la acción colectiva donde las luchas por una mejora en la distribución primaria (salarios y condiciones laborales), se aunaban a las demandas por una redistribución secundaria en favor de unos beneficios sociales (salud, educación, vivienda, transporte público, infraestructuras públicas en los barrios…). Además, junto con los cambios sociales producto de la modernización económica que propiciaban otras demandas de consumo y bienestar, se estaban produciendo unos recambios generacionales con mayores grados de educación y que se alimentaban tanto de la cultura obrera heredada como de los nuevos conceptos ideológicos vinculados a las mejoras sociales que se recogían de los modelos de bienestar europeos más avanzados. En definitiva, estos movimientos sociales asumieron un rol protagónico muy activo en el proceso de confrontación al régimen franquista, principalmente porque a medida que crecía la conflictividad se alimentaba y se reforzaba el activismo, así que a su modo estos movimientos sociales condicionaron la ruta que siguió el cambio político que condujo a la transición democrática en España.
En ese contexto de la conflictividad que refuerza el activismo y la organización, otro de los ámbitos relevantes del análisis de Domènech se centra en la confluencia de principios, intereses y valores de dos tradiciones de pensamiento que a priori podríamos considerar muy alejadas, como son el socialismo que preconizaban el Partido Comunista de España (PCE) y el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), y el pensamiento social emanado de los católicos reformistas que asumieron los principios del Concilio Vaticano II, y que se organizaron en torno a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). Una muestra de esa confluencia fue la participación conjunta en muchas ocasiones en las incipientes Comisiones Obreras a lo largo de los años sesenta, que fueron uno de los gérmenes organizativos más potentes del futuro sindicalismo español en el transcurso de la España democrática surgida de la transición. Otro detalle es que desde estos dos espacios de pensamiento y acción no sólo se acabaron consolidando las bases que alimentaron la militancia de algunas formaciones políticas y sindicatos de izquierda que tuvieron un impacto relevante ya en democracia, sino que de su seno surgieron también luego muchos militantes que engrosaron las filas de las organizaciones de extrema izquierda.
Con el tiempo y tras la muerte de Franco, la fortaleza derivada anteriormente de la conflictividad se canalizó hacia la negociación de la construcción política de la democracia en ciernes, y en esa tarea el protagonismo lo asumieron los partidos políticos que engrosaron las instituciones que se iban creando. La participación electoral pasó entonces a ser la vía preponderante de la canalización de las expectativas y de los conflictos sociales, y los resultados de las elecciones establecieron el baremo de las correlaciones de fuerzas. Aunque este apartado está poco desarrollado en el libro, Domènech apunta que en el paso del “poder de la calle al poder de los despachos” se perdieron sinergias poderosas generadas por el activismo de los movimientos sociales, y a la vez se produjo una especie de reversión en los equilibrios de poder que habían existido entre la amplia amalgama de las fuerzas antifranquistas, realzándose aquellos proyectos de carácter más marcadamente reformista. De ese modo sugiere que a través del proceso de institucionalización se propició un espacio de encuentro para canalizar los conflictos derivados de la variedad y confrontación de intereses, donde se acabó generando una cierta forma de conllevancia con el proyecto de la clase burguesa empresarial.
Una mención aparte la merecen los dos últimos capítulos del libro, donde se repasa el papel de los empresarios durante el franquismo y luego su mutación para desprenderse de ese pasado privilegiado, que les había permitido mantener un modelo de acumulación capitalista fundamentalmente asentado en el proteccionismo, en los bajos salarios y en las políticas laborales represivas del franquismo para disciplinar a los trabajadores. Como continuidad de otros trabajos historiográficos, entre los que cabe destacar los de Carme Molinero y Pere Ysàs, Xavier Domènech sostiene que el franquismo fue un régimen de clase y en él los empresarios no fueron unos “privilegiados impotentes” que tuvieron que someterse a los designios de las políticas del Caudillo, como argumentaban Juan Linz y Amando de Miguel, sino que más bien tuvieron una gran capacidad de veto y de hecho la ejercieron. A diferencia de los trabajadores, que sí tuvieron que sufrir el control del régimen que los encuadraba en el Sindicato Vertical y no les permitió ningún margen de autonomía, los empresarios, aunque tuvieron que estar nominalmente en ese mecanismo corporativo, lograron gozar de numerosos privilegios y una gran autonomía tanto organizativa como en la toma de decisiones. Entre las muchas organizaciones de diferentes sectores industriales, comerciales y financieras que operaban al margen del corporativismo del régimen, se podría destacar como ejemplo notorio el papel del Consejo Superior Bancario, una institución surgida en 1921 de la ley de Bancos de Cambó, que fue recreada bajo el amparo de la ley de Ordenación Bancaria de 1946, y sus informes fueron vinculantes en la regulación del sector durante el franquismo.
En consecuencia, la mayoría de esas organizaciones empresariales transmutaron del franquismo a la democracia prácticamente sin cambiar ni el nombre, ni la razón social y ni siquiera los dirigentes. Otro argumento relevante de Domènech para certificar el aprovechamiento del régimen franquista por parte de los empresarios es que no surgió la necesidad de organizar a los empresarios en una patronal unificada y de gran envergadura hasta la muerte del dictador y en la antesala de la transición, sobre todo por la perspectiva de tener que hacer frente a la fuerza organizada del movimiento obrero opositor, que en las elecciones sindicales del 1975 ya desbordó el corsé del Sindicato Vertical. Todo ello da a entender que hasta ese momento no se había considerado necesario o al menos no hizo falta aumentar el potencial organizativo empresarial para prepararse con vistas a una eventual confrontación con las organizaciones de los trabajadores, porque la hegemonía empresarial en el marco de un régimen de clase favorable a sus intereses no estuvo cuestionada. Pero a partir de entonces la realidad era que, en un contexto con un régimen huérfano de liderazgo tras la muerte de Franco, y en medio de las crisis económicas inflacionistas de mediados de los setenta y con algunos desarmes arancelarios acordados con la CEE, la fuerza del activismo sindical había conseguido por primera vez en años revertir el equilibrio desfavorable al trabajo frente al capital. Así se consiguieron subidas salariales que afectaron directamente a los beneficios empresariales, porque a causa de la inflación no podían repercutir totalmente esos aumentos de los costes laborales en los márgenes de precios, y entonces los empresarios atisbaron que necesitaban fortalecerse para no perder poder negociador con el Estado democrático emergente y con los trabajadores, y así se unieron en torno a una patronal de patronales (lo que acabó siendo la CEOE).
Sin embargo, a pesar de la necesidad de esa unificación empresarial, el proceso se encontró con varios escollos organizativos y algunas pugnas de poder que crearon muchas dificultades. Tampoco era sólo una cuestión de falta de organización, sino que los nuevos tiempos demandaban otro modo de acción empresarial que permitiera modernizar los mecanismos de control social que darían una nueva forma a la reproducción de la hegemonía de las élites burguesas. En estos dos ámbitos de unificación y modernización fue bastante relevante el papel de los empresarios catalanes y de algunas de sus organizaciones de mayor raigambre, como la Cámara de Comercio o el Fomento del Trabajo Nacional, junto con otro tipo de organizaciones de creación más reciente, como el Círculo de Economía, que representaba una cierta vanguardia de ideas de reemplazo para seguir manteniendo la hegemonía y el control de la burguesía sobre el proceso de reproducción social que se siguió originando en la España ya democrática. Este tránsito español en el modelo de reorganización de las clases dominantes también se vio favorecido por los nuevos aires neoliberales que ya se estaban fraguando en el contexto internacional del momento, tanto para hacer frente al poder derivado del activo movimiento sindical organizado en los países occidentales, como a las demandas de algunos países del Tercer Mundo para establecer un Nuevo Orden Económico Internacional, que devino en lo que se acabó llamando “globalización”.
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2023