Skip to content

Jayro Sánchez López

«La Unión Europea ha errado el cálculo tanto o más que Putin»

Entrevista a Rafael Poch de Feliu

Hace casi un año que Rusia invadió Ucrania, pero los expertos en relaciones internacionales afirmáis que el conflicto entre estos dos países se originó mucho antes. ¿Dónde situarías tú su inicio?

En el cierre en falso de la Guerra Fría (1947-1991). A principios de los años 1990, se pactó que la retirada soviética del espacio centroeuropeo, la disolución del Pacto de Varsovia y la reunificación alemana acabarían con la lógica de bloques militares en Europa. También se acordó que estos movimientos no serían aprovechados por el bloque liderado por EE. UU. para ampliarse, pero eso mismo fue lo que ocurrió a lo largo de los 25 años siguientes.

En lugar de la ‘seguridad continental integrada’ concebida en la Carta de París para una Nueva Europa (1990), se creó un modelo de seguridad europea que primero no contó con la nueva República rusa y que luego llegó a volverse contra ella. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no se disolvió, y hoy se encuentra junto a las fronteras de este país, creando las tensiones que justifican su propia existencia.

Es obvio que las responsabilidades de este disparate se deben repartir entre todos los protagonistas, pero la principal es de Estados Unidos, que en ningún momento ha querido perder su dominio político-militar en Europa porque ese hecho perjudicaría su imagen de potencia global. El segundo actor de relevancia sería la Unión Europea (UE) ‘germanocéntrica’, que se ha mostrado analfabeta e impotente a nivel geopolítico en relación con esta cuestión.

Y, en tercer lugar, se debería señalar a los tres últimos dirigentes rusos: Gorbachov confió demasiado en la buena voluntad de sus interlocutores; Yeltsin se centró en la privatización del patrimonio nacional por encima de cualquier otro asunto; y Putin ha chocado con Occidente, que preveía para Rusia un papel subordinado y subalterno en el nuevo orden, al empezar a velar por los intereses de la nación que gobierna.

Por lo que dices, estas son las causas de fondo de la actual guerra de Ucrania. ¿En qué momento se trasladó al interior de Ucrania?

Durante el invierno de 2014, en el que Kiev vivió un cambio de régimen al que los rusos respondieron con la anexión de Crimea. Desde esa fecha, aquel cierre en falso del que hablaba antes se dirime por la vía militar.

El Ejército ucraniano, que en ese momento era una birria, ha sido armado y financiado con intensidad por la OTAN desde entonces. Los miembros de la Alianza le marcaron los objetivos de: derrotar a los soldados de Putin, recuperar Crimea e imponer por la fuerza una narrativa nacional antirrusa a la mayoría de la población ucraniana rusoparlante. Y esta última, como es evidente, no lo aceptó, por lo cual se inició una guerra civil en el este del país ese mismo verano.

La historia es larga y compleja, y está repleta de sombras en ambos bandos. Sin embargo, lo que nos explican es un guion de Hollywood escrito para un público infantil. Esta es su versión resumida: en Rusia hay un zar malo que quiere recrear la URSS a costa de la ‘Europa de los valores’, la que combate por la causa de la democracia en contra de la autocracia rusa.

Los relatos sobre la guerra de Ucrania tienen tres claros protagonistas: Vladímir Putin, Joe Biden y Volodímir Zelenski. El retrato de cada uno de ellos cambia en función de su autor. Según tu opinión, ¿cuáles son los papeles que juegan en esta historia?

En general, las personalidades cuentan poco. Esa es otra característica de la narración con la que nos alimentan. Putin y su régimen autocrático estaban de capa caída en 2021. Su reforma neoliberal de las pensiones había provocado grandes protestas, y su entorno geográfico, desde Bielorrusia hasta Kazajistán, estaba viviendo revueltas sociales significativas. A estos problemas se sumaba el de que en el sistema político de Rusia se desconocen la rotación electoral y el principio de división de poderes, lo que ha generado descontento durante años entre su población.

Una corta guerra victoriosa les habría dado un respiro a los dirigentes del Kremlin, sobre todo si la hubieran podido terminar antes de la ejecución del golpe militar que la OTAN planeaba desde hacía tiempo en Crimea. No obstante, la situación se les ha complicado. No esperaban una reacción tan fuerte de la población ucraniana en defensa de su soberanía, ni tampoco que Washington y la UE apoyaran a esta con decisión.

¿Qué consecuencias han tenido estos dos factores?

El Ejército ruso entró en Ucrania con pocos efectivos y no golpeó con dureza. Su comandante en jefe pensaba que el régimen de Kiev se desmoronaría, pero eso no ha ocurrido. A pesar de ello, la miopía ha sido general, ya que Occidente creía que sus sanciones arruinarían a Rusia, y eso tampoco ha pasado.

La Unión Europea ha errado sus cálculos tanto o más que Putin… La guerra la ha convertido en un vasallo de EE. UU., que hasta ha reventado los gasoductos alemanes del Báltico sin que nadie proteste. Es evidente que Alemania se está cubriendo de gloria con la generación política más incompetente desde la posguerra.

Sigamos con Biden. Con toda su errática senilidad, me parece más coherente: quiere debilitar a Rusia y paliar el lento aunque inexorable declive de su posición geopolítica, que se ve amenazada por el ascenso de un nuevo grupo de actores liderado por China. Doblegar al gigante euroasiático sería importante para los estadounidenses en ese contexto general, pero su situación interna también es confusa e incierta. En realidad, todos los implicados en esta guerra están expuestos a grandes convulsiones.

¿Y qué pasa con Zelenski?

Ucrania es la que tiene los peores números. Su actual presidente ganó un 70% de los votos en las últimas elecciones. Esto se debe a que prometió integrar un país muy dividido por sus identidades regionales y alcanzar un entendimiento con sus poderosos vecinos orientales. Sin embargo, los nacionalistas ucranianos antirrusos y las potencias occidentales le han forzado a endurecer su estrategia política.

El primero de los grupos que acabo de mencionar solo representa a un 30% de la población ucraniana, pero domina las estructuras del Estado desde 2014. Sus sectores más radicales han amenazado al líder del Gobierno con ‘colgarle de un árbol’ si negocia con los separatistas del este, que están respaldados por Moscú.

Hoy es una estrella mediática, aunque puede llegar el momento en el que Washington decida desplazarle del poder en favor de una junta militar para negociar el fin del conflicto.

Putin ha acusado a los dirigentes de Kiev de amparar a grupos neonazis y de ayudarles a perseguir a ciudadanos ucranianos ‘prorrusos’ en numerosas ocasiones. ¿Son ciertas estas aseveraciones?

Es evidente que hay una fuerte política de represión en la que se contemplan medidas como la eliminación física de los ‘traidores’; es decir, los que no comulgan con la línea gubernamental. La prensa de EE. UU. ha desvelado que episodios de este tipo se han producido en los territorios recuperados por el Ejército ucraniano durante este otoño.

El Ejecutivo ha hecho callar a los kievitas que no compartían sus puntos de vista. Ha ilegalizado sus partidos, ha cerrado sus medios de comunicación y ha hecho desaparecer de la escena a muchos analistas de renombre. Varios opositores del régimen han sido encarcelados o asesinados…

No creo que la situación sea muy diferente de la que se cuenta aquí sobre Rusia. En Ucrania también hay miles de desertores. Más de 12.000 personas han sido detenidas intentando cruzar las fronteras del país de manera ilegal, y eso que comprar una exención militar allí es aún más fácil que en Rusia.

En marzo, más de 400.000 hombres en edad militar que podrían haberse alistado permanecían refugiados en Polonia. Hay muchos individuos a los que no les gusta la idea de morir por su patria. No quieren ser carne de cañón. He de decir que esa gente tiene toda mi simpatía y que debería ser apoyada.

Respecto a los neonazis, es cierto que los ultranacionalistas de Ucrania occidental reivindican abiertamente a los representantes de los antiguos sectores políticos que colaboraron con las fuerzas de Hitler en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y con la CIA durante la Guerra Fría. Hay centenares de monumentos, calles y recordatorios que los ensalzan en todo el país, aunque muy pocos de ellos se encuentran en los territorios sudorientales.

Se sabe que tienen apoyos entre las unidades militares y los servicios de seguridad, pero hay una gran diferencia entre afirmar esto y calificar al régimen ucraniano de nazi. Lo que pasa es que los propagandistas rusos están intentando vender ese relato para justificar la invasión. Lo único que podemos asegurar es que el Gobierno ucraniano es neoliberal y prooccidental, y que depende de sus protectores americanos y europeos.

Putin y Zelenski se acusan entre sí de cometer crímenes contra el derecho internacional. Se dice que la masacre perpetrada por las fuerzas invasoras en Bucha o el asesinato de prisioneros rusos por parte de las milicias ucranianas no son hechos aislados. ¿Se están tomando medidas para combatir estos actos?

Desconozco la realidad sobre el terreno y desconfío, por experiencia, de la crónica periodística, que ya nos la jugó en los Balcanes enfatizando los crímenes de un bando y silenciando los de otros grupos. Pero estoy seguro de que ha habido crímenes en Ucrania. La propia invasión rusa lo fue, y todas las circunstancias que la propiciaron y provocaron desde Occidente también lo son.

Lo que ocurre es que este tipo de acciones son consustanciales a toda guerra. En cuanto a las medidas que puedan tomarse, la pregunta clave es: ¿quién las va a juzgar? Porque no hay una ‘justicia internacional’ creíble.

Desde Afganistán hasta Libia, y pasando por Irak, Yemen, Somalia o Siria, las potencias occidentales han provocado más de 3 millones de muertes y el desplazamiento de unos 40 millones de personas con sus ‘intervenciones’. Sociedades enteras han quedado destruidas y varios países han sido arrasados por completo. Esto lo afirman los estudiosos de la Universidad Brown de EE. UU., no yo…

Por lo tanto, deberíamos cuestionarnos si nuestros líderes tienen la autoridad moral para denunciar las barbaridades que los rusos están cometiendo en Ucrania. De momento, la ‘justicia’ occidental mantiene recluido desde hace diez años al periodista Julian Assange por denunciar los crímenes de los que ellos mismos son responsables, y está haciendo todo lo posible para extraditarlo a EE. UU., donde se le podrá juzgar sin garantías para que le condenen a 150 años de cárcel.

En tu artículo Resignados a una larga guerra, aseguras que el presidente de Brasil, Lula da Silva, es el hombre que podría actuar como intermediario para acordar un alto el fuego y una paz duradera. ¿Por qué?

Lula se diferencia de la línea mantenida por mandatarios como la excanciller de Alemania, Angela Merkel, o el expresidente francés François Hollande, que fueron los principales encargados de negociar el Protocolo de Minsk (2015). Este acuerdo fue supuestamente promovido para poner fin a la lucha entre los ucranianos y los separatistas prorrusos, pero los ‘mediadores’ reconocieron que no era más que una pantalla para ganar tiempo e ir armando al Ejército de Kiev.

El presidente brasileño sí tiene credibilidad en la verdadera ‘comunidad internacional’, que no es ese pequeño club de países occidentales que suele arrogarse tal nombre. Él fue el artífice del acuerdo nuclear con Irán, del que EE. UU. se retiró. Como la mayoría de los miembros de la comunidad, Brasil votó en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra la invasión rusa de Ucrania y contra las sanciones impuestas a Rusia por Occidente.

Lula sabe que tras el conflicto hay un pulso para eliminar a los rusos y debilitar a China, que son contrapesos esenciales a Occidente en el escenario mundial. Además, tiene una situación interna muy complicada, y puede catalizarla a través del gran reto exterior que supondría la tarea de mediación y pacificación en Europa.

Por cómo describen los medios de comunicación occidentales la situación, parece que la iniciativa militar está ahora en manos de las fuerzas controladas por Kiev. A pesar de ello, hay ciertos entendidos en la materia que ponen en duda la relevancia de sus últimos ataques. ¿Quién crees que lleva la razón?

No creo que los ucranianos estén ganando la guerra, como afirma nuestra propaganda. Desde el inicio del conflicto, han sufrido 100.000 bajas, una cifra horrible que se le escapó esta semana a la incompetente presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

La superioridad artillera e industrial de los rusos es aplastante, y tampoco creo que la contraofensiva ucraniana de otoño fuera tan importante como se vendió en nuestra prensa. Me parece que hubo un repliegue ruso bastante ordenado y que, desde entonces, los generales de Putin se han replanteado toda su estrategia.

La realidad es que estos han conquistado 100.000 de los 600.000 kilómetros cuadrados que tiene Ucrania. ¿Quiere decir eso que esté ganando? Tampoco. Habrá que ver si hay una ofensiva de invierno rusa y qué resultados tiene, pero mi impresión es que esta es una guerra sin vencedores y que la población ucraniana está pagando una terrible factura por la agresión rusa, la irresponsabilidad de sus propios dirigentes y el aprovechamiento de la situación por parte de Occidente.

Otra cuestión es la de los refugiados. Según el Ministerio del Interior, España ha concedido más de 160.000 protecciones temporales para los que huyen de la guerra. Con 22.963 estatutos tramitados, la Comunidad de Madrid es una de las más implicadas en la acogida. ¿Cuál es la situación en la que se encuentran estas personas?

Lo desconozco.

El periodista Enrique Figueredo explicaba en La Vanguardia el pasado 21 de octubre que el dinero y el material bélico que Europa y EE. UU. están enviando a Zelenski no son infinitos. ¿Se forzaría la paz si la industria armamentística cierra sus grifos?

La industria armamentística nunca cerraría un grifo que le da dinero. Los complejos militares-industriales, y en especial el de EE. UU., tienen mucha influencia política y financian los principales laboratorios de ideas del mundo, que, por cierto, son las fuentes primordiales de los periodistas cuando hablan de esta clase de asuntos.

Además, la paz es difícil porque nadie puede perder su imagen de vencedor. Para Rusia, todo lo que no sea mantener Crimea, el Dombás, Zaporiyia y Jersón, que son las regiones que ha conquistado en Ucrania, será visto como un fracaso. Y este significaría para el Kremlin el riesgo de que su régimen quebrara, como ya ocurrió en 1905, con la derrota en la guerra ruso-japonesa, o en 1917, con la debacle militar de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). El grupo dirigente ruso luchará hasta el final para evitar ese escenario.

Por otro lado, todo lo que se parezca a una victoria rusa es inaceptable para EE. UU., pues evidenciaría su debilidad. La Unión Europea cuenta muy poco, aunque algunos de sus miembros, como Polonia o los países bálticos, serían capaces de actuar en cualquier loca empresa militar si Washington decidiera darles luz verde.

La situación es muy peligrosa. En el mejor de los casos, podría transformarse en un conflicto congelado. En el peor, hay un riesgo nuclear evidente.

Rusia y China han colaborado de una forma cada vez más estrecha durante los últimos años para batir al enemigo común. Sin embargo, también han tenido problemas entre ellas en el pasado reciente. ¿Hasta qué grado están dispuestas a cooperar entre sí?

El acercamiento entre Moscú y Pekín ha sido forjado por la común política de hostilidad ejercida contra ellos desde Washington. A principios de siglo, al inicio del mandato de Putin, y con Jiang Zemin controlando el Gobierno chino, ambos países preferían un entendimiento por separado con EE. UU. a la actual alianza.

Pero las dos han sido rodeadas desde hace tiempo por cinturones de infraestructuras militares hostiles, y también se las ha presionado en el terreno económico con dureza. El maltrato común es lo que las ha unido. Una política más hábil de Washington habría intentado ganarse a Rusia contra China, pero para eso tendrían que haberse reconocido los intereses rusos en Eurasia y debería haberse explotado la desconfianza mutua entre ambos países.

Hoy en día, los rusos ya son demasiado importantes para los chinos. Y la guerra de Ucrania les ha acercado aún más. Occidente no solo no ha conseguido que Beijing se sume a las sanciones contra Rusia, sino que ha logrado el incremento de las relaciones comerciales y políticas entre Moscú y Pekín. El presidente Xi entiende que, si Rusia cae, China será objeto de presiones económicas y militares reconcentradas.

La política de EE. UU. hacia Taiwán, que es cada vez más beligerante, sugiere una analogía china con la guerra ucraniana. Así que tanto Putin como el líder del Partido Comunista chino mantienen el propósito común de desvincularse de forma paulatina del dólar y de la tecnología occidental. A su vez, estos elementos se les niegan desde Occidente a través de embargos y sanciones.

EE. UU. y la UE están respaldando a Ucrania contra Rusia en Europa, pero tampoco pierden de vista el Lejano Oriente. Como decías antes, contemplan a China como una seria amenaza…

China es la única potencia que tiene un plan alternativo de futuro para el mundo. Este se basa en la integración euroasiática, desde Shanghái hasta Lisboa. EE. UU. está ausente en esa gran masa continental en términos geográficos. Por eso, romper ese propósito es un eje fundamental de la política de Washington. La guerra de Ucrania también debe ser contemplada desde ese punto de vista. La división de Europa a través del río Dniéper rompe los canales de transporte comercial y energético que Pekín está trazando en su propósito integrador.

El atentado contra los gasoductos germano-rusos del Báltico, de obvia autoría norteamericana, es el suceso que mejor retrata la situación. Europa está siendo implicada, a través de la OTAN, en un conflicto con quienes eran sus principales socios energéticos (Rusia) y comercial (China). La estupidez estratégica de la Unión Europea germanocéntrica es inaudita.

Respecto a la ‘amenaza china’, me parece un mito. No creo que este país se proponga ‘dominar el mundo’. El problema es que su dinámico fortalecimiento amenaza a quienes lo han hecho los últimos doscientos años. Los occidentales solo conciben un mundo de conflicto, de ganadores y perdedores, dominantes y dominados…

Pero si queremos que nuestro mundo tenga futuro, es imperativo cambiar esa mentalidad y cooperar para afrontar los retos del siglo: el calentamiento global, la desigualdad social y regional, la superpoblación y la proliferación de recursos de destrucción masiva. Puede que un ocaso occidental y un mayor peso de China en el mundo mejoren algo las cosas para ese necesario cambio de mentalidad, aunque nada es seguro.

El ‘gigante’ asiático lleva décadas reclamando a la comunidad internacional su derecho de soberanía sobre la isla de Taiwán. ¿Crees que la entrada de Putin en Ucrania puede tentar a Xi Jinping para recuperar la llave que cierra sus costas continentales al mar de la China Meridional y al mar de la China Oriental?

No es que Pekín reclame, sino que la ONU, y hasta EE. UU. y la UE, reconocen que Taiwán forma parte del país mediante el famoso ‘principio de una sola China’. Por eso Taiwán no es miembro de la ONU ni está considerado como una nación. Washington y Beijing restablecieron sus relaciones sobre ese principio, pero, en los últimos años, el primero está dando pasos que ponen en cuestión aquel consenso establecido en la década de 1970. Eso da lugar a tensiones militares en la zona.

Cada mes o mes y medio, hay contacto directo entre unidades navales y aéreas chinas y estadounidenses en el mar de la China Meridional. Es una provocación constante contra China. Y es peligrosa porque, aunque nadie lo desee, es fácil que un incidente degenere en conflicto. Dicho esto, no creo que China vaya a iniciar una invasión similar a la de Ucrania. Su política tiene mucha mayor calidad que la de Rusia.

Parece que ha habido movimientos muy importantes en el orden internacional durante la última década. A España le afecta en especial la polémica cuestión que rodea al Sáhara Occidental, Marruecos y Argelia. ¿A qué responde la aceptación del plan de autonomía marroquí por el presidente Sánchez?

Para mí es inexplicable, a menos que EE. UU. haya presionado a Sánchez de una forma inapelable. Sin eso, resulta incomprensible la torpeza que significa deteriorar las relaciones con Argelia, ya que dependemos de ella en materia energética. Y eso sin mencionar la parte moral del asunto, pues hemos abandonado a los saharauis.

[Fuente: El Resurgir de Madrid]

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

+