Sabíamos que las bibliotecas están llenas de tratados de ciencia política que, pese a sus diferentes tendencias, coinciden en considerar oro de ley el dictum aristotélico según el cual «para ser humano hay que tener polis». Lo que faltan son estantes que recojan lo que han dicho y pensado quienes se sitúan al margen y son marginados, ya por convicción, ya por imposición.
El Rombo
Kakademia, V
XVII
Aquel chico
que hablaba sin cesar
de la navaja
de Beckham;
o aquella para quien
el Cid
peleaba contra
los filisteos;
o el que afirmaba
estar leyendo
Guerra y paz
de Trotski.
O
al que pregunté
qué sabía de
Sócrates
y contestó
sincero
que era maricón.
Y aquel muchacho
de Derecho
el más lírico de todos,
que mencionaba
El libro del consolado del mar.
A veces
me pregunto
qué habrá sido
de ellos.
Resultaban
simpáticos,
inocentes,
ignorantes
de su oceánica falta
de amueblamiento.
XVIII
El nombramiento
para mi primer
trabajo
en la uni como
Ayudante de Clases Prácticas
sin sueldo
ni gratificación,
ni seguridad social,
gratis et amore
total
incluía la prohibición explícita
de usar el título
de profesor;
además,
si tenía que dar alguna clase
debía hacerlo
con un libro en la mano,
señal que por lo visto
me diferenciaría
de un profe de verdad.
La prohibición
en aquellos nombramientos
que el rector expedía como churros
buscaba sin duda poner coto
al autobombo
en negocietes
particulares.
Y eso me hace ver hoy
que entonces aún tenía algún prestigio
ser profesor,
incluso último mono,
de aquel chamizo.
XIX
En el Patio de Letras
del pasado
los bedeles
llamaban a palmadas
si iba a empezar la clase,
pero lo insólito
es que al final de ésta,
entraban en el aula,
con una reverencia,
para anunciar: Doctor, la hora
cual relojes vivientes.
Hoy
afortunadamente
hay relojes hasta en la sopa,
y los bedeles
en sus garitas
si no tienen otra cosa que hacer
atienden a los profes
con tal vez merecida
displicencia.
¿Nostalgia?
En aquel tiempo
bibliotecarias y otros
eran cosas
pagadas
como material de oficina.
XX
De vez en cuando,
no a menudo porque
intervienen también factores
digamos
premodernos,
el personal se sulfura
y se declara
harto.
Las razones, lector,
te resultarán obvias,
pero nunca se sabe
ni el día ni la hora
en que la gota
desbordará
el consabido vaso.
Está claro
el protocolo que sigue entonces
la superioridad:
discrimina
y
a los que menos lo necesitan
les otorga
(esa es la palabra)
un modesto
tapabocas
—la bufanda, lo llaman—
que durará
hasta el siglo
siguiente
si entretanto
no se ha venido abajo
el tenderete.
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2023