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El Rombo

Kakademia, V

XVII

Aquel chico

que hablaba sin cesar

de la navaja

de Beckham;

o aquella para quien

el Cid

peleaba contra

  los filisteos;

o el que afirmaba

estar leyendo

Guerra y paz

de Trotski.

 

O

al que pregunté

qué sabía de

Sócrates

y contestó

sincero

que era maricón.

Y aquel muchacho

de Derecho

el más lírico de todos,

que mencionaba

El libro del consolado del mar.

A veces

me pregunto

qué habrá sido

de ellos.

Resultaban

simpáticos,

inocentes,

ignorantes

de su oceánica falta

de amueblamiento.

XVIII

El nombramiento

para mi primer

trabajo

en la uni como

Ayudante de Clases Prácticas

sin sueldo

ni gratificación,

ni seguridad social,

gratis et amore

total

incluía la prohibición explícita

de usar el título

de profesor;

además,

si tenía que dar alguna clase

debía hacerlo

con un libro en la mano,

señal que por lo visto

me diferenciaría

de un profe de verdad.

La prohibición

en aquellos nombramientos

que el rector expedía como churros

buscaba sin duda poner coto

al autobombo

en negocietes

particulares.

Y eso me hace ver hoy

que entonces aún tenía algún prestigio

ser profesor,

incluso último mono,

de aquel chamizo.

XIX

En el Patio de Letras

del pasado

los bedeles

llamaban a palmadas

si iba a empezar la clase,

pero lo insólito

es que al final de ésta,

entraban en el aula,

con una reverencia,

para anunciar: Doctor, la hora

cual relojes vivientes.

Hoy

afortunadamente

hay relojes hasta en la sopa,

y los bedeles

en sus garitas

si no tienen otra cosa que hacer

atienden a los profes

con tal vez merecida

displicencia.

¿Nostalgia?

En aquel tiempo

bibliotecarias y otros

eran cosas

 pagadas

como material de oficina.

XX

De vez en cuando,

no a menudo porque

intervienen también factores

digamos

premodernos,

el personal se sulfura

y se declara

harto.

Las razones, lector,

te resultarán obvias,

pero nunca se sabe

ni el día ni la hora

en que la gota

desbordará

el consabido vaso.

Está claro

el protocolo que sigue entonces

la superioridad:

discrimina

y

a los que menos lo necesitan

les otorga

(esa es la palabra)

un modesto

tapabocas

—la bufanda, lo llaman—

que durará

hasta el siglo

siguiente

si entretanto

no se ha venido abajo

el tenderete.

31 /

1 /

2023

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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