¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
El Lobo Feroz
A pedradas
El etólogo I. Eibl Eibesfeldt describe en uno de sus libros cómo se hacían la guerra dos tribus africanas cuyos respectivos territorios estaban separados por un río. Cada una designaba a su combatiente, al que toda la tribu seguía a distancia hasta que llegaba casi a la orilla del río. Allí, el guerrero, y con él toda la tribu, prorrumpía en insultos, denuestos, imprecaciones y maldiciones por causa de los agravios de la otra tribu, cuyo combatiente designado, entonces, entablaba una lucha a cantazos contra el otro, hasta que algún pedrusco alcanzaba a uno de los dos. Entonces el herido o lastimado —las cosas raramente pasaban de ahí— y su tribu se retiraban con gritos de dolor y pronunciando amenazas de continuar la guerra… y así hasta el encuentro siguiente.
Este modelo primitivo de guerra lo encontramos también en la Biblia, en el enfrentamiento entre el hebreo David y el filisteo Goliat, igualmente a pedradas al menos por parte de David; en la representación clásica de Miguelángel, el joven David iba armado con una honda, esto es, con un arma primitiva, propia más bien de pastores.
Desde entonces las cosas han cambiado mucho. El progreso en las llamadas artes de la guerra ha dado de sí que el enfrentamiento no sea ya solo entre valientes, ni solo entre soldados, sino que abarque también a su tribu, cuyas ciudades y bienes públicos, gracias a los progresos armamentísticos, pueden ser destruidas generalizadamente, en el extremo hasta no dejar piedra sobre piedra. Ocurre con esto como en nuestro comportamiento antiecológico: no se trata de ir más allá, sino de decrecer para limitar el daño a nuestro entorno.
De modo que a este Lobo se le ocurre que antes de que las ciudades ucranianas queden completamente destruidas, y antes de que se escale el conflicto, o sea, antes de que se produzca en Europa una guerra librada con armas nucleares, a lo que conduce el entusiasmo bélico de muchos gobiernos y de personajes públicos como Margarita Robles y Josep Borrell, empeñados en llevar más y más armas al escenario del conflicto en vez de buscar la vía de la negociación, o el entusiasmo del propio Putin, su sostenella y no enmendalla cuando ha cometido una atrocidad al iniciar la guerra, convendría también decrecer bélicamente.
Este Lobo estaría encantado de ver, en algún estadio suizo, un combate entre Putin y Zelenski (o su mandante Biden), sin armas de fuego, para ir dirimiendo no ya la guerra —no aspiro a tanto—, guerra que debería estar al menos en provisional alto el fuego, sino uno a uno los puntos que se ventilan en el conflicto. Eso podría ser televisado a todo el mundo, y los derechos televisivos destinados a la reconstrucción de Ucrania o de lo que quede de ella. El espectáculo —con descansos para la publicidad— podría ser completado con actuaciones de collas sardanísticas en la plaza del Maidán y amenizado con valses de Strauss por la Filarmónica de Viena o, ya puestos, la de Berlín, para mostrar que los países de la Otan están realmente interesados en hacer la paz.
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2023