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Pablo Neruda

Oda al primer día del año

Lo distinguimos

como

si fuera

un caballito

diferente de todos

los caballos.

Adornamos

su frente

con una cinta,

le ponemos

al cuello cascabeles colorados,

y a medianoche

vamos a recibirlo

como si fuera

explorador que baja de una estrella.

Como el pan se parece

al pan de ayer,

como un anillo a todos los anillos:

los días

parpadean

claros, tintineante, fugitivos,

y se recuestan en la noche oscura.

Veo el último

día

de este

año

en un ferrocarril, hacia las lluvias

del distante archipiélago morado,

y el hombre

de la máquina,

complicada como un reloj del cielo,

agachando los ojos

a la infinita

pauta de los rieles,

a las brillantes manivelas,

a los veloces vínculos del fuego.

Oh conductor de trenes

desbocados

hacia estaciones

negras de la noche.

Este final

del año

sin mujer y sin hijos,

no es igual al de ayer, al de mañana?

Desde las vías

y las maestranzas

el primer día, la primera aurora

de un año que comienza

tiene el mismo oxidado

color de tren de hierro:

y saludan

los seres del camino,

las vacas, las aldeas,

en el vapor del alba,

sin saber

que se trata

de la puerta del año,

de un día

sacudido

por campanas,

adornado con plumas y claveles,

La tierra

no lo

sabe:

recibirá

este día

dorado, gris, celeste,

lo extenderá en colinas,

lo mojará con

flechas

de

transparente

lluvia,

y luego

lo enrollará

en su tubo,

lo guardará en la sombra.

Así es, pero

pequeña

puerta de la esperanza,

nuevo día del año,

aunque seas igual

como los panes

a todo pan,

te vamos a vivir de otra manera,

te vamos a comer, a florecer,

a esperar.

Te pondremos

como una torta

en nuestra vida,

te encenderemos

como candelabro,

te beberemos

como

si fueras un topacio.

Día

del año

nuevo,

día eléctrico, fresco,

todas

las hojas salen verdes

del

tronco de tu tiempo.

Corónanos

con

agua,

con jazmines

abiertos,

con todos los aromas

desplegados,

sí,

aunque

sólo

seas

un día,

un pobre

día humano,

tu aureola

palpita

sobre tantos

cansados

corazones,

y eres,

oh día

nuevo,

oh nube venidera,

pan nunca visto,

torre

permanente!

31 /

12 /

2022

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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