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Juan-Ramón Capella

¿Hasta cuándo?

El presidente Zelenski, un actor sin experiencia política anterior, se convirtió en presidente de Ucrania hace tres años. Ha sufrido la agresión del ejército ruso. Pero es un hombre de los norteamericanos. Ayudado por los Estados Unidos y sus países satélites, entre ellos el nuestro, se ha negado terminantemente a negociar con Rusia un cese de las hostilidades, un alto el fuego.

Su reciente viaje a los Estados Unidos significa que, con la ayuda de los misiles Patriot, pretende prolongar la guerra. Antepone su alianza con Norteamérica a la destrucción de su país, que es ya muy relevante. La pretensión rusa de una victoria rápida se ha esfumado. Pero una guerra limitada al este del país también. Está claro que es la hora de la negociación. Los occidentales no la quieren todavía y el irresponsable presidente ucraniano sigue sin quererla.

Las poblaciones occidentales no están demasiado bien informadas sobre la situación de la guerra. Cuando hay una guerra lo primero que desaparece es la verdad. Y tampoco sabemos cuál es exactamente el grado de implicación militar español en el conflicto. La ministra de defensa, Margarita Robles, no es precisamente una paloma. Putin, obviamente, tampoco. La guerra perjudica seriamente a la sociedad rusa. Pero ¿y las poblaciones occidentales?

La voladura del gasoducto submarino que debía servir gas ruso a Alemania no ha podido ser atribuido a los rusos. Queda la responsabilidad británica o norteamericana respecto de sus aliados alemanes. Nosotros también padecemos, indirectamente, la penuria energética. Lo curioso es que las poblaciones no se levanten contra un cúmulo de dirigentes desalmados de uno y otro lado. Me temo que cuando se produzca el inevitable, a la larga, vuelco de la opinión la infeliz Ucrania habrá quedado completamente devastada en sus infraestructuras básicas.

No hay que engañarse. La antigua democracia norteamericana se ha convertido en un Imperio Militar que pretende usar medios militares para frenar su manifiesta decadencia. Además de los medios militares, dispone de un aparato cultural que le permite suavizar su acción con hegemonía en este terreno: la música, las imágenes que crea Norteamérica se imponen en los medios de masas, en las radios y en las televisiones, a cualquier otro producto cultural. Y las televisiones y emisoras les hacen el juego a los grandes patronos, como si no existiera cine ni música en Francia, en Italia, en Alemania, en los países no angloparlantes. Sí, a muchos nos gusta el jazz, pero ¿no hay productos culturales europeos, árabes, africanos, asiáticos que no compongan la apología ideológica del imperio militar americano? ¿Tenemos que alimentarnos culturalmente de la porquería norteamericana?

30 /

12 /

2022

Señores políticos:

impedir una guerra

sale más barato

que pagarla.

Gloria Fuertes
Poema «Economía»

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