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Asier Arias

El Frente Anticolapsista Popular (de Judea)

Marisa Glave describió el desmoronamiento de la presidencia de Pedro Castillo como una «transición hacia nuestra próxima crisis». Desde el punto de vista de la socióloga y excongresista peruana, con el derribo tras el acoso su país no estaría encaminándose hacia la solución de la crisis institucional, «sino sólo transitando hacia otra» (Stefanoni, 2022).

Algunos entendemos que nada diferente cabe decir del capitalismo global, pero la noción de crisis parece inadecuada para referirse a un estado permanente de transición hacia la siguiente crisis. Las situaciones críticas pueden definirse como fases de procesos en las que se decide si el retorno a un punto de equilibrio razonablemente similar al anterior (a la crisis) es o no factible. El ejemplo de la enfermedad —del que parte Habermas en Problemas de legitimación en el capitalismo tardío— resulta particularmente esclarecedor en este punto: como una enfermedad de cuyo paroxismo podemos regresar al estado previo al prodrómico, las crisis pueden «resolverse»; pero cuando a una crisis sucede inmediatamente la siguiente, hablar de «resolución», y aun de su propia posibilidad, empieza a perder sentido.

La concatenación de crisis entretejidas es ahora nuestro medio: lo que el agua al pez. Desde la economía política de inspiración marxiana se ha conceptualizado esta concatenación como una «crisis larga» (Roberts, 2016), que vendría «desplegándose, desarrollándose y evolucionando» (Varoufakis, 2019), pero que no tendría viso alguno de ir a «resolverse», dado que «el capitalismo no resuelve sus crisis, sino que las desplaza geográficamente» (Harvey, 2010), y en una esfera con un radio de sólo seis mil kilómetros, llega un momento en que el «arreglo espacial» (Harvey, 1982/2018) no puede menos que proyectarse hacia el espacio exterior (Shammas y Holen, 2019).[1]

En su última píldora lisérgica de 2022, Fernando Vallespín nos explicaba circunspecto que Angela Merkel habría destilado en los compases finales del año una nueva definición de «nueva normalidad»: la crisis permanente (Vallespín, 2022). Como sugeríamos, la voz «crisis» no hace del todo bien el trabajo de designar una crisis permanente e irreversible: tal vez el capitalismo global, enfrentado a la escasa longitud del radio terrestre, el viraje en la división internacional del trabajo, la saturación de sumideros, la obesidad del «sistema deuda» (Toussaint), la escasez de recursos y otros detalles de índole similar, esté colapsando. Sigue con vida y, aunque anuncia que guardará cama un año más, con Europa, China y EE. UU. precipitándose por debajo de la línea de base (con estos ánimos abre el año el FMI), todo el mundo «sabe» que «la crisis energética no suscita un consenso similar al de la crisis climática» (Santiago Muíño, 2022a), de forma que lo más prudente será comportarse como si la fusión nuclear estuviera a la vuelta de la esquina, como si eso significara que podemos electrificar hasta la fotosíntesis, como si no pasara nada por dilapidar en una generación la riqueza mineral de la corteza terrestre —«pintar de rosa» la última patada adelante del extractivismo colonial del Norte es «políticamente lisérgico» (Santiago Muíño, Vindel y Rendueles, 2022), y evidencia al tiempo que no nos encontramos «moralmente preparados para las consecuencias gigantes de lo que estamos provocando» (Santiago Muíño, 2022b)—,[2] etc.[3]

Parece innecesario aclarar que, en el uso propuesto en el párrafo anterior, «colapso» nada dice de cataclismos o guiones de Hollywood: ¿un sistema socioeconómico globalizado colapsa de forma tan rápida y espectacular como un edificio? En cualquier caso, es cierto que se trata de una noción chocante que «encaja como un guante en un estado de ánimo y un tipo de narración extremadamente normalizado en la cultura contemporánea» (Santiago Muíño, Vindel y Rendueles, 2022). En la medida en que evidencia la distancia que media entre el señalado uso y este imaginario sci-fi con tan poquitos lances, bienvenida sea esa acometida anticolapsista que durante el último par de meses ha venido poniendo en la picota la idea del colapso como «políticamente contraproducente» (Santiago Muíño, 2022b).

Hay tres virtudes adicionales que deben reconocérsele a esa acometida. En primer lugar, la de llamar la atención sobre la decisiva importancia de que el ecologismo continúe trabajando en las instituciones: sin una familiaridad solvente con su funcionamiento, las habituales enmiendas a la totalidad naufragan en la futilidad —sólo con permacultores no llegaremos muy lejos: hacen falta, y mucha, abogados y economistas capaces de orientarse adecuadamente en el mundo de los «despachos realmente existentes».

En segundo lugar, la de poner en guardia ante ciertos resortes ecomilenaristas que buscarían en el desastre el prolegómeno de la emancipación. Con todo, y a pesar de que nunca faltan gurús y psicohistoriadores, no es el fantasma de las sectas ecomilenaristas el que recorre el ecologismo, sino antes bien el de la aguda conciencia de que la «crisis» no terminará: ascienden a entre uno y ninguno los ejemplos que puedo listar de autoras o activistas ecomilenaristas, y no hablemos ya de «anarquistas prepper de base termodinámica» (Santiago Muíño, Vindel y Rendueles, 2022).[4]

En tercer lugar, la acometida anticolapsista pone el acento en la urgente necesidad de construir hegemonía cultural y articular mayorías sociopolíticas. Esto de las mayorías viene preocupando hace tiempo a los anticolapsistas, que denuncian hoy en el colapsismo lo que denunciaban ayer en el decrecimiento (Tejero y Santiago Muíño, 2019): «esto y la voluntad de irrelevancia política son una y la misma cosa». El tiempo parece estar quitándoles la razón: en vista del auge decrecentista en todos los frentes, es probable que Más País termine por ser la última fuerza a la izquierda del PSOE en abrazar abiertamente el decrecimiento.[5] Hubo en España un tiempo en que el «realismo político» del Green New Deal como puente transformador era quizá lo máximo que podía disputarse en el ámbito de la política institucional, pero ese momento pasó —basta mencionar la presencia de Yayo Herrero en el proyecto de Sumar o los escritos recientes del ministro de Consumo.

Es claro que urge construir hegemonía y articular mayorías, y la clave de esta frase está antes en la noción de urgencia que en cualquier otra. Deben destacarse dos facetas de esa noción. La primera señalaría que la situación ecosocial que atravesamos es tan desesperada que no podemos pretender asentar exclusivamente nuestras intervenciones políticas en un mundo poscapitalista que aún no existe: hemos de empezar haciendo lo que cabe hacer dentro del marco sociopolítico existente. La segunda faceta vendría, por su parte, a poner de relieve la insuficiencia de la primera, porque la hegemonía cultural que urge construir es la de un ecologismo consecuente y radicalmente anticapitalista: urge, en otras palabras, que amplias mayorías sociales asuman la urgencia de abandonar el capitalismo —con las profundas implicaciones que de aquí derivan para los estilos de vida que han configurado nuestras sociedades a partir de la Gran Aceleración (Steffen et al., 2015).[6]

Un par de frases de Adrián Almazán condensan no sólo las impresiones que me han transmitido amigos activistas de distintas organizaciones y territorios en este par de meses de polémica en torno al colapso, sino también, diría, lo esencial de todo este asunto. La crispación suscitada por esta polémica «es especialmente preocupante en la situación actual, en la que todos los problemas que el ecologismo social lleva décadas tratando de evitar explotan y se convierten en la cotidianidad de millones de personas dentro y fuera de nuestro territorio. Tiempo de descuento clave en el que las acciones, y sobre todo las inacciones, son existencialmente determinantes. Cuando deberíamos estar poniendo todas nuestras fuerzas en tratar de tener una visión clara de las dinámicas en marcha y en la propuesta y construcción de alternativas concretas, dilapidamos energías en agrios debates virtuales que no parecen tener ninguna voluntad de unirnos en un objetivo compartido» (Almazán, 2022).

Referencias

Alba Rico, S. (2022) «La crisis de la derecha y el miembro fantasma», Público, 6 de noviembre.

Almazán, A. (2022) «El “anticolapsismo” y el debate como estrategia (populista)», ctxt, 28 de diciembre.

Harvey, D. (1982/2018) The Limits to Capital. Londres: Verso.

Harvey, D. (2010) «The crises of capitalism», Royal Society for the Encouragement of Arts, Manufactures and Commerce, Londres, 26 de abril.

Herranz, D. (2022) «La globalización deja paso a la ‘Era de la Escasez’, que restará 1,6 billones de dólares al PIB mundial», Público, 23 de mayo.

IMF (2022) World Economic Outlook. War Sets Back the Global Recovery. Washington, DC: International Monetary Fund.

Riechmann, J. (2022a) «El descenso energético (y la necesidad de decrecimiento): Implicaciones para las transiciones ecosociales. Continuación del debate con Emilio Santiago Muíño», Contra el Diluvio, 7 de noviembre.

Riechmann, J. (2022b) «Unas pocas observaciones sobre ‘colapsismo’», Tratar de Comprender, Tratar de Ayudar, 11 de octubre.

Roberts, M. (2016) The Long Depression. Marxism and the Global Crisis of Capitalism. Chicago: Haymarket.

Santiago Muíño, E. (2022a) «No tenemos derecho al colapsismo. Una conversación con Jorge Riechmann (II)», Contra el Diluvio, 3 de noviembre.

Santiago Muíño, E. (2022b) «No tenemos derecho al colapsismo. Una conversación con Jorge Riechmann (I)», Contra el Diluvio, 1 de noviembre.

Santiago Muíño, E., Vindel, J. y Rendueles, C. (2022) «Colapsismo. La cancelación (ecologista) del futuro», Corriente Cálida, 14 de noviembre.

Shammas, V. L. y Holen, T. B. (2019) “One giant leap for capitalistkind: Private enterprise in outer space”, Palgrave Communications, 5, 10.

Smil, V. (1999) Energías. Una guía ilustrada de la biosfera y la civilización. Barcelona: Crítica, 2001.

Stefanoni, P. (2022) «De Pedro Castillo a Dina Boluarte o la crisis interminable de Perú», ctxt, 9 de diciembre.

Steffen, W., et al. (2015) “The trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration”, The Anthropocene Review, 2, pp. 1-18.

Tejero, H. y Santiago Muíño, E. (2019) ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal. Madrid: Capitán Swing.

Vallespín, F. (2022) «El año de la ‘Zeitenwende’», El País, 31 de diciembre.

Varoufakis, Y. (2019) «Never before have we had so much money, yet so little investment in what humanity needs», Ceasefire, 29 de julio.

World Bank (2022) Global Economic Prospects, June 2022. Washington, DC: World Bank.

  1. Ciertamente, hubo antes de la ola actual flujos y reflujos en las mareas de la globalización capitalista (en concreto, el que se cerrara con la Primera Guerra Mundial y el que se abriera con la Segunda), pero fueron juegos de niños en comparación: la proporción del comercio mundial en el PIB global comienza a dispararse por encima de cualquier registro previo en la segunda mitad de los ochenta, para tocar en 2008 un techo que es, por decir lo menos, improbable que vaya a superarse —las últimas evaluaciones globales del FMI o el Banco Mundial no se molestan en disfrazar con eufemismos la nada remota posibilidad de una fragmentación económica caótica (cf. IMF, 2022: 19; World Bank, 2022: 6) en el marco de una desglobalización que, en palabras del economista jefe de la OMC Robert Koopman, «ha llegado para quedarse» (Herranz, 2022).
  2. «No es descartable que unas regiones del mundo prosperen a costa de hacer colapsar a otras, reforzando las dinámicas coloniales que ya existen» (Santiago Muíño, Vindel y Rendueles, 2022). «Unas partes del sistema mundo que estudia el World 3 pueden prosperar a costa de que otras colapsen más profundamente» (Santiago Muíño, 2022b). Sin un agresivo redoble del extractivismo neocolonial, ¿es concebible un entramado tecnoindustrial de algún calado en el erial de recursos primarios que es la Europa Occidental?
  3. Uno de los síntomas de ese descarrío ecologista llamado «colapsismo» consiste en su «inclinación a los análisis en clave de crisis energética» (Santiago Muíño, 2022a). Cabe señalar, retomando el contenido de la primera nota al pie, que cuesta —mucho— imaginar la reorganización de las cadenas globales de suministro y la configuración de un nuevo «arreglo espacial» en la era de la decadencia fósil —quizá no sea gratuito que Václav Smil se refiera a la nuestra como «la civilización de los combustibles fósiles» (Smil, 1999: 271; v. et. Riechmann, 2022a).
  4. Anotemos al margen que a este barroco (des)calificativo sigue una definición de «colapsismo» que cualquier recién llegado podría confundir con la primera entrada del DRAE para «ecologismo»: «Buena parte de los colapsistas están convencidos de que la crisis ecológica nos obligará a llevar vidas más autosuficientes, comunitarias, con un fuerte componente de ruralidad y con estructuras de poder mucho más simplificadas».
  5. Curiosamente, la acometida anticolapsista coincidía en el tiempo con el momento en que Alba Rico intercalaba entre sus habituales ensaladas de metáforas (algunos hablan aquí de «filosofía») y sus piezas de ecolalia atlantista (los hay que hablan aquí de «análisis de relaciones internacionales») un críptico llamamiento a la moderación socialdemócrata en el que se hacía eco, por cierto, de la «superlativa lucidez» de la acometida anticolapsista (Alba Rico, 2022). ¿Cómo traducimos al castellano esta reprimenda al «radicalismo» a la izquierda del PSOE? ¿«Que se callen la boca todos menos Íñigo Errejón»? ¿Y esto de cara a «ganar elecciones»? ¿Echamos un vistazo a la distribución de escaños y a las encuestas y logramos contener la risa? El llamamiento de Alba Rico y la acometida anticolapsista son en el fondo la misma contradicción: «lo único importante en el fútbol es meter goles, y por eso hemos formado un equipo con linieres y utilleros».
  6. El texto que abrió la polémica ubica contundentemente la cuestión de la urgencia en su decisiva intersección con la de la prudencia: «Como ha observado en alguna ocasión Manuel Casal Lodeiro, la diferencia entre el escenario de “los catastrofistas tenían razón pero no actuamos drásticamente” y el de “los catastrofistas no tenían razón pero nos adelantamos a hacer sociedades poscrecimiento/ posfósiles/ resilientes” es tan brutal que debería llevar a la acción incluso a los más reacios a la radicalidad» (Riechmann, 2022b).

31 /

12 /

2022

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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