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El Rombo

Kakademia, IV

XIII

El Metepatas

no falta jamás

en un Departamento

bien ordenado.

El nuestro

es blancuzco

y cuatro ojos,

y nunca está

donde debe

pero destroza

cualquier equilibrio de tendencias

trabajosamente alcanzado

al llegar tarde y preguntar

lo primero y sin mirar

Qué hay de lo mío.

Todos somos hipócritas

y le tratamos

como a cualquiera

deseando, sin embargo,

que Dios le confunda

o se lo lleve

con nuestros

queridos

enemigos.

XIV

Los cuchillos se afilan

si hay concursos

a la vista

por unas pocas,

miserables, plazas.

Amigos desde siempre

buscan

y encuentran

razones para odiarse,

sobre todo

cuando no hay

juego limpio;

sí, impertérrito lector:

a veces

y no insólitamente

 el pescado

está vendido

de antemano

y hasta hiede;

entonces se necesita

valor

para denunciar

la farsa,

pues hasta los magníficos

rectores

se te echarán encima

y exquisitos

colegas

neutrales

dirán

que rompes

la baraja.

XV

Tenía yo

una admiradora

en México,

una profesora;

leía, se me dijo

cuanto yo publicaba.

Mi decano fue de gira

por allí

y ella se congratuló

con él

a mi propósito.

¡Qué va! —dijo el ínclito decano—

Está gagá,

escribe tonterías

y nadie le hace caso.

Cuando otro viajero

le dijo no ser cierto

nada de eso

la profesora

aliviada

me mandó

ánimos y

recuerdos.

¡Para una que tengo

ni sé cómo se llama!

XVI

El punto más alto

(et pour cause)

de mi digamos

trayectoria

iba a alcanzarlo cuando

subido a la cátedra

demasiado elevada,

más bien púlpito,

de aquel malhadado

y feo Paraninfo

por motivos rituales

debía disertar.

Mas el coro arrancose

interponiéndose

con el Veni Creator,

y yo

para estar a la altura

de tan insólita circunstancia

—el Santo Espíritu por mi boca—

decidí levitar

subiendo paso a paso,

insensiblemente,

escalón a escalón

un escabel

que había allí por si el orador era bajito,

hasta que mis tobillos

cubiertos por la toga

quedaron casi al borde de la barandilla

y yo a un tris

de romperme

la crisma.

Así levité

a la vista de todos.

Calló el coro,

y me puse a salvo también yo;

operé lentamente,

como correspondía.

Mas comprendí ipso facto,

en el mismísimo momento

de tomar tierra

que el espíritu

sólo me había soplado

el muy avaro

palabras insulsas,

cortas, catetas,

cacasenas,

del todo insuficientes

para loar a un grande

como

Pietro Ingrao,

doctor honoris causa.

30 /

12 /

2022

Señores políticos:

impedir una guerra

sale más barato

que pagarla.

Gloria Fuertes
Poema «Economía»

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