La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Joan Benach
Ideas para orientar una agenda política en la próxima década
El propósito de este breve texto es ambicioso y modesto al mismo tiempo. Sobre lo primero, plantea algunas ideas sobre el porqué de la situación actual, pero sobre todo sobre el qué y el cómo hacer para tratar de salir de una vía infernal, a la cual las tendencias sistémicas (ecológicas, políticas, económicas, sanitarias y culturales) abocan al país (y a la humanidad), y con ello tratar de evitar la barbarie ecogenocida planetaria a la que muchos procesos, indicadores y síntomas nos indican estamos caminando aceleradamente. Sobre lo segundo, decir que este escrito trata modestamente de indicar algunas posibles claves para pensar en afrontar los mayúsculos retos que tenemos por delante y ayudar a salir de la “desorientación existencial” en la que en mi opinión se hallan muchas —si no todas— izquierdas. Eso quiere decir que, dada la complejidad del tema a tratar y las limitaciones de espacio, las ideas se presentan en forma de esquema simple, sin ningún desarrollo, lo cual exigiría disponer de mucho más tiempo de reflexión, así como realizar un imprescindible debate colectivo democrático de tipo transdisciplinar, eco-sistémico e histórico-político.
Sobre las tendencias actuales
El mundo se ve hoy trastornado por una crisis sistémica con múltiples riesgos entrelazados, donde coexisten la intolerable desigualdad social, la amenazadora crisis climática y ecológica, el cruento impacto de guerras y el peligro nuclear, incesantes agresiones a la democracia y el ascenso del neofascismo, una batalla geopolítica entre EE. UU. y China por el dominio mundial, un sinfín de problemas globales de salud pública entre los que se encuentran diversas pandemias y los trastornos mentales, y la profunda precariedad laboral y social bajo la que trabaja y sobrevive la mayor parte de la humanidad. La oligarquización del poder económico y político, la debilidad de las izquierdas y los sindicatos, junto a una “mutación” neoliberal antropológica, han creado una encrucijada nefasta, pero todo indica que con las inercias económicas, ecológicas, políticas y culturales actuales la prospectiva pueda ser mucho peor. La mirada mediática de una guerra “promovida” como la de Ucrania, la “disciplinada” visión de los mensajes difundidos por los grandes medios de comunicación, la capitulación en toda regla realizada por las elites europeas, de facto ya un protectorado de la OTAN y los Estados Unidos (un “nuevo Puerto Rico”, ha señalado Boaventura de Sousa Santos), el avance de una internacional neofascista con amplios recursos y estrategias, y una crisis ecológica y climática con consecuencias para la humanidad casi irreparables, son muy malos presagios. Los países europeos se ven atrapados por un enorme endeudamiento y una elevada inflación que, más allá de la guerra, está causada por una crisis energética estructural. En la UE neoliberal, todo indica que unas elites nada o poco democráticas (BCE, Comisión, gobierno alemán…) han elegido el camino a seguir: subir los tipos de interés, derrumbar la deuda pública, negar una negociación de rentas, producir “rescates”, y desencadenar una recesión económica y social. De momento, en España vemos aumentar los excedentes empresariales (más de 200.000 millones entre 2016-2021) y devaluar las rentas salariales de las clases populares y medias con una gran devaluación salarial (casi el 13% respecto a 2008), muy en relación con los ataques patronales a la negociación colectiva (y cambios en la estructura ocupacional) y la debilidad sindical. En cualquier caso, una comprensión más completa de la realidad y de las tendencias actuales requiere disponer de una mirada integral e integrada (sistémico-histórica) y, sobre todo, de una reflexión, análisis y debates que permitan traducir ese conocimiento en acción estratégica.
Tres valoraciones y dos advertencias
La primera valoración es que, mientras que en las últimas décadas el neoliberalismo ha avanzado en reducir la democracia económica, mercantilizar la vida, y limitar los derechos sociales y económicos, en su fase actual, el capitalismo neoliberal necesita o “requiere” suprimir o “disolver” la democracia realmente existente, ya sea aumentando su dominio y represión (leyes, policía, explotación laboral, deudas, etc.), o bien “narcotizando” las mentes (fake news, entretenimiento, distracción, adicciones, etc.). Quieren acabar con la democracia, o quizás, aún peor, crear “una democracia neoliberal” dirigida por neofascistas antidemócratas (Trump o Bolsonaro son dos buenos ejemplos) para dirigir la economía, el poder judicial, el entramado mediático, las redes (Musk es un ejemplo), etc. Por su parte, las mentes de las elites, fuerzas reaccionarias y capas más privilegiadas del país (y del planeta), están contaminadas de ideología capitalista neoliberal heteropatriarcal, tecnolatría, y de narcisismo y sociopatía. Eso quiere decir que, con o sin plena consciencia de ello, tratarán por todos los medios de avanzar en una agenda de darwinismo social neofascista que, bajo un decrecimiento material desigual e injusto, vigile, seleccione o extermine con indiferencia a los “subhumanos” (por usar la expresión de Frantz Fanon), seres superfluos y prescindibles. Eso quiere decir que el sistema de dominio y opresión actual podría mutar en un poscapitalismo neofeudal/neoesclavista de tipo neocolonial y neofascista que, cambiando de rostro (quizás incluso legitimada bajo una supuesta “democracia”) mantendría el dominio, subordinación, explotación y discriminación actuales. Si esa hipótesis es cierta, hay que tomar más en serio que nunca al adversario y aprender a desarrollar todos los ámbitos y medios necesarios para poder defenderse y oponerse a un programa de exterminio selectivo. Y para ello, no queda otra opción que, como enseña la historia, “crear miedo” en el adversario.
La segunda valoración es que gran parte de la población se encuentra en una situación de anestesia generalizada, donde predomina el miedo sobre la esperanza, la alienación sobre la conciencia, la aceptación sobre la crítica, la precariedad sobre la organización. Bien es verdad que es importante valorar y apreciar un sinnúmero de valientes y necesarias iniciativas ciudadanas, con acciones para educar y construir un mundo diferente y alternativo, pero éstas a menudo tienen un carácter defensivo, reactivo y minoritario. La degradación político-cultural actual tiene muchas causas. Una de ellas es la “derrota de la subjetividad”, donde las izquierdas no han sabido mirar ni afrontar adecuadamente las grandes tendencias globales. Otra es la masiva precariedad laboral y social que sufre una población “empastillada” y “empantallada”, que trata de sobrellevar como puede su sufrimiento material y psíquico. Una tercera es la despolitización generada por los medios de comunicación y redes sociales de masas que, con informaciones falseadas y sesgadas, promueven una cultura competitiva, egocéntrica y anómica. Esa situación incluye factores como el adanismo histórico, la huida hacia un hedonismo perpetuo, aceptar el “robo de la atención” de pantallas algoritmizadas, el consumo masivo de pasatiempos y “vías de escape” psicofarmacológicos, el relativismo de la ignorancia y la aceptación de la falsedad, la profusión de un narcisismo ególatra cada vez más maligno, la inconsciente sumisión anómica “voluntaria”, la pasividad desesperanzada, o la negación de que somos naturaleza y de la mortal condición humana, por sólo apuntar algunos ejemplos.
La tercera valoración es que hoy en su conjunto las fuerzas de izquierdas, aún y disponiendo de propuestas éticas y modelos diagnósticos insuficientes, pero más o menos adecuados, son muy frágiles e incapaces de construir las bases sociopolíticas necesarias para disponer de un proyecto alternativo serio que pueda hacer frente a una realidad compleja, incierta y muy difícil de cambiar. Además, las fuerzas políticas están fragmentadas, insuficientemente concienciadas y poco o mal preparadas y organizadas para hacer frente a la acción colectiva necesaria para hacer frente a los retos existenciales que afronta la humanidad.
En relación con la modestia del texto, dos advertencias. La primera es que de ser ciertas las tendencias y las valoraciones anteriores se necesita construir un proyecto de reorganización coherente que sea enormemente generoso y sólido, a la vez que persistente y muy bien diseñado, pero flexible y adaptable en todo lo que sea necesario. Y la segunda es que este texto describe de forma muy superficial el qué hacer (políticas específicas, líneas programáticas), algo siempre imprescindible, pero, sobre todo, pone el acento en las bases necesarias para el cómo hacerlo, un apartado que con demasiada frecuencia es relegado en muchos análisis políticos. En ese sentido, se comentan de forma muy sucinta y humilde algunas de las posibles bases estratégicas esenciales que, en mi opinión habría que desarrollar, las cuales, dadas las grandes incertidumbres existentes, requerirán de mucha experimentación (ensayo y error) y capacidad de adaptación ante la prospectiva de escenarios cambiantes.
Algunas políticas específicas
Habitualmente, las izquierdas se concentran en realizar propuestas, necesarias y urgentes, pero que conviene valorar, desarrollar e implementar de la forma más adecuada. Aunque muchos temas están interrelacionados, sin ánimo de exhaustividad, tan sólo pongo algunos ejemplos. Sobre el trabajo: reducir la jornada laboral (más tiempo para vivir y tener tiempo para el desarrollo y ayuda mutua de tipo personal y colectivo), más democracia económica, desprecarizar trabajos alienantes, tóxicos y precarizados, repartir el trabajo y la riqueza, lograr algún tipo de renta básica universal. Sobre la crisis ecosocial y climática: promover energías renovables más democráticas y distribuidas con acuerdos globales y locales; abandonar el desarrollismo, el turismo masivo y los vuelos de corta y media distancia, potenciando el uso del tren; desmercantilizar la producción industrial, el consumo y la vida; crear servicios de movilidad en lugar de apoyos al vehículo privado; transformar las ciudades potenciando al máximo el transporte público, la bicicleta, los servicios de movilidad compartidos y la peatonalización; abandonar los combustibles fósiles de forma rápida, acelerar el ritmo de conversión a energías renovables democráticas; fomentar la alimentación de escaso impacto ecológico; racionalizar el uso del agua. Sobre los servicios sociales: desmercantilizar servicios desarrollando sistemas públicos, universales, gratuitos y de calidad (salud pública, educación, cuidados, comedores, bibliotecas, etc.); crear un parque de viviendas público de calidad, con eficiencia energética en los hogares; limitar la producción de alimentos cárnicos y procesados, desarrollando la educación para adoptar dietas basadas en alimentos vegetales, de temporada y proximidad, etc. Aunque la propuesta y desarrollo de políticas específicas como las señaladas es imprescindible, un programa de largo alcance requiere poner el acento en factores más profundos, como son las líneas programáticas y las bases estratégicas, que son las que pueden permitir poner en marcha esas y otras políticas para salir del atolladero al que ha conducido la civilización capitalista.
Ocho líneas programáticas
Para llevar a cabo políticas como las señaladas arriba, se hace necesario construir un proyecto con líneas programáticas adecuadas. Sin tampoco un ánimo de exhaustividad, se apuntan algunas importantes líneas a tener en cuenta. Primero, reorientar la política exterior, y tener en cuenta que cada vez es más necesario recuperar la soberanía nacional constreñida por el euro, y la camisa de fuerza que impone una Europa neoliberal plegada a los intereses de Estados Unidos. Segundo, crear una banca pública que dirija la transición de una economía financiarizada y especulativa a una economía productiva, solidaria y sostenible de verdad. Tercero, cambiar el modelo productivo, para lograr una transición real que logre trabajos socialmente necesarios y ecológicamente sostenibles. Cuarto, realizar una planificación ecológica de la economía que oriente la inversión pública a aquellos sectores que actualmente la demandan para construir un modelo de desarrollo diferente, que tenga componentes del Green New Deal pero con una mirada poscolonial y poscrecentista en lo material, muy en especial en los países desarrollados. Quinto, nacionalizar los sectores estratégicos de la economía, (telecomunicaciones, transporte, energía, agua, medios de comunicación, etc.), y controlar/regular otros sectores vitales fundamentales (alimentación, medios de comunicación, etc.) que deben estar al servicio de las necesidades sociales y sustraerlos de la dinámica oligopólica mercantil actual. Sexto, realizar una reforma fiscal profunda que reforme en profundidad el sistema tributario actual para hacerlo mucho más progresivo, combatiendo el fraude fiscal y gravando los beneficios de las corporaciones. Séptimo, desarrollar la democracia económica en las empresas. Actualmente, uno de los lugares donde la democracia se encuentra más ausente de la vida son las empresas. Generar una mayor participación democrática de los trabajadores, aumentar la fuerza en el desarrollo de la negociación colectiva o la creación de cooperativas son tres ejemplos en esa dirección. Octavo, ampliar y mejorar las prestaciones sociales y de protección de la población, en materia de productos básicos, vivienda, energía, salud, educación, cuidados, ayuda a las familias, etc.
Cuatro bases estratégicas para avanzar en la realización de las políticas
Para realizar las políticas e implementar líneas programáticas, se requiere diseñar y concretar las bases estratégicas que han de permitir llevar a cabo unas políticas que son grandes retos para las izquierdas. Apuntamos a continuación cuatro bases estratégicas especialmente relevantes.
1. Estar con la gente que sufre
Compartir la vida y ayudar a que quienes sufren tengan lo necesario y suficiente para vivir con dignidad, sencillez y fraternidad. Para ello hace falta aprovechar todos los recursos públicos disponibles, reparar los vínculos comunitarios, creando redes solidarias de cooperación, apoyo y ayuda público-comunitarias (alimentos, trabajo, vivienda, energía, cuidados, educación, cultura, comunicación, deporte) que disuelva un comunitarismo tradicional de corte autoritario, aleje el miedo y la precariedad de la realidad y las mentes de tantas personas para, en su lugar, crear esperanza y solidaridad fraterna. Eso quiere decir también crear (decía Manuel Sacristán) pequeños espacios locales de micropolítica, de vida alternativa, que permitan una autonomía personal-comunitaria para satisfacer las necesidades más básicas (alimento, vestido, vivienda, etc.) y generar nuevas formas de vivir, de producir, consumir, de relacionarnos (de “sentipensar” decía Eduardo Galeano citando a Fals Borda), de compartir en una vida que valga la pena de ser vivida. Todo ello requiere tener humildad y (re)aprender a sentir y mirar la realidad de otro modo. Cabe no olvidar que mucha gente vota a los fascistas sin serlo, pero han perdido la esperanza vital, a menudo traicionada por grupos autoproclamados de izquierdas.
2. Proponer un imaginario psicocultural alternativo
Necesitamos una visión alternativa que cree un imaginario nuevo de lo que significa tener una vida, individual y colectiva, digna, esperanzada, y lo más feliz posible (incluye la “vida buena”, “el buen vivir”, el “dar sentido a la vida”). Necesitamos crear nuevos relatos, nuevos imaginarios alternativos que muestren que es posible “vivir mejor con menos”, y con ello (re)aprender a dar un sentido nuevo a la vida, y también a la enfermedad y la muerte. Para ello, es imprescindible un plan estratégico político-cultural de formación que ayude a crear una nueva subjetividad colectiva, una “utopía realista” que ilusione y haga sentir que el mundo no tiene por qué acabar, que penetre de forma profunda en los valores, relaciones, afectos y cuidados de las personas (Rudolf Bahro hablaba de crear “monjes laicos”, Manuel Sacristán apuntaba que necesitábamos realizar una “conversión” casi religiosa), así como también en las ideologías y el análisis político. Para ello, hará falta un diseño político estratégico apropiado que incluya a nuevos medios de comunicación, a la formación experiencial (Paulo Freire ayuda en eso) que se debe practicar a nivel barrial y comunitario. Una táctica apropiada podría ser la formación de formadores (y de cuadros políticos) mediante una red de ateneos barriales, lo cual podría evitar la superficialidad de información habitual en las redes sociales (pero también por ejemplo en las universidades) y generar procesos culturales de tipo exponencial de gran importancia política.
3. Comprender la realidad de forma integral y práctica
Un tercer punto esencial es que, para comprender, experimentar, y tener estrategias y tácticas que puedan ser más efectivas, es necesario crear con urgencia “mapas” nuevos de una realidad compleja y en constante cambio. Para ello, hay que crear y desarrollar grupos de análisis y experiencias (think tanks) potentes que hagan propuestas estratégicas y tácticas, tal y como hacen las derechas, los institutos conservadores o las corporaciones para entender mejor lo que pasa y planificar las políticas que quieren implementar. Ello requiere alianzas fuertes con técnicos y científicos con capacidad y conciencia. La realidad es muy compleja y hoy tenemos un sistema de “contaminación” de la opinión pública con abundante información sesgada, noticias falsas, medias verdades e incluso estudios científicos de mala calidad que distorsionan nuestra manera de comprender muchos problemas. Si existe el apoyo político necesario, esos grupos podrían amplificar enormemente su potencia y efectividad política, mediante una visión crítica que abarque muchos planos de la realidad: desde el uso de indicadores que conforman o deforman la visión colectiva de muchos procesos (la precariedad laboral o el desempleo son dos ejemplos), a la descripción de la realidad (la violencia de género), o el análisis causal de tantos fenómenos (la salud y la educación son dos ejemplos). En algunos casos, el conocimiento generado podrá ser integral e integrado (de tipo sistémico-histórico-político) mientras que en otros serán necesarios análisis “rápidos y pragmáticos” (quick & dirty dicen los epidemiólogos) que, aunque no tan sofisticados como los primeros, serán muy útiles para comprender y resolver problemas cercanos, más inmediatos, donde opera la incertidumbre y el cambio. Todo ese conocimiento puede ayudar a aunar lo radical y lo reformista, lo defensivo y lo ofensivo, lo cultural y lo práctico, lo institucional y lo comunitario. La necesidad de conservar aquello que nos hace mejores y de cambiar aquello que nos envilece o perjudica.
4. Construir y desarrollar poder popular
Es un punto crucial. Para hacer políticas hace falta tener poder político, pero estar en el gobierno o tener una alcaldía da cierto grado de poder, pero no “el poder”. Sólo construyendo poder popular democrático (político, social y comunitario), capaz de generar el compromiso activo de las clases populares con un proyecto organizado, solidario, generoso y empático, “antiegocéntrico” y “antiingenuo” (evitar personalismos, conocer mejor al adversario, protegerse y evitar infiltrados), donde el empoderamiento de las mujeres deberá jugar un papel esencial, será posible afrontar la actual crisis civilizatoria. Deberán ser partidos-movimiento democráticos, bien estructurados, ágiles, resistentes, performativos (capaces de pasar de la teoría a la acción), capaces de adaptarse a los cambios y reaccionar ante lo inmediato, pero, al mismo tiempo, con una mirada a largo plazo. Harán falta movimientos a la vez locales y globales, con sensibilidades e identidades diferentes pero descentralizados, con un nivel apropiado de coordinación transversal y una sinergia efectiva entre la sociedad civil y el poder político. Construir una verdadera alternativa requiere tener paciencia, convicciones, firmeza sin sectarismos, y crear unidad estratégica de acción que genere movilización sostenida. Sólo de ese modo parece posible tener alternativas creíbles que permitan sembrar esperanza, organizar la solidaridad, transformar el lenguaje cotidiano, realizar movilizaciones sociales y ganar victorias con orgullo y alegría. Habrá que (re)aprender a ser valientes y, por encima de todo, a crear alianzas estratégicas (“frentes amplios”), con claridad ideológica y organizativa, que permitan unir lo público, lo comunitario y lo local en una acción colectiva sostenida (pública y en la calle), al tiempo que se preservan las identidades de cada movimiento social y partido político. Deberá hacerse un enorme esfuerzo, colectivo y generoso, para construir una constelación sociopolítica (acciones políticas, organizaciones sociales, espacios de reflexión, encuentros, etc.) con un plan sólido capaz de bloquear el ascenso del neofascismo, ganar legitimidad social y crear un proyecto alternativo. Santiago Alba Rico, por ejemplo, ha apuntado la atrevida necesidad de crear una alianza “entre el capitalismo pragmático, el marxismo ilustrado, el feminismo humanista, el ecologismo realista y el papa Francisco”. Esas alianzas sociopolíticas deberán articular acuerdos tácticos capaces de generar “acciones híbridas”, institucionales y comunitarias, con acciones “ad hoc” en forma de “guerra de guerrillas”, en forma de ensayo y error. Esas acciones deberán tener como objetivos, entre otros, disputar la hegemonía y crear identidad político-cultural, defender derechos, crear “miedo en las elites”, defenderse de los adversarios, ganar victorias y ampliar la democracia en todos sus ámbitos.
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2022