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Volodymyr Ishchenko

El keynesianismo militar ruso

A finales de septiembre, el presidente ruso, Vladímir Putin, anunció una movilización “parcial” en Rusia al forzar la anexión de cuatro regiones ocupadas del sureste de Ucrania tras la celebración de falsos referéndums. Como muchos han señalado, el borrador rompió un contrato social informal entre Putin y la población rusa en el que el presidente ruso ofrecía un nivel de vida y una estabilidad no elevados, pero al menos tolerables, a cambio de la pasividad política.

Ahora muchos esperan que el servicio militar obligatorio lo cambie todo. Pronto los cadáveres de los soldados mal entrenados, enviados como carne de cañón al campo de batalla para detener la contraofensiva ucraniana, empezarán a ser devueltos a las familias, lo cual provocará la indignación pública. De acuerdo con este razonamiento, esto, junto con el impacto económico de las sanciones, podría dar lugar a protestas populares que harían necesaria una mayor represión.

El Kremlin no podría durar mucho tiempo con la mera coacción. Para conseguir una victoria militar, Putin podría verse tentado a utilizar un arma nuclear táctica o alguna otra opción de escalada salvaje que probablemente le privaría de sus poco fiables aliados en el mundo. De este modo, bien enterraría al mundo entero con él o bien sería destituido por una élite rusa que teme por sus propias vidas.

El problema con este planteamiento es que más represión no es la única opción para Putin y su régimen no se basa exclusivamente en esta. Para entender el otro rumbo que podría tomar es importante observar la dimensión económica y política de los últimos acontecimientos.

Al declarar la movilización “parcial”, Putin hizo hincapié en que los soldados rusos reclutados recibirían el mismo salario que los soldados contratados que han sido la columna vertebral de las tropas rusas en Ucrania hasta ahora. Esto significa que deberían cobrar al menos 3.000 dólares al mes dependiendo del rango militar, bonificaciones, seguro y un generoso paquete de ayudas sociales. Esto supera entre cinco y seis veces el salario medio en Rusia. El reclutamiento de 300.000 individuos, por no hablar de más de un millón de soldados —como algunos medios de comunicación han afirmado que puede ser el objetivo real— requeriría la redistribución de miles de millones de dólares del presupuesto estatal ruso.

Durante las primeras semanas desde el inicio de la movilización se recibieron noticias sobre el caos en las modalidades de pago. Sin embargo, en una reunión del Consejo de Seguridad de Rusia celebrada el 19 de octubre, Putin ordenó que se resolvieran todos los problemas relacionados con los salarios de los militares, lo que demuestra que la elevada remuneración de los soldados movilizados y el apoyo a sus familias es una parte importante de su estrategia.

A esto hay que añadir el flujo de dinero dirigido a la reconstrucción de la arruinada Mariúpol y otras ciudades ucranianas sumamente destruidas en las regiones recién anexionadas del sureste de Ucrania. Actualmente se está contratando a trabajadores de toda Rusia para el proceso de reconstrucción y se les ofrece el doble de lo que ganarían en su país. Un trabajador de la construcción no cualificado recibe más de 1.000 dólares al mes.

Recientemente, el viceprimer ministro ruso, Marat Khusnullin, declaró que más de 30.000 trabajadores rusos están empleados en la reconstrucción de los territorios ucranianos ocupados, y que el Gobierno planea aumentar el número a 50.000-60.000.

En los próximos tres años se espera que el presupuesto ruso destine al menos 6.000 millones de dólares a la reconstrucción de los territorios ucranianos recién anexionados. Queda por ver qué parte no se perderá en manos del capitalismo ruso basado en el tráfico de influencias.

También hay muchos fondos que fluyen hacia el conjunto de la industria militar. Como la demanda de armas y municiones ha aumentado significativamente, el número de trabajadores, así como los salarios, han crecido. El crecimiento del conjunto de la industria militar compensa, al menos en parte, el descenso de la producción en las industrias que dependen de componentes occidentales y que sufren las sanciones. En otros sectores, los empleados que han sido reclutados por el ejército han dejado unos puestos de trabajo que han sido ocupados por nuevos trabajadores, lo que disminuye el desempleo.

En total, el gasto estatal para la “defensa nacional” ya ha aumentado un 43% desde el año pasado y ha alcanzado los 74.000 millones de dólares. Se ha descartado un recorte previsto para 2023 y, en cambio, Moscú planea gastar unos 80.000 millones de dólares. También se espera que el próximo año los gastos de “seguridad nacional y aplicación de la ley” aumenten un 46% hasta alcanzar los 70.000 millones de dólares.

Si observamos todos estos cambios, vemos que en Rusia está tomando forma algo parecido al keynesianismo militar. Millones de rusos movilizados para luchar en Ucrania, empleados en la reconstrucción o en la industria militar, o que participan en la represión de los disturbios en los territorios ocupados y en casa, o que son miembros de su familia, se han convertido en beneficiarios directos de la guerra.

Esto supone, entre otras cosas, la aparición de un ciclo de retroalimentación positiva que antes no existía. La élite gobernante rusa inició la guerra movida por sus propios intereses y únicamente consiguió el apoyo ritual y pasivo de la población rusa.

Sin embargo, esta redistribución de la riqueza estatal a través del esfuerzo militar está creando una nueva base para un apoyo más activo y consciente dentro de un sector importante de la sociedad rusa, que ahora tiene un interés material en el conflicto.

El hecho de que una invasión y ocupación a gran escala de una gran parte del territorio ucraniano requeriría algunos cambios fundamentales en el orden sociopolítico ruso era predecible incluso antes del 24 de febrero. Poco después del inicio de la invasión, escribí lo siguiente: “El Estado ruso tendría que comprar la lealtad de los rusos y de las naciones subyugadas mediante políticas económicas menos conservadoras desde el punto de vista fiscal y más keynesianas. […] En lugar de la retórica vacía de la ‘desnazificación’, que ha sido claramente insuficiente para despertar entusiasmo por la guerra dentro de la sociedad rusa, esto requeriría un proyecto imperialista y conservador más coherente que conectara los intereses de las élites rusas con los intereses de las clases y naciones subalternas”.

La estrategia del Kremlin de combinar la coerción con el soborno de una parte importante de la población ha contribuido a que las protestas contra la guerra sean relativamente pequeñas, ya que la mayoría de los rusos han aceptado obedientemente la movilización. El número desproporcionado de personas reclutadas procedentes de las zonas más pobres de Rusia podría tener que ver no sólo con el temor del Kremlin a las protestas de los residentes de las grandes ciudades con mentalidad más opositora, sino también con su cálculo de que los incentivos monetarios que ofrece tendrían más valor para los residentes de las regiones periféricas más desfavorecidas.

La cuestión crucial, por supuesto, es durante cuánto tiempo será sostenible el keynesianismo militar en Rusia. Los ciclos de retroalimentación positiva imperialistas clásicos se basaban en una producción industrial tecnológicamente avanzada. Los territorios y colonias conquistados proporcionaban nuevos mercados y suministraban las materias primas y la mano de obra barata para ampliar aún más la producción.

Los beneficios se repartían entonces con la “aristocracia laboral” en casa, que se beneficiaba de la expansión y el sometimiento imperialistas. El bloque formado por las clases dominantes imperialistas y segmentos de las clases trabajadoras se convirtió en la base de los regímenes hegemónicos e impidió las revoluciones sociales en las metrópolis occidentales.

Es muy cuestionable que Ucrania pueda aportar algo de lo anterior a la economía rusa. Además, muchos esperan que el impacto a largo plazo de las sanciones paralice la economía rusa y conduzca a su primitivización.

Eso deja el flujo de petrodólares como principal fuente de financiación para comprar lealtad. Eso, sin embargo, depende de una reorientación exitosa y de un crecimiento suficiente de las economías de China e India para sostener la demanda de recursos energéticos rusos. No menos importante sería reformar las instituciones estatales rusas para gestionar los ingresos de forma más eficiente en lugar de perderlos a causa de la incompetencia y la corrupción.

Pero si el régimen ruso es capaz de transformarse y fortalecerse en lugar de derrumbarse en respuesta al desafío existencial, significa que Rusia podría estar preparada para una guerra más larga y devastadora.

El keynesianismo militar ruso contrasta enormemente con la decisión del Gobierno ucraniano de atenerse a los dogmas neoliberales de privatización, bajada de impuestos y desregulación laboral extrema, a pesar de los imperativos objetivos de una economía de guerra. Algunos economistas occidentales de alto nivel han llegado a recomendar a Ucrania políticas que constituyen lo que el historiador británico Adam Tooze ha denominado “guerra sin Estado”.

En una larga guerra de desgaste, tales políticas dejan a Ucrania aún más dependiente, no solo de las armas occidentales sino también del flujo constante de dinero occidental para sostener la economía ucraniana. Depender fundamentalmente del apoyo de Occidente puede no ser una apuesta segura, sobre todo si tu adversario está pensando en el largo plazo.

[Fuente: Ctxt. Volodymyr Ishchenko es investigador asociado del Institute of East European Studies, de la Universidad Libre de Berlín. Este artículo se publicó originalmente en Aljazeera. Traducción de Paloma Farré]

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