La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
La izquierda alternativa ante una perspectiva peligrosa
I
Es difícil saber si estamos ante un punto crucial de la historia. Más bien, creo que los grandes cambios tienen largos procesos de maduración, aunque la forma como se resuelven las coyunturas puede influir en las trayectorias. Y lo que es evidente es que en el presente se acumulan muchas circunstancias críticas. En primer lugar, la crudeza del verano europeo —con olas de calor, sequías y grandes incendios forestales— ha acrecentado la sensación de que el cambio climático es algo palpable. En los últimos años ya hemos tenido otros veranos calurosos y secos, pero el de 2022 marca un hito. En segundo lugar, la amenaza de una crisis energética, que ya se manifiesta en los precios y que genera el temor a futuros desabastecimientos. En tercer lugar, la inflación, en parte fruto de las dos cuestiones anteriores, pero propiciada por los problemas de funcionamiento del capitalismo global, de los poderes oligopólicos, de los mecanismos especulativos de los mercados financieros, y de las políticas nacionalistas que practican los grandes estados. Una inflación que golpea duramente a las clases trabajadoras y que tiene su expresión más cruda en temas como el acceso a la vivienda, los servicios básicos y la alimentación. En cuarto lugar, la guerra de Ucrania y la tensión chino-occidental, conflictos que pueden desembocar en salidas catastróficas y que contribuyen a realimentar todos los problemas. Y, en quinto lugar, la perspectiva, bastante probable, de que la extrema derecha venza en las elecciones italianas y contribuya a generar un efecto dominó en el que España sería el siguiente eslabón, visto el talante de nuestra derecha local.
Muchas cuestiones que exigen respuestas de gran envergadura, que comportan cambios sustanciales en la organización social, en las políticas, en las instituciones y en los comportamientos. Que sólo serán posibles si existe una masa social crítica que apoye estos cambios y tenga capacidad de bloquear las numerosas y variadas reacciones que se van a producir. Es necesario actuar en distintos niveles y frecuencias. Los grandes cambios sociales requieren de procesos sostenidos de consolidación de valores, percepciones, de alternativas. Pero hay que saber dar respuestas a cada situación concreta, sortear cada obstáculo. Necesitamos actuar en el tiempo largo y en el corto, y que entre ambos planos no se generen tensiones que lo manden todo al carajo.
II
La derecha lo tiene fácil. Tiene muchas bazas a su favor, y un marco institucional —a escala nacional e internacional— que impide los cambios necesarios. Un enorme y sofisticado sistema de propaganda y manipulación de masas. Recursos materiales que sostienen un enorme “ejército” privado de opinadores, controladores, bloqueadores y, cuando es necesario, de trabajos sucios. Juega también a su favor la fragmentación social y el aislamiento individual generado por las dinámicas laborales y las formas de vida que el propio sistema ha potenciado. Y cuenta, además, con unos oponentes poco consolidados, con débil implantación social. Desorientados frente a la acumulación de procesos destructivos de los últimos cincuenta años. E incapaces de reconstruir un proyecto consistente tras la constatación del fracaso de la experiencia soviética. Pero la derecha no tiene proyecto. Tampoco es un bloque homogéneo. También en sus filas proliferan proyectos estrafalarios que resultan contradictorios con el modelo social dominante. Y, sobre todo, no tiene ninguna respuesta coherente frente a la acumulación de problemas. Les queda la confianza irracional en que el desarrollo tecnológico podrá hacer frente a todos los problemas. Y la tranquilidad de que, al menos a corto plazo, cuenta con una colosal barrera de protección.
Las propuestas de la derecha ultra (que es dominante en estos tiempos) son completamente inocuas para hacer frente a los problemas estructurales, pero tienen un enorme potencial lesivo. Ya lo hemos comprobado cuando se ha tenido que hacer frente a la pandemia de la covid-19 con un sistema sanitario enormemente debilitado por los recortes y externalizaciones de las políticas neoliberales. Se basan en explotar la resistencia al cambio de amplios sectores de población aculturizados por la propaganda del consumismo y el cultivo del ego. Se basan más en la indolencia y la rutina que en el cambio. Y en amplificar miedos irracionales. Y por todo ello son tan peligrosos. La crisis ecológica no conduce necesariamente a una sociedad mejor. Las viejas sociedades precapitalistas combinaron la miseria de muchos con enormes concentraciones de riqueza. Basta viajar para constatar los lujosos edificios que se construyeron para satisfacer las demandas de las clases adineradas. El crecimiento económico, basado en la explotación masiva de recursos naturales, permitió superar, en parte, el viejo modelo. Pero no hay garantías de que retomemos alguna variante de los viejos modelos en un mundo devastado. La historia no siempre transcurre bajo un guion lineal, basta recordar el caso de la esclavitud para darse cuenta. Y las propuestas de la derecha radical (no hay otra) abren las puertas a desastres en cadena.
III
A esta situación se llega en un contexto especial. Es la primera vez, salvando el período de la Guerra Civil, en la que un partido de izquierdas está en el Gobierno, y participa en algunos gobiernos autonómicos y ayuntamientos importantes, como Barcelona. Y, a pesar de sus muchas debilidades, condicionamientos y limitaciones, su presencia ha permitido introducir políticas beneficiosas para la población más desfavorecida y, tímidamente, reformas con sentido ecológico. Los casos más conocidos son, claro está, el de los ERTE, la subida del salario mínimo, la reforma laboral, la ley del “sí es si”, etc. Pero, si se analiza al detalle, pueden encontrarse otros muchos cambios. En Barcelona, por ejemplo, las partidas de gasto que más han crecido los últimos años han sido la del gasto social y el transporte público (y, recientemente, la nueva contrata de residuos cuyo recorrido se verá en los próximos años). Está bastante claro que cualquier Gobierno a la derecha empeorará la situación. En muchos casos hasta niveles insoportables. No es que no haya deficiencias y que debamos evitar críticas, simplemente constatar que aún en un marco tan condicionado como el actual, la presencia de esta izquierda es, cuando menos, necesaria para evitar la debacle social.
La llegada de esta izquierda a los distintos espacios del poder político fue el resultado de las movilizaciones generadas como respuesta a las medidas de ajuste neoliberal que tuvieron en el movimiento 15-M su mayor expresión. Se trató también de la eclosión de nuevos lideratos, de gente joven, en bastantes casos ajena a la vieja izquierda y que optaron por una “guerra de movimientos” en busca de un cambio radical. Figuras como Pablo Iglesias y Ada Colau son representativas de este proceso. En la primera fase obtuvieron resultados espectaculares, especialmente en las elecciones municipales de 2015 o las generales de ese mismo año. Pero con el paso del tiempo la situación se ha deteriorado. Rifirrafes internos, acoso externo de todo tipo, y el propio deterioro generado por la acción de gobierno, que nunca es capaz de transformar de inmediato todo lo que se pretende. Hoy el proyecto está congelado y es necesario replantear una nueva dinámica de activación. Entiendo que esto es lo que pretende el proyecto de Yolanda Díaz con “Sumar”.
Este nuevo proyecto nace, de entrada, complicado por la persistencia de las habituales rencillas entre las diferentes facciones de la izquierda, siempre más dispuesta a pelear sobre la base de la lógica de cada familia que a producir un proyecto común (leyendo entre líneas, estas tensiones pueden detectarse en las páginas de la prensa digital de izquierdas). Pero, tal como se está desarrollando, no consigo percibir que se trate de un proceso diferente a lo intentado otras veces. La propuesta de “escuchar” suena bien, pero es bastante vacua. Hay demasiadas voces y sensibilidades en el seno de esta base social para que de la simple escucha salga un resultado consolidado. Dependerá de a quién se escuche y cómo se filtre y se elabore lo escuchado. En un momento tan complejo, con tantas tensiones variadas, más que un proceso de escucha lo que hace falta es un debate organizado, que permita elaborar una propuesta de acción clara y que sitúe los debates irresueltos y las cuestiones de largo plazo en un proyecto de trabajo consistente.
Los problemas citados anteriormente —inflación, cambio climático, crisis energética, guerra mundial, derechización social (la lista debe prolongarse con desigualdades, migraciones, etc.)— son todo menos de fácil solución. En muchos casos persisten puntos de fractura o tensión evidentes. El más obvio es el que separa lo que podríamos llamar neolaborismo, centrado en la mejora de derechos laborales y sociales (el que de hecho representa mejor la propia Yolanda Díaz a la que apoyan los sindicatos) y el que podemos llamar de ecologismo fuerte. La crisis ecológica es sin duda el mayor problema que afecta a la especie humana; la forma como se aborde tendrá importantes implicaciones en muchos campos. Por eso considero tan inadecuado no priorizar la reflexión y la propuesta en este campo, como el de limitarse a anunciar la necesidad de un cambio radical (o peor, de una crisis apocalíptica) sin entender que las respuestas sociales son complejas, y sin elaborar propuestas de acción a diversos planos. Un filósofo puede teorizar en abstracto, pero la política es otra cosa. Soy consciente de que en la anterior exposición he trazado una caricatura de los posicionamientos de la gente. En todas partes hay gente sensata que puede aportar mucho, pero lo que no veo es que haya un intento serio de abrir un debate integrador, constructivo que posibilite la creación de un discurso fuerte, entendible, movilizador.
Sugiero que, en lugar de limitarse a escuchar, sería mejor organizar buenos debates, bien preparados y estructurados, que posibilitaran una elaboración colectiva. De propuestas, de cuestiones irresueltas y de líneas de trabajo futuras. Para quitarle tensión, podría sugerirse que se organizara como cooperación entre medios alternativos, think tanks (los pocos que hay) y organizaciones sociales. La izquierda organizada es demasiado débil en cuanto recursos humanos, y debe dedicar demasiados esfuerzos a la lucha institucional para hacerlo sola. Es, como siempre, una modesta proposición, que requiere un trabajo previo para fructificar.
Sólo un apunte final. Los temas a abordar no pueden limitarse sólo a las cuestiones planteadas. La política de izquierdas hace mucho tiempo que no sabe cómo intervenir en un marco social dominado por la atomización y el individualismo. Que la derecha crezca en sus expectativas electorales en un período donde se ha evitado un desastre social y donde algunos derechos han mejorado obliga a una reflexión profunda. Y también aquí hace falta abrir un debate que permita hacer frente a la persistente intoxicación cultural.
30 /
8 /
2022