¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Soledad Bengoechea
Sesenta años de la riada de Sabadell de septiembre de 1962: ¿pudo evitarse la tragedia?
“Los rayos iluminaban una ciudad regentada por el caos; era la única luz que permitía ver aquello que la riada se llevaba: muebles, personas y máquinas”.
Josefa Púas, una mujer de un suburbio de Sabadell a la que la desgracia convirtió en testimonio
Este año se cumple el sesenta aniversario. A las siete y veinte de la tarde del 25 de septiembre de 1962 exactamente, Sabadell fue sorprendida por una gran riada. Empezó minutos más tarde de que una cortina de agua, de unos veinticinco litros por metro cuadrado, se abatiera de forma inesperada sobre esta zona del Vallés. El aguacero provocó que las aguas de las rieras del término municipal y del río Ripoll crecieran y los puentes se embozaran: el de Casteller se rompió y el agua anegó centenares de viviendas, barracas, cuevas e industrias ubicadas en el lecho del río. El resultado de aquel fenómeno natural fue catastrófico: 39 muertos, según el recuento oficial. Se tuvo que realojar a 3.307 personas y las viviendas afectadas que quedaron inhabitables superaron las 400. También hubo daños en el 80% de las industrias de acabados y tintes situadas cerca del río Ripoll. Los barrios más afectados fueron Torre-romeu, Can Puiggener, la Plana del Pintor y Campoamor.
¿Cómo pudo suceder aquella desgracia? Según el historiador Eduard Masjuan, el efecto devastador de la riada se explica no tanto por el fenómeno metereológico en sí, sino por el modelo de desarrollo económico y urbanístico del franquismo con una falta de inversión en viviendas para los inmigrantes y una nula planificación urbanística donde proliferaron las operaciones especulativas sin control. Una situación que obligaba a los vecinos a residir en rieras y terrenos no urbanizables en los márgenes del río o en cuevas como las de Sant Oleguer. Según este autor, las víctimas fueron en un 90 % población joven e inmigrada. La media de edad de las víctimas era de veinticinco años. Entre ellos se encontraban trabajadores que hacían el turno de noche en las fábricas de la orilla del Ripoll, seguida de niños y ancianos, los habitantes más vulnerables.
Mientras, explica el historiador sabadellense Martí Marín, el régimen jugaba un papel de desidia. La falta de control sobre el urbanismo era total. Por una parte, había una falta de control sobre el urbanismo y se dejaba edificar no solo barracas, que eran ilegales, sino también viviendas que eran perfectamente legales en zonas que eran inundables. Sobre los intentos de erradicar esta situación, Marín apunta que había planes desde los inicios del régimen franquista, pero se hacían utilizando unos medios tan modestos que fue imposible llevarlos a cabo.
Los analistas Ferran y Lluís Sales explican cómo de manera inmediata el desastre provocó una gran oleada de solidaridad con donativos populares, en metálico y especies, de entidades cívicas y de empresas de Cataluña, España y diversos países extranjeros. Sobre todas ellas destacó la campaña de Radio Barcelona, liderada por Joaquín Soler Serrano y Manuel Tarín Iglesias, que recaudaron una gran cantidad de donativos.
Las presentes páginas giran alrededor de este tema: la riada de Sabadell y sus consecuencias. Abarcan unas cuantas décadas de la historia de algunos barrios de la ciudad. Se han escrito después de consultar tanto fuentes escritas como orales. En el año 2008 se entrevistó a varios vecinos y vecinas de estos barrios, la mayoría de ellos ligados a las asociaciones de vecinos.
Migraciones de posguerra y suburbios
Unos datos: la población de Sabadell, según el censo de habitantes del Instituto Nacional de Estadística (INE), pasó de unos 48.000 habitantes el 1940 hasta más de 100.000 el año 1960. En el barrio la Plana del Pintor, el 99% de los que se asentaron fueron inmigrantes.
Desde la década de los cuarenta hasta 1975, ciudades industriales catalanas, como Sabadell, experimentaron un crecimiento de expansión debido a la llegada de oleadas migratorias de población preferentemente de edades jóvenes y de origen agrario que se establecían en los suburbios de las periferias de esas urbes. Procedían de diferentes áreas de España (Murcia, Málaga, Córdoba, Jaén, Almería…) y buscaban trabajo en el sector industrial que estaba en pleno desarrollo. Ellas, las mujeres, se incorporaban preferentemente al del textil, un sector puntero en la ciudad, trabajando tanto en las fábricas como en casa, y en el servicio doméstico: los hombres también trabajaban en la construcción y en menor medida en el metal. Algunas de estas mujeres y de estos hombres, además de huir de la más absoluta miseria, escapaban también de la represión política que padecían en sus zonas de origen a causa de haberse significado en movimientos de izquierda durante la Segunda República.
Es difícil cuantificar con rotundidad el número de habitantes que llegaron a Cataluña, y a estos barrios, en los años cuarenta y en los primeros cincuenta. Cierta historiografía apunta que estas migraciones fueron producto de la política del franquismo de descatalanizar la sociedad catalana. Pero lo cierto es que, como muchos testigos aseguran, las autoridades franquistas dificultaban los desplazamientos interiores: la Guardia Civil detenía a muchos de los emigrantes en la estación de Francia de Barcelona, los enviaban a Montjuïc y después los devolvían en trenes o autobuses a sus lugares de origen. A menudo, los recién llegados bajaban del tren antes de llegar a la estación y entraban a las ciudades a las que querían llegar clandestinamente.
Cuando llegaban, los que tenían menos recursos se asentaban en cuevas, excavadas con métodos manuales en los márgenes de los ríos que bajaban muy sucios. Allí vivían en condiciones infrahumanas. Cuando llovía intensamente, la tierra cedía, caía y podía atrapar a sus habitantes. Actualmente, algunas de estas cuevas han sido reformadas y sirven de bodegas.
Unos datos: en el primer censo de población de la periferia urbana de Sabadell que hizo la Delegación de Suburbios de 1955, se estimaba que 1.178 personas habitaban en barracas y cuevas (como las que había en Sant Oleguer). Se situaban especialmente en la ribera del río, una de las causas del desastre de 1962.
En realidad, lo que comenzó a dar forma a los suburbios fue el barraquismo. Mientras se construía la barraca, normalmente en terrenos de riadas, en los barrancos y en la riera porque el terreno no servía para cultivar, se hacía un resguardo provisional (normalmente en una sola noche). Las primeras barracas estaban hechas por cuatro paredes de barro cubiertas con bidones de alquitrán. El techo se hacía a base de cañas. La parcelación de viejos campos de cultivo propició el crecimiento de un gran número de barracas y de las plantas de autoconstrucción de una sola planta. Con la liquidación de los bienes de sus lugares de origen y con los pequeños ahorros producto de su trabajo en Sabadell, los recién llegados pagaban el solar y el material a plazos.
Los terrenos se vendían por fanegas a 15 o 40 céntimos el palmo. El precio oscilaba entre 6.000 y 7.000 pesetas, con entradas de 300 a 600 pesetas. La construcción de estas viviendas solía requerir, mayoritariamente, la cooperación de los vecinos, aunque las vecinas también colaboraban en las tareas, sobre todo vigilando la chiquillería que correteaba por los alrededores. En general, se trabajaban las horas libres de los días festivos. Pero muchas de estas obras eran ilegales y a veces la guardia urbana, que venía a caballo, las denunciaba y el Ayuntamiento procedía a derribarlas. De hecho, para edificar se necesitaba un permiso y en algunos barrios (Can Puiggener, Ca n’Oriac) a veces solo se conseguía mediante el aval del rector de la iglesia.
En el barrio llamado Can Puiggener la construcción de viviendas comenzó a finales de los años cuarenta (las casas de la “tía Sebastiana”, la del “bar del Maño”, la del “tío Podrido”, el “bar Espín”, etc.), pero la falta de infraestructuras continuaba. El año 1953 el barrio contaba con 458 viviendas consideradas ilegales. Entonces también comenzó la edificación de las llamadas «estades», que eran pequeñas construcciones en las cuales podían residir diversas familias que ocupaban una o dos habitaciones. Todas utilizaban el mismo servicio sanitario.
Entre los recién llegados el sentido de familia estaba muy arraigado, porque los emigrantes se encontraban solos en un mundo desconocido y a veces hostil. Entre ellos se establecía una ayuda, a veces desinteresada, y, a menudo, cuando una familia llegaba y resolvía momentáneamente su situación animaba a sus familiares a seguir el ejemplo. Cuando lo hacían, muchas veces se instalaban todos en la misma vivienda, sin pagar nada. No era extraño que, durante un tiempo, dos o tres familias compartiesen un mismo hogar.
Las condiciones laborales de estos inmigrantes fueron, en general, muy duras. Los salarios eran muy bajos, sobre todo los de las mujeres, ya que eran considerados como meros complementos de los de los hombres, y no era infrecuente que, en las fábricas, se trabajase doble jornada; de hecho, la media era de quince horas al día, de lunes a sábado. Aunque desde principios de siglo la ley lo prohibía, en la primera posguerra alrededor de un 80% de niños y niñas de los suburbios se incorporaban a las fábricas antes de los 14 años, sobre todo para trabajar en ciertos sectores del textil. Para no encontrar impedimentos, algunos de estos casi infantes falsificaban su fecha de nacimiento. Por otra parte, las mujeres asalariadas que tenían hijos hacían jornadas agotadoras, ya que tenían que hacer la doble carga (trabajar dentro y fuera de casa). La inexistencia de guarderías hacía que, a menudo, los hermanos y, mayoritariamente, las hermanas mayores faltasen a la escuela para cuidar de los pequeños. En un estudio sobre la historia de la Caixa de Sabadell, el historiador Josep Maria Benaul (ya fallecido) apuntaba otra cuestión: en algunas barriadas de Sabadell (como Ca n’Oriac) en un año ya avanzado, 1961, en ciertas casas particulares se cuidaba niños al precio de 100 pesetas a la semana sin incluir la alimentación (en este barrio, en esa fecha, había más de 1.700 infantes de menos de cinco años de madres trabajadoras). La cifra es importante y señala también el alto número de mujeres de aquel barrio que trabajaban como asalariadas.
Del suburbio al barrio: el barro como símbolo de una época
Durante los años cincuenta el surgimiento de estos barrios de autoconstrucción exigía una implicación de los consistorios en su gestión. Una implicación inexistente. Por ello, y con el fin de tener una presencia más activa, el Ayuntamiento nombró los nuevos alcaldes de barrio, con el objetivo de tener una presencia más activa. Pero los problemas continuaron sin resolución.
A partir de los años cincuenta se iniciaron una serie de Planes de Vivienda. El primero, el Plano General de Ordenación Manuel Baldrich (1950) no solucionó ninguno de los problemas de estos suburbios.
Este mismo año se creó la Delegación de Viviendas y Suburbios, que distribuyó la periferia urbana en siete barrios: Ca n’Oriac, Can Puiggener, Torre-romeu, La Salut, Campoamor y Sant Oleguer. En 1962, el Plan General de Ordenación de Sabadell legalizo grandes crecimientos residenciales y aceptó una situación especulativa de altas densidades urbanas y el desaguisado urbanístico general. Fue legalizado todo el conjunto de barrios suburbiales totalmente desvinculados de la ciudad, toda la ocupación suburbial del río Ripoll, incluso el sector la Clota a Can Puiggener y se consolidó la industria al río. El suelo urbano se amplió hasta la misma finca de Can Deu.
Paralelamente, algunos sectores de las fuerzas vivas de Sabadell comenzaron a tomar conciencia de que la beneficencia y el paternalismo tradicionales eran respuestas insuficientes e inadecuadas ante la situación de déficits en los barrios de la ciudad. A finales de los cincuenta, del Gremio de Fabricantes aparecieron iniciativas como la Escuela de Formación Social —de asistentes sociales— la Constructora de Vivienda Popular S. A. (COVIPSA), y el Patronato de Acción Social Ciudadana de la Industria de Sabadell. En 1958 se había constituido la Asociación católica de Dirigentes, que alumbró la constructora Viviendas de Sabadell S. A. (VISASA), que tuvo un papel destacado en el desarrollo de los barrios, y Cáritas de Sabadell (1960). Según un estudio realizado por una asistenta social, en 1962 alrededor del 20% de las familias de estos barrios necesitaban asistencia inmediata.
Los barrios continuaban creciendo sin ordenación técnica ni previsión municipal de ningún tipo y la falta de infraestructuras continuaba. Las viviendas seguían sin tener agua corriente y se tenía que ir a buscar a las fuentes, que a menudo quedaban lejos. El agua se cogía también de las casas que disponían de pozos, después de hacer una larga cola, y a veces se tenía que pagar. Como no había servido de alcantarillado, a menudo los pozos se contaminaban. En algunos barrios, los vecinos —y sobre todo las vecinas— también bajaban al río con cubos.
Carburos, velas y luces de aceite también fueron los primeros medios de iluminación empleados hasta la instalación de la luz a finales de los cincuenta. Concretamente, en el barrio La Plana del Pintor la electricidad no llegó hasta 1965. Y, en algunos barrios, la red de alcantarillas a veces fue construida por los vecinos. Calles oscuras, sin pavimentar (en La Plana del Pintor hasta entrados los años setenta no se alquitranaron las calles), casi intransitables a causa del barro y las basuras, fueron, durante muchos años, el símbolo de los suburbios —después barrios—. Tampoco había médicos ni farmacias. Cuando llegaron los años sesenta, la comunicación de los barrios con el centro de la ciudad era complicada: la mayoría de los trabajadores iban al trabajo caminando, algunos en bicicleta y, los que tenían más suerte, en una moto ya vieja. Para hacer el primer turno a las fábricas del textil, hombres y mujeres se tenían que levantar antes de las cuatro de la madrugada.
Los primeros autobuses que llegaron a estos barrios eran vehículos viejos, que solo hacían tres viajes al día, coincidiendo con las horas punta.
En estos suburbios, hacia 1943 hubo un primer intento de constituir una asociación de barrio, pero hasta 1964 no se creó la Agrupación de vecinos de Ca n’Oriac, con 125 asociados.
Aparte de las barracas que se habían alzado en el barrio de Ca n’Oriac, los hijos de los inmigrantes que se querían casar necesitaban un nuevo hogar. Bajo el amparo de la primera asociación de vecinos, en 1964 se creó la Cooperativa de Viviendas Can Oriach. El primer grupo de pisos se construyó en la ronda de Collsalarca, cerca de la Clínica Infantil, con cinco bloques de catorce pisos cada uno. Después ya fueron las constructoras privadas las que ocuparon los terrenos con bloques altos.
A medida que los problemas de la vivienda se resolvían (aunque a veces a base de barracas y cuevas) y se solucionaba la cuestión de la subsistencia, los vecinos estuvieron en disposición de afrontar los problemas colectivos: la falta de servicios más elementales. Entonces comenzaron a desarrollarse las primeras formas organizativas, que constituyeron los orígenes de los incipientes movimientos de barrios.
Los poderes públicos estaban ausentes de cualquier intervención, y las primeras ayudas que llegaron a estos suburbios fueron impartidas por sectores ligados a la iglesia de base; catequistas, asistentes sociales y curas obreristas.
Vecinos de los barrios recordaban que, a veces, a los descampados acudían curas y alumnas del centro de los escolapios de Sabadell a hacer catequesis. Al ver la miseria que había en aquellos barrios, algunos tomaban conciencia. Entonces, chicos y chicas volvían una y otra vez con el ánimo de evangelizar, pero otros y otras asumían que lo que los suburbios necesitaban era justicia social.
Algunos de estos catequistas, que en ocasiones ingresaron en las Juventudes Obreras Católicas (las JOC), aglutinaban los jóvenes de los barrios. Formaban grupos donde se hablaba temas de actualidad política, social… En general, los miembros de las JOC después se implicaron en los movimientos obreros y vecinales, participaron en las manifestaciones de barrios, en las huelgas… Algunos también militaron en partidos de izquierda y nacionalistas.
En 1961 se inició una acción colectiva sabadellense, promovida por el Municipio, a fin de captar fondos para dotar los ya populosos barrios de Can Puiggener y Ca n’Oriac de centros parroquiales con templo, casa rectoral, centro social, instalaciones deportivas y dispensario. Las obras de la parroquia de Can Puiggener se desarrollaron más lentas que las de Ca n’Oriac.
Pasaba el tiempo y los habitantes de los barrios continuaban viviendo en la más estricta precariedad. Los gobiernos municipales continuaban sin preocuparse de sus problemas: “En las cuevas vivíamos pendientes de lo que pudiera ocurrir, sobre todo los días de lluvia. No teníamos luz ni agua” (Revista Can Oriach, n.º 34, marzo de 1968). Por su parte, Martí Marín señala que hasta muy avanzada la década de los sesenta el número de barracas fue “brutal”. Y todo indica que en Can Puiggener en los años setenta aún quedaban un gran número de ellas. Muchas pervivieron hasta los años ochenta. Consecuencia de esta desidia fue la catástrofe de 1962. La naturaleza hizo el resto.
Epílogo
Como se ha tratado de explicar en estas páginas, los barrios de Sabadell nacidos de la inmigración de los años cuarenta, cincuenta y sesenta padecieron originariamente una situación de gran precariedad y falta de servicios e infraestructuras. Uno de los déficits más importantes de la ciudad en aquellos años fue la falta de viviendas. Ello produjo el fenómeno de la ocupación de cuevas y barracas y favoreció la ocupación de cauces de arroyos y ríos, a menudo bajo la forma de viviendas muy precarias. Todo esto fue el caldo de cultivo que convirtió las riadas de 1962 en una tragedia.
Consumado el infortunio, las fuerzas vivas de la ciudad tampoco supieron gestionar la catástrofe, teniendo que ser los movimientos de voluntariado los que pusieron todos los medios a su alcance para paliar en la medida de lo posible las consecuencias del desastre.
Bibliografía:
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2022